domingo, 24 de agosto de 2014

LA REVELACIÓN



                                                             LA REVELACIÓN




-Todavía no me puedo creer, que mi padre me haya dejado a mí las colecciones que tiene guardadas en el banco. Sé por referencias cómo eran algunas de ellas, él mismo me había enseñado unos álbumes cuando era más joven. La que siempre me ha gustado mucho es la de monedas antiguas de oro, plata, y algunas de cobre, hasta unas ovaladas que eran mesopotámicas, hechas de barro cocido con un agujero en medio.
-¿A sí…?
-¡Y los álbumes de filatelia, cajitas de madera de cedro con joyas hechas de jade y otras piedras preciosas…! cuando las veas, vas a alucinar Claudio.
Así estaba establecido en el testamento, que jamás había retocado, pese a estar divorciado de mí madre, hacía ya diez años. Como quiera que me fuera a vivir con él, por decisión propia; despreciaba la vida de lujos desmesurados y tratos con gente indeseable, que se colgaban a sí mismos la medalla de amigos de Anabel, parecía que el asunto podía procurarle alguna que otra complicación. Siempre hay abogados, que darían lo que fuera por llevar un caso enrevesado y difícil como aquel; una disputa interna de familia, por causa de una herencia…, les da mucho dinero a ganar, y más siendo una familia como aquella.
No tenía más remedio, que establecer contacto con mi madre, no sabía nada de ella desde hacía cinco años, me gradué en un liceo de estudios extranjeros. Estuvo conmigo un par de horas, la estaban esperando para ir a quién sabe dónde, ni con quién.

-Hola, buenos días, ¿la señora Anabel por favor?
-Yo misma, ¿con quién hablo...?
-Soy yo mamá Fidelio, ¿cómo estás?
-¡Hijo vaya sorpresa…! ¿como es que te has acordado de mí?
-Verás, papá ha muerto hace pocos días, lo incineramos la semana pasada quería que lo incinerasen, bueno… eso tú ya lo sabías, era su deseo desde que supo de su enfermedad ¿recuerdas…? siempre decía… “Yo no quiero que se me coman los cojones los gusanos”.  ¡Ya ves, aquí lo tengo, sobre la ventana que da a la pineda de delante de la fachada! Ahora solo falta subir las cenizas a su viejo barco, y esparcirlas sobre la mar, a él, quizás le hubiera gustado que estuvieras para la ocasión.
-Me va a ser imposible venir para este acontecimiento, estoy liadísima con mi negocio de antigüedades, dentro de una semana abro otra tienda en Torremolinos. Oye, ¿por qué no vienes e inauguramos juntos el local?, vendrán muchos de los clientes que tengo, arquitectos e interioristas muy conocidos, la creme de la creme.
-No sé, ¿puedo venir con un amigo mío?, siempre me ha apoyado en todo, es una gran persona, te gustará.
-Por supuesto que sí, no hay problema. ¿Te mando dinero para que vengas, para el avión o el AVE, como quieras?
-No, vendré con el coche de papá, solo dime el día que inauguras y ya está.
-Bueno, a ver si podéis llegar un par de días antes, así tendremos tiempo para nosotros, hablaremos y nos pondremos al día. Mira, inauguramos el día veintisiete de septiembre a las cinco y media de la tarde, tendremos un lunch, en fin ya sabes, cosas que se tienen que tener para la gente, para causarles buena impresión.
-Muy bien, nosotros estaremos ahí, el día veinticuatro o veinticinco, ¿te parece bien?
-Perfecto, cuento contigo hijo.


 Su padre, le había enseñado de donde se podía sacar un buen dinero, de las antigüedades, certificadas claro está, en este negocio, a su padre no había quién lo engañara con imitaciones. De China comenzaban a llegar imitaciones muy bien hechas de dioses, muebles pequeños,  figuras de porcelana y un sinfín de otras cosas, que cualquier ojo inexperto, habría pagado su precio en oro. Los mamones de los chinos, habían aprendido a imitar las firmas en la madera, de los grandes maestros de la época, de jarrones, de todo cuanto se les antojara. Lo cargaban en contenedores y ala, a ganarse la vida vendiendo bagatelas.

