EL SECRETO SIN
MENTIRAS.
Ese
día por la mañana, salió de casa deseando encontrarse con alguien para contarle
secretos, no importaba quién fuera, quería hablar con quien fuera, con tal de
hablar, así de vacía era su vida, no importaba que fueran desconocidos, tenía
don de palabra y le sobraba simpatía,
vecinos, amigos, cualquiera que le siguiera la conversación, estaba
autorizado a que le desvelara secretos.
Claro
que, hay secretos y confidencias, pero poca importancia tenía para él la
diferencia de una cosa u otra. Evidentemente la hay, por ello hay dos palabras
diferentes en el diccionario que distinguen una cosa de otra, un secreto es
algo que solo sabes tú y que quieres mantener escondido, sea lo que sea, por
ejemplo que eres gay, tratas con el mundo exterior con normalidad, pero
mantienes en secreto tu condición de homosexual. Confidencia es algo que
confías a otra persona, por ejemplo que te gusta determinada persona, y
necesitas a alguien que lo sepa, para descargar ese fantasma que puede llegar a
atormentarte, lo cuentas a alguien de confianza, con la seguridad –siempre
relativa-, de que te escuchará, y si cabe, te dará alguna sugerencia para que
puedas aliviar este problema.
Pero
es más difícil guardar un secreto uno mismo que hacer una confidencia, por lo
general es debido, a que nos mentimos a nosotros mismos, nos montamos
argumentos hedonistas que dan al traste con el auténtico modelo de lo que es un
secreto. Por eso se exige, que los secretos sean sin mentiras, no debemos
apostatar de nuestros propios secretos, es un asunto muy serio.
En
un sistema en el que se confunden estos dos términos de manera habitual, lo
primero es saber distinguir un término del otro, seguidamente, ser consecuentes
con los secretos que pudiéramos tener. “De forma que tienes secretos para mí,
que soy tu esposa…” “Pues sí, mis secretos son míos solos”. Se enfadó mucho
cuando le contesté esto, no se lo esperaba, creo que esto, comenzó a trazar una
delgada línea en la confianza que me tenía.
Si
hubiera revelado mi secreto, me hubiera traicionado a mí mismo, y eso no lo
podía consentir. A menudo la gente piensa que porque tengas un secreto eres
sospechoso de algo, nada más alejado de la realidad. Se puede ilustrar con un
cocinero que tiene determinada fórmula, –ingredientes especiales que hacen que
sus platos sean únicos-, no revela a nadie su secreto, no quiere ser copiado,
esto es lo primero, lo segundo es, que
lo que esconde, no supone ningún peligro para nadie, solo es la clave de su
éxito. Hablar sin control de esto, le puede suponer perder la exclusividad de
sus platos.
Exactamente
lo mismo le sucede a alguien, que da a conocer sus secretos o secreto, –puede
que solo tenga uno-, no es mejor ni peor el que tenga un secreto que el que
tenga diez, eso no cuenta, lo que de verdad cuenta es que son secretos, y hay
que defenderlos a toda costa. Hasta que uno mismo no decide que ya ha dejado de
ser un secreto, entonces puede, que ni siquiera entonces llegue a ser una
confidencia, esto queda a criterio de cada cual, pero jamás debemos
traicionarnos a nosotros mismos, mientras siga siendo un secreto. Si llegáramos
a obrar así, seríamos unos embusteros, mentirosos, sin dignidad y poco
confiables.
Vale
la pena pensar en ello, puede que alguien piense que no es tan importante, pero
si que lo es, forma parte de nuestro comportamiento, de nuestra huella dentro
de la sociedad en la que vivimos. Es como hablar de alguien con quién tratamos,
que deposita su confianza en nosotros, a veces en cosas nimias, vamos y
comenzamos a comentarlas con otros de forma desmedida, ¿Qué podemos esperar
recoger de este comportamiento si no desprecio o indiferencia? Puede que con el
tiempo, recobremos la relación con aquella persona o personas, pero de momento,
es justo que paguemos las consecuencias.
Nadie
nos autoriza a hablar de lo que hacemos o dejamos de hacer, mientras esto sea
importante para otros, hay que callar. Aquí barajamos otra expresión que es
igualmente vital, la intimidad, a nadie le gusta que se vayan aireando sus
defectos o virtudes, su forma de vivir, de vestir, de acicalarse, no estamos
autorizados, esto es deplorable, hasta para el afectado podría llegar a ser
asqueroso. Si se nos trata como desconocidos, si se nos ignora, lo merecemos,
no debe ser de otro modo.
Somos
cautivos de nosotros mismos, de la vida que llevamos, de lo que hacemos y
decimos, en definitiva, de aquellos que nos rodean y que consideramos seres
amados. En muchos casos, esto se puede considerar maltrato sicológico, porque
sin quererlo, estamos en manos de un desordenado de ideas, de un individuo que
no tiene la cabeza encima de los hombros. No pocos problemas, causa este tipo
de actuación, separar familias, amigos, y poco a poco, sin apenas darse cuenta
uno mismo, queda relegado a un limbo, un lugar del que es muy difícil regresar.
No vale la pena mentirse a uno mismo, ni justificarse, no, las cosas son como
son, aquí no valen filosofías propias para defenderse.
De
manera que desde mi punto de vista, lo digo por experiencia propia, lo mejor, lo
más apropiado, es tratar a los demás como deseamos que los demás nos traten a
nosotros, el no hacerlo así, supone ser un mentiroso, una pobre persona que
jamás –si no cambia-, estará sometida al más puro ostracismo.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
No hay comentarios:
Publicar un comentario