LA
ESTACIÓN
Todos
los días, cuando tengo un momento libre, visito la estación de mi ciudad. Me
gusta observar a la gente con sus idas y venidas, los que viajan con mucho
equipaje, y los que solo llevan un bolso o una
sencilla bolsa de plástico al subir o bajar del tren.
Me
gusta imaginar de donde vienen y adonde
van, es una de mis mejores distracciones. En ocasiones, llegan parejas
discutiendo, con prisa, mirando el reloj de pulsera y comprobando que van con
la hora del gran Festina que cuelga de la terminal, es inmenso este reloj, y el
segundero, marca de manera inexorable la salida de los trenes de la estación,
no así las llegadas, la llegada del tren es otra cosa, depende de varios
factores que nada o poco tiene que ver con la puntualidad de la salida.
Especialmente,
cuando llegan fiestas, puentes, vacaciones, la estación es como un gran teatro
de actores anónimos, a unos los ves llegar de manera cansina, casi siempre van
solos, las familias sin embargo, van aprisa y los padres, van vigilando para
que ningún niño se pierda en mitad del tumulto de gente. Los abuelos, la gente
mayor, ya hace rato que esperan, no quieren tener contratiempos de última hora,
a mi lado uno de estos días, tengo a un
matrimonio mayor, el hombre va vestido con traje de pana marrón y una faja de
algodón negra, lleva boina y unas albarcas de cintas sin calcetines.
Por
tener algo de conversación, les pregunto que adonde viajan, el hombre, que está
cortando chorizo sobre una servilleta con un trozo de hogaza de pan al lado, y
una bota de vino al otro, dice que van a Valladolid, a un pueblo cercano donde
tienen su casa. Cuando llegamos allí, tenemos que esperar de nuevo un autobús
de línea que nos acerque a nuestro pueblo, Arroyo de la Encomienda, es un
pueblo pequeño pero muy bonito, está usted invitado si se le ocurre llegarse
hasta allí. Eso sí, sepa que en total es un viaje de dos días, las cosas allí
no andan como aquí en la capital, Barcelona es diferente, ¿puede creer que
desde que llegamos estamos reventados?, y eso que hemos venido de paseo, a ver
a nuestros hijos. En el pueblo todo va a paso de tortuga, sabe? no hay
necesidad de correr tanto, el único negocio que tenemos allí es el campo, la
huerta y unos cuantos animales. Si se llega un día por allí, pregunte usted por
la casa de “Blasa la Negra”, será usted bienvenido.
Anuncian
que el tren que sale destino a Valladolid ya está formado en la vía ocho, sin
prisa, recogen sus cosas, el hombre aprieta el culo de la bota de piel, y se
descarga en el gaznate un buen trago de vino, se seca la boca con la manga de
la chaqueta y se despiden de mí. Les deseo un buen viaje, los acompaño al tren
llevando parte del equipaje, en concreto una gran maleta de madera que pesa lo
suyo, da las gracias y desaparecen dentro del tren. Madre santa pienso para mí,
en este borreguero se pan a pasar media semana, pero bueno, por lo que parece
esta gente ya lo tiene asumido, ¡que suerte tienen de ser tan sufridos! Menuda
imbecilidad acabo de pensar, ser sufrido no es una suerte, es una cualidad que
hay que cultivar en la vida, como la paciencia, la tolerancia o el perdón.
Hoy,
en el momento que comienza a marchar el tren, estoy un poco más feliz que otras
veces, me da la impresión que he venido con un propósito en concreto, a
despedir a alguien. Y si vas a mirar, es cierto, he despedido a la familia de
la casa de “Blasa la Negra”, de Arroyo de la Encomienda, Valladolid. Saco una pequeña libreta que
siempre llevo en el bolsillo y apunto estos detalles mojando la punta del lápiz
con la lengua. Que tengan ustedes buen viaje señores, joder, que gente más
sencilla y más hospitalaria.