El Bugati clásico de Fidelio padre,  -también tenía un Mercedes y un Bentley- había sido el elegido para hacer el viaje a Marbella. Verde oscuro, con tapicería color crema, volante de madera de cedro, aquel auto era una maravilla cuando circulaba, tenía una fuerza increíble para los adelantamientos, así que, decidieron tomarse su tiempo, e ir por la carretera nacional. Llegaron antes de lo previsto a Marbella, parecía pleno agosto, hacía muy buen tiempo, pararon en la terraza de un hotel y tomaron un almuerzo ligero. Dos mesas más allá, se encontraban tres chicas, a cuál de ellas más bonita, dos de ellas, ambas morenas y bastante altas, parecían llevar uniforme, como las azafatas de avión, la otra llevaba un vestido transparente de gasa de colores variados, flores de hibiscus grandes y más pequeñas estratégicamente dispuestas de forma provocativa, se notaba que quería ser admirada por la gente.
Rubia, con el vestido aparentando girones de diferentes largos a la altura de las pantorrillas, parecía no llevar prenda alguna debajo, en Marbella todo es posible, quizá quisiera llamar la atención de alguna mujer, y ya ves, ahí estaban aquellos dos recién llegados, con las babas por el suelo.

Claudio, el amigo de Fidelio, dormitaba apoyado en el reposacabezas del coche, a pesar de las muchas curvas que llevaban hasta la urbanización donde residía Anabel. Dieron su nombre al guarda jurado que custodiaba la puerta de la urbanización, este llamó por teléfono desde una pequeña garita junto a la valla, y los dejaron pasar, saludándolos a ambos, tocándose el ala de la gorra. Un coche eléctrico de golf los adelantó y les indicó que lo siguieran, Fidelio tuvo que poner segunda a punta de gas, todas las señales de las calles indicaban no exceder de veinte kilómetros hora.
Fidelio encontró a su madre, sentada al borde de una gran piscina, acompañada por dos cacatúas, que aparentaban una edad que no tenían, por mucho que se hubieran operado y estirado las pieles. Anabel se levantó de la tumbona, ataviada con un biquini mínimo de color azul claro, cubierta la cabeza con una gran pamela blanca y franjas azules de paja, y un batín ligerísimo de seda blanca transparente. Se echó a sus brazos, y casi sin rozarle la cara le dio dos besos, a Claudio le extendió la mano, este hizo el gesto de besársela.
-¡Qué alegría hijo mío, estás hecho todo un hombretón, anda abraza a tú madre!
Fidelio obedeció, era su madre, aunque de hecho, este sentimiento, lo tuviera olvidado.
-Te veo muy bien mamá, desde la última vez que nos vimos, lo cierto es, que te veo más joven, de verdad. Serán estos aires que te rodean, que te inyectan más vida.
-¿Habéis visto que hijo tengo, no es maravilloso? Que melena… y que rubio tienes el cabello… como yo, en esto has salido a mí decididamente. Ven, vamos hasta el mirador, así hablamos un poco de nuestras cosas, tenemos que ponernos al día.
-Claudio, quédate a hacer compañía a estas señoras que ahora vuelvo. Es el amigo del que te hablaba, el mejor amigo que he tenido nunca.
-A ver, en todos estos días he estado pensando en cosas relacionadas con tu futuro, y ¿sabes…? creo que llegado el momento, podrías tener aquí, un futuro muy prometedor, sí, no me mires así. Ya sé que no he sido la mejor madre del mundo, pero yo te quería a mi lado, fue decisión tuya quedarte con tu padre.
-Mamá no empieces con eso de nuevo, me quedé con papá porque lo dejaste tú. De la noche a la mañana me quedé sin madre, sin saber dónde estabas, con quién te habías marchado…, me pasaron por la mente un montón de cosas, a las que todavía no he tenido respuesta alguna. Cuando quise abordar el tema, con relación a qué era lo que hacías y dónde, saliste por pies, como si la pregunta te la hubiera hecho el mismísimo diablo.
-No digas eso que me hieres mucho. –Al decirle esto le ha tirado del brazo que lleva sujeto con sus dos manos-.
-Te hiere porque sabes que tengo razón, pero no he venido a discutir contigo mamá, te quiero, eres mi madre, la lástima es, que tengamos que vernos obligados a vernos por la circunstancia que es, por el fallecimiento de mi padre.
-Prométeme una cosa Fidelio. Cuando muera, quiero ser incinerada como tu padre y ser llevada a alta mar como él ha querido también.
-No digas eso… ¿cómo puedes estar ahora pensando en eso? Sencillo, porque aparento una edad que no tengo. No le digas a nadie mi edad, te la digo a ti,  pero que conste, que es una confidencia entre tú y yo ¿de acuerdo?
-De acuerdo…
-Este año cumplo los sesenta y tres, dentro de un mes. Me han tenido que operar dos veces de la matriz, me la sacaron, desde entonces tengo bastantes problemas, me medico mucho y procuro cuidarme más todavía. Cualquier día de estos, dios se me lleva consigo.
-Esto es mucho decir ¿no crees?, a lo mejor en el cielo no te quieren por mucho que vayas a misa. Que la verdad, tú de misa y de religión nunca has sido.
-¡Descarado!, ¿será posible que hables así de mí?
-Mamá es la verdad, quizás me equivoque, igual ahora te has convertido, ¿es eso?
-Bueno vamos a dejar eso que tenemos muchas otras cosas de las que hablar. Esta tarde, vendrá a la casa un señor ruso con muchísimo dinero, está muy interesado por la colección de monedas de tu padre. Tengo a un amigo que es asesor en numismática y notafilia, ya me ha dado precios exactos del valor de estas monedas de tu padre.
-¿Cómo…? has sacado del banco las colecciones de papá sin mi permiso. Es la herencia que él me dejó a mí, no a ti mamá, a mí, son mías.
-Va, no seas así, al fin y al cabo sabes perfectamente que no puedes disponer de ellas hasta cumplidos los veintiún años, solo tienes veinte, yo soy tu albacea, tengo determinados derechos sobre tu herencia…
-Sí, pero no para poder venderlas sin mi consentimiento. Poco antes de morir papá me advirtió    Ten mucho cuidado con tu madre, hará lo que pueda, para quitarte lo que es tuyo.
-No quiero nada para mí, te lo juro. Pero esa colección, puede servir de gancho para otras cosas que le interesan mucho. Piénsalo, si no quieres venderlas vale, no se venderán, pero por lo menos déjale que las vea, ya le he vendido una mansión en el interior, no le gusta mucho el ruido ni la popularidad que se vive aquí, y tres hectáreas recalificadas, para que pueda construir lo que quiera en el futuro. Es, un muy buen cliente. Vamos para la piscina que aquellas golfas, son capaces de merendarse vivo a tu amigo.

