UNA CANCIÓN EN CADA ESQUINA
Calles modernas, antiguas, estrechas o anchas, grandes
urbanizaciones donde las casas están esparcidas cual si de setas apreciadas se
trataran, plazas abarrotadas de gentes, monumentos, sota calles con tránsito de
cientos de miles de personas, que diariamente, usan el metro o trenes
subterráneos, todos estos lugares, tiene algo en común, música, su propia
música, como si habláramos de músicas ancestrales, de sonidos tribales.
Son músicas tocadas siempre
con los mismos instrumentos, difíciles de identificar en ocasiones, son
instrumentos que, dependiendo de la resonancia que tengan, ofrecen al oído
tonos confusos unas veces, otras inconfundibles. Fáciles de distinguir como un violín
en una orquesta sinfónica, la gran metáfora de estas canciones callejeras, es
que nuestro oído ya está demasiado acostumbrado a escucharlas y ya no les
prestamos atención.
De esquina a esquina de la calle, oímos tocar canciones de
todos los ritmos imaginables, peleas al lado de nuestra casa, gritos de los
hijos castigados porque sus padres no los dejan salir el fin de semana aún a
costa de que todos los amigos en la calle, esperan el desenlace del
desconcierto. Esperan y se ríen, se mofan de unos y otros, se divierten,
conocen el carácter de los elementos que
habitan en la casa. Se escuchan ruidos de platos rotos, de puñetazos en las
puertas o golpes un tanto ininteligibles, llantos e insultos.
En la calle, junto al bar musical de la esquina hacen su
aparición dos patrullas de la policía, en la calle hay guerra, guerra de
bandas, unos con cuchillos y cadenas, otros con bates de beisbol y piedras,
música, no precisamente celestial, es humana del todo, acompañada por el olor
del alcohol que todo lo inunda por unos minutos. Botellas rotas, vecinos
ignorantes de todo lo que sucede a su alrededor, que son metidos a la fuerza,
en furgones policiales, que nada tienen que ver con el concierto que acaban de
presenciar.
De la cena de aniversario de bodas, sale una pareja de un
restaurante, se van besando, sonrientes y felices, esta, va a ser una gran
noche para ellos. A menos que…, de la esquina de unos contenedores de basura,
salen dos hombres altos corriendo como gamos, tras ellos, cuatro más los
amenazan con pistolas y los conminan a que se paren si no quieren morir. La
pareja se pega a la pared, no pueden hacer más ni menos que eso, el marido saca
el móvil del bolsillo de la chaqueta y llama al 091, una voz de mujer, le
pregunta que donde está el fuego. Estamos
en la calle Pedrarol, unos individuos van tras otros con una pistola en la
mano, quieren matarlos, todos los balcones y ventanas vecinas se mantienen
cerradas, a lo lejos se escucha una sirena de policía, los delincuentes ha
girado hacia unas escaleras que va a parar a otra calle inferior.
Un rezagado de los perseguidores, con los ojos inyectados en
sangre, mira a su alrededor, ve a la pareja, ella con los puños bajo la
barbilla hace el gesto de querer ser invisible, no lo es, se escucha un estruendo
y cae a plomo al suelo.
En un arrabal del otro lado de la ciudad, lleno de esquinas
cuidadosamente trazadas con propósitos maliciosos, cuatro furgones de policía
antidisturbios y unas cuantas motos de policía, tienen acorralada una casa de
la que van saliendo paulatinamente personas mal vestidas con las manos
esposadas en la espalda, algunos llevan bridas de plástico que estrangulan el
paso de la sangre, se quejan pero a cada quejido le precede un golpe de palo en
las costillas. El asunto es serio, asuntos de drogas, le han cantado a la
policía que allí se movía gran cantidad de cocaína, bueno, eso significa que su
encarcelamiento, va a tardar un poco más y que la pena va a ser reducida. Otro
asunto es, que alguien de la banda, sepa quién es el chivato, y se encargue de
él, más temprano que tarde.
¡Cuántas músicas diferentes en cada esquina…!
Hay otras canciones que no se escuchan en la calle, tienen
lugar en habitaciones más o menos iluminadas, allí se tocan músicas
alternativas, adulterios y fornicaciones, gemidos y lamentos de placer,
apagados llantos de personas traicionadas, que se vienen abajo. Unos se
suicidan al saber que no ha sido algo eventual, que esto dura desde hace muchos
años. ¡Y yo tonta de mí… creyéndomelo
todo… estúpida de mí, dos hijos ha tenido ya con ella y a mí siempre diciéndome
que los niños no son oportunos ahora, que ya veremos más adelante. Hijo de
puta, mal nacido, ¡lástima de esfuerzos que tuvo que hacer su madre para
parirlo…!
Músicas llenas de dolor en esquinas callejeras, las otras,
las que regocijan el alma, las que llenan el espíritu, se cantan y escuchan
dentro del hogar, de manera, que el gozo que de ellas se deriva, hace que la respiración
se contenga. Esas son las canciones que me gustaría oír siempre, a ser posible,
eternamente, hasta el final de los tiempos.
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