domingo, 3 de agosto de 2014



                                                            PROTECCIÓN



Hablan desde sus jaulas, te llaman, quieren que estés por ellos, te adoran sin apenas conocerte, te huelen desde la distancia. Los perros son animales agradecidos, pueden pasar hambre, que con solo una mano que acaricie su cerviz se contentan.
Ellas, las únicas compañeras que tienen, aparte del veterinario que viene de vez en cuando para revisarlos, son sus dueñas, a veces se entristecen y hasta lloran cuando alguien, alguna alma caritativa los saca de su encierro.

Puede que haya cincuenta animales, da igual, como si son doscientos, todos las quieren para ellos, es como si dijeran   ¡He tú aparta que es mía, es mi dueña…!   Estas dos buenas personas, se hacen eco de sus ruegos, tratan de complacerlos a todos aunque la caricia sea breve, la comunicación casi nula, bastante tienen con limpiarlos, alimentarlos y renovar el agua de los bebederos.
Por esa razón, los perros agudizan sus sentidos y multiplican la capacidad de las celdas que tienen en la fresa, la parte prominente de su nariz, las huelen, llevan impreso el olor de estas cuidadoras, en lo más profundo de su cerebro.

No les resulta fácil sacarlos de sus jaulas, para rellenar los documentos que los van a llevar a otro hogar, les pesan los dedos sobre el papel, escribir nombres y direcciones, edad del animal y raza. Se convierte en una tarea complicada, si de ellas dependiera algunos  -siempre hay algunos preferidos, como hijos en las familias-, no saldrían de allí jamás. Alimentan su espíritu, las colman de alegría, un lametón en la cara, un salto hasta la altura de sus cabezas, los convierten en elegidos.

En su trabajo, los perros no dejan de besarlas, en sus casas los besos y las demostraciones de cariño escasean, hasta en algunos casos son nulas, se da por sentado que sus maridos las quieren, sino ¿de qué estarían viviendo juntos?

No basta, los seres humanos a pesar de no tener que caer en comparaciones, por razón de que “las comparaciones son odiosas”, las actitudes marcan diferencias, diferente sería si trataran con máquinas, esas no sienten ni padecen, muelles, tornillos, cuchillas, y plásticos son insensibles a las alabanzas. Pero en la protectora la cosa cambia, la frustración es mayor, los perros las abrazan aun siendo grandes animales, ellos no tienen consciencia, de lo grandes o pequeños que son, solo saben querer, quieren sinceramente sin interés alguno a cambio.

En su complejo lenguaje, dicen… “Deja que te quiera, te adoro, te estoy esperando desde hace horas, temía que no volvieras” Las dos cuidadoras, marcadas por estas súplicas, se dejan querer, saben que morirían de nostalgia sin su cariño. Llega la hora de la limpieza de las jaulas, se arrinconan, se sientan en un lado o al fondo de su habitáculo, y dejan que les limpien el espacio que en las próximas horas permanecerán encerrados, encerrados pero felices. Con la excepción claro está, de cuando llega alguien a escoger una mascota para su casa, entonces cada cual habla a su manera, se excitan, mueven sus colas desesperadamente, llaman la atención de la gente   “¡Estoy aquí ven a verme, soy un buen perro, algo grande eso sí! pero que le voy a hacer yo si me parieron así, escógeme a mí no te arrepentirás, no muerdo salvo que alguien quiera entrar en casa a hacer daño a alguien de los que habitan ahí!”

Todos ladran al unísono, está claro lo que quieren decir, lo mismo que ha dicho el primero, el grandullón de la esquina, pero al ser más chiquitos, su voz resulta más molesta, aunque el deseo de salir de la jaula y pasear por la playa o el campo, es intenso. Pasados estos momentos, las aguas vuelven a su cauce, nuevamente vigilan el lugar donde las dos cuidadoras trabajan, se mueven de un lugar a otro. Llegan a conocer las costumbres y horarios que tienen, el movimiento de los candados, el crujir de las puertas, el ruido de las herramientas que usan,   el momento, en el que se van a abrir de nuevo sus jaulas para recibir la comida y el agua limpia.
Ahora en verano… necesitan beber más, quizás si estuvieran en una casa, adoptados, no beberían tanto, pero la ansiedad acumulada, cambia sus necesidades.

No es extraña esta reacción, basta ver a un humano metido en un hospital durante determinado tiempo, hay personas que hablando entre ellos dicen, que su pariente está desconocido, parece otra persona, ¡Cuánto más un animal que ni siquiera sabe por qué está allí encerrado!

Menos mal de estas dos mujeres, que los miman y hasta cuando pasan por su lado a lo largo del pasillo, ellas van a otras cosas, pero a veces se vuelven y los miran con cariño, con ternura, sabiendo que ellos esperan que se les acerquen, para decirles algo y agradecérselo con un lengüetazo.



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