domingo, 8 de junio de 2014

TEODORO.


                                      TEODORO


Ha sido una pérdida grande para mí. Supongo que para otra parte de la familia también, pero jamás he preguntado nada a nadie de ellos. Teodoro era mi tío, bueno mi tío no, era tío carnal de mi padre, yo creo de él sería tío abuelo, da lo mismo, esto no es lo importante. Lo importante, es que a mí me gustaba mucho ir a su casa, vivía en un piso grande, con un portero que siempre vigilaba a quién entraba y salía del bloque, tres pisos con tres puertas por rellano. Estaba asistido siempre por una señora que vivía allí con él, había sido capitán de bomberos en su día, un hombre corpulento, muy culto y que tenía muy buen gusto para la música.
En el salón, había cuatro grandes butacas de orejas tapizadas en terciopelo color burdeos con dibujos cachemir, delante, un gran aparato de música todo él compacto que formaba un mueble, tenía una gran colección de óperas, zarzuelas y música de orquestas célebres. Recuerdo que cuando tenía puesta la radio, a las doce, la hora del ángelus, se levantaba cabreado y cerraba la radio, luego se iba a la cocina a beber café jurando entre dientes, no soportaba las cosas relacionadas con la iglesia católica, maldecía, no sé muy bien porqué, era muy joven, desde los ocho a los diez años estuve yendo a visitarlo dos o tres veces por semana.
Extraño como parezca, me hablaba mucho y me hacía preguntas de las cosas de afuera, de la calle, salía muy poco, a mi corta edad no le podía dar muchas explicaciones, pero se conformaba con todo aquello que le contaba, aunque fueran cosas del colegio. Un día, aparecí en su casa, con un chichón en la coronilla de la cabeza, el conserje del colegio me había dado un capón con el nudillo de la mano, poniéndose un sello de oro a manera de protección para hacer más daño. Me preguntó como se llamaba este conserje, yo contesté que era el único que había, Joaquín, pero que le teníamos que llamar don Joaquín, siempre iba con un  uniforme como de soldado, lleno de botones, con unos recios zapatos negros de cordones, y unos galones, que jamás supe que era lo que significaban.
No me dijo nada más, hizo que la señora que le hacía compañía me lo curase bien. Al siguiente día lo vi en el colegio, se me cayó el alma a los pies, me puse a temblar, estaban los dos hablando al fondo de un pasillo, cambié de clase y me iba a la de lengua cuando me llamó mi tío Teodoro, mi tío le pasaba en altura a don Joaquín tres dedos buenos, era un hombre de metro noventa.
¿Ve usted?, es de él de quién hablo, este es mi sobrino, ¿ha visto usted lo que le ha hecho en la cabeza? Don Joaquín asentó con la suya, llevaba el pelo cortado a cepillo, era rubio. Como vuelva usted a ponerle la mano encima a mi sobrino, vendré yo a ponérsela a usted ¿me ha comprendido? Don Joaquín asentó de nuevo, trató de disculparse diciendo que si yo no me hubiera movido, no me habría herido de aquel modo. Usted no tiene ningún derecho de ponerle la mano encima a nadie cafre. Don Joaquín estaba rojo como un tomate, en las mejillas, se dibujaban unas venillas, que parecían estar a punto de estallar. Le dio dos golpecitos en el hombro al decirle aquello, que parecía que fuera a caer al suelo. Ni a él ni a nadie ¿de acuerdo?, de otro modo, el próximo destino que tendrá usted, será el de enterrador en Montjuich.
Don Joaquín no respondió palabra, se quedó allí en mitad del pasillo, parado, mientras mi tío y yo que me llevaba cogido de la mano, le dábamos la espalda e íbamos hacia la clase de lengua. No recuerdo muy bien lo sucedido en los  días posteriores a aquel encuentro con el conserje, lo único de lo que me acuerdo, es, que cuando salíamos al patio durante media hora para juagar, y comernos los bocadillos, el conserje me observaba de manera especial, no sabría describir con que intención, pero recordaba esa mirada de rencor y de maquinación de algo que pudiera perjudicarme sin hacer ruido.
