BIEN ESTÁ SI BIEN
TERMINA.
Quien
conocía a Bernardo sabía quién era, un tío cojonudo, formal educado, alguien
con quién se podía contar para cualquier favor que hiciera falta, trabajador y
muy honrado. Salió en un telediario como noticia excepcional, por haber devuelto un portafolios
a su dueño, con dos millones de pesetas. Se lo encontró al lado de su coche en
un parking, cuando fue a recoger el suyo, después de salir de la consulta del
médico, ¿es o no, eso ser honrado? Sin discusión alguna que sí.
Eso
sucedió cuando comenzaba a tener achaques, a causa de la artritis que lo tenía
bastante castigado, con cincuenta y pocos años. Pero antes amigo… antes,
Bernardo era un bala perdida, un tío de esos que muchos hubieran querido tener
de amigo, y otros que jamás habrían querido haber conocido. Cosa de criterios,
Bernardo siempre soltero, desde que volvió de la mili, se había transformado,
nadie sabe muy bien por que, pero comenzó una andadura por la vida como si se
fuera a terminar el día siguiente. Vivía con desesperación, con eso quiero
decir con pasión, trabajaba de seis a dos, jornada intensiva, en una oficina de
suministros industriales. Pues bien, acababa de salir del tajo y comenzaban las
carreras, comía cualquier cosa –vivía con su madre viuda-, y se cambiaba de
ropa para salir, ¿adonde?, eso casi siempre era una incógnita, salía y punto.
Pero
no salía porque sí, tenía controlado todo cuanto tenía que hacer, sobre todo y
ante todo, iba a ver a mujeres, se le daban bien al muy bribón, con muy buena
planta, con una melena que le llegaba hasta casi los hombros, bien vestido y un
pico que tenía… que a las mujeres las volvía locas. De verdad uno de esos
conquistadores como hay pocos. Todo lo que cuento lo sé merced a un diario que
llevaba, y que a la hora de su muerte, pude tener acceso, porque era mi vecino
de encima de casa. Hacía dos días que no volvía, y como fuera que yo tenía una
copia de la llave de su piso, por si sucedía algo más que nada, me encontré con
su diario, lo cogí por si venía la policía y registraban la casa. Le hubiera
jodido bastante que el diario callera en manos inapropiadas, así que como si
fuera un libro, comencé a leerlo después de saber que había muerto, que lo
habían encontrado en tugurio de mala muerte, nunca mejor dicho, sentado en una
silla y con los brazos encima de la mesa de mármol, con un cuba libre a medio
consumir.
Para
entonces tenía sesenta y cinco años, jódete Manuel, ¡que joven oye! Que pena de
hombre, que desperdicio de vida, o no, según se mire, lo digo por el contenido
del diario, era súper meticuloso en esto de llevar el diario, allí constaba
cada día, cada hora lo que había hecho y dejado de hacer, como te diría… eso,
estaba descrita toda su vida desde los quince años, bueno a decir verdad, eran
dos sendas libretas, que estaban unidas por unas anchas gomas que formaban un
todo unido.
Al
principio, cuando comencé a leer el diario, creí que no iba a entusiasmarme
demasiado, pero luego… a medida que pasaba las hojas y leía, me di cuenta de
que aquel hombre no era para nada un tío aburrido, y que su fama de
conquistador lo precedía. Tanto fue así, que yo, por mi cuenta, comencé a
escribir en un cuaderno los nombres que se reflejaban allí, de mujeres
evidentemente, y otras a las que no había puesto nombre pero que se dejaban
traslucir en las páginas del diario. Una cosa me llamó mucho la atención, en la
contraportada de cada diario escribió con mayúsculas, “Y que me quiten lo
bailado”. Me cago en la leche, ¡ese hombre era un vitalista de cuidado!, Hay
que cagarse con el vecino, menudo prenda, describía con detalles como se había
tenido que esconder dentro de armarios a la llegada de maridos a sus casas, y
como se las manejó para salir de la situación, que en una casa de gente bien,
se tiraba a la madre por una parte, y a la hija por otro.
