DEJÉ ESCAPAR A UNA DIOSA
No sabía que hacer aquella tarde
preciosa de verano, la casa donde vivo está a poco más de trescientos metros de
distancia de la playa, arrastrando los pies sobre la arena fina cual si se
tratase de harina, fui caminando hasta la orilla del mar, allí donde las olas
te acarician y te invitan a meditar, en mi caso lo que tenía que pensar era en
encontrar trabajo lo antes posible. El paro se me terminaba en un par de meses,
no tenía otra alternativa que buscar, pero esta vez, con el ánimo de encontrar
algo que hacer, aunque estuviera mal pagado. En este paseo improvisado me
encontré con una diosa que sobre la arena de la tarde jugueteaba con un
teléfono móvil. No hablaba con nadie, solo daba vueltas sobre sí misma riendo,
me impactó el hecho de que solo vistiera un pequeño biquini sin ningún otro
complemento, toalla, sombrero, nada, solo ella rebozada de arena, lo que para
otros debería ser incómodo incluso para mí acostumbrado como estaba a ese ambiente
playero y lleno de aromas de sal. Pasé más cerca de ella, y con tal de dejarme
ver con mis vaqueros recortados a la altura de las rodillas, de espaldas a mí
levantó uno de sus brazos y me hizo una indicación, que me acercara a ella.
Temí esa invitación, hay que
reconocer que no es nada habitual que a una persona cualquiera le pase algo
así. Yo, idiota de mí, de espaldas a ella, le pregunté si era a mí a quién
estaba reclamando. Claro hombre… ¿a
quién ves tú cerca? Miré a mi alrededor, ciertamente no había nadie que pudiera
vernos, mejor dicho, no había nadie en la playa a esa hora medio golfa de las
siete y media de la tarde, Agosto es un mes que siempre me ha atraído, era
Agosto, de forma que la poca gente que se veía en la lejanía, estaban
recogiendo los bártulos para volver a sus apartamentos o a sus casas.
De pronto me pregunté qué estaba
haciendo paseando por la playa, cuando a esta hora, casi siempre estaba con
tres amigos más tomando unos quintos en el “Rufo” el bar de mi tío. ¿Sabes que eres muy guapo… Miguel, contesté, acostumbro a venir a esta
playa porque es la que me queda más cerca de casa. Eso no es así ¿verdad Miguel? anda dime la
verdad… Pues mire usted, he tenido esta
inquietud y no se la he contado ni siquiera a mis amigos, no tengo trabajo y me
quedan solo dos meses de paro, esa es la razón del porqué esté hoy aquí, sin
saber qué hacer. Sentada de lado, reclinada más bien sobre su lado derecho,
solo me dijo… Eso no es del todo
cierto, a estas alturas estás buscando cualquier trabajo que te paguen lo que
te paguen, puedas tener unos ingresos ¿no es así? Claro, me daría con un canto en los dientes
si pudiera encontrar un trabajo aunque no fuera el que a mí me gustara.
Ven conmigo; se levantó del suelo
y se sacudió la arena que llevaba pegada al cuerpo, me dio la mano y nos
pusimos a caminar en dirección a una plataforma de madera que estaba puesta a
posta para que la gente al ir i volver de la playa con los pequeños no se
quemaran los pies. A doscientos metros en dirección contraria adonde yo vivía,
se erigía un hotel no demasiado destacado, de tres plantas, antes de que
entrara en el hotel, se iluminaron unas luces que a su vez nos indicaban el
camino a seguir, hasta la entrada del hotel hecho de madera y bambú,
fantásticamente combinados.
Ya ves, me dijo esta es mi casa,
si quieres trabajar aquí estarás a cargo de este señor, su nombre es Abdul, yo
mañana tengo que partir para Paris, tengo allí unos negocios que atender. Abdul trátalo bien es nuevo en este oficio
pero tiene mucha voluntad. No te
preocupes mañana te arreglamos los papeles y estarás bien pagado. Ve a decírselo a tus amigos y tómate una caña
a mi salud. Cuando me quise dar cuenta había desaparecido, Abdul me indicó el
camino a una habitación que seguramente ocuparía mientras estuviera allí
trabajando, el hotel no cerraba en todo el año. Fugazmente vi pasar por delante
de una cortina transparente a mi benefactora, os puedo asegurar que era una
diosa.
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