viernes, 27 de marzo de 2015

MARAVILLOSO CIRCO


                                                        MARAVILLOSO CIRCO

En la plaza de toros La Monumental de Barcelona allá por los años 50, llegó a la ciudad, el Gran Circo Americano. Bueno, bueno... aquel fue uno de los acontecimientos más divertidos de mi vida, no estaba al alcance de todos poder visitar el circo, ¿sabes que pasaba?, que para aquellos tiempos las familias tenían varios hijos, y los que no los tenían era porque no podían, la situación laboral entonces era bastante precaria. No es que no hubiera trabajo, muy al contrario, podías escoger donde trabajar incluso, pero eran trabajos mal pagados.
Las familias como la nuestra, con tres hijos a cargo de los padres, exigía que trabajaran los dos si querían tirar adelante, y eso haciendo más horas que un reloj. ¡Anda que no trabajaban mis padres... una pasada! Mi madre trabajaba en casa, haciendo sostenes para una marca de lencería que le exigía determinada producción cada semana, tan buen punto entregábamos los fardos de trabajo en la Avenida Puerta del Ángel, mi madre y yo íbamos entonces al mercado de San Antonio, en la Ronda de San Antonio y nos aprovisionábamos para la semana de las cosas que hacían falta para comer.
Mi padre cada día a eso de las cinco de la mañana se levantaba para coger el tranvía nº 52 que iba desde Plaza de España hasta Pueblo Nuevo, allí le daban media vuelta y de nuevo al principio. Trabajaba de mecánico tornero, en una empresa de rodamientos alemana, SKF. Casi siempre enganchaba dos jornadas seguidas, era el único modo de volver a casa al cabo de la semana con un sueldo un poco decente. Los sábados nos acercábamos a la parada del cine América en el Paralelo y lo recibíamos, hasta el lunes por la mañana no volvía al tajo, ¡estábamos tan contentos...! saltaba del tranvía casi en marcha, antes de que parase y nos cogía de la mano, volvíamos a casa y a veces, todavía encontraba a mi madre a pie de máquina, cosiendo cazoletas de sostenes, se querían mucho los dos, iban a una, la familia lo primero por eso de vez en cuando, si cometíamos alguna travesura, nos castigaban. Yo recibía el castigo de manera conforme pero lo que es mi hermano algo mayor que yo... era un revelde de cuidado.
Mi abuela que vivía con nosotros, mejor dicho nosotros vivíamos en casa de mis abuelos por parte de madre, la abuela se cuidaba de críar a una niña, era hija de una señora que se dedicaba a entretener a los marinos que llegaban a puerto, de la armada americana, ¡no veas la de chicles que traía a casa cada vez que venía a ver a su hija...! Pues fue ella la que nos invitó a los tres hermanos a ir al circo. Que ilusionados que fuimos todos, ¡un circo de tres pistas...! vamos, lo nunca visto. Ella iba acompañada de un marino con esos trajes típicos de los marinos de entonces, de pantalón ajustado, camisola por fuera del faldón con una especie de lazo, sobrehombreras con ribete azul marino, gorro redondo blanco como el resto de la vestimenta, y zapatos como de charol negros. Era alto el tipo aquel, hablaba poco, más bien nada diría yo, con la madre de la niña Anita si que hablaba, se conoce que ella sabía inglés.
Oye, cuando nos sentamos en los bancos marcados con un número, que correspondía al número de la entrada de mano yo aluciné, y eso que todavía no había comenzado el espectáculo, la carpa era grande del copón, con mástiles metálicos que la mantenían tensada, ya entramos con azucar de nube coloreado en unos palos, ¡que bueno estaba aquello! Al poco se apagaron determinadas luces y salió un señor muy bien vestido, de pingüino decía yo, y dio comienzo la sesión. Desde los payasos que no pararon de dar vueltas después de su número entre el público, hasta los trapecistas que me parece que eran unos hermanos mejicanos de renombre internacional, las fieras, los caballos amaestrados sobre los que saltaban unas chicas, seguían un trote continuado, y ellas allí de pie, haciendo cabriolas. Los saltinbanquis eran chinos, el domador de elefantes vestía de índio con turbante y todo, les hacía hacer de todo, hasta se levantaban sobre las patas delanteras, una pasada vamos.
La madre de Anita y el marinero no paraban de besarse y darse el lote, pero a mí, lo que me interesaba, era todo lo que desarrollaba en las pistas, te perdías algún detalle pero... ¡había tanto que mirar! me pareció que no acabaría nunca aquel espectáculo, cuando se encendieron las luces os doy mi palabra que había estado soñando, ¡que chulada...! Nos faltaban palabras para contar luego en casa todo cuanto habíamos visto, la madre de Anita nos dijo que subiéramos con ella para casa que ya pasaría dentro de un par de días a visitarnos. El marinero nos dio cinco duros para que nos los repartiéramos entre los cuatro, todo un detalle aunque por mi parte le dije a mi madre que se quedara con mi parte, en casa hacía falta cualquier dinerillo que entrara.
Aquel día no podíamos pedir más, el circo, por lo menos en mi caso, llenó todas mis espectativas. Cuando tuvimos hijos, con los años, deseaba que llegara el tiempo de verano para llevarlos al circo, nunca he estado en uno tan grande como aquel, pero en cambio, nuestros hijos lo han disfrutado lo mismo que yo en su día, eso quiero creer, el circo es ilusión, es magico, un sueño.
¡Tenemos tantas cosas de las que debemos olvidarnos a diario que creo que el circo nos hace ser felices, nos ayuda a volver a ser niños! ¿Cuántas veces no hemos deseado dejar de crecer, o dar marcha atrás al reloj de la vida?

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