Con paso ligero, acelerando, deja a su madre detrás, necesita pensar en todo este descubrimiento que acaba de desvelársele a Fidelio. Se le nota crispado, serio, con las mandíbulas encajadas, Claudio lo ve llegar y piensa que su amigo, está muy cabreado, conoce todas sus posturas, todas las muecas que hace en determinados estados de ánimo. Claudio está a la expectativa de lo que diga o haga su amigo, este llega hasta donde él está hablando con las dos señoras, tras él, llega Anabel al rebufo, se la nota cansada. Lógico, ha tratado de seguir el paso de su hijo, pero ha sido incapaz de hacerlo, quería decirle algo en el corto camino de vuelta desde el mirador, que domina un buen trozo de mar, y unas cuantas calas donde están fondeados veleros grandes, gente bañándose en las cristalinas aguas.
Fidelio se vuelve hacia su madre y le pregunta…

-¿Cuándo va a venir el tasador?
-Pues… hemos quedado a la hora de la inauguración de la tienda.
-De eso nada, lo llamas ahora mismo y que te de la dirección donde lo puedo encontrar ahora.
-Pero hijo…
-Dicho queda. ¡Llámalo ahora, delante de mí!
Las dos amigas que están en la piscina, se ausentan del asunto, se las puede comparar a las gallinas viejas, que ya sin plumas, se apartan de las gallinas y gallos jóvenes que hay en el mismo gallinero, dejan que se alboroten y riñan, mientras ellas con sus patas, van apartando sin mirar el suelo, y luego se inclinan, para rebuscar algo que echarse al buche. Hasta para ellas se ha parado el reloj, la frase hecha que dice “Gallina vieja hace buen caldo”, estas tienen que pagar, para que alguien las quiera sin querer.

