EL PRIMER CAFÉ DE LA MAÑANA
Con
un poco de leche sin lactosa y descafeinado. Seguro que hay más de cuatro que
al leer esta breve introducción piensa que para eso vale más la pena tomarse un
vaso de agua caliente del grifo, pues oye, tampoco es tan mala idea, durante
años mi madre ya fallecida, tenía la costumbre de tomarse un vaso de agua
caliente en ayunas, y a renglón seguido, una cucharada sopera de aceite de
oliva. Lo cierto es que no recuerdo qué médico le recomendó esta especie de depurativo,
porque eso no tiene otras trazas de ser más que eso, un depurativo.
A
lo mejor siguió el consejo de alguien que le dijo que eso era lo mejor para el
cuerpo, ¡yo que sé!, pero sea quién sea quién le sugiriera esa mezcla, a lo
mejor le hizo algún bien. Mi madre era toda una señora de inagotable energía y
fuerza, tenía para todo el mundo, ayuda, sugerencias, ideas… no era una mujer
cualquiera. Llegué a pensar que aquel “primer café del día que ella hacía”, era
un inmunizador contra plagas, ¡ve a saber tú lo que llega a preparar dentro del
cuerpo una mezcla balsámica o explosiva como aquella!
En
cambio, solo durante los fríos meses de invierno, yo y mi padre que para
entonces trabajábamos juntos en el mismo taller mecánico, salíamos de casa,
doblábamos la esquina y en el bar Angeleta, nos pedíamos una barrecha, eso es
un pequeño vaso de cazalla con coñac barato, oye salíamos de allí que
parecíamos Superman sin capa, pero nos daba la gasolina necesaria, para hacer
pasar el frio y recorrido hasta el taller. Yo no imaginaba ni de largo que
aquello era una bomba para el hígado el estómago que había estado toda la noche
reposando, esperando que por la mañana le echaran algo de alimento.
El
desayuno llegaba a eso de las nueve y media, veinte minutos para desayunar al
lado de la forja de la fábrica, engullendo, no podíamos hacerlo de otro modo,
el bocadillo que necesitábamos masticar con cuidado, para una buena digestión. Ya
el resto del día, transcurría con toda normalidad dentro que lo entonces se
entendía normalidad, la hora de la cena era la mejor, madrugábamos bastante, en
consecuencia las cenas eran ligeras y la hora de acostarse temprana, a mucho
estirar, a las diez, todo el mundo a la piltra. El trabajo entonces era duro, y
más en los talleres donde trabajábamos nosotros, mi padre y yo, los motores
eléctricos tenían una gran competencia, pero los nuestros, eran un tanto
especiales, llevaban frenos instantáneos.
Cuando
un prototipo de estos se comercializaba, todos nos felicitábamos, era un logro
común. Mi padre argumentaba que si no tomáramos barrechas, las cosas no
hubieran salido tan bien, lo cierto es que con aquel primer café de la mañana,
el nuestro me refiero, no nos podríamos haber enfrentado a los desafíos del
frio y el trabajo en sí, nos inducía a movernos, como auténticos velociraptores
del jurásico.
Extraño
a menudo a mi padre, también a nuestros cafés de primera hora de la mañana,
ahora no es más que un recuerdo, pero en su día, era el incentivo para echar a
andar al trabajo.
----------------------------
No hay comentarios:
Publicar un comentario