LA CARRERA SIN META
No podía imaginar cuantos atletas
había dentro de aquel magnífico escenario que completaban cuatrocientos metros
cuadrados de pista diseñados para correr, saltar, lanzar jabalinas, lugares para
saltar con pértigas, pistas llenas de obstáculos, con vayas para que los
atletas las saltaran y pudieran llegar los primeros después de dar determinadas
vueltas a aquel circuito Otros tenían que saltar sobre una pista a manera de
pasillo, la longitud más larga posible con determinadas reglas que no se pueden
pasar por alto. Carreras para hombres y mujeres de forma indistinta, que se
llevarían la gloria si llegaban las primeras, y además lo hacían sin hace
trampa alguna.
La meta es el reconocimiento de
todo el mundo de determinado país, un óvalo de determinados metros cuadrados
donde la gente, atletas, se preparan para llevar a cabo su prueba definitiva, las
olimpiadas. Es curioso observar que ahí viene todo el mundo a ganar, si no
logran su meta, muchos se desilusionan, otros se frustran hasta el punto de
dejar la competición de manera definitiva. No solo hay un lugar donde se lleven
a cabo estas competiciones, se escogen con anticipación, piscinas, campos de
tiro, picaderos de monta de caballos donde se ponen a prueba, las condiciones
tanto de los animales como la de los, jinetes. La prueba reina, por ponerle
algún nombre es la maratón, una carrera que deben hacer sin pestañear, decenas
de atletas previamente seleccionados que abarca más de cuarenta kilómetros sin
descanso alguno.
Las metas para este tipo de competiciones
son buenas, se distribuyen medallas a aquellos que las merecen, pero tienen un
fin común, llegar a la gloria, en el recibimiento a sus países de origen hasta
los reciben en ocasiones, hasta por los propios presidentes
de la nación.
El inconveniente es que, cuando
no consiguen lo deseado, la medalla o el reconocimiento de los suyos, deben
seguir entrenando para lograr algo grande dentro de cuatro años más. En cambio,
en la carrera de la vida, hay que seguir peleando a diario, no se puede rendir
uno jamás, de otro modo, la vida pierde sentido, pierde aliciente y en
consecuencia, el desistir del esfuerzo hace que no mejoremos en ningún aspecto
de nuestras vidas. Lo mejor es no ponerse metas cuando uno comienza a correr, a
competir, no se sabe hasta donde se puede llegar, es más que posible que el
contrincante sea más débil, que tenga un enganchón en mitad de sprint final,
entonces el más rápido gana la partida.
Las medallas no sirven para casi
nada, salvo para lucirlas en momentos determinados en algunos acontecimientos
destacados de tipo deportivo. Nuestra carrera es más constante, se exige
entrenamiento continuado para alcanzar cruzar la cinta antes que los demás. No
debe preocuparnos que haya quién acumule muchas medallas, medallistas
olímpicos, gente que son ambiciosas y no cejan de luchar y entrenar hasta el
desfallecimiento.
Las carreras sin meta son las
mejores, no nos exigen entrenamiento alguno, salvo vivir en paz ser laboriosos, esa es la clase de medalla
que debemos perseguir, las demás… no valen para nada salvo para que acaben
oxidando dentro de un armario, solo sirven para tener un lugar donde guardarlos y quitarles el
polvo. A mí, ni siquiera quiero que me quiten el polvo cuando no pueda
participar en alguna olimpiada, que me dejen bien lejos de los estadios, lejos
de los atletas que no hacen otra cosa más que cuidar su cuerpo y mantenerlo en
forma.
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