-Pues mira, sería mucho mejor si pudieras venir tú ahora.
-Dame el teléfono mamá. ¿Oiga…? soy el hijo de Anabel, le agradecería que viniera lo antes posible, ¿cuánto tiempo necesita?, me parece bien, hasta dentro de una hora pues, sea puntual por favor, es importante.
-¿Qué te ha dicho?
-Pues que ahora viene para acá, está saliendo de la oficina de un cliente.
-Se cortés con José Luis, es una gran persona, ¡si supieras los favores que me ha hecho…!
-A mí todavía no me ha hecho ninguno, ya veremos si no lo cambio por otro. Depende de él exclusivamente, ¿qué tienes para beber?
-Lo que tú quieras hijo, pide lo que quieras.
-Ginebra vieja verde, con una ramita de menta.
Anabel habla con alguien de dentro de la casa, por medio de un interfono. Pasan tres minutos y se presenta en el jardín la chica que hace unas horas, vieron en el hotel. No viste como antes, lleva un pañuelo anudado a la cintura y un top corto anudado a la espalda del mismo color que el pañuelo, sin tirantes, va descalza.

-Mira Fidelio, la chica del hotel, si hombre, la que acompañaba a aquel par de azafatas.
Se le acerca con la bandeja, y deja la bebida, sobre una mesita de centro, bajo un gran parasol de lona blanca.
-Gracias señorita…
-Amanda señor.
-Gracias Amanda, es un nombre muy bonito, y poco común, por lo menos yo no conozco a ninguna Amanda salvo a ti claro.
Da media vuelta después de preguntar si alguien desea algo más. Nadie le ha contestado, ¡qué mal educados…! la gente pastosa son así, la mayoría, dan asco. Al cabo de un rato, se escucha el  rugir de un motor, un Porsche Carrera de color azul noche, de él y con un maletín de cuero, baja José Luis, saluda afectuosamente a Amanda y desde algo más lejos al resto, mamá me ha presentado a él.  

-Este es mi hijo Fidelio, mi ex le puso su mismo nombre, a mí me hubiera gustado que se llamara Gabriel, pero mi marido dijo que no, que ese era nombre de arcángel y no creía en el cielo.
-Encantado de conocerte, bueno… ¿qué hace que me halláis hecho venir aquí tan deprisa?
-Eso te lo dirá mi hijo, ha sido idea de él.
-Pues tú dirás, en que puedo servirte.
-Verás la última vez que estuve con mi padre y me enseñó la colección de monedas, me dijo que tenían determinado valor, todavía tengo los números aquí dentro  -dijo señalando con el índice su cabeza-. Siendo que mi madre, es solo mi tutora hasta dentro de un año escaso, en el que cumpliré los veintiuno, quiero saber que números has hecho tú, y sobre qué catálogo te basas para llegar a una cifra en concreto.
-Verás, tengo mi propia empresa, en ella realizamos comparaciones de precios dependiendo de las monedas…
-Eso no contesta a mi pregunta, disculpa. ¿Cuál es el criterio que usas, haces fotos, estudias el mercado de la oferta y la demanda, enseñas los originales para que el comprador vea el estado de las piezas? Eso es lo que me interesa saber, que tengas o no una empresa, no es relevante para mí.
-Ya, bueno…, la verdad es que soy un operador del mercado libre.
-Bueno, pues me parece que nos hemos equivocado de persona mamá. Mañana aré venir al experto de mi padre, no te ofendas, seguro que eres muy bueno en tú trabajo, pero a mí concretamente eso, no me sirve. Necesito a mi lado a una persona de mi más plena confianza, Darío lo es, ha estado al lado de mi padre toda la vida, aconsejándole qué y que no debía comprar. Gracias por venir.
-¿Quieres tomar algo querido José Luis?, ven que quiero enseñarte algo que he adquirido hace poco.

