LA BÚSQUEDA.
Se
ha despertado un interés especial en toda la comarca, un hombre, ha dado con un
filón especialmente sustancioso. Lleva años esperando, trabajando
esforzadamente, cavando en las orillas del río, cribando sin cesar arena y
pequeñas piedras, con el fin de encontrar ese tesoro que el río esconde bajo
sus aguas. Los sedimentos son arrastrados corriente abajo, ha menudo se quedan
parados en las orillas, junto a la arena, es allí donde el busca. Al principio,
montó una vivienda improvisada, con unos plásticos y unas cuantas maderas, pero
con el tiempo, se hizo una casa de madera, con una chimenea de piedra para
cuando llega el invierno.
¡Cuantos
no se han burlado de él, lo han tratado de loco!, en cierta medida ese es el
aspecto que presenta, barba de años, cabello sin cortar desde hace otros
tantos, apariencia descuidada, mirada un tanto perdida… Pero una tarde, baja al
pueblo, en el zurrón que lleva colgado en bandolera, lleva la más valiosa joya
que jamás haya encontrado. Nadie imagina de qué se trata, es la primera vez que
se le ve sonriente, feliz.
Sale
de la taberna, coge aire, luego suspira, deja caer los hombros, parece que se quite
cien años de encima con este gesto. Mira al cielo y luego cierra los ojos, sin
pensar, en el revuelo que está causando en todo el pueblo ¿Qué es lo que ha
descubierto, cual es el tesoro que con tanto ahínco ha estado buscando durante
años? ¿Habrá encontrado aquello que buscaba, o ha hallado otra cosa de más
valor?
Lógicamente,
un personaje de este calado, una actitud como la suya cuando ha llegado al
pueblo, crea expectación, se dirige al almacén y sale con un sombrero nuevo y
un par de botas poceras nuevas, las que llevaba puestas estaban hechas añicos,
demasiada lluvia, demasiado sol, demasiadas tormentas sufridas, demasiado río. En
el tiempo que lleva lejos de la gente, ha perdido parte de los modales que
caracterizan a una persona sociable, nada de buenas tardes, ningún saludo que
determine que es una persona educada, los niños se esconden a su paso, él ni se
da cuenta de este detalle, quizá es, que no quiere verlo.
Con
paso tranquilo entra en la cuadra, al rato sale sujetando las bridas de una
mula, está un poco cochambrosa, como él, parecen almas gemelas en este aspecto,
se pone a la altura de la cabeza del animal y le dice algo al oído, la gente se
miran entre sí, emprenden juntos el camino de vuelta al lugar donde vive, pero
nadie tiene el más mínimo interés en seguirlos. A los tres días, aparece de
nuevo en el pueblo, ahora va directamente hacia el cementerio, sobre la mula, a
lado y lado del lomo del animal, dos pequeñas cajas de madera.
De
nuevo, crea expectación entre los pueblerinos, todos lo miran sin mirarlo a la
cara, cuando lo tienen a cierta distancia, hablan entre ellos, estas gentes
están encerradas en sus costumbres, algunos vecinos que llevan viviendo en el
pueblo varios años, vagan por las calles cual si de sombras se trataran, hasta
que no haga unos cuantos años más que residen ahí, pocos les dirigirán la
palabra. Justamente eso, fue lo que le pasó a nuestro protagonista, con la
diferencia de que él con su familia, pasaron directamente, a formar parte de la
sociedad influyente, tenía un buen trabajo en el ayuntamiento, pero aun así, el
resto de compañeros de trabajo, se limitaban a tener una relación estrictamente
de trabajo con él.
Pero
un día, después de que el alcalde le pidiera que se quedara a trabajar, por
razón de que había trabajo acumulado, cuando volvió a su casa, se la encontró
vacía, no había nadie. Se horrorizó ante esta situación, llamó a la familia,
nadie los había visto, preguntó por el pueblo, la misma respuesta, se fue a
casa del alcalde a preguntar que era lo que debía hacer, no estaba, su mujer le
dijo, que estaba de viaje en un pueblo vecino, para tratar un asunto
relacionado con el suministro del agua.
Se
acercó a la comandancia de la guardia civil, no le admitieron la denuncia
porque no habían pasado las horas pertinentes, tenía que esperar, no le quedaba
otra. No pudo dormir esa noche pensando en su esposa y su hijo pequeño. Andando
sin rumbo por las calles, un muchacho que no tenía demasiadas luces, le dijo
que había visto el coche del alcalde salir de delante de su casa a toda prisa,
un viejo todo camino, en los asientos de atrás, se movía algo, pero no supo
decirle que era ni el camino que tomaron, ellos vivían en una casa a quinientos
metros del pueblo, una vieja casa reformada, que se usaba, para gentes que
llegaban de fuera a trabajar, en dependencias municipales.
