sábado, 10 de octubre de 2015

EXTREMIDADES PERDIDAS

                                                        EXTREMIDADES PERDIDAS

¡Pobrecillo Braulio… le pillo el brazo derecho una cizalla y se lo cortó de cuajo!, dio un grito que todavía resuena en mi cabeza. No sé quién fue el desgraciado, que le dijo que no se preocupara demasiado, que hay extremidades que vuelven a crecer. A Ese descastado le tendrían que haber cortado los huevos, a ver que le parecía a él eso de que hay extremidades que se reproducen de nuevo.  Nada, le dijo, tú mira las lagartijas, las coges del suelo y sueltan la cola para escapar, luego con el tiempo les crece de nuevo y más fuerte. Ya verás como a ti te pasa lo mismo. 
Perdona… pero no he visto a ningún manco que le crezca de nuevo el brazo.  Porque son gente que se deprimen y pierden la fe.  ¿A si? La fe en que.  Pues que va a ser, de que les volverá a crecer el brazo, un día te llevaré a un curandero que conozco y verás como él te lo dice también, y te explicará el procedimiento que debes seguir.  A vale, ya me avisarás, ahora estoy dedicando todos mis esfuerzos a aprender a escribir con la mano izquierda.  Nada, es cuestión de que lo llame por teléfono y me dé cita, por un amigo como tú se hace lo que pueda.  Gracias hombre, ya me dirás pues.
Tuvieron que coger un bus hasta un barrio alejadísimo de donde vivía Braulio, cuando llegaron a un conjunto de barracas hechas de palés y uralitas, con unas paredes que parecían construidas de papel  de fumar, ya había gente en la puerta y las inmediaciones esperando, pidieron las vez,  lógico, eran los últimos. Mujeres mayores que apenas podían caminar con las piernas vendadas, acompañadas por otros más jóvenes, otras eran casi niñas que llevaban en sus brazos a bebés aparentemente, acabados de nacer. Toda clase de personas se agolpaban en la puerta que daba a un largo pasillo, con tal de que no se les colara nadie.
Al final le tocó la vez a Braulio, con la camisa de manga larga sujeta por un imperdible, doblada sobre la parte que le faltaba del brazo.  Bueno vamos a ver chico, lo primero es quitase la camisa, tengo que ver bien esa herida, según esté restañada tendremos posibilidades más fáciles, de reparar esta desgracia.  Oiga señor, que lo que yo quiero es que me crezca el brazo, como a los lagartos la cola.  Le dio un bebedizo que sabía a rayos, de color morado, y le dijo que sobre todo, a partir de ese instante, comenzara a rezar.  No sé rezar más que el padrenuestro y no del todo.  No, vas a rezar esta plegaria que te voy a dar, es imprescindible para que el cuerpo interiormente comience a expansionarse.
Braulio hizo lo que le dijo el curandero, sentado en una silla grande y pringosa, donde se habían sentado mil y un culo diferentes, comenzó a leer la oración en voz baja, para sí mismo. Lo cierto es que no notó nada de lo que le estaba haciendo el curandero, estaba como en una nube, veía figuras de dioses y ángeles que lo mantenían extasiado. No supo el tiempo que estuvo en aquella habitación a media luz, luz de velas, algunas de ellas de diferente color.
Una voz en su oído le dijo…  Venga hijo que vas a llegar tarde al trabajo…, anda lávate ya tienes el bocadillo sobre el mueble del recibidor. Lo primero que ha hecho Braulio es mirarse el brazo, lo tiene completo, con sus dedos y sus uñas, lo cierra y abre con  toda la fuerza que hasta entonces lo ha caracterizado en su trabajo del taller mecánico. Madre tengo de nuevo el brazo entero, me ha crecido de nuevo.  ¿De nuevo…? Dímelo a mí cuando tus amigos te tuvieron que traer a casa con la melopea que traías. ¿Cómo, que quieres decir mamá?  Pues que venías como una cuba hijo, no me vuelvas a dar estos sustos que ya no estoy para quedarme durmiendo a tu lado toda la noche sentada en la mecedora, anda y ve con cuidado.

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