Fidelio conoce a su madre, no sabe mucho sobre la vida que ha llevado hasta ahora, sin embargo se le antoja, que se ha llevado a José Luis dentro de la casa para trazar un plan, quizá para ¿convencerlo de que se equivoca haciendo venir a su propio  tasador…? Si ese es el caso, no sabe lo que se le va a venir encima, Darío es el mejor tasador de España, si, puede que cualquiera que lo vea por la calle, esté dispuesto a darle algún euro, su apariencia es de un hombre pobre, pero solo es simple apariencia, por sus manos han pasado grandes tesoros, ha recorrido medio mundo, demandado por personas descubridoras de tesoros, en mares de los cinco continentes.
Eso ya lo dejó hace tiempo, a menudo se le pedían cosas que él no era capaz de hacer, gentes que descubrían cosas o las compraban, sabiendo que eran botín de guerra. Como lo que le pasó en Irak cuando la guerra “Tormenta del Desierto”, Estados Unidos, junto a unos cuantos aliados, asaltaron el museo de Bagdad y se llevaron artículos de incalculable valor arqueológico. Por la televisión se dijo que los propios iraquíes hicieron esas cosas, cuando lo cierto es, que todos estaban escondidos como ratas en sus casas, los que no, andaban por el desierto, errantes, o iban en caravana a pie, por el desierto, presos con las manos sobre sus cabezas.

Llegada la noche, Anabel se ha marchado de casa a cenar a casa de unos amigos con José Luis haciendo de escolta, ha dejado dicho a Amanda que esté en todo momento, atenta a nuestras necesidades. Anabel vive en la casa grande, en una habitación amplia del primer piso, un matrimonio indonesio que completan el servicio de la casa, viven en un bungalow de madera, al final de un camino bien camuflado, detrás de la piscina, una reja cubierta de brezo y una gran bouganville de flores color lila y amarillas, hacen las veces de cambio de escenario, al final del gran jardín de  “Villa Verberana”. El nombre de la mujer es Mawar que significa Rosa, es el nombre que ha adoptado trabajando en casa de Anabel, su marido se llama Darma, es decir “bueno o cumplidor”. A fe de sus dioses que cumplen a pie juntillas su papel, Anabel en ocasiones los hace trabajar dieciséis horas al día, cuando tiene invitados o requiere que se tengan a punto determinadas cosas, esa casa debe de ser una locura. ¡Casas de ricos!, no de personas sencillamente ricas, más bien, de personas asquerosamente ricas, que les dan a firmar, una nómina que los califica como meros peones.

El día amanece con un cielo límpido de cualquier nube, no es demasiado normal para el tiempo en el que estamos, en cambio, el agua de la piscina, reclama la atención de Fidelio, no se lo piensa dos veces, se sumerge en calzoncillos en el agua, Amanda ya está disponible en una esquina del jardín sin ser vista por nadie, con una gran toalla y un albornoz con capucha para cuando Fidelio decida salir del agua. Después de casi quince minutos nadando sin parar, haciendo largos de piscina para desentumecer el cuerpo, sale de un salto sobre el borde de la piscina, levanta la vista y allí está Amanda con una sonrisa en los labios, le ofrece la toalla en una mano y el albornoz en otra, seguro que es para que elija.
Es alto Fidelio, y eso que no ha parado de crecer todavía, pero su metro ochenta y cinco largos, da fe de los genes que ha heredado, Anabel es alta y su difundo padre, no digamos. Habiendo trabajado treinta años como práctico de puerto, cuando subía a los barcos desde el remolcador, los marineros mercantes se le cuadraban, él se sonreía para sí. En algunos casos, capitanes de algunos barcos más modestos, se cuadraban y lo saludaban militarmente, a un tío de metro noventa, que tiene que acercar el barco a la terminal hay que tenerle mucho respeto pensarían.

