CRECE LA
HIERBA DEL CAMINO
El tránsito de tartanas y carros, de bicicletas y algún que
otro coche, lo mismo que el autobús semanal, que visita cada semana el pueblo
dos veces, trayendo y llevando gentes de acá para allá, hacen, que el camino,
esté bien compactado. Una pequeña cresta de hierba en el centro del camino, que
no pisa nadie por no ser necesario, sirve de guía a vehículos y personas.
A los lados, zarzas y arbustos varios, un par de grandes
rocas con pinos detrás de ellas, como si buscaran su protección, delimitan el
camino, más de cuatro cuando se han cruzado en él, se han dejado la chapa de
los coches, al arrimarse. Todos usan el camino, es el único acceso necesario
para entrar o salir de Amistad, un pueblo casi perdido en la serranía.
Al final, cuando el camino se ensancha, sendos cipreses lo flanquean,
cual si de guardianes se trataran. Después de cincuenta años, los recursos de
vida se acaban para los habitantes del pueblo, lo primero que escasea es el
agua, ahí todo el mundo depende de los pozos artesianos que han excavado.
De las veinticuatro familias que vivían allí, ahora solo
quedan diez, los demás se han mudado a otros pagos, tierras más bajas quizás, más ricas para la labranza,
cambian de camino y de casa. Que sean mejores estos nuevos hogares… es
cuestionable, siempre como en todas las cosas, hay defensores y detractores, a
unos les parece perfecto lo que ha hecho sus ex vecinos, a otros, todo lo
contrario. Es una simple cuestión de opiniones, aunque hay unos pocos que
siempre ven con malos ojos, lo que los demás hacen, sea lo que sea y como sea,
ellos… siempre tienen razón.
Pero hasta los críticos, se tienen que rendir a la evidencia,
preparan los bártulos y se marchan como los vecinos a quienes criticaban tiempo
atrás. –Bueno…, es que con tan poca
gente, no merece la pena seguir aquí, uno se siente solo, después de haber
compartido toda una vida con los vecinos…, nos queríamos mucho. Mira, Elvira,
la de la casa que hay junto a la carnecería, ayudó a traer al mundo a mis dos
hijos, oye que era como de la familia.
Unos se excusan de una manera, otros de otra, el caso es que
el camino, está desapareciendo, cada vez circulan menos coches menos carros y
bicicletas, menos personas que vuelven a casa de los huertos que hay junto al
rio.
La hierba lo va cubriendo todo, poco a poco, como una
alfombra, que quisiera borrar las huellas de antaño, las zarzas de los lados,
las ramas que crecen sin dificultad, la cresta central cada vez más alta,
invita a las semillas que caen a los lados y que nadie pisa, a que fecunde la
tierra, pequeños tréboles se instalan, sabiendo quizás, que nadie los va a
pisar y que crecerán lo suficiente, como para dejar semillas nuevas antes de
secarse. La basta grama, que entre la tierra suelta sale a la luz, empuja con fuerza,
quiere aire, quiere agua, rocío, humedad que caiga hasta el centro de sus
pequeños bulbos, para que los tiernos brotes centrales salgan a recibir su
premio, ¡después de tanto esperar…!
El cabrero con su rebaño, su perro de lanas y dos gatos, son
los únicos habitantes de Amistad, sale a diario más que hacer pacer su ganado,
a pasear, por las vacías calles del pequeño pueblo.
-¿Te das cuenta Cauto?, y se llamaban amigos… tenía razón el
sabio cuando decía “No dejes crecer la hierba en el camino de la amistad…”, y
ahora mira, ni siquiera las cabras se acercan a comer de esta hierva lozana.
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