lunes, 9 de junio de 2014

EL HOMBRE DEL MARTILLO.


                         EL HOMBRE DEL MARTILLO.


Vive en un pueblo que es un puño, como se suele decir. Muchos en el pueblo dicen que tiene cien años, es una manera de decir que es viejo. Curiosamente, casi nadie menciona su nombre, Malaquías, está solo, no se le conoce familia porque a nadie cuenta nada, no es que sea antipático, sencillamente es un hombre solitario, que poca cosa tiene que contar a nadie.
Los más viejos del lugar lo conocen bien, el hecho, es que, sin embargo pasa desapercibido para todos, menudo, cubierto con una sempiterna boina y un traje de pana que en otros tiempos fue marrón, pasea garrote en mano por las afueras del pueblo, lo acompaña Joaquín su perro, debe de tener los mismos años que él, es una comparación para querer decir que es viejo también.
Su casa ha sido reducida a una habitación con cocina y un baño aparte, nada más que eso es su casa. Es más grande, pero terminó por reducirla a este espacio después de la muerte de su esposa, hace ya de eso…ni se sabe. La cama, que comparte con Joaquín, tiene un colchón de lana que ya ha quedado prensado, pero con la forma de su menudo cuerpo, así que le es fácil dormir a pierna suelta cuatro o cinco horas seguidas.
Todos por los alrededores, lo conocen por el hombre del martillo, si alguien se pregunta el porqué, lo explicamos a continuación.
En los años de la guerra civil, cuando todavía era joven y le acompañaban las fuerzas, la carretera que atraviesa el pueblo, era el paso de bastante maquinaria de guerra, desde camiones, hasta pequeños blindados italianos. Malaquías que entonces trabajaba en su campo, era visitado frecuentemente por soldados, de uno y otro bando, le quitaban las gallinas que encontraban, se llevaron un par de cabras, una oveja… en fin, que los desgraciaron. De la huerta y sin dar cuenta a nadie, acababan con tomates, pimientos, melones, se lo llevaban casi todo.
Le dejaron mucho tiempo libre al descalabrarle la huerta y los animales, solo les dejaron la vaca, y porque la tenían escondida en una cueva próxima a la casa. ¡Expropiado para la república!, le decían unos ¡Expropiado para el ejército de liberación nacional!, le decían otros. Mandaron a los hombres del pueblo a alistarse, pero el se escondió en la bodega de la casa, dentro de una cuba, así pasó más de un año. Su mujer Adelina, procuró esconder todo lo perteneciente a él, para que no sospecharan si entraban en casa. Todo fue a parar a la bodega, con Malaquías.
Curiosamente, nadie denunció que allí vivía un hombre, el motivo es, que Malaquías se cuidaba de herrar los caballos y mulos de los vecinos, reparaba sus carros, arreglaba instalaciones de luz de casa de sus vecinos, y nunca les cobraba por ello. Una rústica caja con cuatro herramientas básicas y su inseparable martillo que usaba para todo, era su fiel compañero además de Joaquín, que se enroscaba junto a él mientras hacía estos trabajos. Había sacado de mil apuros, a casi todos los vecinos de una forma u otra. Un par de vecinos agradecidos, recordaban el año en el que hubo unos vientos huracanados, y lo fueron a buscar para que reforzara los tejados de una granja, clavando clavos a diestro y siniestro, encima de las planchas metálicas, a consecuencia de aquello, el pobre cogió un resfriado que Adelina creía que se iba al otro barrio, ¡que mes que pasó el hombre! Al médico le había reparado un par de veces el Citroen Stromberg, una de las veces le cambió un palier con ayuda de su martillo, así que el hombre lo atendió lo mejor que supo, se dedicaba a vacunar vacas y hacer sangrías, ese médico era un genio.
¿Quién querría denunciar a Malaquías por ser rojo o azul, o por querer o no ir a la guerra? Nadie, eso era seguro, habrían perdido uno de los bienes más preciados del pueblo, “al hombre del martillo”, al vecino que sabía de todo y nunca cobraba nada, lo hacía de corazón.
Cuando la guerra perdió fuelle, Malaquías comenzó a usar el martillo de forma más práctica de lo que lo había hecho hasta entonces. Le compró una mula a una vecina que acababa de quedar viuda y se dedicó a caminar con ella por los alrededores del pueblo, recogiendo todo aquello que encontraba que eran restos de la guerra, cada día por la tarde llegaba casi arrastrando los pies, con la mula cargada hasta los topes de cobre, acero, hasta munición recogía, pistolas y fusiles, encontraba de todo, pero no decía nada a nadie.
Lo traía a casa todo, tapadito todo con una lona en el lomo de la mula, y atado con unas cuerdas. Poco a poco, fue seleccionando el material que acercaba a casa, en la bodega, bajo la luz de una bombilla, llegó a tener allí toneladas de material. Un día que el médico bajaba a la ciudad, le pidió si lo podía acercar, allí que se fue, nadie sabe con quién contactó, pero al cabo de dos semanas, se acercó un camión entoldado a la puerta de su casa, lo hizo pasar por la parte de atrás del huerto, y tranquilamente se pusieron a cargar poco a poco, que si cobre, acero, fusiles…, corrió la voz por el pueblo, de que recibía a anarquistas en su casa, pero una vez más, nadie lo denunció, Malaquías se ocupaba de todo cuanto necesitaran de él sin decir esta boca es mía.
A lo que Malaquías hacía, muchos dirían que esto es, saber nadar y guardar la ropa, bien, puede ser, pero nadie pudo decir de este hombre casi centenario, que no hiciera el bien a los vecinos de su pueblo sin reparar en las consecuencias.


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