Me
vuelvo a casa, tengo que llevar a mi hermana al parque de la Ciudadela, vivimos
casi al lado, mi padre era zapatero, la vivienda está en un bajo, lo tenemos
alquilado a una empresa de productos de importación pero con el derecho de
entrar y salir por la tienda, es el único modo de acceder al interior de la
casa, ella va en silla de ruedas, de pequeña tuvo un ataque de poliomielitis,
no tiene más remedio que pasar la vida sentada en la silla cuando sale, el
resto del día lo pasa estudiando y leyendo, sabe tocar el piano, mi madre le
enseñó, tenemos un piano de pared, allí se pasa las horas, tocando música y
leyendo libros, se ha hecho a si misma, todo cuanto ha aprendido, lo sabe,
gracias a lo poco que le enseñó mi madre, y lo que ella ha ido descubriendo.
Cristina es un tesoro, la quiero mucho, pero estoy limitado igual que ella, no
puedo tener trabajo alguno, la tengo que cuidar, no la voy a internar en ningún
sitio para tener más libertad.
Cada
día, le hablo de las cosas que he aprendido de la gente, soy dado a la
conversación, extrovertido, y ella se ríe conmigo, a veces le exagero las
cosas, con el único afán de que se lo pase bien, le cuento anécdotas
inexistentes, que he hecho amistad con una chica francesa que se llama Josephine
que trabaja en un quiosco del interior de la estación vendiendo periódicos y
revistas, tabaco y souvenirs. No me lo creo, ¿tú entablando amistad con una chica
y además francesa? Si, que pasa, ¿no te lo crees? pues ella sabe de ti, le he
hablado que somos dos hermanos que vivimos juntos cerca de la estación, mañana
te voy a llevar para que la conozcas. Ni se te ocurra… no quiero que me vea
así. Así como, sentada en la silla de ruedas… oye guapa que para esto se han
hecho estas sillas ¿de acuerdo?, no tienes porque avergonzarte de nada ¿vale?
además no se va a reír de ti ni nada por el estilo, te lo aseguro, mañana de
paseo a la estación, de paso, verás lo que hago el tiempo que estoy allí.
Ya
me conozco los horarios y recorridos de todos los trenes, a fuerza de pasar
tiempo allí, de manera que en ocasiones, informo a la gente de cuanto van a
tardar determinados convoyes en formarse, de cuando van a anunciar la salida,
los márgenes de tiempo que tienen para hacer algo de última hora… Conozco a los
jefes de estación que trabajan por turnos, y a algunos maquinistas, me gusta la
estación de Francia, es dinámica y bonita además, algunos trabajadores de la
estación me invitan a un café, otras los invito a ellos. No lo considero un
trabajo pero casi, me mantiene ocupado. Josephine ha saludado a Cristina con
dos besos, he aprovechado a llevarla hoy, porque sé, que no hay mucho
movimiento de pasajeros, la he dejado un rato con ella, mientras saludaba a un
par de mozos de estación que terminaban su jornada. Bueno nos vamos Josephine,
me la llevo para adentro, hace mucho que mi hermana no ve los trenes entrar y
salir, nos vamos a sentar un rato en un banco.
Mi
hermana me tiene cogida la mano, se lo está pasando bien, lo noto en su
expresión, en sus miradas a la gente, incluso saluda a personas que andan un
poco despistadas y se paran ante nosotros observando las vías, y el chirriar de
las ruedas cuando terminan frenando ante los pretiles de final de trayecto.
¡Huy que grima me da oír estos chirridos, se me ponen los dientes largos! Me
río, y se me queda mirando, como si hubiera dicho alguna sandez. Al rato nos
volvemos para casa, aprovecho que el semáforo se pone verde para los peatones
para sorprenderla echando a correr al cruzar la avenida. ¡Para loco que me vas
a tirar de la silla! Nada mujer, tú cógete fuerte y ya verás… ¡es como si
fueras en un descapotable!
Y
así sigue nuestra vida, entre nuestra casa interior, el parque de la Ciudadela
y la estación, porque… ahora resulta que me la tengo que llevar casi cada día,
le gusta hablar con Josephine, saludar a la gente y ver los trenes entrar y
salir de la estación.
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