LA
REVELACIÓN Cuarta
parte
Como cada temporada, Anabel encargó a la jardinería que se
encargaba de mantener el jardín y los árboles, que vinieran a limpiar las
palmeras, que las saneasen. En la jardinería nadie sabía nada, pero tenían el
teléfono intervenido sin darse cuenta. Quedaron con Anabel que comenzarían a
las diez de la mañana del día siguiente. El furgón con los tres operarios,
llegó a las nueve en punto, Anabel dormía, Rosa abrió la puerta e indicó a los
dos hombres, que le pasaban dos palmos, que estaba dormida arriba.
-No hagan ruido por favor, no creo que se despierte… pero
quién sabe.
-Gracias, ¿Rosa es usted verdad?
-Sí señor esa soy yo, ¡cuánto deseo que todo esto salga
bien! ¿Después me atarán verdad?
-También la tendremos que amordazar un poco, pero iremos con
cuidado no se preocupe.
-Bien, arriba pues, sigan por el pasillo a mano derecha, y
la segunda puerta a la izquierda, es su dormitorio. Por esa chiquilla, soy
capaz de cualquier cosa.
No van cubiertos con capuchas ni nada de eso, no le darían
tiempo a Anabel que les viera la cara. Todo fue efectuado de forma quirúrgica,
la envolvieron en la sábana, ella se revolvió pero ya tenía la cabeza tapada
con la sábana de raso azul, la boca cerrada con cinta de precinto y con una
navaja hicieron un desgarro para que pudiera respirar.
Uno de los grandes defectos que tienen esta clase de
personas, es que, no creen que nadie sea capaz de hacerles a ellos, lo que
hacen a los demás. Pura prepotencia supongo, el caso es, que Anabel estaba
recostada en el asiento de la combi de jardinería, y a los diez minutos, ya
estaba metida en una gran barca de pesca anclada en el puerto.
-Oye tío, esta zorra va en pelotas…
-Que se joda, que todavía no hace tanto frio.
-¿Y qué le daremos de comer, tendrá que desayunar no?
-¿Quieres no tocar más las pelotas? ¡Siéntate de una puta
vez joder!
-Mnnn,mmmm,mmm. El diálogo de Anabel.
Fuera de la barca, en la popa, el marinero llama a un
número, habla con Darío.
-Bueno jefe, esto ya está, ¿ahora qué hacemos?
-Pues preguntarle donde está la chica. Que no dice nada, que
se niega a contestar, le atas una cadena a los pies, y la amenazas con que, la
vais a tirar al mar. Le haces un corte entre la cinta de la boca y que hable,
uno de los tres comprueba si dice la verdad. Si es así, vuelves y me llamas de
nuevo.
-De acuerdo, ahora mismo vamos a ello.
-Vamos a ver vieja chocha, procura no engañarme porque
tenemos órdenes que estoy deseando llevar a término, ¿dónde está la chica?, te
voy a hacer un pequeño corte en la cinta para que hables, pero antes de eso,
escucha.
El chasquido del resorte de una navaja automática se le
metió en el cerebro, después lo sintió en el cuello, en horizontal. El tercer
hombre contratado ya estaba colocando la cadena a los pies de Anabel.
-Me parece que alguien va a hacer compañía a los peces….
-No, por favor no. Amanda está en Barcelona, la tienen
escondida en un piso cerca del Camp Nou.
-No lo has entendido, ¿dónde…?
-No lo sé, tengo que llamarlos por teléfono para darles
instrucciones.
-¿Qué les tienes que decir?
-Pues… es que ahora, las cosas han cambiado. Tendré que
hablar con ellos.
-Espera un poco ¿vale?
El marinero llama de nuevo a Darío, le comunica lo que acaba
de decirle Anabel.
-Pon el altavoz cerca de ella y escucha tú también…
-Vieja escucha lo que me dicen….
-¿Sabes qué?, tira mar adentro, y la tiráis por la borda con
los pesos convenientes.
-¡No por favor, eso no, por favor no quiero morir, por
favor… esperad!
