jueves, 21 de julio de 2016

LA CARRERA SIN META

                                                                          LA CARRERA SIN META

No podía imaginar cuantos atletas había dentro de aquel magnífico escenario que completaban cuatrocientos metros cuadrados de pista diseñados para correr, saltar, lanzar jabalinas, lugares para saltar con pértigas, pistas llenas de obstáculos, con vayas para que los atletas las saltaran y pudieran llegar los primeros después de dar determinadas vueltas a aquel circuito Otros tenían que saltar sobre una pista a manera de pasillo, la longitud más larga posible con determinadas reglas que no se pueden pasar por alto. Carreras para hombres y mujeres de forma indistinta, que se llevarían la gloria si llegaban las primeras, y además lo hacían sin hace trampa alguna.
La meta es el reconocimiento de todo el mundo de determinado país, un óvalo de determinados metros cuadrados donde la gente, atletas, se preparan para llevar a cabo su prueba definitiva, las olimpiadas. Es curioso observar que ahí viene todo el mundo a ganar, si no logran su meta, muchos se desilusionan, otros se frustran hasta el punto de dejar la competición de manera definitiva. No solo hay un lugar donde se lleven a cabo estas competiciones, se escogen con anticipación, piscinas, campos de tiro, picaderos de monta de caballos donde se ponen a prueba, las condiciones tanto de los animales como la de los, jinetes. La prueba reina, por ponerle algún nombre es la maratón, una carrera que deben hacer sin pestañear, decenas de atletas previamente seleccionados que abarca más de cuarenta kilómetros sin descanso alguno.
Las metas para este tipo de competiciones son buenas, se distribuyen medallas a aquellos que las merecen, pero tienen un fin común, llegar a la gloria, en el recibimiento a sus países de origen hasta los  reciben  en ocasiones, hasta por los propios presidentes de la nación.
El inconveniente es que, cuando no consiguen lo deseado, la medalla o el reconocimiento de los suyos, deben seguir entrenando para lograr algo grande dentro de cuatro años más. En cambio, en la carrera de la vida, hay que seguir peleando a diario, no se puede rendir uno jamás, de otro modo, la vida pierde sentido, pierde aliciente y en consecuencia, el desistir del esfuerzo hace que no mejoremos en ningún aspecto de nuestras vidas. Lo mejor es no ponerse metas cuando uno comienza a correr, a competir, no se sabe hasta donde se puede llegar, es más que posible que el contrincante sea más débil, que tenga un enganchón en mitad de sprint final, entonces el más rápido gana la partida.
Las medallas no sirven para casi nada, salvo para lucirlas en momentos determinados en algunos acontecimientos destacados de tipo deportivo. Nuestra carrera es más constante, se exige entrenamiento continuado para alcanzar cruzar la cinta antes que los demás. No debe preocuparnos que haya quién acumule muchas medallas, medallistas olímpicos, gente que son ambiciosas y no cejan de luchar y entrenar hasta el desfallecimiento.
Las carreras sin meta son las mejores, no nos exigen entrenamiento alguno, salvo vivir en paz  ser laboriosos, esa es la clase de medalla que debemos perseguir, las demás… no valen para nada salvo para que acaben oxidando dentro de un armario, solo sirven para  tener un lugar donde guardarlos y quitarles el polvo. A mí, ni siquiera quiero que me quiten el polvo cuando no pueda participar en alguna olimpiada, que me dejen bien lejos de los estadios, lejos de los atletas que no hacen otra cosa más que cuidar su cuerpo y mantenerlo en forma.


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