-¿Qué quiere que le prepare el señor Fidelio para desayunar?
-Amanda, prefiero que me llames Fidel y que me tutees, podría usar el otro diminutivo Lio, pero… no, prefiero Fidel a secas, los líos no son lo mío.
Amanda no ha podido evitar reír, aunque de golpe se ha puesto seria.
-No hagas eso mujer, ¡tienes una risa encantadora…! -enfundándose el albornoz-, lo cierto es que toda tú eres hermosa, disculpa el atrevimiento, pero es que no sé mentir. Antes de que vuelvas a preguntarme que quiero… te diré que a ser posible, me gustaría mucho un zumo de naranja bien grande.
-Te traeré una jarra ¿te parece?
-Me parece perfecto. A, una cosa, antes de que vayas para adentro, ¿sabes que me pareces una pequeña brujita?
-¿Y eso porqué si puede saberse?
-Porque como andas todo el día por la casa descalza, nunca sé dónde puedo encontrarte… y eso, reconócelo, inquieta bastante.
-Cómo eres…

Claudio está en el primer sueño aún, envuelto en el edredón, cubierto con la almohada, ronca como un viejo.
A medio desayunar, suena el móvil de Fidelio.
-De acuerdo Darío, a las doce y media en punto, te estaré esperando en la estación. Amanda… ¿ha dejado mi madre las llaves de su coche por aquí?
-Sí, ahora te las traigo, ¿cuál vas a coger?
-A, que tiene más de uno…
-Sí, tiene tres, de marcas diferentes y de diferente color también.
-Pues tráemelas todas y ahora decido cual me llevo. Por cierto, hoy no la he visto…
-No ha dormido aquí esta noche, cuando sale a cenar fuera casi nunca la esperamos.
-¡Mira qué bien!, esto me recuerda aquella película de Fellini, La Dolche Vita.
-No la conozco.
-Yo la había visto unas cuantas veces con mi padre, era en blanco y negro, él decía que era el típico modelo de la exuberancia y la exageración de la vida de los ricos. Mi padre siempre la veía un par de veces por semana, le gustaba mucho Anita Ekberg, una rubia exuberante que junto a Mastroianni, hacían una pareja perfecta en esta película.
-Sí que sabes de cine…, a mí, tú madre me puso una tele en el cuarto, pero a mí me gusta más el ordenador. No para chatear ni nada de eso, leo, me gusta la historia, de la historia siempre se aprende mucho, he observado, que las mismas actitudes que tenían los hombres y mujeres de hace cinco mil años, las tenemos también nosotros, es como, como si la historia se repitiera una y otra vez.
-Creo más bien, que estamos en el mismo baile desde que llegamos aquí, a este planeta, creados o evolucionando, eso da lo mismo. Voy a ir cambiándome, tengo que ir a recoger a Darío, un amigo a la estación, ¿me acompañas?
-Huy no sé, ¡lo mismo llega tu madre y me hecha la bronca…!
-Si acaso me gritará a mí no te apures, ¿no dijo ayer que estuvieras a nuestra disposición?, pues eso, no sé llegar a la estación de forma puntual, tú sí que conoces el camino mejor, ¿o no?
-Si claro, faltaría más, me he criado aquí.
-Pues entonces cámbiate y vamos los dos.

