GATO VIEJO
Mira
chico, yo ya soy gato viejo, no creas que nadie me la pega así como así
¿entiendes? Eso que se lo digas a un pardillo de estos que van por la vida
perdidos, pues vale, ¿pero a mí… de qué moreno? Mira vale más la pena que
desaparezcas de mi vista antes de que arranque las tripas.
El
chaval se ganaba unos eurillos, vendiendo cordones de oro solo en apariencia,
sería algún baño que le daba algún espabilado de la vida a trenzados de cobre,
digo yo, te colgabas aquello y parecías todo un señor, lo mismo que los pilucos
que llevaba en ambos brazos, y que decía que eran Rolex auténticos, a
trescientos euros. Terminaba vendiéndolos por sesenta o setenta, esa era su
vida, el trapicheo del que vivía. Cuando se acercaba la hora de volver a su
casa, los artículos que vendía casi los regalaba, eso lo hacía sino quería que
su padre, lo corriera a palos con la vara de avellano ya abierta de la punta,
de tanto trajín que llevaba en las costillas de Blas.
¡Cómo
no traigas mañana trescientos euros limpios de polvo y paja… te vas a enterar
hijo puta!
Con
la resonancia de esas amenazas se levantaba cada mañana, eso y las carreras que
hacía delante de la policía cuando lo veían. Blas tenía la ventaja de que
corría como un gamo, saltaba entre las cancelas de las torres de apartamentos,
se escabullía entre la gente, era genial, y todo esto sin perder ninguna
mercancía, ¡eso tenía un mérito…! En verano las cosas le iban mejor, el turismo
y el hecho que no estaba en ninguna parada de mercadillo, le concedían cierta
ventaja sobre los vigilantes.
Su
padre es un borracho de los de tomo y lomo, la madre no puede más que estar en
casa, cuidando de su hija de doce años afectada de una dolencia cerebral, no es
que sea retrasada del todo, entiende lo que oye a su alrededor, sonríe cuando
la acarician, sabe dar besos y hasta en cierto sentido, dibuja, a su manera,
las cosas que se le pide que haga, árboles, casas, animales…
Cumplidos
los diecisiete años desapareció, nadie sabía dónde estaba. La madre no lo
lloró, creo que entendía que ya no tenía edad para seguir recibiendo varazos de
su padre, este lo maldecía de día en día, aunque eso no hizo que Blas volviera
a su casa. Tuvo que salir a buscar trabajo, y eso lo llevó a la cárcel. La
policía andaba tras una red de ladrones de cobre, tardaron casi un año en
reunir pruebas para dar caza a la banda que se dedicaba a robar, lo sentenciaron
a pasar dos años en la cárcel de Cuatre Camins, aunque los últimos seis meses
los pasó en la enfermería, lo habían apuñalado tres veces, una de ellas le
sacaron parte de los intestinos, eso le pasó por chivato.
Mientras
tanto, la madre, recibía de manos de una vecina, un sobre con algo de dinero
para pagar el alquiler y pequeñas compras que Blas le hacía llegar por medio de
Olga, la amiga de su madre.
“Madre
no te apures por mí, estoy trabajando en un restaurante, no te digo donde
porque no quiero comprometerte, mi padre se podría enterar y las cosas se
podrían poner más difíciles para ti, te quiero mucho madre, a Adela bésala de
mi parte. No te preocupes por nada, mientras siga trabajando no te faltará
nada. Un beso y un abrazo grande de parte de tú hijo Blas”
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