EL CONSOLADOR
¡Es
maravilloso… único, sencillamente fenomenal! A lo mejor alguien se imagina que
estoy hablando de las maquinitas esas que les llaman juguetes sexuales… pues va
a ser que no. Del consolador del que os voy a hablar es de un tipo, sí, un
hombre que tiene determinadas características que hacen que sea un consolador
perfecto, entendiendo por perfección, lo que una persona pueda hacer del mejor
modo posible, claro está.
Pongámosle
un nombre, por ejemplo Remigio, al fin y al cabo es solo un nombre anónimo, da
lo mismo darle un nombre u otro. Ojo al dato, de quién os hablo a continuación
es un hombre real, no es un personaje inventado.
Remigio
tiene mucha mano con las mujeres porque es peluquero, a él no le gusta que le
llamen peluquero sino estilista, bueno… le dije un día, es lo mismo chaval. No,
porque no me dedico a hacer pelucas soy estilista, solo tienes que ver cuanta
clientela tengo en el local. Vale, pero en el rótulo de la entrada, se lee Peluquería,
¿a cuántas mujeres ves tú por la calle que digan que van al estilista...,
ninguna? Mira le tendrías que ver como las maneja, no las tijeras sino a las
mujeres, claro es de cajón, son clientas fijas casi todas, que por circunstancias
del lugar donde viven que es una urbanización, eso sí, muy bien urbanizada,
hasta el punto de que parece una ciudad en miniatura, van semanalmente a
visitarlo por necesidad, para peinarse y colorearse el pelo, hacerse
permanentes o solo para pasar el rato, a la mayoría de esas mujeres no les hace
falta tanta peluquería.
Así,
casi en broma, se conoce todos los oscuros secretillos de las clientas, no de
todas naturalmente, pero de unas cuantas sí, ¡he y tela que secretos le cuentan!
Unas le cuentan asuntos relacionados con su vida amorosa, con sus maridos unas,
y otras con amantes provisionales, que salen al paso, al verlas con esos
peinados y colores de cabello tan bonito. Algunas le confiesan que se peinan
así o asa para provocar, en consecuencia se visten de determinada forma y
manera para que se fijen en ellas. No me gusta ser así como soy, le dicen, soy
así porque estoy insatisfecha, que quieres que te diga, eso sí, yo no me meto
en la cama con cualquier tío, me tiene que gustar y que sea más joven que yo.
Estoy en edad de merecer, no tengo tantos años como aparento ¿a que no? Que va…
si no te conociera ¡te echaba unos piropos que te cagas! ¡Ala que bestia tú
también! De verdad Cristina, porque estoy trabajando que si no…, en voz baja,
te echaba un polvo que lo fliparías. No te atreverías… ¿Qué no? ponme a prueba y
verás tú. Que si lo dices en serio… esta semana porque tengo la regla, pero la
semana que viene vengo y quedamos, pero en tu casa ¿vale? Venga, no te
arrepentirás que yo soy de los que repiten un par de veces en media hora.
Cristina
ya sale de la peluquería relamiéndose. Remigio mueve la cabeza sonriendo y
piensa, que ya que tiene un oficio difícil, lo menos que puede hacer, es
aprovechar las ocasiones de ocio que le proporciona. Sería un tonto del culo si
no lo hiciera, soltero, con una casa que es casi un palacio, y el negocio que
le funciona a las mil maravillas, ¿Qué más puede pedir? Hay más Cristinas y
unas cuantas Paquitas que esperan ser atendidas y consoladas por Remigio,
parece una gasolinera el muy cabrón, pero no se le puede reprochar nada. Las
Paquitas son mujeres algo mayores que él, las tiene clasificadas así, las
Cristinas que están más buenas que un queso, y las Paquitas, que están de muy
buen ver, pero que pretenden ser más de lo que en realidad son. Con todo y con
eso, él está de acuerdo en escucharlas y consolarlas, no siempre las invita a
su casa para el ñaca, ñaca, también las invita a cenar o a comer dependiendo
del día que sea.
Hay
una cosa que respeta ante todo Remigio, con las chicas del trabajo, que hay que
verlas también…, con ellas nada de nada, trabajo es una cosa, consolar, que las
consuelen sus padres cuando van a visitarlos. Hombre… todo tiene sus límites, y
lo que no va a hacer, es meterse en pozo de serpientes, eso nunca. Con la gente
que trabaja para uno hay que mantener las distancias, estimularlos cuando es
necesario, reprenderlos cuando se pasan, pero ahí se acaba todo.
Te
digo sinceramente que si pudiera, yo haría lo que él, me aclaro, no soy
estilista, no me peino porque llevo la cabeza afeitada, ¡o, que placer lavarte
la cara y a la vez, la cabeza…! No, que lo que quiero decir es, que para lo
demás, me presento voluntario. Pero ya sé que no tendré futuro, por lo menos
con las clientas de Remigio, donde esté él como consolador que se quiten los
demás, en serio.
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