viernes, 5 de septiembre de 2014

INVENTARIO.



                            INVENTARIO




En una época en la que estuve trabajando en un almacén de materiales sanitarios, me encargaron hacer un inventario de todo lo que había en existencia. Lo cierto es que pasé buena parte de tiempo, tratando no solo de hacer inventario, además tuve que poner en orden un sinfín de cosas que se cambiaron de lugar.
Por allí pasaban muchas manos, los dependientes entraban y salían sin dar explicación alguna de porqué cambiaban un caño de un grifo por otro que no le correspondía, desmontaban piezas interiores de determinados artículos y las reemplazaban por otras que no eran de la marca original.

Aquella tarea que parecía fuera  imposible de terminar, hizo que en la mesa del dueño del almacén, se fueran acumulando pliegos y pliegos de papel, que al cabo de dos días eran obsoletos pues tría otros que eran diferentes completamente a los anteriores.
-Escucha un momento, ¿cómo es que no se puede determinar de una vez cuanto material tenemos?, necesito una lista definitiva para hacer determinados pedidos.
-Imposible señor, lo siento. Mientras estoy tratando de colocar las cosas en su lugar llega uno u otro y la descoloca, o la cambia, o la desmonta para hacer un conjunto a medida de lo que el cliente le pide.
-¡Pero es que esto no se puede hacer…! estamos vendiendo material… por decirlo de alguna forma híbrido. ¿Me estás diciendo que un conjunto de grifos por ejemplo está compuesto de tres fabricantes diferentes?
-Sí señor, ese podría ser un buen ejemplo.

Me otorgó determinada autonomía para que impusiera ciertas normas y así lo hice. No llegué a ser muy bien visto por los cuatro dependientes que debían vender los materiales. A mí, particularmente esto no me preocupó mucho, me pagaban para eso, no para ser antipático, más bien para ser cumplidor.
Tenía un horario diferente al resto, era mucho más flexible, podía parar para el desayuno media hora por ejemplo, cosa que no les era permitido hacer a los demás. Cuando al final conseguí a base de mucho esfuerzo que se respetaran las normas, todo estaba bien ordenado, debo decir que incluso algunos me felicitaron, todo estaba mucho más a mano, no tenían que andar encaramándose por las estanterías como monos para encontrar las cosas.

Comencé a encargarme de las compras de determinados productos que eran de más consumo o que eran más frágiles y de los que tenía que tener recambios permanentemente.
Fue esa, la época en la que comencé, no sé bien porque razón, a hacer un inventario de mi vida, atrasé mi reloj mental y comencé a contar de nuevo mi vida, desde mi infancia en adelante. Inmediatamente me di cuenta de lo fantástico que era eso, recordar en orden lo más objetivamente posible, todo lo que hice en mis años anteriores, hasta llegar adonde estaba. De forma parecida a lo que había hecho con el material del almacén, ordené lo más precisamente posible, todos los acontecimientos en los que había cometido fallos, también aciertos, quizás no era el más apropiado para hacer esto, ¿lo habría hecho mejor un sicólogo?, nunca me lo he planteado, creo que la vida de una persona la tiene que evaluar uno mismo.

Me asusté en determinados momentos, dejé de registrar algunas cosas que más que asustarme me bloqueaban la mente, cerré la libreta unos cuantos días y dejé mi mente en blanco. Nunca llevé este cuaderno a casa, no quería que nadie curioseara en mi vida, que sacaran conclusiones precipitadas, de cosas que para mí eran solo vivencias pasadas que creía tener superadas.
Entre tanto llegó la época de las vacaciones, estaba cansado de esta doble tarea que yo mismo me había obligado a tener. Nos marchamos al pirineo, unas sencillas vacaciones en un parque natural que invitaba a relajarse de forma obligada, pero incluso allí me venían pasajes de mi pasada vida. Saqué del fondo de mi bolsa de viaje mi cuaderno y seguí escribiendo, abrí mis entrañas como lo hiciera un samurái, de forma simbólica, después de dos horas de escribir, mientras mi esposa y mis hijos estaban dando un largo paseo entre las vacas del llano, me levanté, escondí de nuevo el cuaderno, vestido me metí en el agua del rio.