-Vas a solucionar esto ahora mismo, ¿lo entiendes zorra?
-Sí lo juro, ahora mismo, solo marcad un número y estará
resuelto.
-No tan aprisa, hay algo más que debes hacer.
-¿Qué es?
-Después de soltar a la chica, cuando esté de vuelta en un
taxi sola en la puerta del lugar donde la habéis raptado, darás órdenes para
que todo lo que tienes en la tienda nueva sea cargado y se envíe a una
dirección que te daré. Haz la llamada.
Anabel está de vuelta a casa, abrazada a Fidel temblando
como una hoja, se estremece y no cesa de llorar. Suben y se sientan, los dos
abrazados en el sofá del loft. La arropa con una delgada manta y vuelve con
Darío.
-Bueno Anabel, lo has hecho muy bien, ahora la segunda
parte.
-Pero… ¿por qué queréis arruinarme? Esto va a ser mi
hundimiento total, mi reputación, todo…
-¿No crees que deberías haberlo pensado antes? ¿Quién ha
querido arruinar a quién?
-Me arrepiento, pero dejadlo ya os lo ruego.
-Anabel, soy Fidel, al fin después de todo esto se me han
abierto los ojos, he tenido una revelación. Eres ruin y mezquina, embustera y
déspota, en ti se concentran todos los males. No hablo por hablar, a las
pruebas me remito, si te hubiera salido bien esta jugada ¡Cuánto te hubieras
alegrado!, no solo de haber ganado, además te hubieras complacido al ver a tu
propio hijo desolado. No mereces, más que lo que has sembrado.
Darío le da una dirección y veinticuatro horas para vaciar
su tienda, uno de sus hombres de confianza, hará las comprobaciones oportunas
hasta que se haya cargado la última pieza.
-Los portes irán a tu cargo, date prisa a hacer lo que haya
que menester desde el barco. Si algo sale mal… bueno ya sabes. No te molestes
en tratar de comprar a estos hombres que te acompañan, se te podría ocurrir,
pero yo de ti, no lo intentaría. Al fin y al cabo, parte de lo que salga de tu
tienda va a ser para ellos…
-¿Y de mí qué?
-¡Que pesada!, siempre pensando en ti, y nada en los demás.
Te sugiero que te metas en un convento de clausura, he oído por ahí que allí
los que se arrepienten de verdad terminan sus días en paz.
Rosa se ha encargado de todo en ausencia de su dueña, ha
presentado mil y una excusas para evitar que sea molestada, dolor de cabeza, un
virus que se está tratando, comida que no le ha sentado bien… es fácil para
estos sirvientes, sacar de apuros a los dueños. El furgón se devolvió a su
tiempo a la floristería, sin que nadie se apercibiera.
Todo ha salido a pedir de boca, hasta Darío se ha felicitado
a si mismo, por haber llevado la delantera en este asunto y que haya terminado
bien. Lo que salió de la futura tienda de Anabel ha ido a parar al extranjero,
han sido vendidos en Francia, Bélgica y Alemania a través de colaboradores que
Darío tiene en diferentes países europeos.
-¿Sabes que Anabel está muy mal?
-¿Y que se supone que debo hacer al respecto Amanda?
-No, nada, yo solo te lo digo para que lo sepas. En el fondo
me da pena.
-Y a mí también, pero solo un poco. Piensa por un momento en
lo que podría haberte hecho a ti, solo imaginármelo me pone la piel de gallina
y me inunda una inquietud que me puede.
-Ya lo imagino, pero no se puede vivir odiando a nadie
eternamente.
-Cierto, ese es el punto, que ya no pienso en ella, en
consecuencia no puedo odiarla, la he apartado de mi mente. Quién me importa más
en este mundo ahora, eres tú y tus ideas, tus proyectos, estamos tirando
adelante con nuestros objetivos y esto me alegra el corazón, me aísla de todo
lo negativo que me pueda rodear.
-Amor mío, ¡Cuánto te quiero!
-A ver, mídelo, ¿cómo es de grande ese cuánto?
