NO PODÍA IMAGINAR…
Que sin farolas se pudiera amar
de aquel modo, pero lo viví y así, tuve que creerlo. Casi sin luces exteriores,
a la luz de unos cuantos candelabros, conocí la isla que me conquistó con solo
observar la luna sobre las aguas límpidas de aquel mar imposible. Les conté a
mis amigos como era la isla, como eran sus gentes, como decoraban sus casas,
como era la vida en aquel trozo de cielo que acababa de descubrir. No lo
creyeron la mayoría, solo los que tenían la imaginación de seguir mi relato,
mis experiencias, el tiempo que allí estuve viviendo con una estudiante de arte
francés. Los atardeceres que compartimos juntas cogidas de la mano, admirando
lo que muchos de los que estaban sentados en las finas arenas de aquella playa
no pudieron compartir, la belleza de la unión del sol con la luna en un
horizonte lleno de colores inimitables.
Pensé pasar solo un tiempo en
aquel pequeño paraíso, pero resultó que me quedé a vivir allí, ambicionaba más
cosas que aquel lugar tenía que enseñarme, mi amiga me previno que si no
marchaba pronto de la isla, se apoderaría de mí y llegado ese momento, ya no
podría escapar del embrujo de aquellos acantilados, de aquellas aguas
transparentes en las que nos bañábamos desnudas y sin pudor alguno luego del
baños de agua purísima, nos bañábamos de sol y de luna.
No podía imaginar que aquello, me
estuviera pasando a mí, pero sucedió de forma espontánea, como quién recoge de
un pino piñonero los frutos que te regala, pasábamos largas horas al sol
contemplando a las nativas de vestido negro con amplios sombreros de paja,
hablando una jerga al principio incomprensible para nosotras. Nos acostumbramos
al sonido de sus voces, combinados de forma perfecta con el del ambiente que
las rodeaba, y sin darnos cuenta estábamos halando mallorquín de forma fluida, éramos
de alguna forma, ciudadanos de primera de la isla de Ibiza.
Después de eso llegaron los que
querían acercarse a meditar en aquellos rincones, que no hay pocos, y hasta
algunos establecieron sus casas allí de forma permanente, ¡nos alegramos al
saber que íbamos a estar acompañados por otras personas que lo mismo que
nosotros deseaban encontrase a sí mismos! Aquel invento no terminó de cuajar,
no pocos llegaron con el afán de hacerse artistas, pintores y otros
trabajadores, de la maderas muertas que se encontraban en la isla, aun otros
más audaces, llegaron a hacer fortunas con tiendas de regalos hechos a mano,
que vendían a los turistas.
Pero estos no llegaron allí por
algún motivo casual, ni buscando la paz interior que te comunicaba aquel
entorno, llegaron solo para hacer negocio y la isla se convirtió en un enclave
de buscadores de tesoros superficiales. Mi amiga y yo, fuimos poco a poco
cavando una cueva en un terreno baldío que un buen hombre nos cedió hasta transformarlo
en nuestro hogar. ¡Qué lugar aquel, de pronto se llenó de vida! Hasta el dueño
de aquel rincón con acceso directo a la playa no elogió al ver lo mucho que
habíamos trabajado en transformar una cueva inservible, en un lugar donde vivir
de forma cómoda. No dejéis que nadie
suba aquí, nos dijo un día, de otra manera, os echarán de este maravilloso
lugar que habéis construido con vuestras propias manos.
Hasta el día de hoy, Michele y yo
nos seguimos queriendo con un amor puro, y la búsqueda constante de nuestra verdad.
No es fácil encontrar el equilibrio entre estas fuerzas iguales pero
diferentes, pensar lo mismo, reaccionar igual cuando vemos que alguien viene a
ensuciar nuestra playa, pero bastan cuatro gritos autoritarios para que salgan huyendo
como alma poseídas por el mismísimo diablo.
No podía imaginar el carácter que
tenía en mi interior, pero debo defender aquello que es nuestro por derecho
propio, que nos llena y sobre todo, que nos ayuda a encontrar la paz que no
hemos podido encontrar en cualquier otro lugar, Ibiza.
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