miércoles, 18 de marzo de 2015
LAS HORAS MUERTAS
LAS HORAS MUERTAS
Sí, definitivamente paso algunas horas al día muertas, y eso, sabiendo que es malo dejar pasar el tiempo de esa forma, porque el tiempo hay que aprovecharlo siempre que se pueda, y siempre se puede, de una forma u otra, siempre tenemos maneras de ocupar el tiempo.
No puedo ponerme como ejemplo para nadie, eso está más que claro, mucha gente que trabajan de verdad, es decir, que tienen jornadas inacavables, pensarían de lo que yo hago con mi tiempo, que sencillamente soy un manta, un gandul, eso cada cual lo define a su manera, no le puedo quitar la razón a quién crea esto, o vea los asuntos de ese modo. Es cierto que me paso muchas horas muertas al cabo del día, la principal razón es que no tengo una labor concreta que hacer, es decir, estoy jubilado. ¡Coño mira tú que bien, le pagan para que no curre y encima se pasa las horas muertas del día mirando como los demás se queman las pestañas trabajando y haciendo números para llegar a final de mes!
Pocos somos los que pensamos en aquellos que se pasan las horas muertas y desearían estar ocupados en algo que fuera útil, provechoso, que los realizara como personas, y se sintieran vivos. Pero en muchos casos eso es imposible, hay mucha gente, pobrecillos, que ni siquiera saben que llevan la cabeza sobre los hombros. Eso es muy jodido, para ellos no porque no se enteran del tema, la demencia que padecen les priva de esa consciencia elemental, que les hace percatarse de lo que no son.
Pues con todo y con eso, todavía hay por ahí gente que envidia a los que están sin hacer nada, dejando pasar las horas muertas. Se comprende que muchos vean las cosas así, malviven en circunstancias complicadas, de máxima pobreza, por otra parte, ven esas residencias donde reposan los abuelos, de los que se han desentendido sus familias y que son jaulas de oro con dietas específicas para cada cual, con medicación concreta para cada uno de sus males. Puede que pocos se crean que haya gente que envidien a estos desauciados de las calles y hasta de sus propias casas, y permanecen hasta que mueren en estos lugares especializados en dar una dulce muerte a quienes ven pasar las horas muertas.
Mientras eso ocurre en esas residencias, los hijos y nietos, las hijas y sobrinas, se lo pasan a lo grande, con los ahorros de esos pobres abuelos ricos, que se pasan la vida en la inopia, y que mueren con la venda en los ojos, no pueden ver más allá de los muros de la gran casa que los acoje.
Conocí a un hombre mayor que llevaba años en la residencia donde yo estuve durante determinado tiempo, que tuvo que cerrar el negocio al que había dedicado gran parte de su vida, pudo vender los terrenos que con el tiempo se recalificaron para poder edificar bloques de viviendas y unifamiliares, los hijos se encargaron de todo, la habitación que ocupaba era de tres por dos, una celda de cualquier cárcel, hay que aprovechar el espacio, los dueños de la residencia, repartieron el lugar de forma, que cupieran los más posibles. Nadie hubiera dicho que aquel señor fue en su tiempo un gran empresario, que conocía a grandes personalidades, le dio el reloj de oro a los hijos que se lo cambiaron por uno de acero inoxidable japonés.
Lo mismo pasó con muchas otras cosas de sus posesiones. Total para donde iba a ir a parar, a un lugar donde pasaría las horas muertas, no le hacía falta gran cosa, y eso contando que es una persona que sale a diario a pasear y hasta se acerca a pie a una gran superficie para comprar algunas cosas que le apetecen. Pero no puede salir de la residencia en el pleno sentido de la expresión.
Vi todo el sistema que allí se llevaba, el establecimiento de las normas que se llevaban a rajatabla, por eso me fui de alli, me hubiera muerto a los cuatro días, cuando tienes todavía algo de sentido común, el estar en un lugar así se te hace imposible vivir de forma normal. Si no me sacáis de ahí me voy yo por mi propio pie, les dije a los míos. A los quince días ya vivía en un piso para mí solo, eso sí que era la vida que deseaba, una vida autónoma, sin depender de nadie salvo de mi ex mujer, entonces todavía mi mujer, que me visitaba dos veces por semana y me traía a mi perro labrador para pasar el día juntos.
También pasaba muchas horas muertas, cierto, pero las compensaba con otras tareas propias de mi circunstancia, escibía, leía, dibujaba y paseaba por el pueblo, un pueblo bastante grande, que me daba la oportunidad de ver a algunos amigos de antaño y hablar con ellos.
Ahora, yo que siempre he sido una persona inquieta o como dirían algunos culo de mal asiento, estoy seguro del cambio que debo hacer, digo que debo hacer, no es por el simple placer de cambiar, es una obligación que me autoimpuesto, y que guste o no a los que ahora están haciéndome compañía, voy a llevar a cabo, y como otras veces me he dicho en mi interior... Es mi último cambio, ya estoy harto de andar por esos mundos de dios.
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