Anabel se saca el suéter de lana de cachemir que lleva
puesto, siempre va sin sujetador, sus hermosos pechos hacen un pequeño rebote
al salir de su delicada coraza, calzada con solo unos calcetines blancos de
tenis con el piso de toalla, deja caer el pantalón vaquero de su cintura, y se
echa a horcajadas sobre su vientre, ni se dan cuenta de cómo han acabado
desnudos entre el puf amarillo de suelo, ajustable a cualquier posición, a
cualquier postura. Se besan y se muerden dulcemente en las orejas, los labios,
el cuello, gimen y se retuercen, poseídos por una fuerza que, es inexplicable,
recorren casi cada centímetro de su piel con besos y caricias, para terminar en
un estallido de dolor dulcísimo y prolongado.
-Fidel, deberíamos pensar en lo que hay en Madrid, el martes
que viene he concertado una reunión en el Hotel Arts con un comprador que ya
está advertido de lo que va a ver. Solo vamos a llevar unas cuantas muestras,
lo demás van a ser fotografías, no está interesado en la moneda de papel.
-Gracias Darío, aunque no hay prisa en venderlas…
-No creas, están apareciendo en el mercado monedas como las
nuestras, no son colecciones tan completas, pero hay quién las va completando,
cogiendo un poco de aquí y otro de allí. ¿Cómo si no hizo la colección que
ahora está en tus manos?
-Claro, tienes razón. Bueno, pues entonces, arregla tú el
transporte hasta aquí, quiero que vaya todo directamente a Argentaria. ¿Lo
harás?
-Por supuesto, lo va a traer Prosegur, y les he hecho firmar
un reaseguro del material que van a traer.
-¿Podré venir yo también Fidel?
-Claro no veo razón para que te quedes aquí sola. Ahora ya
no tenemos por qué preocuparnos de lo que dejamos aquí cuando nos vamos. Buen
sistema de seguridad y un vigilante jurado, creo que estamos bien protegidos.
-Sí, ¿por qué no?, así se rodará poco a poco. Hace falta que
vaya familiarizándose con el modo de tratar con los compradores.
Llegado el día, Amanda apareció con un precioso vestido
verde manzana que le llega a los pies, zapatos a juego, y un bolso de mano
Cartier de lentejuelas, escote generoso y espalda al aire. Le sentaba como un
guante.
-Estás maravillosa, me arrepiento de invitarte, ahora no me
mirarán a mí, que es lo que quería.
-¡Quita hombrecito!, esta chica va a entrar al Hotel de mi
brazo ¿a que sí Amanda?
-Así es, él ya me tiene a todas horas.
-¡Hummm, que te creías! Tú, antes de entrar, me pasas un
pañuelo por los zapatos ¿vale chaval?
-No cambiéis nunca chicos, ¿sabes que tú también eres una
persona muy atractiva Darío? Lo cierto es que no estás nada mal.
-¿Estás escuchando patán?, pues a ver si te enteras… que
parece que nadie te lo ha dicho todo aún.
En un día de cada día, el Diplomatic no estaba demasiado
frecuentado, de forma que, cuando Amanda irrumpió en la cafetería del brazo de
Darío, causó un efecto inmediato en todos los presentes. Se sentaron los tres
en un diván en el centro de la sala. Amanda cruzó las piernas, una de ellas
quedó a la vista hasta medio muslo. Cuando ya habían pedido las bebidas,
entraron tres caballeros, uno de ellos hacía dos metros de alto, vestía de
sport, dejó que los otros dos señores se presentaran pero él se mantuvo al
margen de todos, el gorila pensó Fidel, ni siquiera pidió nada para tomar.
-Bien, cuando ustedes quieran subimos a la suite -apuntó uno de ellos, el mayor-.
-De acuerdo, vamos a ello.
-La señorita se queda aquí.
-No, la señorita se queda conmigo, es mi mujer y forma parte
de la empresa, si se quiere quedar usted se queda, y si no, se da una vuelta
por la ciudad.