Sería el contraste de temperatura, la que hiciera que me quedara como tieso, casi sin poder moverme, aguas del deshielo de la montaña, dos mil metros más arriba. Hacía pie, salí de aquella balsa formada por un salto de agua de unos cuatro metros de altura, me dirigí a la orilla y me senté encima de una roca, luego, solo recuerdo, que desperté porque me estaba buscando mi gente, respondí sin ganas.
-Estoy aquí  -levanté el brazo-.
-Dios santo que susto nos has dado, estás mojado ¿Qué te has caído al rio?
-No, me he tirado por voluntad propia, me apetecía en este momento.
-¡Te hubieras podido quitar la ropa y ponerte el pantalón de baño…!
-Mira mamá, está echando humo…

Sonreí a mi hija mayor, era preciosa, con unos ojos divinos, el cabello rubio con claro oscuros que le daban un aire de princesa. Mi hija mediana, con una expresión permanente de atención, de persona sagaz a pesar de su corta edad, muy inteligente. Mi hijo pequeño, que todavía no podía percibir todas las cosas que le rodeaban estaba con cara de asustado, solo eso, me veía bien, vivo, supongo que para él eso era suficiente.

En la soledad de la furgoneta caravana, me dormí plácidamente mirando la luna que pasaba lentamente alrededor nuestro, hasta desaparecer en su largo recorrido en el cielo. Al día siguiente me olvidé del asunto del día anterior, precisamente me había bautizado en el rio de la sinceridad, aunque fuera solo un inicio, fue suficiente para dejar atrás cosas, que hasta entonces no había sido capaz de enfrentarme. Marchamos a pie hasta un valle un tanto apartado, ¡descubridores de nuevas tierras…! gritaba delante de la familia con mi hijo encima de mis hombros.

De vuelta al trabajo me esperaba más trabajo del esperado, otra vez estaba todo manga por hombro, me quejé, levanté la voz a un par de desorejados que se querían quedar conmigo. 
Finalmente y tras largas discusiones, me cambié de trabajo, estaba determinado a romper con aquella escena, que me había acompañado durante estos últimos años, y que en realidad, paralizó mi inventario, lo tenía cómo un objetivo muy claro, quería seguir, terminarlo. Caí como la mosca cae en la trampa de la araña, ¡estúpido de mí…! todavía estoy a medio camino de lograrlo, no puedes vivir más aprisa de lo que marca el tiempo.

Al mismo tiempo sí, se puede, eso  que coloquialmente decimos… “vivir el día a día”, pero más allá de eso… no se puede acelerar nada. Comencé a trabajar en casa con el propósito de establecerme por cuenta propia, fracasé, no sentía que estuviera conectado con el resto de la familia, especialmente de mi esposa. Ella estaba en otras gestiones, con otras personas, comencé a sospechar algo en nuestra relación íntima, pero… me decía para mí mismo    Está muy presionada, hay que tener paciencia, no precipitarse. Espera un poco Paco, ya verás cómo las cosas cambian.
Al inventario se le comenzaban a caer las páginas, no conseguía saber bien el porqué, la falta de experiencia supongo que me jugó alguna mala pasada.

Al final, el esfuerzo mereció la pena, el negocio, a base de trabajar duro se levantó, mis hijos me ayudaron, pero cuando comenzamos a manejar dinero de verdad, comenzaron a abrirse flancos débiles que favorecieron asuntos turbios, mi mujer no hacía más que faltar de casa. Una circunstancia de trabajo fijo en una fábrica cercana a mi casa, hizo que una noche de invierno, cubierto con una manta al lado del fuego a tierra de la cocina, quemara el inventario. ¿Para qué recoger datos, tratar de comprender las cosas y establecer pautas, a base de llenar páginas en blanco?
Comprendí que era perder el tiempo, las cosas, como las personas, vienen y van dentro de senderos marcados unas veces, otras, campo a traviesa. Constaté que mi mujer me estaba engañando con otros hombres, un compañero de trabajo con buena voluntad y sin nada que ganar me lo dijo, tuve la sangre fría de verlo con mis propios ojos.

