UN CUENTO PARA VIVIR
Desde que comenzó a habitarse ese claro del bosque, la gente
que llegaba desde cualquier lugar, se quedaban perplejos. El sitio, un valle no
demasiado grande, espacioso, sin embargo para que las gentes que hacían un alto
en su camino, sin saber nadie de dónde venían, ni que destino llevaban en sus
mentes, se les antojaba un lugar ideal para quedarse a vivir.
Suficiente agua, pastos verdes y bien regados por la humedad
que cada noche caía en forma de rocío, piedra y madera suficiente para edificar
sus casas… un plan que parecía haber salido de una fábula, de un cuento.
Nadie mandaba sobre otros, todos por naturaleza, sabían de
modo inherente, que hacer y cómo hacerlo. Cada cual se dedicaba a hacer aquello
que sabía, una familia con un hijo de quince años se dedicaban a errar caballos
y mulas, otro estaba especializado en trabajar la madera. Vaqueros y pastores,
todos, a medida que pasaba el tiempo, establecieron lazos de amistad, con los
años algunos se casaron con hijos e hijas de sus vecinos, se emparentaban.
Construyeron un par de balsas para atravesar el rio, a la
vez que una iba a una ribera, la otra lo hacía en sentido contrario, por medio
de un sistema de poleas, tiradas por animales. Mercancías, pesca, leche, carne,
todo iba y venía a través del rio. Se ocuparon en hacer cómodos caminos para
que las caballerías y los carros, pudieran hacer el trabajo de modo más
plácido.
Ahora… asomaros a vuestro balcón, a la terraza que da a la
calle… escuchad el sonido del rio, está algo crecido ha nevado en las montañas
vecinas, chapotea abriéndose paso entre las rocas del lecho, ¿lo escucháis…?
Atended el ruido que hace el viento, cuando abanica cual si de una caricia se
tratara, la hierba que dentro de poco habrá que cortar con las hoces. ¡Mirad
cómo pastan estos conejos con los pequeños gazapos a su lado…! ¿No es
sorprendente?
Desde el otro lado del rio, antes de emprender mi camino
hacia el pueblo más cercano, vuelvo la vista hacia mi casa, está en un pequeño
cerro, dejo las pieles curtidas en el suelo, pesan bastante. ¡Que delicia ver
el humo que sale de las chimeneas de las doce casas que componen la aldea…, que
placer, tengo la sensación de haber hallado el paraíso!
Bueno… hay que echar a andar de nuevo, hasta la tarde noche
no estaré de vuelta, no quiero que mis dos hijos, con los aullidos de los lobos
y sin que su padre esté en casa, pasen miedo. Casi todos los que estamos en el
camino vamos de ida, es temprano por la mañana, todavía se perciben pequeños
bancos de niebla que decoran el bosque y sus alrededores.
No es lo mismo que lo que veis cuando camináis por vuestras
calles, humos apestosos, contaminación, caras serias hasta en los transportes
públicos, sean los subterráneos o los autobuses, trenes, sea el que sea. Vuestras
balsas de transporte no son más que meras imitaciones de lo que nosotros
usamos, a diferencia, eso sí, que la nuestra es silenciosa y adaptada a las
necesidades que tenemos. Veo a vuestros hijos, jugar en parques cerrados, con
columpios de colores, llenos de tierra sucia, que los perros raspan con las patas
traseras, después de haber defecado.
Llego al mercado… y allí me están esperando unos cuantos del
pueblo que compran mis pieles para hacer mantas o abrigos, llega el invierno y ahí
que abrigarse. Los cazadores que salen con la nieve alta, aprecian mis pieles,
escojo las mejores para estos menesteres. Llegan contentos a sus casas, traen a
lomos de su mulo, jabalíes o venados, alimento para el invierno. Otros vecinos
pescan salmones antes de que lleguen al rio, en la mar, navegan con sendas
barcas de remos, que el carpintero ha construido. Hay muchas cosas que hacemos
en comunidad, reparaciones de las casas de vecinos, construimos cuadras para el
ganado, nos ayudamos unos a otros… eso es muy bonito.
¡Ha claro… solo os hablo de lo hermoso que es vivir así,
cierto!, hay cosas no tan agradables, un par de vecinos que cambian parte de su
mercancía por licores, no tienen medida cuando lo toman, claro, eso no está
bien. Aun así, una cosa si te digo, cuando se les pasa el mareo, comenzando por
su propia familia, los ayudamos a que entiendan que no es cuestión de armar
barullos, que la aldea es un lugar de paz, si siguen por ese camino, la
sociedad los echará de la aldea. Por lo menos por un tiempo, las cosas siguen
en paz para todos, incluidas las esposas, que han recibido palizas por las
borracheras.
Creo que estos vicios son comunes entre vosotros también ¿no
es cierto? La diferencia estriba, en que los vecinos los ignoran, no quieren
meterse en líos. No puedo imaginarme a sesenta familias, viviendo en el mismo
edificio, difícil, muy difícil debe de ser eso.
Y si el asunto está relacionado con drogas o visitas de policías, ni te cuento.
Juicios y abogados procuradores, papeles, condenas y cárceles.
En la aldea hay discusiones, ¡cómo no!, es hasta necesario
que las haya, pero más que eso…, se nos hace difícil de entender. Los jóvenes
en vuestro mundo se escurren de las manos de sus mayores, como agua entre las
cuencas de las manos, trabajáis mucho para tener ¿Qué en realidad, más cosas
que el vecino? La pobreza viene, no por las cosas que se necesitan, más bien,
por las cosas que deseamos, sin razón aparente.
Alguien nos ha dicho alguna vez, que nosotros, -en la aldea-, tendríamos que tener otra
apariencia. Me pregunto ¿a qué se refieren con esta concreción? Posiblemente se
refieran a cómo nos vestimos, que comemos, como son nuestras casas, cuanto
dormimos o cuando trabajamos. A todo esto, si es a eso a lo que se refieren,
puedo contestar solamente de un modo.
Tenemos un modelo de vida propio, vivimos dentro de un cuento, cuyas
tapas están llenas de colores vivos unas veces, dorados y rojizos, otras,
cambiamos las tapas de nuestro cuento a nuestro antojo, somos dueños de
nosotros mismos. Las últimas las hemos llenado de agua del rio que nos abastece
y nos ayuda a vivir de manera sencilla y transparente.
Cualquiera que quiera vivir esta experiencia, solo tiene que
cerrar los ojos y desear con todas sus fuerzas, en cuál de los dos sitios les
gustaría vivir. Quedáis todos, invitados a hacerlo.
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