EL PIANO DE PARED
Me
gustaba ir a aquel bar medioescondido en las cercanías de la Estación de Sants,
al otro lado de la estación, en un bar musical donde todavía se podía fumar,
tomar combinados y coktails que hacía un chico cubano afincado desde hacía
muchos años. Fue a base de patear el barrio, desde la calle Tarragona, dando la
vuelta por las manzanas que forman la parte del llamado Ensanche de Barcelona.
Una de esas tardes, a medio camino entre
el otoño y el invierno, escuché la música de un piano, subí por las escaleras y
me encontré con aquel local no demasiado grande, con un ambiente de gente
tranquila que susurraban para que la música del pianista se pudiera escuchar
con claridad.
Me
senté en una mesa cerca de la cristalera que daba a la calle, se acercó una
joven, le pedí un manhattan se dio media vuelta y rápidamente se fue a la barra
a hacer la comanda. Fue entonces cuando me fijé en el pianista apenas visible, era
un hombre de edad indeterminada, con toda la cara llena de arrugas, cabello blanco
y vestido con un traje Prêt- á- Porter, que no aparentaba ser barato, a lo
largo del pantalón en el costado del mismo, llevaba recosido un pequeño ribete
de seda negra. Parte del piano, de edad como el pianista, desconocido, por
estar medio cubierto con un biombo decorado en semicírculo, las notas vibraban y
muchas mujeres acompañaban el ritmo del piano balanceándose de un lado a otro,
o simplemente moviendo sus hombros.
Observé
que la mayoría de hombres estaban a su rollo, pasaban del pianista y sus
interpretaciones, algunas de ellas buenos arreglos de canciones que ya tenían
sus años. A eso de las once de la noche marché del local, me prometí a mí mismo
que la próxima vez vendría con Claudia a visitar el bar, estaba seguro que le
gustaría. Su avión llegaba a media noche, así que, todavía tuve tiempo de
comprar una revista de Nathional Geografic y ponerme a leer un artículo sobre
los volcanes que era muy interesante. A las doce y cuarto llegó Claudia, me
saludó desde la escalerilla metálica mientras bajaba hasta recepción.
No
pude evitar, después de darle un beso en los labios que contarle donde había
pasado las últimas tres horas, pedí al jefe de la oficina que me dejara salir a
la una, no me puso objeción alguna. Sin duda, lo mejor de la tarde, fue el
descubrimiento de aquel remoto bar al que me urgía llevar al día siguiente a
Claudia. Una diminuta pista de baile casi tocando al pianista, daba la oportunidad
de poder bailar a cuatro o cinco parejas. Estaba pensando en pedirle al pianista
cuando fuéramos al lugar, que tocara para nosotros “La chica de Ipanema”,
Claudia la bordaba bailando.
Hablamos
casi toda la noche de su trabajo, de cómo había ido la exposición en Londres, representaba de parte de la empresa, telefonía
móvil y complementos de última generación de una marca que estaba en expansión.
Y yo que pensaba que en esto los japoneses eran los reyes… Bueno de hecho es así, pero nosotros somos
los representantes para introducir el producto en Europa. Ya, ya, pero es que
siempre estás viajando y esto no me mola nada, te tengo solo tres días a la
semana. Bueno mañana cuando hayas descansado, te llevaré a un lugar que acabo
de descubrir, sé que te gustará. ¿Qué es?,
va no me dejes con la intriga hombre…
Nada, hasta mañana nada de nada.
Llegó
mañana y lo llamó para decirle que le era imposible volver temprano a casa,
tenía una reunión urgente de cómo fue la exposición de Londres. Maxi volvió a
ir solo al bar del pianista, le daba la impresión que nunca se llevaría a cabo
su ansiada cita con Claudia. Buenas
noches señor, ¿lo mismo que la otra tarde?
No, hoy me sirves un whisky añejo, escocés si puede ser. ¿Me deja escoger a mí la marca? Si claro, tú verás, seco sin hielo. El
pianista estaba tocando otro repertorio diferente al día que él estuvo allí.
Vaya, parece que este hombre, conoce el estado de ánimo de la gente que acude
al local. Escucha un momento chica… Lucía para servirle, el pianista debe de ser
un poco mago, sabe que tocar en determinados momentos… Eso le digo yo cuando ensaya en casa y se
ríe.
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