UN HOMBRE CON EL ALMA GRANDE
David, con esa gran casa que ha heredado de sus abuelos, se
ve diminuto. No sabe qué hacer cuando llega a la puerta, y abre, ve aquellos
techos altos, aquellos espacios inmensos, desde el recibidor con un gran
paragüero, que preside delante del mismo, un gran mueble con cajones, asoma la
cabeza a un espacioso pasillo. Puertas y más puertas, llenan aquel pasadizo
¿hacia dónde?
Viene de vivir en un apartamento, una casa perfecta para él,
treinta y seis metros cuadrados, ¿para qué más?, mueve la cabeza y piensa que
se ha complicado la vida, contestando afirmativamente a la petición del abuelo
“La casa del ensanche,
se la cedo a mi nieto David, al año de vivir en ella, podrá disponer como
quiera de la propiedad. El primer año, vivirá en ella, pasado este tiempo, que
haga lo que le plazca. Tendrá asignado un estipendio de cincuenta mil pesetas
por mes durante todo este tiempo, si cumple con mis deseos y no la vende ni la
alquila, le quedará este dinero, asignado, de por vida, al margen de la vida
que lleve. Que así se haga y se cumpla”
Que mal me quería mi abuelo, ¿Qué hago yo con esa inmensa
casa, cómo la mantengo? Sin dudas sobre la propiedad, todo está limpio y
arreglado, en lo que se refiere a documentos, pagos de contribución… vamos,
todo. El administrador y un abogado de la confianza del abuelo, se encargan
desde hace muchos años de todo lo administrativo, legalidades y pagos de cuotas
de negocios, que tiene en cuatro ciudades españolas. Aunque Rosendo ha
fallecido, a David le ha quedado un doce por ciento de acciones de la compañía.
La fortuna del abuelo, viene dado, de los negocios de azúcar
que tiene en lugares desconocidos por David, islas esparcidas por El Caribe,
quién finalmente, con el deseo de expandirse, buscó asociados legales para
hacer la empresa más segura. Antes de su muerte, que por desgracia fue lenta,
vendió su participación a la empresa, que él había fundado.
De ahí esa fortuna, que en cierta medida, le aseguraba un
futuro a David. Estudia agronomía en la universidad de la Diagonal de
Barcelona, y con tres paradas de autobús llega delante de la universidad.
Deja sobre una butaca tapizada en piel, muy antigua, unas
cuantas cosas que lleva en una mochila, lo imprescindible para pasar en esta
hermosa casa unos días, conocer donde está todo, saber cómo funcionan
determinados aparatos…, todo lo que es necesario, para poder vivir allí con el
convencimiento que va a estar bien.
Una cosa, es que su abuelo viera en la casa, su refugio, un
viaje que desde el pasado, cuando adquirió la propiedad, les diera al
matrimonio, sus abuelos maternos, un nivel de vida de acuerdo a las
circunstancias del momento. Pero ahora todo era diferente…, esta casa la
adquirieron, cuando vivían en Martinica, según sabe por sus padres, que viven
en Ciudad Real.
-¿Qué te parece David, te acostumbrarás a vivir en esta casa
monstruosa?
-Pues no sé qué contestarte mamá, de momento por lo que
llevo visto, la casa en su tiempo, quiero decir cuando la compraron, debía de
ser la hostia. ¡Es grande, que digo grande… inmensa?
-Ya lo sé hijo mío, no la recuerdo muy bien porque solo
estuve una vez, pero recuerdo algunas cosas, como que siempre tenía música
puesta en el mueble giradiscos que hay en la sala grande, ¿no lo has visto?
-No, estoy hablando contigo y a la vez inspeccionando
habitaciones, un salón que cabo de pasar, y ¡ha, ya lo veo, ahí está el mueble
de música!, es grande… a ver, vaya pero si esto es una reliquia, pero ahora
este mueble debe costar más que cuando él lo compró.
-Lo encargó a un taller de ebanistería, creo que de la calle
Aragón, todo un artista. La máquina no sé de donde la sacó, pero suena mejor
que los aparatos modernos te lo aseguro.
-Bueno mamá voy a seguir inspeccionando, ya te llamaré
cuando haya terminado, seguro que encuentro cosas tuyas aquí, ¡eras su hija
predilecta!
-Va… tonterías. Guárdalas si acaso, cuando nos veamos
hablaremos, adiós hijo te quiero.
-Yo a vosotros también, un beso para los dos, hasta pronto.