Fidelio al abrir el garaje, se ha encontrado con tres joyas, modernas, nada parecido al Bugati que condujo hasta casa de su madre, pero el Mercedes de color cereza 65 AMG coupé, lo ha dejado sin aliento, decidido elige las llaves del coche y las otras las deja sobre una pequeña cómoda cubierta por una tela estampada.
El tren que trae a Darío hasta Marbella, llega puntual. El pequeño hombre de aspecto espantadizo, le da un abrazo cuando lo ve en el andén, cuando hace bueno siempre viste trajes de lino, se arrugan mucho pero son comodísimos, una camisa azul claro de algodón y una pajarita de nudo hecho a mano de color azul y verde claro completan el atuendo del tasador. No puede evitar darle dos besos lentos en las mejillas a Amanda, ¡es tan vella…! ya no le queda mecha que quemar al pobre viejo, pero eso no significa, que haya perdido el gusto de lo auténticamente hermoso.
Suben al coche, en el que Darío queda encajonado en esos asientos de pétalo deportivos, pero cómodos.
-¡Coño vaya carro niño…! Átame anda, que no tengo puñetera idea de cómo se pone este cinturón.
-Espera un poco, no lo manosees si no sabes, ¡joder…!
-Oye, ¿no iremos a la luna con este trasto, no? Porque esos arneses se parecen a los de los astronautas…
Amanda no puede evitar soltar una risa sincera, al percibir la ironía del comentario del viejo Darío.
-Sí, ya sé que soy un viejo estúpido, no hace falta que me lo recuerdes guapa, claro cómo ahora ya nacéis enseñados la juventud.
-Bueno ya estamos listos Darío, ahora vamos a ir poco a poco y te voy a poner al día del motivo que me ha hecho recurrir a ti de forma tan urgente. Tenemos un día para meternos de lleno al asunto. Tiene que ver con la colección de monedas que tiene mi padre y que me legó a mí.
-Vale, ¿qué es lo que pasa?
-Que mi madre las ha sacado del banco, es mi albacea hasta dentro de un año, resulta que no se fiaba de les diera el uso debido, y ha sido mi madre quién las tiene en su poder. Supuestamente, es para enganchar a un ruso que tiene mucha pasta, no para vendérselas. Sin tu permiso no se venden; eso me ha dicho.
-¡Que pedazo de bruja es tu madre…! a la menor oportunidad se deshará de ellas, y sin tener ni puñetera idea de lo que tiene en las manos.
-Eso es lo que yo pienso. Tiene algún  plan en la cabeza, ayer conocí a su tasador, si lo hubieras visto y hablado con él, se te habría caído el alma a los pies.
-¿Qué se supone que debo hacer yo Fidel, servir de árbitro, te lo pregunto porque me falta el pito?
En el asiento de atrás, se escuchó de nuevo una sonora risa.
-¿Siempre está tan feliz esta chica…?
-Más o menos desde que llegamos Claudio y yo a casa de mi madre.
-Lógico. Escucha guapa, este loco que conduce ahora este trasto matagente, es de lo mejorcito que anda por esos mundos de dios, te lo digo porque lo conozco, desde que le salían los zurullos por entre los pañales.
-Joder Darío ¿cómo eres vale?
-No me diga…, esto sí que es simpático, me hubiera gustado mucho conocerte entonces.
-Ja,ja,ja, mira como me rio yo.
-Bueno volviendo al tema, dejo a tu criterio lo que tengas que hacer o decir al respecto de este asunto.
-Bien, eso es lo que esperaba de ti, carta blanca para poder dar opiniones, y valorar la situación.
-Para eso estás aquí, cueste lo que cueste te lo pagaré con creces.
-No seas tonto hijo, si me das cobijo y buena comida con buenos caldos, ya me siento pagado.
-Heres el más grande Darío.
-Ten cuidado con lo que dices. Eso ya lo sé yo, sin que un crío como tú me lo tenga que recordar.
-Sois fantásticos chicos, estoy asombrada.
-¿Lo ves Fidel?, ya se está enamorando de ti.
-¡Venga hombre…!
-Si yo fuera ella, y estuviera en este asiento, ya te habría metido mano, y luego… te daría un besazo en mitad de esos morritos que tienes.

Amanda se ruborizó, nadie la veía en el asiento de atrás del coche, pero por su silencio se podía percibir que estaba algo turbada. Al entrar en el camino de entrada a la casa, desde lejos, se podía ver a Anabel, recostada en la terraza de la salida de su habitación, parecía estar haciéndose la manicura. No movió ni un solo músculo cuando vio a los tres pasajeros de su Mercedes, se limitó a levantar la vista de forma ligera, y saludar con el brazo que sostenía la lima de manos. Seria y fría como un poste de la luz, se incorporó dispuesta a bajar.
-¿Dónde has estado tú, no sabes que aquí tienes muchas cosas que hacer?
-Ha sido cosa mía mamá, le he pedido que me acompañara a la estación a buscar a Darío, Darío esta señora es mi madre.
No le extendido la mano, Darío sabe por experiencia que si una mujer no extiende la mano, no estás obligado a hacerlo tú, solo ha inclinado la cabeza y le ha dado los buenos días.



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