INOCENCIA
Hay
dos fases en la vida donde se manifiesta esta virtud, la niñez y la vejez. ¡Míralo… se pasa ahí sentado todo el día como
si fuera un niño! Está hablando de su padre, el hombre ha dejado de ser
independiente, ya no fuma ni bebe como cundo era joven, tampoco va de juergas
por mucho que le estimulen las personas que forman parte de la residencia,
donde vive desde hace algunos años.
Igual
que cuando era niño, lo mismo, entonces no hacía más que ensuciar pañales,
comer alimentos apropiados para que tuviera buenas digestiones, y dormir, otra
de las claves para su crecimiento, las madres se enfadan cuando llega alguien a
su casa, con el afán de ver al niño o niña despierto, haciendo pucheros, mordisqueando
juguetes hechos adrede para los bebes.
Igual
de inocentes son unos y los otros, los mayores solo tienen una pequeña ventaja,
si es que se acuerdan, que tienen todo un bagaje de vida recorrida, que a los
pequeños todavía les queda por recorrer. Durante la niñez, los hijos son
nuestra responsabilidad, cuando son mayores siguen siéndolo, ni siquiera hay
cambios sustanciales en este aspecto de la vida. Aunque aquí hay que ser
sinceros, mientras son pequeños, nos hacen gracia, comienzan a hablar, a
caminar allá por el primer año de sus vidas.
Pero
cuando se hace anciano, aunque siga siendo inocente como un niño, nos estorban,
los arrinconamos como muebles caducados, que no procuran más que polilla. No
nos importa mucho llamarlos por teléfono, saber cómo están, unas visitas
necesarias en días de fiesta, cumpleaños, navidades aquellos que las celebren,
y poco más.
¡Con
lo inocentes que son… y sin embargo nos parece que sean seres con algún tipo de
contagio! No merece la pena que lo
visitemos, si ya… ni nos recuerda el abuelo, ha perdido la memoria, tiene Alzheimer
y no reconoce a nadie. Ciertamente, la inocencia también se paga.
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