miércoles, 18 de noviembre de 2015

EL COCHE FÚNEBRE

                                                                 EL COCHE FÚNEBRE

Hola, buenos días doctor…   Pase, pase y siéntese, póngase cómodo. A ver, primero me va a ayudar a hacer un pequeño historial, de usted naturalmente.  Pues mire usted, eso me resultaría muy difícil.   ¿Y eso por qué?   Fácil, porque yo no existo…   Vamos a ver, me está usted diciendo que no existe, bueno, ¿y cómo ha llegado usted a esa conclusión?   Coño, voy por la calle y no me veo…    ¿A que se refiere usted con esa última frase que acaba de decirme, que no existe porque no se ve?   Me explico; sí que me veo, pero siempre detrás de un coche fúnebre de esos de caballos, de esos carruajes negros cuyos caballos van enjaezados con unas plumas negras en la cabeza, cortinas también negras de raso, sin acompañantes naturalmente, voy yo solo, acompañándome a mí mismo.
Al médico le comenzaba a temblar el pulso un poco, escribía a mano sobre un gran cuaderno de espiral sin cuadricular, escribía algo que solamente los médicos comprenden, a no ser que alguien más sepa taquigrafía, de los pacientes me refiero. El hombre escribía, y a su vez el paciente se encogía cada vez más en su silla, se recogió en sí mismo, primero doblando las rodillas debajo del asiento, luego comenzó a mirar a su alrededor con temor.
El psicólogo levantaba los ojos sin mover la cabeza del cuaderno, quería observar la reacción del paciente, mientras, el paciente lo observaba a él, para ver si se apercibía del terrible problema que lo preocupaba. Hasta entonces, el psicólogo no se había dado cuenta del problema que había llevado a aquel hombre a su consultorio; se levantó lentamente de su asiento, una cómoda butaca de piel con apoyabrazos y hasta apoyacabezas. La sala bien iluminada, no reflejaba sombra alguna de la persona que allí estaba para ser atendida, el psicólogo dio un golpe al respaldo del asiento del paciente y este cayó al suelo, la silla estaba vacía.
¡Oiga que pretende que me rompa la crisma…!    Pero si usted no existe, su persona no emana sombra alguna…    Sus huevos no emanan sombra, ¡será berzas el tío este!
Al cabo de un minuto escaso, apareció en la consulta una doctora bastante alta, que después de saludarle y darle los buenos días, se abrochó la bata de un color ligeramente azulada y le preguntó al enfermo…   ¿Qué me cuentas hoy Darío…, ya ha llegado tu familia para acompañarte al entierro?    No doctora, y no se crea que no estoy preocupado, a lo mejor… les ha podido pasar algo por el camino, aunque en honor a la verdad, poco me importa que lleguen o no.   ¿Y eso por qué?   Ya sabe… comienzan a decir de uno que si uno está igual o hasta más guapo que cuando estaba vivo, yo oigo eso de mí si estoy allí en el velatorio… vamos… les digo   Cabrones, como voy a estar más guapo si estoy muerto, pero bueno… ¿sabe que tampoco me importa mucho lo que opinen de mí en ese aspecto?  
“El muerto al hoyo, y el vivo al boyo”,  ¿puede usted creer que me gusta esa frase hecha? Es la puta realidad, con tal que me lloren quienes yo desearía que me  lloraran, tengo suficiente. Joder que tarde se me ha hecho, tengo que ir a ver ahora que ha salido el sol a mi sombra, la muy perra hace ya unas cuantas semanas que me falta de casa y no me ha dado explicaciones… ¡me cago en la leche, tiene que estar uno en todo!

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