Cuando dijo esto al gorila, lo hizo sin pestañear, ni siquiera
lo miró pensando que tendría que levantar la vista, y en este momento, no le
venía de gusto hacerlo.
Darío recogió la llave electrónica de recepción y subieron
los cinco, el gorila lo hizo por las escaleras. Tercera planta, habitación
sesenta y cuatro.
-Bien, le hemos traído unas muestras de lo que probablemente
le interese adquirir, y también unas fotos que se complementan con el resto de monedas.
-¿Nos pueden enseñar las monedas?
-Claro…
Darío abrió un estuche flexible que llevaba en un bolsillo
interior de la chaqueta, y que le confería una forma un tanto deforme a la
americana, a causa del peso.
El experto tasador del comprador, examinó las monedas una a
una con la lupa de ojo puesta sobre el derecho. Las volvió con excesiva
paciencia una y otra vez, Darío pensó que aquello no era habitual en un tasador
experto.
-¿Dónde se ha formado usted señor?
-En la escuela de la vida señor mío.
-Ya veo, pues mire usted somos colegas, ¿Cuál es su nombre
si no le importa decírmelo?
-En absoluto, mi nombre es Gabriel Tolarent.
-Ha… ahora me acuerdo de usted, y mire que lo pensaba cuando
lo he visto. Me he dicho a mí mismo, este tío no tiene ni zorra idea de lo que
tienen en la mano. Ande traiga aquí por favor, la reunión ha terminado.
-¿Pero cómo se atreve…?
-dijo el hombre mayor-.
-Me atrevo, porque este tasador no le va a servir ni para
comprar tacos de escopeta. ¿Sabía que quiso defraudar al príncipe Rainiero de
Mónaco y se pasó en la cárcel allí dos años y medio?
-No sabe usted con quién se está jugando los cuartos señor.
Ahora solo por esto, estas monedas para usted, y tengo muy buena memoria, han
subido un tercio de su valor.
Salieron de la habitación, el comprador estupefacto, el
tasador suplicando, era despreciado con un gesto de la mano del hombre y se
interpuso entre ambos el gorila. Llegó el ascensor y el comprador le indicó al
tasador que bajara por las escaleras.
-Lárgate de aquí, ya hablaremos mañana. Haber, mire usted,
estoy muy interesado en estas monedas, ¿podría ver el catálogo de las piezas de
oro?
-Si las quiere ver, venga pasado mañana al banco Argentaria
de Plaza Cataluña, a las diez en punto, si no es puntual habrá perdido su
oportunidad. Venga sin tasador, yo soy
el mejor tasador que pueda usted conocer, le daré el precio justo que deberá
pagar sin regateos. Lo toma o lo deja.
-Allí estaré, a las diez en punto.
-Bien buenas noches.
Se fueron a cenar al puerto, y luego, la pareja, se
descolgaron de Darío y marcharon a bailar hasta eso de las dos de la madrugada.
Se fueron al piso de su padre, querían respirar un poco de aire más puro,
Barcelona estaba en estas fechas bastante contaminada, siempre, por las
mañanas, tapaba el sol una inmensa nube grisácea.
El día de la reunión en el banco, Amanda se quedó en el
loft, repasaba archivos y encontró una caja de cartón apilada encima de un
armario antiguo. Estaba llena de fotografías y cartas cerradas todas con un
lazo, no se atrevió a tocar el lazo, de hecho rozó el sobre con las puntas de
los dedos. Se entretuvo mirando las fotografías de familia, Anabel había sido
una mujer muy hermosa, casi siempre se la veía con una cinta sujetando la
melena rubia llena de bucles naturales. El padre de Fidel era alto, pero no se
apreciaba en él gordura alguna, estaba en plena forma, posaba al lado de
tenistas famosos de la época, con dedicatorias y felicitaciones que le enviaban
desde muchas partes del mundo. Fidel hijo, de pequeño tenía unos ojos desmesurados
para la cara que tenía, era precioso, un niño que en la fotografía que tenía en
la mano Amanda, no aparentaba más de año y medio, su madre hablaba con otras
mujeres sobre unas tumbonas, de modo que debería de ser su padre quién le hizo
esta instantánea, sentado en el suelo, con un cubo y un rastrillo, edificaba
algo hecho de arena a la orilla de la playa.