No digas nada en tu casa respecto a lo sucedido en el colegio –me advirtió Teodoro-, es mejor que este incidente quede entre nosotros, tu padre podría enfadarse si supiera lo sucedido. No te preocupes tío, y muchas gracias, me has quitado un peso de encima, haber que resultado da todo esto. Bueno, dará buen resultado, seguro, no te inquietes, tú ve a lo tuyo, a estudiar y procurar sacar buenas notas, esa es tu misión en el colegio, y no te olvides de decirme cualquier cosa que pase entre tú y ese mal nacido.
Mi cariño hacia aquel hombretón, creció poco a poco, hasta que terminé el colegio, no volví a tener causa alguna de queja por Joaquín, el conserje, pero me dolía mucho ver como la tomaba con otros chavales, algunos de ellos amigos míos, del mismo barrio, que nos habíamos criado juntos. Se desfogaba con ellos, les reñía cada dos por tres, los insultaba, insultaba a sus padres, les decía muertos de hambre, carroñas de la sociedad, y muchas otras cosas impronunciables. Ellos, agachaban la cabeza, que no se les hubiera ocurrido contestar, de otro modo, sin mediar palabra, les hubiera cruzado la cara con dos sopapos. Así iban las cosas por aquellos años, al entrar en el colegio por la mañana, formábamos cola en el patio, separados por la distancia de un brazo sobre el  hombro los unos de los otros, cantábamos el cara al sol y la canción de los requetés, mientras tres compañeros elegidos al azar, levantaban las tres banderas hacia arriba de la cruz de madera blanca, que estaba siempre recién pintada en el patio.
Luego ya, en la escuela de ingenieros, las cosas cambiaron, allí había otro aire, un espíritu de camaradería y de compañerismo que me resultaba extraño. Al principio me pregunté como era posible que mis padres me pudieran pagar aquellos estudios, luego, caí en la cuenta, era mi tío Teodoro el que se preocupaba de mis estudios, el que los financiaba, me lo dijo mi padre, entonces lo visitaba más ha menudo, no por devolverle el favor, si no más bien, porque aprendía cosas de él, que me eran sumamente valiosas para los estudios.
Tío, ¿porqué no ayudas también a mi hermano? Porque yo quiero a las personas que son agradecidas, tú has venido desde hace años a verme sin interés alguno, a tu hermano solo lo conozco por fotos que he visto de él, ¿lo entiendes? Claro, es una pena, porque mi hermano, es bastante más listo que yo. En la vida no es suficiente ser más listo, hay que ser además, buena persona.
Con esta sencilla frase, me dijo todo lo que tenía que decirme, me sabía mal por mi hermano, pero en el rostro de mi tío, vi la determinación con la que dijo estas palabras, formaba parte de una especie de doctrina que tenía como una máxima, y que no pensaba alterar. Elisa, la señora que cuidaba de él, no estaba cuidándolo por un salario, no cobraba dinero alguno, estaba con él desde hacía años, por motivos puramente humanos, la mujer era viuda, los hijos se habían desentendido de ella, de modo que cerró su piso, muy cerca del de mi tío Teodoro, y se fue a vivir con él. No tenía intereses monetarios, entre otras cosas, porque ni siquiera sabía si mi tío tenía dinero o no, sencillamente se hacían compañía mutua, lo que jamás incluyó el compartir cama, de eso nada. Esto lo supe por boca de la propia Elisa, un día que salió a colación el tema de las necesidades físicas de la gente, mi tío era una persona muy respetuosa, y en cuanto a ella, no provocó jamás situaciones fuera de contexto que llevara a pensar que tenía un interés físico por aquel buen hombre.
Este es un comentario aparte de lo que comento, ¿adonde iba una mujer de metro cincuenta escasos, con una torre como aquella, un armario ropero de metro noventa?, imposible de imaginar, cierto. Le doblaba en altura como quién dice, en un tablero de ajedrez, ella sería un peón y él el rey, sin ninguna clase de duda.
