EL CERVATILLO
PERDIDO
La jauría ya está suelta, el sonido de la corneta excita a los perros, saben que ha llegado
la hora de su labor, buscar la presa que
los cazadores a caballo perseguirán detrás de ellos.
Un sabueso, al que su amo lleva de cacería por pura
compasión, arrastrando las orejas por el suelo, va cojeando por la edad que ya
tiene, tras las cabalgaduras, sus ojos con los párpados caídos no hacen más que
dificultar lo poco que puede llegar a hacer, a causa del polvo que levantan las
herraduras de los caballos que van delante de él, y a quienes a su modo maldice.
Pero… siempre ha sido un perro fiel, fiel y muy listo, pues
en los rincones más escondidos y dificultosos, otros de su especie no huelen
nada, él sí, cosas de la experiencia. A las jaurías siempre se las renueva, los
mayores enseñan a los más jóvenes, ahí no interviene la mano humana, entre
ellos se entienden, incluso si algún joven se desmanda, los más viejos le
mordisquean el lomo para que no se despisten y aprendan rápido, el alimento
depende de eso, más de uno se ha perdido en la espesura y ha terminado siendo
pasto de lobos o jabalíes.
En esta ocasión, van tras los corzos, animal astuto y con
muy buena vista, y del oído ni hablemos, giran sus grandes orejas como
auténticos periscopios, se podría decir que, cuanto no ven lo oyen. El viejo
sabueso, con manchas negras, va un poco a lo suyo, a él ninguno de los más
viejos le tose, ya conocen su carácter y sus dientes, tres o cuatro llevan
señales perennes en sus cuellos y patas, de los dientes del viejo sabueso.
Ahora encuentra una seta que es de su agrado, para se acuesta y se la come, más
adelante, escava con sus fuertes patas en el terreno, y saca una trufa negra
que es un regalo del cielo.
No pierde el rastro de la jauría, que a lo lejos escucha
ladrar de forma excitada. Tras un gran roble, para de repente, ha oído un ruido
que lo mantiene inmóvil, sin parpadear, mueve ligeramente las orejas, vuelve la
cabeza con mucho cuidado y ve entre la espesura a un cervatillo despistado, los
dos quedan como congelados por unos momentos. El uno y el otro, mueven las
orejas, el cervatillo con la cabeza casi enterrada en el suelo, no quiere
dejarse ver, es demasiado tarde, el sabueso ya lo ha visto. No tiene intención
de asustarlo, de modo que poco a poco, arrastrándose entre la maleza, hasta
llegar donde está el cervatillo se aproxima muy despacio.
El resto de la jauría está muy lejos de donde él está. Lo reconozco, ya soy muy viejo para seguir
los pasos de estos afamados perros, pero mira tú por donde seguro que he
encontrado una presa antes que ellos, si fuera de otra manera, la corneta ya
habría sonado para dar aviso a los cazadores, que van con sus lanzas en ristre.
¡Míralo el pobre… está aterrorizado!, ni se mueve aunque me ve, su madre le
habrá enseñado que hacer si tiene un cazador cerca. Hola jovencito… ¿Qué tal
estás?, no me tengas ningún miedo, no voy a devorarte, ni aun cuando era más
joven hacía tal cosa. Nosotros, los sabuesos, marcamos el lugar donde están las
víctimas, que luego cazan los caballeros, esos sí que son peligrosos, nosotros
somos más bien, colaboradores de esta crueldad.
Muchas veces, cuando he visto como lanceaban a ciervos y
jabalíes, te das cuenta de lo impotentes que son como personas, ha manudo no
tienen éxito más que para cazar, luego en sus casas, no son nada, son
corderitos conducidos por sus gordas esposas, que hasta los golpean, ya ves,
cuando salen de caza, se desquitan con vosotros, desatan su ira contra los
animalillos del bosque.
Todavía con los ojos de terror, al verse tan cerca del
sabueso de quién nota hasta su aliento en la nariz, levanta la cabeza poco a
poco. Me he perdido, no sé dónde está
mi madre, sin ella, mañana a esta hora, estaré muerto. Caramba chico, ¡ahora sí que estás en un
buen aprieto! Ya ve usted… He, nada de usted que no soy tan viejo, soy
mayor nada más, lo que pasa, es que la apariencia de esta especie mía, da esa
impresión, me puedes tutear. Bien, pero
eso no resuelve mi problema. ¿Y qué
quieres que haga yo?, no te puedo ayudar, son cosas de la vida, es así, hay que
asumirlo.
Mientras suena la corneta a lo lejos, se escuchan gritos y
voces, otro toque de corneta. Vaya,
parece que han dado con una manada de los tuyos, ¿Cuántos formabais parte de
esta manada? Pues… un macho muy grande
con una gran cornamenta, y cinco o seis hembras, entre ellas está mi
madre. Mal asunto este, pequeño, estos
perros que van ahí delante son muy buenos siguiendo rastros y como mínimo hay
veinte caballeros, la mitad de ellos con lanzas, el resto con arcos y flechas,
buenos tiradores. Entonces ¿Qué hago…? Pues no sé, nunca me he encontrado en una
circunstancia así, soy un perro de caza, entiéndelo. No puedo, soy demasiado pequeño para
comprender determinadas cosas.
Sígueme pero ve a paso lento, que tengo las patas cortas, y
tengo reuma en todo el cuerpo. ¿Dónde vamos? Tú sígueme y calla, no llames la atención,
dentro de poco llegaremos a un vallado, sáltalo y sigues tras de mí.
A campo abierto, cruzan una pradera verde, esparcidas por el
lugar se ven vacas paciendo.
