domingo, 10 de agosto de 2014

EL ARMA DEFINITIVA



                                         EL ARMA  DEFINITIVA



¡Vaya negocio este de las armas…! da dinero a espuertas a las naciones. Unas dependiendo del desarrollo de su industria suministran unas, otras con menos recursos industriales, proporcionan materias primeras. Sea cual sea el caso, en determinado lugar a cierta hora, salen de las fábricas, carros de combate, aviones, barcos y submarinos, proyectiles intercontinentales con cabezas atómicas… ¡Qué barbaridad!, estamos sentados todos sobre barriles de pólvora con la mecha encendida.

Los presidentes y primeros ministros de estos países, pasan por alto un hecho que es definitivo, que las armas que acabo de enumerar no son para nada las más efectivas, solo proporcionan recursos económicos para ir tirando, nada más.

El arma definitiva, por excelencia, es la palabra. ¡Claro…!  -dirán algunos-, mira el listo este, de la palabra no se vive.  Pero tampoco se muere, por lo menos de forma tan irracional y masiva como lo hacen estas armas de destrucción mecánica.

Nada, nada, unos cuantos misiles y ya está resuelto el problema, los otros contestan con represalias y ya está, esto nos obliga a hablar, a sentarnos y llegar a acuerdos. ¡Ya hablamos ¿no?! No, que no es eso, que los acuerdos firmados en papeles, hoy son papel mojado, no sirven para nada, cuando llegan a su país los echan todos a la papelera.

Con el término palabra no me refiero a acuerdos después de pegar tiros y zambombazos, quiero decir, que los humanos, somos la especie animal que tiene la exclusividad, en el campo de la conversación, del diálogo, del razonamiento, de desarrollar términos lógicos, para erradicar el miedo y la frustración, que nuestros congéneres padecen.

Tampoco es que haya que ser filósofo para llegar a acuerdos, los griegos, en su día, tenían un lugar donde exponían sus ideas, El Areópago, allí podía subir cualquiera a exponer sus ideas, se intercambiaban opiniones, se discutía sobre temas teóricos, en una palabra, se aprendía, se aprendía a hablar a decir, a informarse. No creo que sea tan difícil eso… ¿O sí?   Oh, es que hoy día, esto no se puede hacer, vivimos en un mundo globalizado, en el que los acuerdos deben ser respetados por todos.   ¡Pues más a mi favor, leches! Si de lo que se trata, es de vivir mejor, con más sentido común del que vivimos ahora, vale la pena intentarlo.

¡Mira a lo que ha llevado la falta de diálogo sincero…!, guerras por todas partes, y todos tienen razón. Claro como decía Gustave Flauvert: “El futuro nos tortura, y el pasado nos encadena. He aquí porqué se nos escapa el futuro”. No me digáis que le faltaba razón a este pensador…

En otra línea de pensamiento, René Descartes, escribió sobre la razón diciendo: “No hay nada repartido de modo más equitativo que la razón. Todo el mundo está convencido de tener suficiente”. Ese es otro de los problemas…  “Es que si tú no me hubieras provocado, yo no te habría bombardeado”  “¿Qué dices, si yo solo te insulté y te llamé estúpido?”  “Es lo mismo, tú ya conoces como soy yo, haberte callado la boca”.

Hablar…, si después de hablar se llega a una discusión acalorada, hay que pensar en cuales pueden ser las consecuencias. Está comprobado, que a la gente que gobierna, les importa un cuerno lo que les pase a los suyos, altruismo… ¡Cero patatero!  Sabéis, a veces pienso, que toda esta gentuza, pasa demasiado tiempo de viaje y en los despachos, deberían sentarse en un banco toda una mañana, a la sombra de un plátano, para ver cómo se comporta la gente de la calle. Verían al pueblo llano, gente hablando de fútbol con más o menos pasión, otros que sencillamente conversan y se intercambian saludos amistosos, otros dándose las gracias por haberle dejado un asiento libre en un bus.

Si quisieran contagiarse de estas cosas sencillas, irían de otro talante por la vida, se comportarían de forma distinta en sus hogares, cosa que probablemente ahora no es, solo es una casa. Mi abuelo decía siempre, que a los hombres de vez en cuando, nos hace falta un baño galvanizado para que no nos oxidemos. Le doy la razón. Aparte de alguna que otra borrachera que pillaba, era una persona razonablemente buena.
Sin duda alguna, estoy a favor de la palabra como arma definitiva.




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