Que
una vez bajó por un tragaluz cogido a la cañería del gas y que cuando llegó al
patio de la vecina de abajo, del entresuelo, le dijo que sus compañeros de
revisión del gas se habían ido para gastarle una broma sin recogerlo. Que la
mujer, se partió de risa con él, que le invitó a tomar café y que quedaron para
que al día siguiente le hiciera una visita…, eso sí, se aseguró de que esta
otra mujer no estuviera casada, era una costurera que trabajaba en casa, que se
aburría. Por lo que se ve, Bernardo le alegró la vida una buena temporada.
Estos rollos no le duraban mucho, no quería ataduras de ningún tipo, quería
vivir y vivir a su aire. Seguro que a más de una le hubiera encantado tenerlo
de marido, pero él no estaba por la labor. Hay que joderse con Bernardito,
quién lo hubiera dicho, triunfaba a lo loco el prenda.
Se
conoce, por lo que tenía escrito, que la mujer que más le impactó, fue la hija
de su jefe. Por lo que el diario recogía, se conoce que esta chica, lo llevó a
mal traer durante bastante tiempo, por decirlo de algún modo, se encontraron,
ella una mujer fogosa donde las haya, él Bernardo, un conquistador de cine,
hablaron durante un rato en el almacén un día que hacían inventario, y acabaron
inventándose posturas en medio de cajas y paquetes de todo tipo, follando como
locos. Bernardo escribía en su diario… “Esta mujer cambió mi vida, yo hasta
entonces, tenía un concepto bastante
concreto del sexo, pero Amalia me descubrió todo un mundo nuevo”. Sin embargo,
la realidad es, que no por tener a las mujeres a sus pies era más feliz, lo
había descrito de manera muy concreta, se consideraba a si mismo, como un pobre
desgraciado cuando ya era mayor.
En
el diario, había una parte que estaba bastante espaciada, pocas actividades,
coincidía con la muerte de su madre, aquella mujer era una santa, una mujer
única, silenciosa pero sumamente activa, siempre ayudando a los vecinos en
aquello que fuera menester. Estuvo manteniendo a una familia de cuatro miembros
durante todo un año, el tiempo que el hombre de la casa tardó en encontrar un
trabajo, trabajo que ella le consiguió, por medio de un viejo amigo. Hasta les
pagó el alquiler de la casa, Bernardo era consciente de esto, pero… eso no hizo
que disminuyera el ritmo de sus salidas, de su vida, nada interrumpía su manera
de vivir. No es que siempre fuera con mujeres claro, también iba a pubs donde
lo conocían y le indicaban quién o quién no estaba dispuesta. Era un sistema de
depredación, como los leones, que agazapados, esperan a que pase por delante su
víctima, hasta que pueden lanzarse sobre ellos.
En
su caso, las presas se dejaban morder, devorar por decirlo así, y está claro
que después de probar los dientes de Bernardo repetían, si podían. Escribía…
“Hay tantas mujeres solas, a pesar de estar casadas, no llevan vidas plenas,
trato de ayudarlas, a sobrellevar las rutinas de sus tristes vidas. Ellas me lo
dicen cuando tienen oportunidad, se quejan de que solo son útiles en sus casas,
para cocinar, limpiar, cuidar de los niños si los tienen, atender las demandas
de sus maridos… en fin, vidas aburridas, monótonas, que las hacen terminar
asqueadas de ser lo que son. Se me hace difícil comprender como se puede llegar
a esta condición”. No alardeaba de sus cualidades, solo se hacía eco de las
quejas y desasosiegos de estas amas de casa, en otros casos, las que estaban
solteras o viudas, no tenían estos pretextos, no se podían justificar en modo
alguno, solo era pura diversión, ocio. A Bernardo lo tuve siempre en otro
concepto, veía en él a un auténtico caballero, pero era evidente, que a pesar
de manifestar este porte, este saber hacer, era un tío de lo más normal, nadie
hubiera dicho que tuviera tantísima experiencia a pesar de su juventud, hablo
de cuando estaba en todo su esplendor. Comenzaba a preguntarme, que es lo que
pensaban de él, los hombres que se sintieron engañados por sus esposas –alguna
responsabilidad tenía él-, y las propias mujeres que terminaron sintiéndose,
simples juguetes en sus manos. En ambas libretas –diarios-, destacaba el nombre de una tal Marina, no contaba
muchas cosas sobre ella, pero la nombraba a menudo, como si fuera una
referencia en su vida. Decía de ella que le había salvado la vida, pero no en
que circunstancias, que era su apoyo, pero no para que, que siempre lo
consolaba en sus horas bajas, pero tampoco hacía referencia porque se sumía en
este estado.