Sacó más fotos, eran más antiguas, algunas estaban hechas a
manera de postal, para ser enviadas a algún destinatario, trató de encontrar
parecidos, tenía tiempo de sobras. Especialmente una de las fotos captó su
atención; uno era el padre de Fidel, el otro hombre, algo más bajo que su
padre, estaba cogido a su brazo, en la otra mano, un bastón que parecía elegante
y guantes que parecían negros plegados en la mano que sujetaba el brazo de
Fidel.
Detrás de la foto, se podía leer con una letra digna de una
persona ilustrada… “A mi querida esposa… ya ves cariño, aquí en Buenos Aires no
paramos de trabajar, un beso de parte de mi padre”.
Ya está, este hombre era sin duda su padre, a lo mejor fue
él quien lo introdujo en el tema de las antigüedades… Llaman al teléfono fijo
del loft, Amanda lo tiene al lado, es un inalámbrico.
-Diga…
-Hola Amanda soy Darío, te llamo para decirte que hoy no
vamos a estar aquí para comer, la operación con el tipo del otro día ha
cuajado, faltan algunos flecos que discutir, esos son los más complicados, ya
sabes. Fidel quiere que tengas a punto toda la documentación de las piezas de
oro que imprimas todo lo que hay del catálogo de monedas de plata y lo envíes a
este fax que ahora te daré, toma nota 934537608, ¿de acuerdo?
-De acuerdo, ya lo he anotado. Tened mucho cuidado por
favor, ah, y dile a Fidel que esté tranquilo que el guarda está aquí, bueno
quiero decir en las dos plantas de abajo vigilando, me llama cada media hora
para darme el parte, ja,ja,ja,
-No hay nada como estar soltero, oye, que si yo estuviera en
su estado, tampoco me movería de tu lado, que lo sepas.
-Me pondrías los cuernos con la primera que pasara Don Juan,
eres un bala perdida, anda ve con Fidel, seguro que sabe que me estás echando
piropos.
A media tarde se oyen voces en la planta baja, Amanda sabe
que vienen de allí, ha dedicado bastante tiempo para atender cada sonido por el
tiempo que tarda en llegar a sus oídos.
En el ascensor se escuchan risas, son las voces de sus dos
hombres, Fidel llega al loft bien, digamos que de una pieza, en cambio Darío,
llega desmadejado, lleva un pedal encima, que no puede mirar fijamente a ningún
lugar.
-¿Qué ha pasado Fidel…?
-Pues que se ha empeñado en beber y beber para celebrar el
acontecimiento de la venta, ha querido estar a la altura de los demás… ya ves,
ahí lo tienes.
-¿Y ahora qué hacemos con él?
-Desde luego, hoy no puede ir a su casa, para nada. No
quiero perderlo de vista, le podría pasar algo y me sentiría responsable sin
estar presente.
Incluso sentado en el sillón del sofá se cae hacia adelante,
Fidel lo sujeta para que no se rompa la crisma.
-Pues no sé yo quién ha bebido más…, porque aquí el
señorito, deja un aliento que espanta a las moscas.
-Ja, ja, ja, esta sí que es buena… un aliento que espanta a
las moscas… ja, ja, ja.
-¡Madre mía vaya par!, Fidel tú a la ducha…
-Pero si voy limpio.
Amanda abre el grifo del agua fría, lo desnuda en un
instante y lo mete dentro de un empujón.
-¡¡Me cago en mi padre…!! veras, cuando salga…, por dios
bendito, ¡joder…!
-Anda no sueltes más tacos y frótate el cuerpo, ese frio se
pasa en un instante.
Mientras ha desnudado parcialmente a Darío, le quita los
zapatos, chaqueta y corbata, luego la camisa, ni siquiera se la desabotona, se
la saca por la cabeza. Casi llegando al hombro, un tatuaje le sorprende, un
hachón con una pica en el extremo, una ballesta cruzada y un mosquetón, estos
dos últimos elementos cruzados en forma de aspa.
