FELIZ DE SER COMO SOY
Sí, solo, vale. Con mis cabreos, también, pero como no tengo
a nadie con quién pelearme, me discuto con un mueble, ¡cómo no me contesta ni
cuestiona lo que le digo, se me pasa al cabo de un rato y todo vuelve a ser una
balsa de aceite. Tengo mi casa, como los chorros del oro, me ocupa poco tiempo
arreglarla, no soy un guarro de esos que lo deja todo por medio, el baño que
uso a diario, con mis duchitas de agua fría, me ayudan a conservar un grado de
templanza -creo yo-, que uso cuando
salgo a pasear por la calle.
Extraño a mi perro que no puedo tener conmigo por cuestiones
de comunidad, hay un capítulo que dice que no se admiten animales, y al estar
de alquiler, hay que acatar los términos que los propietarios de la comunidad
han firmado en su totalidad. Tiene huevos la cosa, hay nueve pisos, a cuál de
ellos más hermoso y bien equipado, pero vivimos solo, cuatro inquilinos, no me
digas que no tengo motivos para ser feliz, salvo este pequeño detalle.
Salgo a pasear casi a diario, salvo cuando estoy chungo,
cuando el tarro no va bien engrasado y se gripa en determinados momentos,
entonces me quedo en casa, durmiendo, dibujando, escribiendo o leyendo, ¿Qué te
parece?, en general, estoy feliz de ser como soy y estar donde estoy.
Que en momentos determinados de la vida, la gente que te
rodea, no termina de comprender la situación de uno, ni yo la de ellos, desde
ese punto de vista, y dado que los otros son más, pues ahí os quedáis. Ahora
bien…, que no me vengan a tocar los huevos… porque entonces la lio, y la lio en
serio. ¡Faltaría más! De las primeras ocasiones que mi ex venía a ayudarme -ahora también lo hace, las cosas como son,
pero pagando he, no te vayas a creer que me chupo el dedo-, cuando marchaba a
media tarde del mismo día, buscaba cosas que yo pongo en determinados lugares,
por aquello de la memoria, y oye, no las encontraba.
-Oye nena, ¿tú has visto la tijera aquella que tenía en el
cajón de los cubiertos? -por teléfono-
-Sí, te las he puesto en el cajón de debajo, en el segundo
donde tienes los cucharones y la espátula de la plancha.
-Pues no me lo cambies de sitio, que luego me rompo los
cuernos buscando cosas.
-Vale, no te preocupes.
-¿Has visto las camisetas de manga larga?
-¿Para qué quieres ahora las camisetas de manga larga, si
hace calor?
-¡Para ponérmelas de braguero! No me las cambies de sitio
joder.
-Están en el cajón de la cómoda delante del espejo, ¿quieres
que venga a dártelas?
¡Venga hombre, que ya me está bien así, como tengo
dispuestas las cosas! Eso me jode mucho, soy yo y a veces hasta a mí me cuesta,
encontrar las cosas que he dejado en su sitio… no falta más que venga alguien a
tocarte lo que no suena para confundirte más.
Eso sí, un día por la mañana, llegó a casa -tiene las llaves por el asunto de la asistencia
sanitaria de la Cruz Roja-, nos sentamos y le puse claras las cosas.
-Cuando vengas a esta casa, no quiero que me cambies nada de
nada, no toques nada de como yo lo tengo dispuesto, no tengo porqué terminar
loco antes de hora, ¿de acuerdo?
Me miró, estuvo un instante callada, luego iba a decir algo
pero la interrumpí antes de que comenzara a hablar.
-Aquí vivo yo, no tú, tienes tu casa y yo no me planto allí
a tocar cosas, es más, sabes que jamás volveré a aquel escenario de chiflados.
Los majaras, bien lejos de mí, de modo que cuando vengas a esta casa,
considérala mi santuario. ¿A que no se te ocurre entrar a una iglesia y cambiar
incensarios o poner unos santos en lugares cambiados? Pues aquí lo mismo, esta
es mi catedral ¿te queda claro?
Fue hablar de este asunto, más que nada para puntualizar las
cosas coño, que hay quién se cree con derechos sobre toda piedra que pisa en el
camino. Pues no, soy feliz así, ¿podría estar mejor, si dejara que tocara lo
que ya no tiene derecho a tocar? No, de eso ni hablar. Me fui y por deseo suyo
no he regresado, ahora soy feliz, a veces me llama y no contesto al teléfono,
estoy durmiendo, no permito que nadie me joda este momento, me desconecto,
luego, cuando me levanto, me queda registrado quién me ha llamado, si me
conviene devuelvo la llamada, sino me pongo una camiseta y bajo a tomarme un
café americano con hielo al Rac’o de Cal Diable, que lo tengo junto a la
esquina de mi casa, a cincuenta metros.
Ya que estoy obligado a ser feliz bajo estas circunstancias,
ahora más que nunca, protejo mi intimidad, hay quién se acerca a mi mesa,
cuando estoy en la terraza del bar tomando lo que sea, en ese momento no quiero
compañía, estoy leyendo por ejemplo, o escribiendo.
-No es buen momento para que te sientes aquí conmigo, no voy
a hablar de nada, tengo cosas que hacer, disculpa.
Cómo ya me conocen, desde lejos me miran la próxima vez y
con un gesto de la mano les indico que se pueden acercar, entonces sí que les
doy palique, algo que sea edificante, porque como comiencen con determinadas tonterías,
me excuso y me voy a mi catedral, a rezar a mi manera.
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