Me
interesé en localizar en los diarios, algún otro indicio que me diera más
referencias sin embargo no encontré nada, ¿quién sería esta Marina…?, no quería
sacar más conclusiones, quizás herraría si lo hubiera hecho, de modo que dejé
mi mente en blanco y pasé a otros aspectos que venían resumidos en las libretas
diarios. Entonces, de pronto, me iluminé, después de determinadas experiencias,
anotadas con todo lujo de detalles, escribía que se sentía vacío, no sabía en
que ocupar su tiempo aparte de esas maniobras de distracción de tiempo, que
pasaba con sus queridas enamoradas. Era entonces cuando mencionaba a la tal
Marina, ya está pensé, este es un personaje inventado, alguien que ha sido un
punto de referencia en su vida, y que
bien podría haber sido, una compañera de estudios con quién no tenía contacto
alguno salvo en su cabeza, o una amante que no pudo conseguir, una quimera, en
definitiva. Lo cierto es, que a medida que pasaba el tiempo, que iba madurando,
todos y todas la demás personas que tuvieron algo que ver en su vida,
desaparecían, mientras que Marina, siempre era un personaje presente.
Lo
acompañó hasta su muerte, incluso cuando estaba en las últimas, agotado en
mente y alma, Marina le insuflaba aire nuevo, si era cierto que era un ser
real, vivo, tenía que ser una gran persona, le brindaba todo su apoyo, se
desgastaba por él. Joder con Marina, ¡como me hubiera gustado tener a mano a
una persona así, para poder llevar una vida más equilibrada!, y eso que no me
podía quejar, tengo a mi mujer mis tres hijos, mi familia, mis amigos de
trabajo, y un par o tres de personas, que siempre me aconsejan o sugieren lo
que debo de hacer, en determinadas circunstancias.
Milagros,
la madre de Bernardo, se conoce que ha sido siempre una persona, que no ha
influido en su vida, se manifiesta en los diarios, él siempre iba por libre,
con todas las consecuencias, desde su adolescencia, cuando comenzó esta alocada
carrera por la vivir la vida, se alejaron uno del otro, a pesar de vivir en la
misma casa. Ella, viuda desde muy joven, cuando Bernardo tenía solo diez años,
tenía bastante con llorar y lamentar durante unos años a su marido, mientras,
Bernardo crecía a pasos agigantados sin la escolta del padre, necesario en
aspectos básicos del desarrollo de un niño. Describía con total normalidad en
su diario, la primera experiencia sexual que tuvo cuando apenas cumplió los
dieciséis, con una mujer casada del anterior lugar donde vivían, la mujer de un
guardia civil, toma ya, ¡este Bernardo tenía que haber tenido unos huevos
cuando joven…! Y lo bueno, es que iba a verla a la casa cuartel del pueblo
donde vivían, sí, en la libreta contaba por donde entraba y salía de la casa
cuartel, que hacía la señora con los dos hijos que tenía cuando él llamaba a la
puerta, los dejaba con doña Julia, la madre de otro guardia que vivía enfrente
de su casa, y los regalos que le hacía la amante, desde relojes hasta otras
joyas, como un sello de oro, y un prendedor de corbata, también de oro, pero
este era de oro blanco.
Se
calificaba así mismo, como una persona temeraria, no le importaba tener que
saltar ventanas –eso sí que estuvieran a una altura prudencial del suelo-, o
esconderse en un armario o debajo de una cama. Cualquier cosa le valía con tal
de llevar a cabo su propósito, aunque él mismo reconocía, que tarde o temprano,
todo aquello le pasaría factura. Y se la pasó, vaya si se la pasó, a los
cuarenta años parecía tener quince años más, no solo se reflejaba en su cara,
también en su espíritu, estaba como se dice vulgarmente quemado. En el diario,
se denotaba un cambio de estilo, se percibía una forma diferente de ver la
vida, cambiaba hasta el estilo de escritura, de una letra hermosa y redonda,
había pasado a una letra poco comprensible, escrita con el mismo estilo pero
diferente. Tendríais que haber visto el diario, para mí llegó a ser una especie
de reliquia, como el diario de guerra que conservaba de mi abuelo Juan, un
oficial republicano, que no dejó de anotar cada día, los partes que
necesariamente presentaba a su oficial superior.
