domingo, 8 de junio de 2014

EL SECRETO SIN MENTIRAS.


                                EL SECRETO SIN MENTIRAS.


Ese día por la mañana, salió de casa deseando encontrarse con alguien para contarle secretos, no importaba quién fuera, quería hablar con quien fuera, con tal de hablar, así de vacía era su vida, no importaba que fueran desconocidos, tenía don de palabra y le sobraba simpatía,  vecinos, amigos, cualquiera que le siguiera la conversación, estaba autorizado a que le desvelara secretos.
Claro que, hay secretos y confidencias, pero poca importancia tenía para él la diferencia de una cosa u otra. Evidentemente la hay, por ello hay dos palabras diferentes en el diccionario que distinguen una cosa de otra, un secreto es algo que solo sabes tú y que quieres mantener escondido, sea lo que sea, por ejemplo que eres gay, tratas con el mundo exterior con normalidad, pero mantienes en secreto tu condición de homosexual. Confidencia es algo que confías a otra persona, por ejemplo que te gusta determinada persona, y necesitas a alguien que lo sepa, para descargar ese fantasma que puede llegar a atormentarte, lo cuentas a alguien de confianza, con la seguridad –siempre relativa-, de que te escuchará, y si cabe, te dará alguna sugerencia para que puedas aliviar este problema.
Pero es más difícil guardar un secreto uno mismo que hacer una confidencia, por lo general es debido, a que nos mentimos a nosotros mismos, nos montamos argumentos hedonistas que dan al traste con el auténtico modelo de lo que es un secreto. Por eso se exige, que los secretos sean sin mentiras, no debemos apostatar de nuestros propios secretos, es un asunto muy serio.
En un sistema en el que se confunden estos dos términos de manera habitual, lo primero es saber distinguir un término del otro, seguidamente, ser consecuentes con los secretos que pudiéramos tener. “De forma que tienes secretos para mí, que soy tu esposa…” “Pues sí, mis secretos son míos solos”. Se enfadó mucho cuando le contesté esto, no se lo esperaba, creo que esto, comenzó a trazar una delgada línea en la confianza que me tenía.
Si hubiera revelado mi secreto, me hubiera traicionado a mí mismo, y eso no lo podía consentir. A menudo la gente piensa que porque tengas un secreto eres sospechoso de algo, nada más alejado de la realidad. Se puede ilustrar con un cocinero que tiene determinada fórmula, –ingredientes especiales que hacen que sus platos sean únicos-, no revela a nadie su secreto, no quiere ser copiado, esto  es lo primero, lo segundo es, que lo que esconde, no supone ningún peligro para nadie, solo es la clave de su éxito. Hablar sin control de esto, le puede suponer perder la exclusividad de sus platos.
Exactamente lo mismo le sucede a alguien, que da a conocer sus secretos o secreto, –puede que solo tenga uno-, no es mejor ni peor el que tenga un secreto que el que tenga diez, eso no cuenta, lo que de verdad cuenta es que son secretos, y hay que defenderlos a toda costa. Hasta que uno mismo no decide que ya ha dejado de ser un secreto, entonces puede, que ni siquiera entonces llegue a ser una confidencia, esto queda a criterio de cada cual, pero jamás debemos traicionarnos a nosotros mismos, mientras siga siendo un secreto. Si llegáramos a obrar así, seríamos unos embusteros, mentirosos, sin dignidad y poco confiables.
Vale la pena pensar en ello, puede que alguien piense que no es tan importante, pero si que lo es, forma parte de nuestro comportamiento, de nuestra huella dentro de la sociedad en la que vivimos. Es como hablar de alguien con quién tratamos, que deposita su confianza en nosotros, a veces en cosas nimias, vamos y comenzamos a comentarlas con otros de forma desmedida, ¿Qué podemos esperar recoger de este comportamiento si no desprecio o indiferencia? Puede que con el tiempo, recobremos la relación con aquella persona o personas, pero de momento, es justo que paguemos las consecuencias.
Nadie nos autoriza a hablar de lo que hacemos o dejamos de hacer, mientras esto sea importante para otros, hay que callar. Aquí barajamos otra expresión que es igualmente vital, la intimidad, a nadie le gusta que se vayan aireando sus defectos o virtudes, su forma de vivir, de vestir, de acicalarse, no estamos autorizados, esto es deplorable, hasta para el afectado podría llegar a ser asqueroso. Si se nos trata como desconocidos, si se nos ignora, lo merecemos, no debe ser de otro modo.
Somos cautivos de nosotros mismos, de la vida que llevamos, de lo que hacemos y decimos, en definitiva, de aquellos que nos rodean y que consideramos seres amados. En muchos casos, esto se puede considerar maltrato sicológico, porque sin quererlo, estamos en manos de un desordenado de ideas, de un individuo que no tiene la cabeza encima de los hombros. No pocos problemas, causa este tipo de actuación, separar familias, amigos, y poco a poco, sin apenas darse cuenta uno mismo, queda relegado a un limbo, un lugar del que es muy difícil regresar. No vale la pena mentirse a uno mismo, ni justificarse, no, las cosas son como son, aquí no valen filosofías propias para defenderse.
De manera que desde mi punto de vista, lo digo por experiencia propia, lo mejor, lo más apropiado, es tratar a los demás como deseamos que los demás nos traten a nosotros, el no hacerlo así, supone ser un mentiroso, una pobre persona que jamás –si no cambia-, estará sometida al más puro ostracismo.


                                                                -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-



No hay comentarios:

Publicar un comentario