EL MEQUETREFE
No le hagas ningún caso a ese
mequetrefe, siempre está contando cuentos que ni son verdad y que enmierdan a
los demás. Hombre me acaba de decir que
el corral de Antonio está abierto y que todas las ovejas y las cabras andan
sueltas por el monte. Déjalo tú ni
caso, si siempre anda con las mismas, que si a fulanito lo han atracado, que si
al tío Antonio le han robado el coche… siempre igual, tendrían que meterlo en
un manicomio coño.
Tanto era así el asunto, que en
el pueblo nadie le conocía el nombre, solo lo conocían por el mequetrefe. La gente
a veces se vuelve olvidadiza, nos volvemos olvidadizos yo me cuento entre uno
de ellos. De todas las cosas que contaba el mequetrefe, resulta que algunas
eran verdad, como pasa en todos los sitios, el mequetrefe era solo válido
cuando alguien tenía alguna labor difícil que hacer, levantar pesos imposibles,
hacer trabajos de lo más sucio y que nadie quería hacer, por todo eso le daban
cuatro perras gordas y marchaba para su casa más contento que unas pascuas.
Una noche bastante oscura, con
luna nueva que no se veía ni cantar, el mequetrefe vio llegar cuesta abajo por
la entrada del pueblo un camión de mediano tonelaje cargado de gente, al
principio no hizo caso, el mequetrefe dormía poco, desde chico ya había salido
llorón y mal dormidor y se conoce que aquel defecto, si puede llamársele así,
se le quedó para siempre, de vez en cuando dormía en el pajar que su padre
tenía en la parte baja de la casa. Cuando despertaba, que nunca se sabía cuándo
iba a ser a menos que alguien lo buscara para alguna labor antes mencionada, se
escuchaba en todo el pueblo… mequetrefe ¿Dónde
te has metido?, ven para acá que se te necesita.
Esa noche dela que hablaba antes,
estuvo atento a que el camión bajaba muy
despacio la cuesta, se paraban en determinado lugar y miraban, luego con el
motor parado volvían a dejarlo caer a su peso y así se recorrieron toda la
calle. Aburrido por semejante espectáculo que no era para nada divertido, se
puso a ordeñar una vaca, bebió directamente de la ubre y se echó a dormir de
nuevo con la boina sobre la cara.
Por la mañana cuando comenzó a
clarear, todo el pueblo andaba revolucionado, en algunas casas los ladrones
entraron mientras la gente dormía, nadie se explicaba que podía haber pasado.
El mequetrefe tenía la respuesta pero nadie le prestaba atención. A mí se me han llevado toda la cubertería de
plata de cuando me casé. Pues a mí peor,
se me han llevado la mula y la han cargado con todos los aperos de labranza los
muy hijos de puta. Así continuó la sesión de maldiciones e improperios hasta
que el mequetrefe dijo que él sabía quién había sido.
Explicó en su tosca habla lo que
había visto, quienes eran, pero ve a saber tú donde andarían ya esos bribones.
Las miradas de casi todo el pueblo se dirigieron hacia él mientras sonreía por
haber dicho la verdad y que por fin todos le creyeran. Primero fueron insultos,
después maldiciones, todas dirigidas hacia él claro, después le llegó lo peor a
su padre se le llevaron un pequeño tractor que tenía en la parte interior del
patio, desde delante de la casa, imposible escuchar cómo arrastraban la pesada
herramienta y él hay que comprenderlo, había caído en un profundo sueño,
después de la panzada de leche que se había tomado de la vaca.
Todos sin excepción, hasta su
padre lo hartaron a palos, no sabía ya cómo ni donde protegerse el cuerpo, pero
como era fuerte aunque fuera el mequetrefe, siguieron dándole hasta que le
saltaron algunos dientes y le rompieran el brazo.
Es decir, que por der quién era
tenía que velar noche y día del pueblo que en conjunto lo despreciaba… en
cuanto nadie lo vio marchar de la plaza donde se lavó las heridas con el brazo
colgando, cosa de la que nadie se apercibió, hizo un pequeño hatillo con lo
poco que tenía y una fotografía de sus padres plegada para que no abultara y
marchó del pueblo sin que nadie se diera cuenta, por la ribera del canal que ya
para entonces había entrado en servicio y regaba aquellos inmensos campos. Lo
único que se le ocurrió habida cuenta de la condición de su brazo, fue hacerse un
cabestrillo con un pie de oveja que en ocasiones le servía de almohada.
Estuvieron días buscando al
mequetrefe, no dio señales de vida por ninguno de los lugares donde la guardia
civil lo buscó. Quizás, digo yo, se dio cuenta desde entonces que no merecía la
pena ser un mequetrefe.
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