Anduvo
medio loco por los caminos adyacentes al pueblo, no encontró nada de nada, ni
una mínima señal. No era posible que su esposa lo hubiera abandonado en aquella
circunstancia, lo sabía seguro. Pasaron unos cuantos días y su trabajo, se vio
afectado por todo aquello, cayó en una depresión y fue despedido, tuvo que
abandonar la casa, otro, el sustituto de él, la ocuparía. Trató de llevarse
todo cuanto pudo de allí, sobre todo, las cosas que pertenecían a su familia, a
Tomás y Laura, pero no tenía donde dejarlas, los vecinos del pueblo no lo
ayudaron en esta labor, no entendía el porqué, pero así era.
El
contingente de la guardia civil no era lo suficientemente grande para poderse
ocupar del asunto, bastante tenían ya con el trabajo que les daban los ladrones
de huertas, de frutales, las quejas por robos de herramientas y aperos de
labranza. Así se lo hicieron saber. Oiga señor, ¡que son dos personas las que
han desaparecido!, no son naranjas ni melones, son mi esposa y mi hijo. Ya, ya,
bueno, organizaremos una búsqueda con protección civil y ya veremos. Había
pasado una semana, demasiado tiempo para que la noticia de su aparición fuera
halagüeña. Entre tanto, Matías ya se había establecido al lado del río, con
maderas de palé de una fábrica de piensos cercana, y unos plásticos desechados
por la misma, se construyó su casa, más que casa, era un sencillo chamizo para
sobrevivir mientras se iniciaba la búsqueda de su familia, no tenía otro lugar.
No
es la primera persona que desaparece, créeme, en los últimos años, han
desaparecido tres mujeres más, aparte de la tuya. Este hombre, anónimo para
Matías, no le revela su nombre, dice que no hace falta que lo sepa, en cambio,
Matías le dice el suyo. Vivo más o menos como tú, corriente abajo, en una cueva
que escarbé entre la tierra y la piedra, si te vas a quedar aquí, piensa que yo
vivo más abajo, uso el agua del río para todo, por favor trata de no
contaminarla, a cambio de eso, te ayudaré a buscar a tu familia. ¿Cómo vas a
hacer eso? Muy sencillo, siguiendo determinadas huellas, no hace falta ser un
indio para seguir rastros. ¿Conoces bien el lugar? Me he criado aquí, ¿tú que
crees? conozco estos parajes como la palma de mi mano, sé donde va a parar cada
camino, cada sendero, los recovecos en los que nadie ha estado jamás, los
desconocen hasta los más viejos del lugar, ¿sabías que los romanos, hicieron
hace dos mil años, una calzada para el transporte de mercancías, todavía hay
tramos que se conservan.
Aquel
hombre sin nombre, le inspiraba confianza, de hecho, en una circunstancia como
esa, cualquier persona que te de un resquicio de esperanza, es bienvenida a la
búsqueda. Antes de que caiga la noche, los dos juntos salen de su escondrijo y
recorren desde el pueblo hacia el río, los posibles lugares donde se puede
llegar con un coche. Los recorren una y otra vez, apartan ramas, zarzales,
pequeños desmontes donde puedan haber caído los cuerpos, o los hayan tirado. En
el caso de Tomás, su hijo, en poco tiempo, las alimañas del bosque, si lo han
hallado muerto, habrán acabado con las pruebas. Quiero que te des cuenta de
donde te metes Matías, descubrir un cadáver no es nada agradable, aunque sea el
de un perro, te lo aseguro. Lo imagino, pero por lo menos debo buscarlos,
tienen que estar en algún sitio no muy lejano.
Caminan
por un sendero, que por lo general no lo transita nadie, da directamente al
rio, llevan caminando un par de horas, desde algún lugar, les llueven en la
cabeza piedrecillas , caen de forma intermitente, el hombre anónimo es el
primero que se da cuenta, con el brazo extendido hacia atrás, le indica a
Matías que se pare. Los dos miran a su alrededor, no ven a nadie, bajan un poco
más y llegan a un pequeño claro, les siguen tirando piedrecillas, es entonces
cuando Matías, aguzando la vista, ve en el otro lado de la carretera, subido en
una roca, en cuclillas, al chico que le dijo que había visto el coche del
alcalde salir de su casa.
Les
sonríe. El hombre anónimo le hace saber a Matías que les está indicando que es
por allí por donde vio el coche. ¡Pero si a mí me dijo que no sabía por donde
habían ido! Pues no te dijo la verdad, los vio descender por aquí. Cuando
vuelve a mirar hacia donde estaba el chico, ya ha desaparecido. Seguramente él sabe
lo que pasó, dice inquieto Matías. No forzosamente, una cosa es ver por donde
va alguien, y otra, bien diferente, que es lo que ha hecho después. Pues le
preguntamos… quizá sepa algo más. Déjalo no le sacarías nada, créeme, sería
tiempo perdido.
Un
poco más abajo del camino, se pierde en el rio, Matías pierde la esperanza.