Teodoro fue en consecuencia una figura clave en mi vida, retirado del trabajo de bombero, a veces cogíamos un taxi e íbamos a la calle Mallorca, al antiguo parque de bomberos donde él trabajaba, había dejado unos cuantos amigos allí, y aunque parezca mentira, la mayoría de bomberos se cuadraban ante él, cual sui fuera un militar, supe no por su boca, si no por fotografías que colgaban de las paredes del parque, que era un héroe. Ya como capitán de bomberos, sacó a cuatro personas de un incendio, donde nadie quiso entrar por ser ya demasiado peligroso. Recibió la medalla al mérito civil, de manos del alcalde Porcioles, en una cena que se celebró a tal fin, en el hotel Ritz de la ciudad.
Por el camino de ida y vuelta, me contaba experiencias de su vida, siempre sacaba el lado positivo de todas las cosas, fue él quién me enseñó lo que es la empatía, el respeto por la gente, la responsabilidad, la honradez. ¿Cómo no querer a una persona así? Imposible, ha sido toda una referencia para mi vida, querida y entrañable, necesaria para el desarrollo de mi vida.  
Cuando falleció, lo hizo sin ruido alguno, su apenada “compañera” Elisa, entre lágrimas y sollozos, llamó a la escuela de ingenieros preguntando por mí. Me puse al aparato, e inmediatamente supe, que algo le había pasado a mi tío, nadie más tenía aquel número, solo se lo di a ellos dos, ni en mi casa lo sabían, de manera que por esa parte, estaba tranquilo que en casa, todo iba bien. En poco menos de media hora ya estaba en su casa, mi abuelo, su hermano, ya estaba allí, también Adolfo, otro sobrino que estaba deambulando por la casa, buscando cosas, las estaba apilando en un rincón de la entrada, se iba a llevar aquellas cosas, sé que algunas de ellas tenían gran valor, aunque a veces pensamos, que las cosas de valor, son las materiales, no es así, no tuve más remedio que llamarle la atención a Adolfo.
¿Cómo puedes tener tan poca vergüenza, de comenzar a desvalijar esta casa, cuando el tío Teodoro todavía está caliente? No tienes dignidad, eres un buitre, vas a hacer una cosa, déjalo todo donde estaba, ya veremos lo que decide el testamento, entre tanto métete las manos en los bolsillos y estate quietecito, no vaya a ser que te tenga que atar a una silla.
Elisa, sonrió cuando hoyo esto, sabía que iba a defender a mi tío incluso después de muerto. Adolfo, haciendo movimientos a cámara lenta, se levantó del suelo, y lo dejó todo allí.
¿No te he dicho que dejes las cosas en su sitio? Pues andando, todo en su sitio. No paré atención a lo que había allí, no era esta la cuestión, me cabreó mucho, la actitud de este perro de presa. Sabía que no iba a ser el único, en breve se iba a presentar toda la familia, no en vano le llamaban el tío Rico, y ciertamente lo era, pero no en el sentido que creían que fuera el tío Teodoro. Es cierto que tenía dinero, le había quedado una buena paga, tenía los gastos mínimos, una cuenta con dinero del que nadie sabía la cantidad. Nadie derramó una sola lágrima por él, salvo yo, no me da vergüenza reconocerlo, había muerto mi Pigmalión en un sentido bastante literal.
A los quince días, el administrador de sus bienes, junto a un notario, los reunió a todos en su oficina de la calle Pelayo. Todos se quedaron de piedra, al leer el documento, resultó que a nadie salvo a Elisa, le dejó todo cuanto tenía. A mí se me nombró también, me legó casi toda la biblioteca, que no era poca, y el equipo de música con todos los discos. Me emocioné cuando Elisa me lo dijo, ella por su parte me dio un abrazo y me dijo… Aquí tienes tu casa, lo que no puedas llevarte, lo dejas aquí, yo te lo guardaré. De modo que lo dejé todo, libros y equipo, y dos o tres veces por semana, me acercaba a su casa como si fuera la mía, hasta las llaves, tanto de la calle como de la puerta del piso me dio Elisa.
No dejes de venir Alfonso, necesito compañía, necesito verte, eres el reflejo de Teodoro, te considero, una extensión de él, yo siempre he querido mucho a tu tío, y a ti también te quiero. Nunca he tenido cariño, más que de Teodoro y de ti.
No sufras por eso Elisa, me mantendré a tu lado en la medida de lo posible, yo también te aprecio mucho, ¡has sido tan buena con mi tío…!. Y él conmigo Alfonso, y él conmigo.


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