CIERRO LOS OJOS… Y AHÍ
ESTÁS TÚ
Me
costó al principio poder lograrlo, cada cual llevaba su vida, en ambos casos
habíamos escogido el camino que nos pareció el apropiado. Quedaba la esperanza
de que en algún momento de la vida, nos volviéramos a encontrar. Es la última
frase que salió de sus labios… “Si alguna vez necesitas algo de mí, ven y lo
tendrás”.
Después,
con el paso del tiempo nos volvimos a encontrar, después de muchos años, de que
la vida nos vapuleara de aquí para allá, y debo decir que ese encuentro fue el
más maravilloso recuerdo que tengo de ella. Para entonces estaba muy malita,
sus ojos lo reflejaban, el porte nunca lo perdió, era toda una señora, ya se
sabe lo que se dice… Quién tuvo retuvo y guardó para la vejez. De manera que
para mí, era aquella joven mujer con la en su día contraje los votos del
matrimonio.
Ahora
sabiendo que ya no está entre nosotros, solo debo cerrar los ojos y verla, no
me viene a la mente algunos de los disparates que juntos hicimos, no recuerdo
los celos que en ocasiones me producía el verla bailando con otros, recuerdo su
risa como si la escuchara por primera vez, recuerdo la dedicación que tenía por
todos nosotros, y la aversión que sentía por su madre que no nos dejó vivir
nuestra vida como era debido.
Solo
recuerdo su figura, sus cabellos sueltos sobre sus hombros, su carisma y la
antipatía que se cerraba en torno a ella, que estaba seguro que era fruto de su hermosura. Una terrible
enfermedad se la llevó de entre los brazos de sus hijos, de los suyos, por los
que tanto luchó, quizás en ocasiones, de forma equivocada. Por mucho que
alguien hubiera querido rectificar aquella conducta excesiva de protección,
nadie lo hubiera podido conseguir, era más que una idea, un sentimiento
profundo, que la embargaba hasta límites insospechados.
Cierro
los ojos y es así como la veo, bañándonos todos en el rio, o en la playa,
secándose al sol esperando que este se pusiera por el horizonte.
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