Seguramente pasaron al otro lado, deberías buscar por allí –le señala con el
cayado que lleva en la mano-. Matías lo mira fríamente, lo deja solo, quiere
que sea él el que encuentre, si es que están allí, los restos que busca.
Mañana, comienza por cruzar el rio, aquí es poco profundo, puede atravesarlo un
coche grande, haz una batida minuciosa, aunque te lleve días hacerlo.
Mientras
tanto, ahora que llega el invierno, debe protegerse del frio, así que, con la
ayuda de un hacha y unas cuantas herramientas que ha comprado en el pueblo,
tala árboles, los acopla y va haciéndose la casa, nada grande, solo va a vivir
él allí. Cava un pozo negro en el exterior y construye el habitáculo con pales,
el resto de la casa, la va terminando a base de alternar el trabajo con la
búsqueda. Es lenta la búsqueda, pero por otra parte es razonable que sea así, a
medida que pasa el tiempo, le horroriza más pensar, en la situación en la que
se puede encontrar si descubre algún resto, por eso, sin darse cuenta baja el
ritmo de la búsqueda, hasta el punto de que hay días, que emplea en ello solo
unas horas, no como antes, que empleaba todo el día y parte de la noche,
equipado con una linterna de explorador en la frente.
¿Qué
hay hombre…? buenos días, no te veo buscar por el bosque, ¿es que acaso ha
dejado de interesarte? ¿Cómo sabes eso? Bueno, yo salgo a cazar casi todos los
días y veo donde has estado, las últimas huellas que he visto, son de hace un
par de días. ¿Sabes? estoy desanimado, a estas alturas, no creo que pueda
encontrar nada, si es que hubiera algo que encontrar. Ya te has rendido… pues
debes saber, que si piensas así, te falta todavía, mucha madurez emocional,
catadura moral, estás a la altura de un chiquillo cualquiera, al que después de
castigarlo por algo mal hecho, se resigna a continuar siendo travieso, que no
quiere reconocer sus errores, que cree estar por encima de los demás. Así se
forja un tirano.
Vaya
atrevimiento el de aquel hombre… no lo conocía de nada, y ya estaba sacando
conclusiones de quién era Matías. Eso, se lo dijo, para ver, hasta que punto
era capaz de reaccionar ante la circunstancia que lo había llevado allí, a
vivir en mitad del bosque, con el propósito inicial, de encontrar los restos de
su familia. Le estaba diciendo con esas palabras, que no renunciara, que
agotara todas las posibilidades, y de paso, le estaba brindando su ayuda de
nuevo.
A
fuerza de estar juntos comiendo y cazando, Matías descubrió que aquel hombre se
llamaba Jerónimo, era profesor de la escuela del pueblo, lo sustituyeron por un
joven recién salido de la facultad, sobrino del alcalde. No le guardaba rencor
alguno al alcalde, al fin y al cabo el estaba soltero, no tenía familia que
dependiera de él, pero renunció a vivir entre aquella gente, que no fueron
capaces de defenderlo en su día.
Ellos
me desterraron del pueblo, y yo los condené a quedarse en él. Estas son
palabras de un filósofo griego, Diógenes de Sínode, quién sufrió en carne
propia lo que te estoy contando.
Después
de reanudar la búsqueda, acabado el invierno, Matías dio con unos restos, le
pareció que eran los de algún animal, se conservaba parte de la columna
vertebral de alguien, una pelvis y unos trozos de tela adheridos a la parte
inferior del cuerpo. Cuando los dos hombres se agacharon para ver de cerca los
restos, vieron semienterradas, las manos que juntas, señalaban como si fuera en
una plegaria hacia arriba del cuerpo, Jerónimo entonces, descubrió el hueco de
un árbol a un metro de distancia del esqueleto, otro más pequeño, estaba dentro
del hueco del árbol, en posición fetal, estaba entero, no faltaba nada
de él.
Jerónimo,
sin que Matías se diera cuenta, había desaparecido del escenario, se había
culminado la búsqueda, ahora era cosa de Matías lo que resultara de todo
aquello. Llevó los restos a su casa, hizo dos ataúdes y los metió dentro,
entonces subió al pueblo a buscar las botas nuevas y la mula, que compró a un
tratante de ganado. Nadie le dijo nada, cuando se puso a cavar las dos tumbas
en el suelo del cementerio, ni el cura de la iglesia, ni el ayuntamiento, desde
cuyas ventanas el alcalde, observaba la pequeña ceremonia que llevaba a cabo
Matías.
Cuando
este, pasó de nuevo hacia su casa, miró las ventanas de la oficina del alcalde,
a este, no le dio tiempo a retirarse a tiempo para no ser visto. Matías se
acercó al cuartel de la guardia civil y les puso al corriente de lo acontecido.
Lo sentimos muchísimo señor, por otra parte, nos alegramos de que la búsqueda
haya dado sus frutos.
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