Menos de seis meses después de este desastre, tuve un accidente de trabajo que desde entonces me ha tenido apartado de la vida activa, sí, un hombre joven y sano que nunca jamás había cobrado un duro del estado, ahora estaba cobrando una pensión  “Incapacitado para trabajo alguno”, ¡con treinta y seis años!, no podía creerlo, pero así fue.
“La salud, es una vasija preciosa, que debe de resguardarse, como si fuera el tesoro más preciado, que pueda existir en la Tierra. Si aprecias la luz de una habitación oscura, aprecia en su medida, el candelero que la sustenta” Confucio.

La realidad a menudo, supera la ficción, lo que antes creíamos que jamás nos pudiera pasar a nosotros, por una razón u otra nos sucede, no queda más que aceptar pues, las consecuencias de tus acciones. Nadie me obligó a aceptar o no determinado trabajo, nadie me acosó para escoger la esposa que tuve, ni los hijos que en consecuencia vinieron de este matrimonio.
Antes analizaba mis defectos, asunto ese elemental para enderezar determinadas situaciones, ahora me parece que esto es tiempo perdido. Las cosas pasan porque han de pasar, no soy ninguna excepción a la regla, vivo y este hecho de por sí, ya te coloca en el ojo del huracán.

Mi accidente de trabajo trajo consigo secuelas sicológicas importantes, ahora estoy en un camino, en el que no sé bien si voy dentro de un sendero marcado, o camino por entre ortigas y otras plantas venenosas. El dinero fue el desencadenante de mi ruptura, mi divorcio con mi primera esposa, ella quería dominar, como había hecho en otros asuntos, la distribución de la pasta, no lo permití, de manera que… “adiós, marcha cuando quieras de casa y ve con tú querida”. Una amiga de juventud, con la que siempre había mantenido una buena relación, con ella, su madre, esposo e incluso sus tres hijos, entonces pequeños pero que me conocían.
¿Sería apropiado que volviera con mi antigua costumbre de volver a escribir un inventario? Estuve pensándolo un tiempo, el que tardé en ir a vivir juntos a una casa que compramos en el lugar donde ella ya había vivido desde hacía muchos años.

Los años han ido pasando, sus hijos me han querido como si fueran míos, pero… circunstancias de la vida, de nuevo han venido a empañar, el panorama hermoso que veíamos pasar ante nuestros ojos. Si desde que me divorcié de mi primera esposa, no supe nada más de mis hijos, ahora sucedía lo mismo con mi segunda mujer, seguimos casados pero distanciados.

Y el asunto es, que la enfermedad degenerativa, que poco a poco me va carcomiendo el cerebro, junto con una epilepsia postraumática, que además se combina con una depresión reactiva, todo ello diagnosticado por dos neurólogos, que me han practicado toda clase de pruebas, es temida por la gente. Más que eso, es incomprendida. Un dicho popular reza así: “A río revuelto, ganancia de pescadores”. Pues en esta situación me encuentro ahora, cobro una pensión decente, sigo queriendo a mi actual esposa, pero ella no quiere que viva con ella, eso significaría que sus hijos y nietos dejaran de visitarla, y eso… sería como renunciar a la mitad de su vida.

Todo lo que veis reflejado aquí, no son invenciones es historia, historia personal  que podría ser la de cualquiera que leyera estas líneas. Los inventarios no son inventados, pasan, suceden miles de cosas a nuestro alrededor, casos diferentes o parecidos al que está escrito aquí.
No recomiendo a nadie hacer inventario de su vida, de cualquier manera, lo que tenga que pasar pasará. Un amigo mío, casi cada vez que lo veo y nos saludamos, le pregunto con buena voluntad cómo le van las cosas  -tiene un montón de problemas-

“La vida es una mierda tío, parece que vaya paseando por un prado,  pisando boñigas de vaca continuamente, cada vez que muevo un pie, meto el otro en una plasta, voy de mierda en mierda”.   La vida no es una mierda hombre, somos nosotros los humanos los que la convertimos así con nuestros actos, muchas veces sucede, que no queremos asumir las consecuencias de lo que hacemos mal, no miramos en nuestro interior.
No hacer esto, es no querer asumir que somos humanos imperfectos, defectuosos, egoístas por naturaleza.





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