jueves, 14 de agosto de 2014

MIRANDO HACIA ATRÁS SIN IRA


                                                  MIRANDO HACIA ATRÁS SIN IRA




Perdí mi barco y todo cuanto llevaba en él, provisiones para cruzar todos los mares imaginables, tesoros que embarcaron conmigo desde puertos lejanos, el magnífico mascarón de proa, con sus pechos al aire, sin ninguna vergüenza, con su gran cola de sirena, extendía los brazos hacia la brisa marina, para que a su paso se abrieran las aguas, como si de moisés se tratara cuando con su báculo tocó las  aguas del Mar Rojo.

Todo se perdió en el fondo del océano, esa poderosa masa de agua, que engulló esas mi barco y sus riquezas, como si las puertas del infierno, las devoraran en su fría inmensidad. En la pequeña chalupa, pude alejarme del remolino causado por la desgracia del hundimiento.
Me importa bien poco saber dónde iré a parar, solo remo, esta pequeña embarcación es muy frágil, sin embargo, es lo único que tengo para poder llegar a algún lugar, un puerto, una isla sea esta habitable o no, poco importa eso.

No puedo pensar y remar a la vez, me concentro en hallar en mitad de la noche, estrellas que guíen mi camino, nunca he sido buen observador de las estrellas, ese es el mayor problema, la estrella Polar, que es la luz del Norte por ser la que menos movimiento tiene, en relación a la rotación de la Tierra, me habría servido de mucho, antes quiero tratar de encontrar en el cielo, la Osa mayor, un conglomerado de siete estrellas, y la menor, que siempre la acompaña.
Siento mucho, todo aquello que he perdido, cosas irrecuperables, tesoros, sé que me repito, que ya lo he pensado antes dentro de mi interior. ¡Todas esas cosas… tenían tanto valor para mí!

En la nave, iban envueltas en telas y guardadas en receptáculos, que los preservaban de la humedad y el salitre del mar, no podían alterarse, ni su color ni sabor, tenían que llegar a mi puerto, inalterables. Pero… la puñetera galerna inesperada, echó por tierra mis planes, eso, contando, con el hecho de que los marineros viejos, me aconsejaban, que era el mejor tiempo, para navegar por ese océano. ¡Maldita sea mi suerte…! digo suerte por decir algo, nada tiene que ver la suerte con el estado del tiempo, y las consecuencias que puede tener, en la aventura de un mal navegante como yo. ¡Emprender un viaje de este calado confiando en lo que te aconsejan los demás…, imbécil de mí!

El contenido de esta preciosa carga, es lo que me ha impedido, tomar decisiones sabias. ¿Cómo las iba a tomar, si después de esta catástrofe había perdido la fe en mí mismo? Desde entonces, me limito a caminar por caminos bien trazados, evito los caminos marinos, Antonio Machado decía, que los caminos en la mar, no son más que estelas, que cada cual traza a su manera. He aprendido a caminar sin mirar hacia atrás, y a hacerlo sin ira, sin arrepentimientos.
Hay oportunidades que llegan y se van, pero llegan otras nuevas, éstas son las que debo aprovechar, no las pasadas, de las pasadas solo se puede recoger, si se sabe hacer, experiencia, eso es todo.

Evitar mirar hacia atrás, me ha enseñado a ser un poco más cauto, más lento, de ese modo, evito cometer errores, precipitarme, gastar los zapatos más de la cuenta, al escoger mejor las sendas, que creo que debo tomar. No son seguros los caminos, en cualquiera de ellos puedes tropezar con bandidos, o reclutadores de ejército para el rey, y esos… no te tan opciones, te suben a un carro y basta. ¡Ya puedes ir cantando que no quieres…!, camino del frente vas, y eso sin quererlo.
De nada sirve mirar hacia atrás para evitar peligros, puñaladas traperas, si quieren te atacan por los flancos, y cuando no es así, se levanta una polvareda de pronto delante del camino, y aparecen los soldados del rey, te llevan a rastras o en volandas, y ya estás listo.

Así vivo desde que abandoné a su suerte mi barco hundido, perdido todo, andar de nuevo es lo propio, comenzar con un corazón nuevo, gastado pero renovado de ánimo y espíritu, camino de algún lugar bajo el sol, que me ayude algún día de esta corta vida humana, a hallar un rincón bajo un árbol en el que recostar la cabeza, cuando el sol se pone. No busco más que esto, llevo la vida a rastras, pero la llevo… o quizás ella me lleva a mí, va, da lo mismo, no tengo ganas de filosofar, me he olvidado de hacerlo desde aquel fatídico día en el mar, el día de la galerna que acabo con buena parte de mis ilusiones.




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