Lo acuesta en el sofá de piel con una manta debajo, pone un
almohadón bajo su cabeza y lo tapa con una manta un poco más gruesa. De la
ducha sale ahora humo, el vapor del agua caliente, a Fidel ya no se la oído más
quejarse, le ha dado caña al termostato del agua caliente, y sale a la
temperatura que él quería.
Ella entra en Google y marca: “tatuajes de la legión”. Ahí
está, es el que Darío lleva en el hombro, cierra el portátil.
-Bueno… somos tres milloncitos más ricos que antes, lo
cierto es que no me importa mucho esto. ¿Sabes Amanda…? cuando estábamos
firmando el acuerdo de compra, me temblaba la mano, creo haber escrito con
letra de párvulo, el señor Fávio se ha dado cuenta, me ha dicho
-Créeme, a mí también me habría pasado lo mismo, si hubiera
tenido que desprenderme de un tesoro de este calibre. Quiero que sepas que te
comprendo te recomendaré a unos cuantos amigos míos, se pondrán en contacto
contigo, si tienes estas cosas que me has dicho, puedes llegar a ser un hombre
realmente rico. Ahora me doy cuenta de la tremenda responsabilidad que mi padre
ha puesto sobre mis hombros.
-Pues… por mi parte quiero que sepas, que te ayudaré en todo
lo que te pueda ser útil.
-Lo sé querida mía, te necesito tanto… ya ves, hace tan solo
tres años que me afeito y ya dependo de una musa para casi todo.
-Tienes ahí al lado a un hombre que daría la vida por ti,
¿lo sabes no?
-Claro, un legionario. Un hombre frio pero con un gran
corazón. He tenido algunas revelaciones a lo largo de mi corta vida, la primera
fue en Mataró, un pueblo marinero de la costa de Barcelona. Estábamos en la
playa, Darío nos acompañaba, siempre ha sido un íntimo de la familia, mis
padres ya estaban separados, ella no conocía a mi madre. Mi padre siempre le
decía a Darío “Ven a casa hombre quiero
que conozcas a mi mujer, te caerá bien, es una persona muy inteligente, te
gustará”, pero Darío iba a su rollo, no le gustaban los intelectuales ni la
gente sabia.
Llegaron a la playa un par de mostrencos, dos chulos de esos
que quieren impresionar a las mujeres con sus músculos y tonterías. Uno de
ellos cogió una toalla nuestra para secarse, se la pasaba por la espalda
mirando a un par de chicas que le sonreían. Darío dio un salto sobre su espalda
y comenzó a ahorcarlo con la toalla, cayó fulminado al suelo, se sentó sobre su
vientre y le clavó debajo de las costillas los cuatro dedos de la mano
izquierda, y ahí se quedó el chulito, retorciéndose y sin poder casi respirar.
-Se me ocurre pensar, que a lo mejor a Darío no le caía bien
tú madre, porque tuviera celos de ella, de compartirte quiero decir.
-No lo sé, lo que sí sé, es que no la podía ver. Creo que
Darío tuvo una revelación de quién era su madre antes que el resto de nosotros,
quiero decir de mi padre y luego de mí mismo. Es un tío muy listo. Se me ha
revelado otra visión, una que no creía jamás que se pudiera cumplir en mi caso.
-¿Cuál?
-Haberte conocido, saberte cerca de mí siempre, sentir tú
apoyo, el continuo cuidado que me ofreces sin pedir nada a cambio. Ya ves, si
no tienes ni estipulado un sueldo, eso habrá que arreglarlo.
-No hace falta, me siento pagada estando a tu lado, a
vuestro lado mejor dicho. Juntos me habéis insuflado vida, aliento, renovado
mis ganas de vivir. Has roto las cadenas que me mantenían atada a una prisión
de la que jamás pensé que pudiera escapar.
Siguieron abrazados, largo rato, acariciándose, queriéndose,
haciéndose saber con suaves apretones mutuos, lo vitales que se sentían.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
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