jueves, 12 de junio de 2014

LA ESTACIÓN.


                                             LA ESTACIÓN


Todos los días, cuando tengo un momento libre, visito la estación de mi ciudad. Me gusta observar a la gente con sus idas y venidas, los que viajan con mucho equipaje, y los que solo llevan un bolso o una  sencilla bolsa de plástico al subir o bajar del tren.
Me gusta imaginar de donde  vienen y adonde van, es una de mis mejores distracciones. En ocasiones, llegan parejas discutiendo, con prisa, mirando el reloj de pulsera y comprobando que van con la hora del gran Festina que cuelga de la terminal, es inmenso este reloj, y el segundero, marca de manera inexorable la salida de los trenes de la estación, no así las llegadas, la llegada del tren es otra cosa, depende de varios factores que nada o poco tiene que ver con la puntualidad de la salida.
Especialmente, cuando llegan fiestas, puentes, vacaciones, la estación es como un gran teatro de actores anónimos, a unos los ves llegar de manera cansina, casi siempre van solos, las familias sin embargo, van aprisa y los padres, van vigilando para que ningún niño se pierda en mitad del tumulto de gente. Los abuelos, la gente mayor, ya hace rato que esperan, no quieren tener contratiempos de última hora, a mi lado uno  de estos días, tengo a un matrimonio mayor, el hombre va vestido con traje de pana marrón y una faja de algodón negra, lleva boina y unas albarcas de cintas sin calcetines.
Por tener algo de conversación, les pregunto que adonde viajan, el hombre, que está cortando chorizo sobre una servilleta con un trozo de hogaza de pan al lado, y una bota de vino al otro, dice que van a Valladolid, a un pueblo cercano donde tienen su casa. Cuando llegamos allí, tenemos que esperar de nuevo un autobús de línea que nos acerque a nuestro pueblo, Arroyo de la Encomienda, es un pueblo pequeño pero muy bonito, está usted invitado si se le ocurre llegarse hasta allí. Eso sí, sepa que en total es un viaje de dos días, las cosas allí no andan como aquí en la capital, Barcelona es diferente, ¿puede creer que desde que llegamos estamos reventados?, y eso que hemos venido de paseo, a ver a nuestros hijos. En el pueblo todo va a paso de tortuga, sabe? no hay necesidad de correr tanto, el único negocio que tenemos allí es el campo, la huerta y unos cuantos animales. Si se llega un día por allí, pregunte usted por la casa de “Blasa la Negra”, será usted bienvenido.
Anuncian que el tren que sale destino a Valladolid ya está formado en la vía ocho, sin prisa, recogen sus cosas, el hombre aprieta el culo de la bota de piel, y se descarga en el gaznate un buen trago de vino, se seca la boca con la manga de la chaqueta y se despiden de mí. Les deseo un buen viaje, los acompaño al tren llevando parte del equipaje, en concreto una gran maleta de madera que pesa lo suyo, da las gracias y desaparecen dentro del tren. Madre santa pienso para mí, en este borreguero se pan a pasar media semana, pero bueno, por lo que parece esta gente ya lo tiene asumido, ¡que suerte tienen de ser tan sufridos! Menuda imbecilidad acabo de pensar, ser sufrido no es una suerte, es una cualidad que hay que cultivar en la vida, como la paciencia, la tolerancia o el perdón.
Hoy, en el momento que comienza a marchar el tren, estoy un poco más feliz que otras veces, me da la impresión que he venido con un propósito en concreto, a despedir a alguien. Y si vas a mirar, es cierto, he despedido a la familia de la casa de “Blasa la Negra”, de Arroyo de la Encomienda,  Valladolid. Saco una pequeña libreta que siempre llevo en el bolsillo y apunto estos detalles mojando la punta del lápiz con la lengua. Que tengan ustedes buen viaje señores, joder, que gente más sencilla y más hospitalaria.
