LA RESIDENCIA
A
mi buen amigo Matías lo han metido en una residencia, los hijos todos ellos
trabajadores y con responsabilidades tremendas, que exageran, a la hora de
hacerse cargo de una persona mayor y que comienza a manifestar cierto grado de
demencia. Uno de esos días primaverales, de los que apetece salir a pasear,
pasar el día fuera de casa, he decidido ir a visitarlo. ¡No veas lo contento
que se ha puesto cuando me ha visto…! Me lo he encontrado sentado delante de
una gran cristalera, con el periódico sobre una mesita de mimbre, hablaba solo
a media voz, señalando no sé muy bien qué de una de las páginas del periódico
local. ¡La madre que me parió…! ¿Qué haces
tú aquí, no me digas que también me vienes a hacer compañía? No Matías, solo he venido a hacerte compañía
un rato hasta la hora de la merienda, a las seis sale el bus de vuelta a mi
casa, pero no podía dejar pasar esta oportunidad, somos amigos de toda la vida,
¿recuerdas…? Hombre, claro que no lo he
olvidado.
Me
dio un poco de pena, verlo en esas circunstancias, hizo que mi corazón llorara
por dentro. La residencia es una pasada, todo está impoluto, la gente que aquí
trabaja son amables, hasta dos señores que parece que están exclusivamente
pendientes de los enfermos o residentes, son como armarios empotrados, imaginaba
que serían necesarios en determinadas ocasiones, al contrario de mi amigo de
Matías que es un palillo, poco más de sesenta kilos, siempre fue igual de
delgado y de peleón, recuerdo haberle pegado una paliza a un tío, que pesaba
sobradamente el doble que él, porque se metió con su novia, la que con el
tiempo fuera su mujer, que ya falleció.
Hablamos
de diferentes cosas, procuré recordar con él acontecimientos que recordara,
hasta el momento todo iba como una seda, el momento en el que echando marcha
atrás, traté de recordarle que su mujer era mi hermana… estalló como una
pequeña bomba, tiró el periódico, insultó sin razón alguna al hombre que estaba
a su lado, se abalanzó sobre mí, uno de los gigantes lo sujetó con cuidado, se
lo llevó a su habitación hablando por una pequeña emisora que llevaba en el
bolsillo.
A
los cinco minutos salió una enfermera, me dijo que para hoy ya no podía recibir
más visitas. Se interesó por saber quién era yo. Le expliqué que éramos amigos
de la infancia, ella me contestó que había momentos en los que los recuerdos le
afectaban demasiado. La próxima vez que
venga usted, trátelo como si fuera uno más de los residentes, es lo más
recomendable, si es preciso le dice que usted está en la habitación número
trece por ejemplo, al minuto se le olvidará.
No
tuve oportunidad de volver a verlo, lo cambiaron de residencia, se conoce que
entró en una fase más grave de la enfermedad, los hijos no creyeron necesario
mantenerlo allí, costaba un dineral cada mes, ellos se hicieron casas mejores,
en urbanizaciones de lujo cerca de la capital. Si ni sientes ni padeces, da lo
mismo que te metan en un pozo, será siempre lo más cómodo, no sabes, no
experimentas sufrimiento.
Esta
circunstancia me recordaba de vuelta a casa, un reportaje de televisión, en el
que una reportera, era guiada por una familia que vivían en un cementerio, los
dueños de las tumbas y pequeños mausoleos, los dejaban vivir allí, con el fin
de que cuidaran de sus parientes muertos.
¿Y vuestros cuatro hijos… dónde fueron concebidos? Aquí señalaba el hombre, el techo de la
tumba donde estaban enterrados los más viejos de la familia. Luego cuando ya tuvimos a nuestros hijos, la
familia nos dejó techar esta parte entre las tumbas, para que pudiéramos vivir
todos, dormimos y vivimos todos juntos, pero por lo menos estamos todos en el
mismo lugar. Por la noche la policía cierra las puertas a determinada hora,
estamos seguros, no nos podemos quejar, los niños por la mañana van a la
escuela, y yo salgo a buscarme la vida, recojo materiales que otros desechan y
me voy a la otra punta de la ciudad para venderlos. Unas veces gano más y otras
menos, para arroz y maíz, y algún que otro pollo al mes, tenemos lo suficiente.
Se
debe hacer todo lo posible por los vivos mientras estos respiran, se les tiene
que querer, amar, ellos lo habrían hecho por nosotros, si estuvieran vivos. Aun
la demencia, no es motivo para descalificar a nuestros mayores, verlos como
seres inferiores, inservibles, ajenos a la vida, son seres humanos y por esa
misma razón les debemos todo lo que se pueda hacer por ellos. Mi amigo Matías
estaba entrando en una fase sin retorno, cierto, pero un escalofrío me recorrió
la espalda, cuando pensé en lo que sería de mí, sí me llegara una circunstancia
parecida, con una pensión de setecientos euros… ¿Dónde iría a parar en un caso
parecido al de mi amigo Matías?
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