Del armario de los discos que hay en el propio mueble, saca
un disco de música de orquesta, Frank Pourcel y su orquesta, abre la tapa del
giradiscos, se queda abierta por las bisagras metálicas de latón recio que la
mantienen abierta o cerrada, según se quiera. Mira la palanca que levanta el
brazo de la aguja y se coloca al principio del disco, desciende y se pone en
marcha la música. ¡Guau, como peta este aparato! Los altavoces suenan divinos,
deben ser de lo mejor que había entonces. Con la música puesta abre la puerta
del salón y sale a un patio con una fuente presidida por un Neptuno con su
tridente y varios peces grandes imaginarios, saltando a su alrededor. Al fondo
del patio se ven tres árboles, una palmera muy bien cuidada, un limonero a un lado, y un palosanto
al otro, el resto del patio, equipado con asientos y mesas de madera de teca,
en un rincón que parece especial, a cubierto del sol y la lluvia, ve una mesa
redonda de fuerte caña fina teñida de marrón con una butaca del mismo material,
está protegida con un gran mantel de ganchillo.
David recorre la casa, asombrado, pero sin hablar, ¿con
quién va a hacerlo?, tendría que haber traído a Miranda para que lo acompañara.
Se habría quedado de piedra, ¡con lo que le gustan a ella las cosas antiguas…!
Recorre la asombrosa cocina, los tres baños perfectamente
montados con piezas exclusivas, hasta los enchufes y los interruptores de la
luz son pequeñas obras de arte, estos últimos están hechos de dientes de
tiburón limados para no cortarse con ellos los dedos. Está cansado y se deja
caer en el sofá de piel, se da cuenta mientras ha visitado la casa, que la
música llegaba a todas partes, incluso si cierras la puerta del baño, se
escucha, como si saliera de allí.
Alguien entra en la casa, se oye el chasquido de la puerta
de hierro cuando se abre. ¿Quién puede ser a estas horas?, la puerta la he
cerrado con llave. Aparece en el recibidor una señora de mediana edad y otra
más joven con la piel aceitunada.
-Disculpe señor, mi nombre es Ana, y esta es Lorraine, llegó
aquí con su abuelo en uno de sus viajes. Nos encargamos de la limpieza de la
casa, cuando nos vayamos, le dejaré teléfono y dirección mía, mi marido es el
que siempre se ha encargado del mantenimiento cuando se ha tenido que hacer
algún arreglo o reparaciones.
-De acuerdo… mi nombre es David, soy el nieto…
-Ya lo sabemos señor, su administrador nos ha informado.
-Le agradecería mucho Ana, que no me interrumpa cuando
hablo, no se lo tome como algo personal, pero no me parece bien.
-Tiene usted razón señor.
-No hace falta que ninguna de las dos me llame señor, señor
era mi abuelo, yo soy un estudiante de universidad. A los profesores los
tratamos de tú, establece vínculos más directos.
Ana le pregunta si va a quedarse a dormir en la casa esta
noche, contesta que sí, que le preparen la habitación que está junto a la que
su abuelo dormía, también tiene baño propio y un gran vestidor que da a una
sala de estar.
-Miranda, ¿podrías venir a esta dirección que te voy a dar?
Cuando llegues, hazme una perdida.
-¿Y eso…, te pasa algo?
-No, te quiero enseñar algo que te va a sorprender mucho.
Miranda no sabe nada de la herencia que su abuelo le ha
dejado, es más, ni él mismo imaginaba algo así.
-¿Qué te parece dentro de una hora David?
-Me parece perfecto, no te retrases, si te va bien cenas
conmigo esta noche.
-Vale no hay problema, avisaré a mi madre.
Mientras ojea revistas de National Geografic, Ana desde el
fondo del salón que está limpiando
-¿Sabes una cosa David?, tu abuelo siempre tenía puesta
música, me gusta mucho la música, tu abuelo Rosendo, siempre decía, que la
música es para el alma como la gimnasia para el cuerpo.
-Este es un dicho de Platón, Aristocles de Atenas, un gran
filósofo, pensador y naturista.
-¿Ves…? esto no lo sabía, seguro que lo sabía de haber
leído, en la habitación de la izquierda al fondo del pasillo está su despacho,
¿has estado ahí?
-Pues lo cierto es que no, creo que es la habitación que he
olvidado abrir, llevo aquí una hora escasa, y me ha sorprendido tanto la casa,
que seguro que he dejado cosas por ver.
Se levanta y va hacia el despacho, la puerta está cerrada
con llave, él no la tiene.
-¿Sabes quién tiene la llave del despacho?
-La guardaba tú abuelo, pero no sé dónde, está sujeta a una
especie de llavero que es una caracola muy rara, alargada, de color marrón
claro con pintas azules.
