LA SALA DE ESPERA
Hacía tiempo que no tenía que
esperar en una salita de espera, tenía delante a seis personas, tres de las
cuales eran niños, no puedes adivinar si la visita era para la madre, el padre
o el crío, eso no se sabe nunca hasta que desde la salita comienzas a escuchar
gritos… No mama eso no por favor, me hace mucho daño, y probablemente el médico
no tiene ni la herramienta en la mano, entonces sabes que la visita es para el
niño. Yo miraba de reojo a mi amiga a la que acompañaba porque tiene terror a
los dentistas.
En la salita de espera, una
mesita de centro, estaba a rebosar de revistas de todo tipo, también de
odontología como es lógico, pero además el Pronto, ¡Que me dices…! Semana,
Hola, Cosmopolitan, Interviu, llenaban la mesitadebajo había periódicos del año
de cuando Franco era cabo, a la gente no les interesan estas lecturas salvo
algún interesado en políticas o en fútbol, estos periódicos siempre llevan artículos
sobre cómo va la liga, cambios de jugadores que cambian de equipo o entrenadores
que cesan para ser sustituidos por otros… el caso es que estuvimos esperando
allí del orden de tres cuartos de hora y no nos tocaba todavía. La gente
comienza a hablar que este médico tiene unas manos de oro… Mire usted lo que me
hizo a mí en esta parte de la boca y ¿a que no se me nota nada? No, la verdad
es que le ha dejado esos dientes que parecen que sean suyos.
Hay comenzó el desfile de
dentaduras, esqueléticos que la gente se quitaba y se ponía como si fueran recambios
de coche, fue cuando yo le dije a mi amiga que la esperaba de pie justo detrás
de la puerta, ¡no me jodas, yo creo en mi imaginación que alguna de aquellas
personas se intercambiaban algunos dientes para ver cómo les quedaba. ¡Qué asco
por dios…! Luego ya más sosegado y cuando solo faltaba una señora por atender,
pensé en mi amiga, me concentré en ella, tenía una boca preciosa pero el
complejo que le producía un diente canino que le salía del labio superior le
afeaba un poco, de manera que se lo
quiso arreglar.
Bueno señoras y señores, que les
vaya bien y que disfruten de una feliz sonrisa, les dije a todos los presentes.
Salimos a la calle desde el consultorio a todo lujo, una de esas clínicas que
son franquiciadas y respiré hondo, aire puro exclamé sin cortarme un pelo, ¡que
la gente te va a oír…! Bueno y a mí qué, ¿tú sabes lo mal que lo he pasado hay dentro?
Perdona pero yo no te acompaño más al dentista ni a ningún otro médico, salvo
que estés muy jodida y tenga que acerté compañía en un hospital claro.
Tras salas de espera son peores
todavía, me acuerdo de la maternidad donde nació nuestro hijo, toda la sala
alicatada de blanco, unas sillas que parecían potros de tortura, el suelo de
losas blancas y negras y ni una mesita para entretenerte leyendo cualquier
revista interesante, pues no había nada. Menos mal que Elena mi mujer era de
las de llegar y descorchar el cava, es decir, tardaba nada, era romper aguas y
a parir se ha dicho. En el nacimiento de nuestro último hijo no les dio tiempo
de pasarla de la cama normal a la del paritorio, el crío nació sobre unos
empapadores que le pusieron a su madre debajo de las sábanas.
Los hospitales son muy jodidos,
aunque te sepas el camino de donde tienen que consultarte, el panorama no es
para nada alegre, allí todo el mundo, los que trabajan en estos sitios, van a
golpe de pito, no pueden entretenerse para nada, mil ojos invisibles los
observan para que todo marche con la más absoluta normalidad. Eficiencia, eso
es lo que se busca, y más en unos campos que en otros, hay enfermedades que son
más frecuentes y a esas hay que darles prioridad absoluta, es ahí donde ves a
la gente a la carrera, a las enfermeras y médicos a toda mecha, tienen tareas
que hacer que nadie puede sustituir por ellos, son los especialistas.
También en estos lugares hay
mesas de espera, más que nada para que no desesperes.
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