EL SILLÓN DEL DESVÁN
Un
amigo me propuso un día, que me daría un dinero si le limpiaba el desván.
Tenían un niño pequeño y necesitaban espacio para que pudiera jugar sin
peligro. Mira, tú vas seleccionando
todo aquello que veas que sea útil, y que no sea peligroso para Igor. Si por
algún motivo ves algo que dudes tirar, se lo dices a Montse, ella te dirá lo
que debes hacer con ello. Cuando Ramiro se puso a la tarea, venía preparado con
un mono de trabajo, y una gorra de visera, Montse le abrió la puerta y después
de tomar un café, juntos, lo condujo a la puerta tras la cual estaba el
desván. Pero si parece que lo hayáis
limpiado ayer, está todo limpio como la patena.
Sí
en esto no queremos ser descuidados, con el niño en casa, hay que tener todo
tipo de precauciones. Eso es cierto,
nunca se sabe dónde puede haber cualquier cosa escondida, alguna araña es fácil
encontrarse, están por todas partes, y las hay que son minúsculas que casi no
se ven hasta que no estás a un palmo de ellas. Este suelo de madera está muy
bien, de roble… muy guapo. Bueno aquí
te dejo, tú verás ya me irás diciendo si tienes alguna duda, pero ya ves, la
mayoría de cosas son todas para tirar.
Ramiro
tiene un puesto en un rastrillo, a menudo se encuentra con cosas que la gente
va a tirar y con un pequeño retoque y pulimento, se venden bien, son cosas
antiguas que como en este caso en el desván que le han encargado limpiar,
pueden servir para sacarse unos eurillos. Tiene unos relojes de sobre mesa que
son magníficos que funcionan perfectamente, pero le cuesta venderlos, porque la
gente se cree que son meras imitaciones. ¡Vamos hombre… ni que yo fuera uno de esos chinos que venden chismes en los
bazares!
En
el desván no hay nada de eso pero bueno… hay mucho que buscar, que mover de
sitio y de clasificar por decirlo de algún modo. Va separando el grano de la
paja, eso para él es dejar de lado todo aquello que está apolillado o que no
tiene arreglo, sillas tapizadas que ya han perdido el terciopelo del asiento.
Es curioso, Ramiro cuando va a los sitios a seleccionar y limpiar desvanes, se
entretiene un montón, se imagina a quienes pertenecieron esos muebles,
mecedoras en las que ve sentadas a mujeres mayores haciendo calceta, con los
pies arrimados a un brasero de carbón. Eso le ayuda a darle valor a las cosas,
o a quitárselas, según lo que sea.
En
un lado del desván, tapado con una lona, aparenta haber un gran cuadro, se
acerca a él y va tirando poco a poco de la cubierta. ¡Guauuu, madre mía, pero
si este cuadro es una maravilla! De estilo renacentista, con unos colores y
contraluces que podrían presidir el mejor de los despachos de un ministro, sin
duda es obra de un maestro, pero ¿de quién?, el marco es fantástico, de madera
tallada a mano y policromada. Lo vuelve a cubrir con cuidado, sin duda alguna,
saben que está aquí, y también saben el valor que tiene.
El
cuadro no se va a mover de su sitio, hacen falta como mínimo dos personas para
hacer que el cuadro salga del desván, si es que se lo vendieran. Sigue mirando,
en un lugar alejado de la luz que entra por el tragaluz del techo de la casa,
observa como si fuera un trono, también tapado esta vez con un gran plástico
duro, espeso, lleno de polvo. Otra maravilla, que lejos de parecer un sillón
antiguo, es solo un sillón, antiguo eso sí, pero solo un sillón. Tapizado en
color burdeos y todo él tallado a mano, hasta las patas que parecen solo rozar
el suelo, sencillo pero enormemente elegante.