-¡Vaya!, ahora tendré que hacer de detective para encontrar
esa llave…
Se rinde de momento, ¿Dónde buscar una sola llave, aunque
esté sujeta a una caracola?
-Por si te sirve de pista, algunas veces cuando salía del
despacho, cogía un disco de Franz Schubert y se sentaba en el patio a
escucharlo. Me parce recordar que era la octava sinfonía llamada “Inconclusa”.
David, se acerca al mueble de música y mira por algunos
rincones, hay unos cuantos, cajitas con agujas y cápsulas, un par de pequeños
discos para poder escuchar singles de 45 revoluciones… ¡Ajá, ahí está la llave,
si señor! Ana esboza una sonrisa, se acerca a toda prisa a la puerta del
despacho, cuando mete la llave en la cerradura y la hace girar, abre con sumo
cuidado la puerta, da la impresión que va a entrar en una especie de santuario.
-¡Madre mía, que maravilla…!
El piso es de madera olorosa, no sabe de qué está hecho,
pero huele como a sándalo, él usa estas varitas de incienso y conoce el olor
que despiden. El despacho lo preside una gran mesa de caoba, trabajada con
motivos campestres, valles, colinas y campos, aguas a manera de pequeñas
cataratas, caen sobre las rocas de algún paraíso inexistente. Labrado a mano
por algún maestro en talla, coloreado con deliciosos colores naturales, de tal
forma que te parece estar viendo relieves fotográficos. Los estantes, en forma
de herradura, acristalados, contienen libros que están colocados por temas,
unas pequeñas placas cerámicas pintadas con letras negras, señalan… historia,
arte contemporáneo, física, filosofía…, enciclopedias de bastantes volúmenes,
libros con el lomo de cuero haciendo aguas en color… ¡fascinante, único!
Este hombre debe de haber sido un estudioso, carpetas sobre
la mesa, pliegos para escribir y sobres, sellos para franquear las cartas que
enviaba.
Suena el móvil, tres llamadas y cuelgan. Esa es Miranda,
seguro, sale a la puerta y la ve, le sonríe y se acerca a la carrera hasta la
puerta.
-Oye David, ¿Qué es esto, una broma?
-Qué más quisiera yo. Anda pasa que vas a alucinar, mira
esta casa -de espaldas a la calle y con
los brazos abiertos- es mía, la he
heredado de mi abuelo.
-¡Anda ya…! Que más quisieras.
-Que sí tía, que es verdad, es mía, bueno… y tuya también,
sí quieres.
-No me estarás tomando el pelo ¿verdad?
-Para nada cariño, pasa y mírala, ahora están las señoras de
la limpieza, vienen dos veces en semana a echar unas horas para dejarlo todo en
orden. Se ve que mi abuelo era un hombre muy meticuloso, ordenado y limpio,
bueno, ya lo verás ahora.
Entra con cuidado, da la impresión que espera que alguien le
dé un escobazo en la cabeza. Mira hacia arriba, hacia el suelo, alrededor, con
los ojos abiertos como platos.
-¡Anda que no…! David, tu abuelo debía ser dueño de un
imperio, ¿no?
-Pues… más o menos, sí, eso que tú dices. Un imperio de
azúcar, una gran empresa quiero decir; que se dedicaba a explotar plantaciones
de azúcar en ultramar.
-Me cago en la leche David… ¿eso quiere decir que eres rico?
-Pues claro que lo soy. Te tengo a ti, comprendo a mi abuelo
ahora, cuando ya ha muerto, lo que he significado para él, a pesar de no haber
tenido casi relación, me ha asignado un dinero de por vida para que no pase
apuros, me regala su casa con todo lo que ha significado en su vida, este
rincón. Dime, ¿tú no te considerarías rica también?
-¡Que fuerte David, la gente va a flipar!
-¿Qué gente?
-Los amigos, mi familia…
-Poco a poco cariño, eso no va a funcionar así ¿de acuerdo?
No hace ninguna falta que la gente sepa que uno tiene o deja de tener, lo
bonito, es entender, que la riqueza reside en la propia vida de las personas.
Mi abuelo ha sido un buen ejemplo de esto, salvo mi madre, nadie sabía que
poseía tantas cosas y tan valiosas, ahora lo comprobarás tu misma. Mi abuelo
debe de haber sido una persona hermosa, rica en valores que nosotros ahora no
alcanzamos a ver.
-Bueno, pues enséñame la casa, anda.
De la mano, juntos recorren las estancias, las cornucopias
adornadas con pan de oro, que recorren los techos de cada habitación. Miranda
está perpleja de tanta hermosura, cuando salen al patio, la fuente de piedra se
pone en funcionamiento, comienza a salir agua de las bocas de los peces que
están al pie de Neptuno. Ana la ha conectado, se alimenta del agua de un pozo
propio que limpia el agua y la recicla.
