SIETE POR SIETE… ¿TREINTA
Y CINCO?
Creedlo,
yo eso lo he experimentado montones de veces, he y no solo con críos que están
estudiando en colegios de bachilleres o liceos que además son carísimos,
también hay mucha gente mayor, que están acostumbrados a que los resultados se
los den las maquinas o los ordenadores, que no deja de ser una máquina. Una vez
le preguntaron a un empresario español de los más ricos que hay en el mundo…,
hombre ha salido en la revista Forbes y tiene una marca de ropa reconocida en
toda la tierra, se codea hasta con presidentes de estado el tío, me parece que se
llama como un jugador que tenía el Real Madrid años ha, bueno ahora no me
acuerdo, da igual.
Si
le compro este modelo que sale por seiscientos euros, digamos que trescientas
mil unidades… ¿Por cuánto me las podría dejar como último precio? El empresario
ante el estupor del comprador, comenzó a contar con los dedos de ambas manos;
lo hizo dos o tres veces, al final le
dijo al comerciante… mire consúltele a
mi contable, es ese de la pajarita de puntitos.
Esa
es la razón por la que los educadores, se esfuerzan tanto en insistir que los
alumnos por lo menos sepan contar, porque cuando sales del colegio, ya se nos
exige saber, que es lo que hacemos con lo que llevamos en los bolsillos, de
dinero quiero decir, porque hay quién lleva los bolsillos llenos de todo menos
de dinero, y de dinero bien ganado, la mayoría no llevan ni un triste euro. He
conocido gente que saben poner precio a las cosas, pero con la necesidad de
pesarlas antes, ahí no valen tablas de multiplicar o dividir. Tanto pesa, tanto
vale… ¿te mola o lo guardo otra vez? venga decídete, no te doy ni un segundo
más.
Hay
que saber contar, no digo la gente que cabe en un estadio de fútbol, estos se
cuentan solos por las entradas que se venden, pero saber contar en el sentido
de lo que cuestan las cosas… eso sí que hay que saberlo. Hay gente que nos les
importa lo que les cueste algo que les guste, y no es que siempre sean personas
con una economía saneada, sencillamente prefieren dejar de comer, o llevar a
sus hijos con prendas de mercadillo, pero ellos ir a la última.
Esas
son las que cuentan, siete por siete treinta y cinco, aunque se tengan que
sacrificar en usar perfumes carísimos, o prendas y complementos de importación.
Eso lleva a la ruina total, cuando cualquier revés en la vida, les priva de
tener aquello a lo que se han acostumbrado a través de años, se frustran, dejan
de ser personas normales. Así es como se ven a sí mismos, como gente anormal,
que no encajan dentro del mundo que los rodea, ¿Por qué es así esto? Es sencilla
la respuesta, hasta ayer, estaban por encima de los demás, ahora son del
montón, de esas personas que se ven obligadas a visitar con más o menos
frecuencia, los mercadillos que conocen para convidarse a sí mismos, y lucir
unos zapatos con tacón bien alto y falda bien corta.
No
hay que engañarse, las mujeres son el mejor reclamo para los vendedores
ambulantes, a ellas van dirigidas las miradas de los que exponen sus productos. ¡Marujas… mirad que he traído hoy para
vosotras, mi mujer me ha dicho que trajera esto que veis a este mercado, y
mírala que guapa va ella, venga que se me acaba el género…!
Nada,
lo dicho, siete por siete treinta y cinco.
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