Ramiro
sale del desván y llama con delicadeza a Montse, quiere que sea consciente de
lo que acaba de encontrar, y dicho sea de paso, que estaría dispuesto a comprar
por un precio razonable algunas de las cosas que ha encontrado en el
desván. Ha no, de eso nada, tú limpias
lo que sea necesario, nosotros tenemos otro tesoro que atender, Igor es lo que
hemos estado esperando durante mucho tiempo, lo demás no nos importa nada. Lo entiendo pero me gustaría que tu marido
estuviera de acuerdo contigo, no quiero llevarme nada de aquí sin que Saúl lo sepa. No temas nada, fui yo quien le sugerí la limpieza, y me dejó
encargado que era cosa mía que se quedara este espacio diáfano, como
seguramente lo sería en un principio, nos urge que se limpie a fondo, se pinte,
y si es necesario cambiar el suelo para que Igor tenga un buen recuerdo del
lugar donde se crio y jugó cuando era pequeño, eso es lo que nos lleva a
limpiar el desván.
Desde
luego este niño era afortunado de tener unos padres así, que fueran capaces de
desprenderse de todo, con tal de hacerle un espacio exclusivo para él. Lo extraño
de la situación era, que no había visto
al niño, no se le oía llorar, no se veían prendas del niño. Seguro que la madre
tendría un cuidado especial con esta criatura recién llegada al mundo, además
¿a él que le importaba el asunto de la criatura?, lo habían contratado para que
limpiara el desván y no para hacer preguntas, además Ramiro no era de hacer
preguntas, parco en palabras, era un personaje bastante solitario que dialogaba
poco con las personas. Abandonado en un orfanato a la edad de dos años, se
había criado a base de gritos y golpes, de pescozones y castigos, cuando pudo
se escapó de allí y andorreó por las calles, de acá para allá, hasta que
encontró un poco de calor a los diez años, en la trastienda de un carpintero
que lo acogió, estuvo viviendo, y de paso trabajando cerca de aquel artista
ebanista que poco a poco le fue enseñando técnicas para trabajar la madera,
hacer trabajos inimaginables de talla con maderas especiales.
El
tercer día, tenía su viejo furgón aparcado en la parte trasera de la casa, tomó
medidas del cuadro y dispuso un lugar para aquel marco, que previamente
envuelto en mantas y bien atado, se dispuso con ayuda de un vecino a sacarlo de la casa. Debemos tener mucho cuidado con este cuadro
es un encargo con el que hay que tener mucho cuidado, sin saber el vecino si
era suyo, o solo lo iba a transportar. Ya puedes marchar a tu casa, gracias
luego hablamos, a estos señores no les gusta que anden por la casa gente
extraña. Vale lo que tú digas Ramiro,
luego pasa por casa. Cuando Ramiro volvió de nuevo al desván, a falta del
cuadro, se fijó en el rincón de la izquierda, allí faltaba algo, habían
arrastrado algo por las tablas del suelo, y se conoce que era pesado, ¿quizás
una caja de madera…? Luego señales de ruedas de goma, algo se llevaron de allí
antes de que él llegara, no se preocupó por el asunto, tenía mucho trabajo que
hacer y esta vez, él solo.
Tenía
medido cada pequeño espacio de su vehículo, para aprovechar el viaje al máximo,
de manera que fue cargando con sumo cuidado cada cosa en su lugar, atándolo
todo bien con el fin que no se moviera nada
de su lugar ni sufriera golpes. Terminado el encargo, Ramiro se acercó a
la casa al cabo de unos días, quería dar las gracias a la familia por su
amabilidad, solo eso. Llamó a la puerta en varias ocasiones pero nadie
respondió, sin embargo el coche del señor Saúl estaba aparcado en la rampa del
garaje. Eso le inquietó y fue bordeando el jardín delicadamente cuidado, hasta
llegar a un pequeño ventanuco que daba al desván.
Se
quedó helado cuando contempló aquella escena, dentro del desván estaban ambos
padres con un muñeco autómata que lo manejaban a base de manivelas, este a su
vez, abría los ojos, los cerraba, se ponía de pie o andaba a cuatro patas, todo
eso movido por una magnífica maquinaria que parecía estar perfectamente
engrasada, en consecuencia, en perfectas condiciones. Ramiro se rascó
la cabeza después de sacarse la boina, se marchó haciendo un gesto difícil de
imaginar lo que pensaba en aquel momento.
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