TARA
Si
todo el género femenino fuera como tú Sabrina, el mundo andaría de otra forma.
Eres la mejor amiga que jamás pueda llegar a tener nunca, te quiero preciosa
mía, anda vamos a correr un rato. Sabrina, que con aquel cuerpo impone a
cualquiera, galopa sobre la arena, salta al agua en busca del hueso de caucho
que su dueño le tira sobre las olas. Vuelve cansada y se echa a su lado, con
media lengua fuera, lo observa. Aníbal sentado en cuclillas sobre la arena,
traza en el suelo dibujos de montañas y un rio, árboles a su alrededor, un puente…
va está cansado de soñar despierto. Se levanta chasquea los dedos y Sabrina
camina pausadamente a su lado, lo cierto es, que poco más que eso podría hacer
la perra. Suben los dos al solario del ático y él la lava con la manguera, está
llena de arena, hasta dentro de la boca lleva una especie de barro, mezcla de
saliva, arena y agua salada.
Ahora
quédate aquí fuera un rato, hasta que te seques, ya sabes la peste que echas
cuando te mojas, si, si, no me mires así que sabes que no exagero. Mañana
iremos a la montaña que se te da mejor, se que te gusta más que la playa
ladrona –le dice mientras le rasca la cabeza con los dedos de la mano-. Sabrina
sabe de lo que le habla y si pudiera reiría, lo debe hacer a su modo y manera,
siempre está agradecida, se siente querida, atendida sin decir palabra, cuando quieres
a tu mascota, resulta con el tiempo que llegan a ser un tándem, como ellos dos
lo son.
-Hola,
sabes quién soy.
-Tara….?
-Sí,
que tal estás, espero que bien con la señorita que siempre anda contigo. Os he
visto ha menudo por la playa.
-Pero
como…, cuando nos podemos ver Tara, te echamos mucho de menos, y hablo en
nombre de Sabrina también, se quedó muy triste después de tu partida.
Se
escucha ruido de fondo, de gente que entra y sale de algún lugar, no sabe
adivinar el que ni donde, pero aguza el oído para tratar de saber donde se
encuentra.
-Mira
Aníbal, sé que me porté mal contigo, las cuatro líneas que te dejé en casa no
eran suficiente explicación, por eso te llamo, para que me perdones, si puedes
claro.
-No,
no me vengas con esas Tara, entonces fue una nota, y ahora, crees que con una
llamada puedes disculparte, no amiga mía de eso nada. Si quieres disculparte
nos vemos, yo no te voy a obligar a nada, lo sabes, pero las cosas hay que
decirlas a la cara, así es como a mi me han enseñado que deben de ser las cosas.
-Verás
es que yo… ahora mismo no puedo, no en las circunstancias que estoy, no te
puedo contar más por teléfono, el número desde el que llamo no lo memorices, no
es mío, es prestado el móvil.
-Pues
entonces nos vemos cuando tú digas en el bar Ras-Mar, el lugar donde voy siempre,
que te parece.
-Bueno
vale, yo te vuelvo a llamar y te digo que día, vale.
-Escucha
antes de cortar, como estás tú, dime…
-Venga
ya está bien, trae el móvil, ya has hablado bastante, ahora ve a la número
ciento seis te espera en el pasillo Laura.
Que
coño está pasando ahí, se pregunta Aníbal, ve, a la número ciento seis…, te
está esperando Laura… Se queda aturdido,
cae a plomo en el sofá, Sabrina ya seca, lo mira con la cabeza de lado, sabe
como su dueño que es, que esta expresión no es normal en él. Otro día jodido
por culpa de esta llamada, no sabe aun si oportuna o no, pero que lo deja
inquieto, se le ha revenido todo el cuerpo al oír la voz de Tara.
Ha
comenzado a las seis a trabajar con el taxi, ahora, lleva un Mercedes, tiene
que ir cambiando y si puede ser a mejor, los clientes lo merecen. En cambio,
desde que se le murió el televisor, no ha comprado otro, para que si casi no
está en casa, y cuando está, todo su tiempo libre, lo pasa con Sabrina, que
bastante lo echa de menos a pesar de
estar acostumbrada. En cambio ha comprado uno de los mejores equipos de música
que hay en el mercado, le gusta la música, un amigo taxista, le pasa C.D,
descargados de Internet, cualquier música que le pida al siguiente día se lo da
en la parada. Hace unos meses atrás, ha comenzado a leer libros de su madre, de
Ernesto Sabato, pintor y ensayista calabrés, de padres inmigrantes italianos,
está leyendo “Los hijos de Absalón”, disfruta con esta lectura, como con la
obra de Virgilio Piñera, cubano y en su caso poeta, aunque su madre tiene un
libro de cuentos completos de este autor.
Estas
últimas semanas está haciendo poca caja, pasa de clientes que lo quieren para a
pesar de llevar el piloto en verde sobre el techo, está absorto en un sinfín de
asuntos que lo tienen perturbado. En realidad solo Tara lo perturba, esta
llamada que recibió de ella, lo tiene inquieto. Por la emisora de radio, lo
llaman para que baya a recoger a unos señores que salen del hotel a la terminal
internacional del Prat, el aeropuerto. Apaga el piloto y se dirige al hotel, Condes
de Barcelona, Paseo de Gracia chaflán con Mallorca, el guardapuerta se dirige a
él y le pregunta si viene a recoger a alguien.
-Pues
claro hombre, sino que crees que hago aquí, anda entra y pregunta en recepción.
Apaga
el motor y espera, maletero abierto, y puerta lateral derecha abierta también,
son detalles que agradecen los clientes, un taxi con las puertas cerradas no da
tan buena impresión, él, lo sabe. En una puerta lateral de servicio ve a dos
chicas con uniforme del hotel, están en su pausa seguro, la que está de
espaldas a Aníbal le llama la atención, tiene unas piernas preciosas que se
dejan intuir por el vestido corto que lleva, hablando con la compañera se
coloca de perfil.
-Eres
tú… