domingo, 15 de marzo de 2015

LUCES DE GAS.


                              LUCES DE GAS

El frolero era en mis tiempos una figura popular y apreciada, al caer la tarde, con un largo tubo metálico se acercaba a cada una de las diferentes farolas del barrio, una a una las iba iluminando con una pequeña llama en el extremo. Inmediatamente después de eso, comenzaban a aparecer las sombras, algunas de ellas daban miedo, personas que regresaban a sus casas y que al acercarse a la luz trazaban una sombra alrgada, fantasmal, daba miedo, cuando veía esos dibujos vivos caminando por la calle cerraba los ojos. Siempre he sido un miedoso, reconozco que en este sentido con mis años aun arrastro vestigios de ese miedo que ya de pequeño tenía, soy un miedoso patológico que le voy a hacer.
Sin embargo parecía que me gustaba pasar por aquel trance, me quedaba parado en cualquier parte de una bocacalle con el fin de volver a pasar por aquella sensación, vamos que era un masoca en el pleno sentido de la expresión. En cualquier caso, imaginaba cosas raras, a veces la gente hacía un movimiento con el sombrero, o al meterse una mano en el bolsillo para sacar un pañuelo por ejemplo, pues bien, yo me imaginaba que levantaban un hacha y que iban a cortarle la cabeza a alguien que estaba a punto de cruzarse con ellos. Lo cierto es que no había nada de todo eso, se cruzaban los dos desconocidos y hasta se saludaban dándose las buenas noches. Pero oye, es que veía dibujada en la sombra la acción de sacarse de debajo del abrigo el hacha que se me antojaba que iba a haber un asesinato. Lo único que hacía aquel señor era sacarse un mechero del bolsillo para encender un cigarrillo, solo eso, miestras pensaba del otro vecino... tío, has salvado la vida de milagro. Cosas de la imaginación, una imaginación quizá demasiado fértil para estas cosas.
 Eso es como cuando entraba en la escalera de casa desde la calle y escuchaba que alguien subía o bajaba a la vez que yo, no lo podía evitar, se me erizaban los pelos del cogote. Me paraba en mitad del tramo de escalera y esperaba, en cualquier momento iba a hacer su aparición la o él vecino que se dirigía a su casa, o bajaba de ella. Un miedoso, lo que yo te decía, incluso cuando veía películas de terror en la televisión, estando aterrorizado yo mismo por las escenas que salían, tapándome los oidos tenía suficiente como para no pasar miedo, miraba sin miedo pero si además tenía que oir, me cagaba encima, ¿que cosas no?
Todo cambiaba cuando por la mañana, más bien en la madrugada, cuando apuntaba un poco de claridad, volvía el farolero, esta vez con un tubo metálico con un capuchón en la punta, abría la portezuela de la farola y apagaba la luz de gas. El día nacía de nuevo y todo volvía ser normal.

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