viernes, 8 de agosto de 2014

CRECE LA HIERBA DEL CAMINO


                                      CRECE LA HIERBA DEL CAMINO




El tránsito de tartanas y carros, de bicicletas y algún que otro coche, lo mismo que el autobús semanal, que visita cada semana el pueblo dos veces, trayendo y llevando gentes de acá para allá, hacen, que el camino, esté bien compactado. Una pequeña cresta de hierba en el centro del camino, que no pisa nadie por no ser necesario, sirve de guía a vehículos y personas.
A los lados, zarzas y arbustos varios, un par de grandes rocas con pinos detrás de ellas, como si buscaran su protección, delimitan el camino, más de cuatro cuando se han cruzado en él, se han dejado la chapa de los coches, al arrimarse. Todos usan el camino, es el único acceso necesario para entrar o salir de Amistad, un pueblo casi perdido en la serranía.
Al final, cuando el camino se ensancha, sendos cipreses lo flanquean, cual si de guardianes se trataran. Después de cincuenta años, los recursos de vida se acaban para los habitantes del pueblo, lo primero que escasea es el agua, ahí todo el mundo depende de los pozos artesianos que han excavado.

De las veinticuatro familias que vivían allí, ahora solo quedan diez, los demás se han mudado a otros pagos, tierras  más bajas quizás, más ricas para la labranza, cambian de camino y de casa. Que sean mejores estos nuevos hogares… es cuestionable, siempre como en todas las cosas, hay defensores y detractores, a unos les parece perfecto lo que ha hecho sus ex vecinos, a otros, todo lo contrario. Es una simple cuestión de opiniones, aunque hay unos pocos que siempre ven con malos ojos, lo que los demás hacen, sea lo que sea y como sea, ellos… siempre tienen razón.

Pero hasta los críticos, se tienen que rendir a la evidencia, preparan los bártulos y se marchan como los vecinos a quienes criticaban tiempo atrás.   –Bueno…, es que con tan poca gente, no merece la pena seguir aquí, uno se siente solo, después de haber compartido toda una vida con los vecinos…, nos queríamos mucho. Mira, Elvira, la de la casa que hay junto a la carnecería, ayudó a traer al mundo a mis dos hijos, oye que era como de la familia.
Unos se excusan de una manera, otros de otra, el caso es que el camino, está desapareciendo, cada vez circulan menos coches menos carros y bicicletas, menos personas que vuelven a casa de los huertos que hay junto al rio.

La hierba lo va cubriendo todo, poco a poco, como una alfombra, que quisiera borrar las huellas de antaño, las zarzas de los lados, las ramas que crecen sin dificultad, la cresta central cada vez más alta, invita a las semillas que caen a los lados y que nadie pisa, a que fecunde la tierra, pequeños tréboles se instalan, sabiendo quizás, que nadie los va a pisar y que crecerán lo suficiente, como para dejar semillas nuevas antes de secarse. La basta grama, que entre la tierra suelta sale a la luz, empuja con fuerza, quiere aire, quiere agua, rocío, humedad que caiga hasta el centro de sus pequeños bulbos, para que los tiernos brotes centrales salgan a recibir su premio, ¡después de tanto esperar…!

El cabrero con su rebaño, su perro de lanas y dos gatos, son los únicos habitantes de Amistad, sale a diario más que hacer pacer su ganado, a pasear, por las vacías calles del pequeño pueblo.
-¿Te das cuenta Cauto?, y se llamaban amigos… tenía razón el sabio cuando decía “No dejes crecer la hierba en el camino de la amistad…”, y ahora mira, ni siquiera las cabras se acercan a comer de esta hierva lozana.



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