Bernardo
no quería a nadie, esbozó en su diario, una serie de razonamientos, que
manifestaban que no tenía especial interés por nadie, que mantenía su trabajo y
se esforzaba en él, por el simple hecho que necesitaba sustento, medios
materiales para poder hacer todo aquello que él pretendía llevar a cabo, nada
más. Incluso el día de la muerte de su madre, no se le vio derramar una sola
lágrima, unos decían que no era normal, otros que hay personas que llevan la
pena dentro del alma, y que no pueden manifestarla, sea cual sea el caso, él se
mantuvo impertérrito, inmutable durante el entierro. Llegó a su casa, llamó por
teléfono a una O.N.G que tenía sede en el barrio y les dijo que vinieran a buscar
prendas de vestir y algunos zapatos que estaban nuevos, todo de su madre, al
siguiente día, por la tarde, ya tenía la habitación de su madre vacía, se lo
llevaron todo salvo los muebles. Le preguntaron más de una vez los vecinos del
barrio que tal estaba, contestaba que bien y luego evitaba la conversación,
sabía que iban a preguntarle por su madre, y no quería hablar del asunto.
¿Insensible? ¿Sin emociones? ¿Desarraigado?, cualquiera de estos sinónimos se
le hubieran podido aplicar, pero era solo la opinión de la gente de afuera, por
esa razón no le importaba.
Un
amigo que lo conocía algo más que los demás le dijo un día: “Acabarás mal con
esa vida que llevas, vigila lo que haces o acabarás cazando moscas”. A Félix le
consentía estos comentarios, por ser una persona mayor, y haber pasado
experiencias de todo tipo, entre ellas, el haber estado casado tres veces, casi
nada, ¿de donde salían estos personajes?, parecían más propios de una película
americana… “Me dio que pensar lo que me dijo Félix, pero ¿a qué clase de vida
se refiere cuando dice que puedo acabar cazando moscas?” -escribió en su
diario-, llevo una vida normal, trabajo, salgo como cualquier otra persona, me
gusta la lectura, la música, no entiendo que quiere decir”. Ha menudo, pasa,
que uno mismo, no sabe percibir su comportamiento, eso lo lleva a error tras
error, de manera más fácil, que ver los aciertos de su comportamiento. Todos
cometemos errores, decía en su diario, y aunque no podemos justificarnos con
ellos, si que manifiestan, sencillamente, que somos seres humanos. Vivimos en
un mundo entregado al poder, el dinero y la carne, esa es la máxima que nos
autentifica, no hay más, por esa razón yo, Bernardo, exploto mis posibilidades,
mis cualidades aunque otros no sepan verlo del mismo modo, nunca he obligado a
nadie a hacer nada que no quisiera, jamás he forzado ninguna situación extrema,
solo vivo y dejo vivir. Bien visto, podría decir, que otros y otras, se
aprovechan de mí, pero ni siquiera se me pasa por la cabeza, solo pienso que la
vida es así.
Me
cago en todo…, ese tío tenía razón, o por lo menos “su” razón, y no andaba
demasiado equivocado, hay un dicho popular que reza así “Quién no corre vuela”,
pues bueno, Bernardo se conoce que ha querido siempre ser el primero, o unos de
los primeros en subirse a la cresta de la ola, que ha muerto de mala manera,
vale, pero ¿cómo hay que morir para complacer a la mayoría?, él ha muerto con
un cubata en la mano, en un sitio de mala muerte también es cierto, pero peor
hubiera sido que muriera en el Ritz ¿no?.
Ole
sus cojones, le dio un jamacuco porque el corazón lo tenía cansado de querer,
si, de querer vivir, oye este diario es una joya, lo voy a guardar como si
fuera un tesoro, al fin y al cabo, no es ninguna novela, es la vida de un
hombre que conocí, que fue mi vecino y que después de morir me ha conquistado
con su diario.
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