-¿Cuántas habitaciones tiene la casa?
-Seis, sin contar una que todavía no he visto, que está en
esta torre de arriba. Ana dice que hay un telescopio, y una pequeña colección
de catalejos, luego subimos a verlo.
-Vamos ahora ¿no?
-Primero quiero enseñarte este aparato de música, es
antiquísimo el mueble, hecho a medida. Le gustaba mucho la música, ¿sabes una
cosa?, estés donde estés de la casa, desde cualquier habitación, aunque esté
cerrada, se escucha la música, como si tocaran dentro de donde estás. Y no
tiene hilo musical ni nada de esto, es una cosa rara pero muy agradable.
-Alucinante tío, lo cuentas a alguien y no lo cree.
-Pues verás el despacho…
Otra estancia que la deja sin palabras, igual que le ha
pasado a David antes. David se da cuenta de cómo cambia la expresión de su
cara.
-Sin duda, tu abuelo era una persona de una gran
sensibilidad. Me hubiera encantado conocerlo y conversar con él.
A David también, lo piensa, se arrepiente por no haber tiempo
suficiente para conocer mejor al abuelo Rosendo, sin duda, habría aprendido
muchas cosas, asuntos que no se enseñan en la universidad, su cara en este
instante es de estar en otro lugar, se imagina a los dos juntos paseando por la
casa, tomando café en el patio, escuchando el murmullo del agua de la fuente,
conversando sobre asuntos, que les interesan a ambos. Ahora ya es tarde, piensa
para sí, aunque todavía estoy a tiempo de tratar de sentirlo, tengo todos los
medios, su casa, quién sabe si estará rondando su fantasma por ahí. Va,
tonterías, yo no he creído jamás en los fantasmas, puertas que se abren y se
cierran solas, libros que caen al suelo sin que nadie los toque, luces que se
encienden solas… ¡esto son tonterías!
Trata de sacarle información a Ana sobre sus costumbres
diarias cuando vivía aquí, lo que hacía al levantarse de la cama, que
desayunaba, si leía la prensa diaria, cuanto tiempo pasaba en el despacho y lo
que hacía en él. Pero poco puede averiguar al respecto, Ana va a lo suyo cuando
viene, bastante tiene la mujer que hacer, en cuanto pasa de la puerta y
comienza con sus tareas.
Se tropieza con Lorreine cuando dobla el pasillo para ir a
la sala grande
-Dile a Ana, que me prepare la habitación del abuelo, por
favor, he cambiado de idea.
-Bien ya la preparo yo, Ana está ahora regando las plantas
del jardín, después de regar marchamos para casa.
-Oye Lorreine, ¿viniste con el abuelo de Martinica?
-Sí, allí me quedaba sola, me propuso ocuparse de mí y
acepté, me ha tratado siempre muy bien.
-Bien, se conoce que era un buen hombre…
-Sí que lo era, me crié en su hacienda, mi madre murió de
unas fiebres, y no quiso que me quedara más tiempo allí.
-Y así se quedarán las cosas, en el futuro, considera esta
casa como si fuera también tuya.
De los ojos de Lorreine, unos ojos rasgados como almendras,
verdes como el mar caribeño, brotan lágrimas, que resbalan por sus mejillas,
sin ser capaz de reprimirlas.
-¿Qué es lo que sucede, porqué lloras?
-Me acuerdo mucho de él, siempre me trató como a una hija.
La expresión de su cara mientras habla con él, el tono de su
voz, las lágrimas derramadas, le dicen que hay algo más de lo que le ha dicho. No
insiste sobre el tema, pero presume que Ana, sabe el resto de la historia.
-David vengo del mirador donde tu abuelo tiene montado el
telescopio, de noche, mirar el cielo con este aparato, debe ser una pasada.
-¿Y cómo es que has subido sin mi permiso, no podías esperar
un poco?
-¡Perdona chico!, como te pones por una cosa así.
-No me pongo de ninguna manera, -lo dice enfadado- solo que lo tengas
presente la próxima ocasión, a mí no se me habría ocurrido hacer algo así
estando él vivo.
-Pero es que no está vivo, David. No hacía falta que me
invitaras para darme la bronca ¿vale?
-No te doy la bronca, solo quiero decir que hay que tener
más respeto por las cosas que hay aquí, primero las tengo que descubrir yo
¿entiendes?
Miranda no se despide, coge la cazadora vaquera que llevaba
puesta y el bolso, y sale de la casa.
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