Ahora ve con mucho cuidado, nos vamos a acercar a esa vaca
más vieja, mira que tetas tiene, ve por detrás y con mucho cuidado, alargas el
cuello hasta sujetarte a una de sus ubres, cuando la tengas, sin violencia, comienzas
a succionar ¿de acuerdo? Yo mientras voy a hablar con ella, me conoce muy bien,
mi dueño también es el dueño de las vacas.
Pero es que… ¿Qué pasa
ahora? Que no me gusta la leche de
vaca. ¿Acaso la has probado mendrugo?,
una cosa hasta que no se prueba no se puede desechar, ¿quieres seguir vivo o
no?, porque no te queda otra.
Mientras el cervatillo comienza la maniobra de succionar la
leche de la vaca, el sabueso habla con la vaca en un lenguaje que a él le
resulta desconocido, al principio, sacude la cabeza el joven cuadrúpedo, pero
poco a poco, le va resultando agradable, calienta sus tripas con esa leche rica
en proteínas y grasas, la vaca por su parte ha soltado unos sonoros mugidos,
que han espantado al cervatillo, pero la suma ha sido positiva.
Venga, vamos de nuevo al bosque, ahora hay que encontrarte
un lugar seguro, protegido de hombres y bestias.
Lo conduce a un cercano riachuelo cristalino, ambos beben un
poco, el sabueso para calmar la sed, el cervatillo para quitarse un poco el
regusto de aquella extraña leche vacuna.
Este va a ser un buen lugar, verás, cuando se sale de
cacería, los caballeros no dejan que los perros se distraigan a beber aquí, los
hacen beber después de haber trabajado un buen rato, a la vuelta ya los llevan
a todos sujetos de sus correas, los mozos no los dejan acercarse al rio, lo que
quieren es que coman, luego beben de los bebederos de la casa. ¡Hay que ver cuánto sabes de este tema! A la fuerza ahorcan amigo mío, vamos a escarbar
un hueco aquí, justo bajo estas zarzas, arranca hierba seca y extiéndela a
manera de lecho, hoy haré guardia, no temas.
Al final del día regresan los cazadores con sus aparejos y
un carromato que transporta a las víctimas de la cacería. De una de las alzas del carro asoma la
cabeza del macho con la lengua afuera ensangrentada, del final de la carreta,
cabezas y patas, asoman en una fantasmagórica estampa, su madre es una de
aquellas cabezas, hasta puede percibir todavía, el olor de su cuerpo. El
jovencito inclina la cabeza con los ojos muy abiertos, no se le escapa sonido
alguno, solamente se dibuja en su rostro, un brillo especial que denuncia que
reconoce aquel cuerpo, baja la mirada y se derrumba en el suelo,
instintivamente alarga el cuello sobre el suelo como queriéndose esconder de
aquel desastre que le afecta directamente, el corazón se le acelera.
¿Te das cuenta…? esto que ves es la distracción de muchos,
podrían comprar esta carne si tanto les gusta, pero no, tienen que sentir la
fuerza de las lanzas penetrando la carne de los animales, sin pensar en las
consecuencias, ¿Qué logran con esto?, matar a otros muchos que no van a poder
crecer, no es tu caso, para eso me tienes a mí. Te ayudaré a crecer, hasta que
seas un gran macho, prometido.
Ha pasado bastante tiempo como para que el cervatillo apunte
maneras, se alimenta de pasto, cuando el invierno es muy duro, come con su
manada cortezas de árboles y musgo que a fuerza de escavar con sus patas
delanteras encuentran bajo la nieve, los líquenes también son muy apreciados
por su sabor y propiedades. Con el sabueso, no cuenta nadie en la casa, ya está
acabado, se solaza al sol, pasea y como no, visita la manada de ciervos que han
aprendido a confiar en él. Aquel cervatillo con pintas de camuflage al nacer,
se ha convertido en el macho Alfa de la manada, cuando están juntos, se alejan
un poco de todos y hablan de sus cosas, el sabueso le informa de cuándo va a
ser la próxima partida de caza y cuántos van a subir a cazar.
La última vez que se han visto, ha sido en una salida
sorpresa, que el conde ha organizado para agasajar a un invitado especial, el
sabueso corre para avisar, que se oculten, que marchen, planta cara a la jauría
que sube por la ladera, saca fuerzas de flaqueza para impedir que lleguen
arriba antes de que puedan huir, se pelea, muerde y le muerden, son más fuertes
que él y mucho más ágiles, lo dejan mal herido pero los ciervos han podido
huir.
Por la noche, descienden con cuatro jabalíes, y unos cuantos
rallones vivos metidos en jaulas. Los usan los arqueros para entrenarse en el
tiro con arco, subidos a caballo, los persiguen hasta que los tienen a tiro, y
los atraviesan con sus flechas.
Los ciervos siguiendo a su jefe descienden de los riscos al
bosque, entre los árboles, el macho descubre una escena dantesca, su amigo
sabueso ha sido ahorcado de la rama de un árbol, resultaba un incordio para el
resto de la jauría. Rodean su cuerpo y de pie sobre sus patas traseras, el
ciervo amigo, con sus dientes, corta la cuerda que lo tiene preso de aquella
trampa intencionada y vil. Arrastran su cuerpo hasta el lugar donde encontró
refugio gracias a él cuando era un cervatillo, escarba la tierra con ayuda de
otros subordinados y lo entierra.
¡Lástima amigo mío…! no estoy en disposición de hacer nada
más por ti, descansa en paz y gracias por salvar mi vida y la de los míos. Si
hay justicia en el mundo, sé que esto terminará algún día.
Después de algunos siglos, el ciervo es una especie
protegida en estos parajes. Nunca es tarde para hacer lo bueno, ni suficientes
los esfuerzos que se hacen, para conservar las especies que nos dignifican.
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