viernes, 6 de marzo de 2015
RELÁMPAGOS
RELÁMPAGOS
Creí por unos minutos, que el cielo se iba a hundir sobre nuestras cabezas, no había luz alguna a nuestro alrededor, soplaba un viento de mil demonios, y además de eso, estábamos muertos de miedo. Vaya un modo de comenzar unas vacaciones, a dos mil quinientos metros de altura, en mitad de la montaña acampando por libres. Lo cierto es que acojona estar en una situación como esta, ocho personas metidas juntas en una tienda de tres ya me explicarás, encima ni novia clavándome las uñas en los brazos cada vez que el cielo temblaba por los truenos.
Ya antes, es decir, cuando se veía el relámpago, la mayoría temblaba, no es que fuera a caernos encima, que también hubiera podido suceder, es que imponía mucho tu. El día anterior estuvimos mirando las estrellas que parecían estar al alcance de la mano, a esta altura y con un cielo claro, además con una luna que dejaba ver buena parte de su superficie estábamos encantados bebiendo cerveza tirados sobre la hierba. Solo estuvimos tres esa noche de luna llena contemplando el firmamento y hablando de lo grande que es el universo, filosofamos un poco y tan contentos, el resto estaba a lo suyo, en una gran melé desnudos trincando como animales todos con todos.
Somos gente de montaña, las vacaciones las pasamos siempre en el monte, escalamos, abrimos nuevas vías y luego descansamos al atardecer y nos fumamos unos canutos de hierba. En cambio esa noche de tormenta seca, estábamos como perrillos abandonados en mitad de la nada, el lugar era desconocido para nosotros, solo sabíamos que estábamos cerca de la provincia de Soria, eso confería a nuestra estancia allí un aire de aventura, como siempre que salíamos a escalar.
¿Que, de acampada...? preguntaba mi padre cuando me veía preparar las cosas el día anterior. Pues sí, esta vez no sabemos muy bien donde iremos pero os telefonearé para teneros al tanto. Solo eso, ya sabían mis padres que no les iba a dar más explicaciones, entre otras cosas porque no sabíamos donde enfilaríamos cuando cogíamos la carretera. Auténtica aventura, decidíamos sobre la marcha, cuando las dos combi salían de casa nos parábamos en la primera gasolinera que encontrábamos y desplegamos los mapas para decidir.
El lugar elejido era hermoso, demasiado hermoso diría yo, tenía como un gusanillo en el cuerpo que me advertía que esa salida iba a ser problemática. De momento, a pesar de la tormenta, todo estaba bien, nervios era lo único que se dejaba traslucir en las caras de los amigos. A ver si se pasa esto cojones, estoy harto de tanto ruido, dijo uno de los amigos que estaba sentado en cuclillas, comiendo chorizo y un trozo de pan. Tío deja ya de comer leches, se me está revolviendo el estómago solo con verte, ¿no puedes cortar el chorizo como todo el mundo en lugar de andar dándole bocados? Pues no, me apetece comerlo así, siempre lo he mordido, como el fuet, cada cual tiene su manera de comer, déjame tranquilo joder.
Bueno venga no empecéis dejad de discutir por una tontería. Tú no te metas nadie está hablando contigo, cuando digan mierda levanta la mano. Me cago en todo, se conoce que la tormenta estaba excitando los ánimos, estaba claro que tenían ganas de discutir, me pregunté por un momento si no era a causa de la tormenta que estaban excitados, porque a renglón seguido las compañeras de cada cual comenzaron a defender la opinión de sus novios. Bueno es una manera de hablar, porque Laura había salido conmigo hacía dos años atras, y Bárbara que era la mayor del grupo, maestra de profesión tenía en su haber ocho o diez novios reconocidos por ella misma.
Como siga la tromenta y los relámpagos junto con los truenos mucho tiempo más salimos de la tienda todos a hostias, pensé para mi. De seca nada fue esta tromenta, comenzó a diluviar, caían unas gotas de agua que parecía que iban a agujerear la tienda, el nylón del techo del iglu vibraba como la cuerda de una guitarra, pero de momento no nos mojábamos. ¡Vaya hombre, lo que faltaba...! dijo Sergio, heramos pocos y parió la burra, mañana nada de escalar las paredes estarán chorreando agua por los cuatro costados. Bueno tampoco pasa nada si un día no podemos escalar, tenemos todo el tiempo del mundo.
Tal como vino se fue la tormenta, llovió media hora, y luego, los relámpagos y los truenos se fueron alejando, todo volvía a la normalidad. Comenzaron a desfilar cada cual a su tienda y al fin nos quedamos solos Encarna y yo, bueno quedó el olor a tigre de todos los presentes antes de irse. Olor a sudor a pies y a... no se qué, un olor indefinible que se coló en las fosas nasales de un modo extraño. Todo pasó pronto y nos metimos en nuestro saco de dormir, no hacía frío, solo que refrescaba por la lluvia y el cambio brusco que el ambiente sufrió.
Estábamos casi dormidos cuando se oyeron voces procedentes de alguna de las tiendas, me incorporé sobre los codos y paré atención, se oía gritar a Laura y a Jose dar voces, creo que la discusión era porque Jose quería mandanga y ella no. Bueno dejad de gritar tanto joder que estamos tratando de dormir ¿vale? Vete a la mierda y deja a los demás en paz, no te metas en lo que no te importa. Lógico, nadie me dio vela en aquel entierro pero me sabía mal que discutieran. El caso es que la cosa fue a más y la discusión llevó a una riña en toda regla, se escucharon golpes y un par de bofetadas, por lo menos eso me pareció a mí.
Encarna me dijo que no se me ocurriera salir de la tienda, que podría ser que cobrara yo, le hice caso y me quedé donde estaba dentro de la tienda corriendo de nuevo la cremallera para cerrarla.
A la mañana siguiente, después de un sueño profundo en el que todos caímos, Jose y Laura ya no estaban, la tienda tampoco, y para más inri, se habían llevado su coche, me cago en la leche... ahora si que nos habían dejado listos, en nuestra combi no cabíamos todos con todo el material de escalada y las tiendas, la comida y todo lo demás. Bárbara opinó que debíamos volver para casa y plantearnos otra salida mejor organizada, yo le dije que no era necesario y los demás que no querían desperdiciar sus vacaciones llendo y viniendo. Pero la realidad se impuso, teníamos que tomar la mejor decisión, fue entonces cuando miramos a nuestro alrededor y a lo lejos vimos el coche de Jose, se conoce que plantaron de nuevo la tienda, lejos de nosotros.
El grupo hablaba entre si de la acción de Jose y Laura pero yo me paré a pensar un instante y les dije que todo aquello había sido fruto de la tormenta, los relámpagos que preceden al trueno eran los responsables de lo sucedido, me miraron extrañados pero en el fondo sabían todos ellos que tenía razón.
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