Me vuelvo a casa, tengo que llevar a mi hermana al parque de la Ciudadela, vivimos casi al lado, mi padre era zapatero, la vivienda está en un bajo, lo tenemos alquilado a una empresa de productos de importación pero con el derecho de entrar y salir por la tienda, es el único modo de acceder al interior de la casa, ella va en silla de ruedas, de pequeña tuvo un ataque de poliomielitis, no tiene más remedio que pasar la vida sentada en la silla cuando sale, el resto del día lo pasa estudiando y leyendo, sabe tocar el piano, mi madre le enseñó, tenemos un piano de pared, allí se pasa las horas, tocando música y leyendo libros, se ha hecho a si misma, todo cuanto ha aprendido, lo sabe, gracias a lo poco que le enseñó mi madre, y lo que ella ha ido descubriendo. Cristina es un tesoro, la quiero mucho, pero estoy limitado igual que ella, no puedo tener trabajo alguno, la tengo que cuidar, no la voy a internar en ningún sitio para tener más libertad.
Cada día, le hablo de las cosas que he aprendido de la gente, soy dado a la conversación, extrovertido, y ella se ríe conmigo, a veces le exagero las cosas, con el único afán de que se lo pase bien, le cuento anécdotas inexistentes, que he hecho amistad con una chica francesa que se llama Josephine que trabaja en un quiosco del interior de la estación vendiendo periódicos y revistas, tabaco y souvenirs. No me lo creo, ¿tú entablando amistad con una chica y además francesa? Si, que pasa, ¿no te lo crees? pues ella sabe de ti, le he hablado que somos dos hermanos que vivimos juntos cerca de la estación, mañana te voy a llevar para que la conozcas. Ni se te ocurra… no quiero que me vea así. Así como, sentada en la silla de ruedas… oye guapa que para esto se han hecho estas sillas ¿de acuerdo?, no tienes porque avergonzarte de nada ¿vale? además no se va a reír de ti ni nada por el estilo, te lo aseguro, mañana de paseo a la estación, de paso, verás lo que hago el tiempo que estoy allí.
Ya me conozco los horarios y recorridos de todos los trenes, a fuerza de pasar tiempo allí, de manera que en ocasiones, informo a la gente de cuanto van a tardar determinados convoyes en formarse, de cuando van a anunciar la salida, los márgenes de tiempo que tienen para hacer algo de última hora… Conozco a los jefes de estación que trabajan por turnos, y a algunos maquinistas, me gusta la estación de Francia, es dinámica y bonita además, algunos trabajadores de la estación me invitan a un café, otras los invito a ellos. No lo considero un trabajo pero casi, me mantiene ocupado. Josephine ha saludado a Cristina con dos besos, he aprovechado a llevarla hoy, porque sé, que no hay mucho movimiento de pasajeros, la he dejado un rato con ella, mientras saludaba a un par de mozos de estación que terminaban su jornada. Bueno nos vamos Josephine, me la llevo para adentro, hace mucho que mi hermana no ve los trenes entrar y salir, nos vamos a sentar un rato en un banco.
Mi hermana me tiene cogida la mano, se lo está pasando bien, lo noto en su expresión, en sus miradas a la gente, incluso saluda a personas que andan un poco despistadas y se paran ante nosotros observando las vías, y el chirriar de las ruedas cuando terminan frenando ante los pretiles de final de trayecto. ¡Huy que grima me da oír estos chirridos, se me ponen los dientes largos! Me río, y se me queda mirando, como si hubiera dicho alguna sandez. Al rato nos volvemos para casa, aprovecho que el semáforo se pone verde para los peatones para sorprenderla echando a correr al cruzar la avenida. ¡Para loco que me vas a tirar de la silla! Nada mujer, tú cógete fuerte y ya verás… ¡es como si fueras en un descapotable!
Y así sigue nuestra vida, entre nuestra casa interior, el parque de la Ciudadela y la estación, porque… ahora resulta que me la tengo que llevar casi cada día, le gusta hablar con Josephine, saludar a la gente y ver los trenes entrar y salir de la estación.


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