miércoles, 27 de julio de 2016

EL HOMBRE QUE SABE VIVIR

                                                 EL HOMBRE QUE SABÍA VIVIR

Llegó sin que nadie lo esperara a pueblo, lo hizo de noche cuando en estos lugares casi desiertos por ser pueblos pequeños estaban durmiendo. Por la mañana todo el mundo se sorprendió al verlo arando con una mula los terrenos abandonados en su día por alguien, alguien que se lo dio como herencia, la gente comenzó a hacerse preguntas, hasta del ayuntamiento se acercaron a preguntarle a qué venía eso de ponerse a trabajar en unos terrenos que no le pertenecían.  A ver… ¿tú quién eres?, le preguntó el alcalde.  Soy nieto de Baltasar el antiguo dueño de esta hacienda, es por eso que no he creído necesario más que ponerme a trabajar en aquello que considero mío.
Mientras que las otras tierras producían lo natural por el terreno en el que se habían plantado las semillas, su tierra producía el triple que las demás, la gente se extrañaba, mientras que unos lo veían con buenos ojos otros lo miraban con envidia, tanto trabajo para recoger la mitad que aquel recién llegado, eso despertó entre algunos vecinos un espíritu de venganza, de tratar de quemar todo aquel esfuerzo que Baltasar invirtió en la prosperidad y fruto de su tesón y trabajo. Así pues una mañana despertó al alba como siempre, para trabajar, entonces se dio cuenta que todo su trabajo era vano, todo estaba quemado o sencillamente destruido con la ayuda de animales de tiro.
No entendía la situación, lo único que observó por aquella mala acción, era que no era bienvenido en aquel lugar. Poco tardó en aparejar su mula, recoger todos sus enseres y marchar de allí sin volver la vista atrás. Al viajar solo, no supo hacerse las preguntas que cualquiera de nosotros nos hubiéramos hecho, no pensó más en el asunto y se dirigió arreando a su mula para que aligerara el paso, y fuera camino arriba hasta llegar a la salida del pueblo. De este modo llegó a otro lugar más grande, otro pueblo donde probablemente tendría mejor suerte. Lo mismo que hiciera en el pueblo anterior, usando una gran llave que llevaba atada con una fina correa atada a la cintura, abrió la puerta de una casa que estaba esta vez en mitad del pueblo junto a una fuente magnífica que daba un agua deliciosa. Buen manantial deben de tener aquí para que las cosechas sean fructíferas, pensó para sí.
Pero al parecer, lo mismo que le sucedió en el pueblo del que venía, a algunos vecinos, no les calló bien que un joven apuesto y muy trabajador estuviera viviendo entre ellos y además recién llegado, del que nadie sabía su procedencia ni a qué venía, con aquel carro desvencijado y su mula. Al poco, después de haber comprado algunas cosas necesarias para la labranza y algunas semillas que ya había terminado, se puso a trabajar con la ayuda de su cansada mula. Cuando esta se cansaba demasiado, él la dejaba pastar un buen rato por los pastos que le pertenecían como era el caso de la propiedad anterior, y cuando se notaba reconfortado el animal volvía al lado de su amo para que este la sujetara de nuevo y volver al trabajo.
Llegó el tiempo de la recogida de la patata, y Baltasar llenaba y llenaba sacos sin parar, como sucediera en el otro pueblo, esto despertó no solo la curiosidad de los vecinos sino también la envidia, tremendamente cansado, a la espera de bajar al pueblo vecino donde se celebraba el mercado, alguna mano negra le robó la mercancía de modo que de nada le sirvió el haber trabajado tanto. No parecía disgustado, solo desilusionado de aquel latrocinio injusto y fútil, se dio cuenta por este hecho de que tampoco allí era bien recibido, lo mismo le pasó con la cosecha de las legumbres, concretamente de garbanzos, la región era famosa por la calidad de este producto.
Tuvo paciencia Baltasar, sin imputar ni señalar a nadie por el expolio del que era objeto, se dedicó a plantar lechugas y otras verduras, la producción como en otros casos, era excepcional, eso desquiciaba a los más antiguos del lugar y sus cosechas. Por la mañana se sorprendió al ver pisoteadas las pequeñas lechugas que ya tenían un tamaño regular. De nuevo cerró la casa y marchó a otros pagos, los vecinos sin saludarlo lo vieron partir bajo una lluvia fina que calaba hasta los huesos.
Baltasar es una lección para todo aquel que quiere vivir en paz, no hace falta pelear para vivir, dormir con una escopeta bajo la almohada, quemarte interiormente pensando que no eres merecedor de estas injusticias, lo mejor es dejar que corran aires nuevos, que el tiempo decida por uno mismo que es lo mejor hacer. Las venganzas, las peleas, los insultos y procurar desquitarse no entraba dentro de los planes de Baltasar, si alguien piensa que era un perdedor se equivoca. En la conciencia, de aquellos que la tuvieran, pesarían estos deleznables hechos que probablemente cambiarían el comportamiento de algunos, en el caso de otros no, no hay quién los cambie, son así. Sin embargo es importante sopesar el comportamiento de este hombre, que lo era de los pies a la cabeza.
Su manera de ver la vida debe hacernos reflexionar sobre lo que hacemos ante circunstancias que aparentemente nos dejan sin salida. Baltasar con su carro y su mula, con sus aperos a hombros siempre encontró una salida por la que escapar de los problemas.


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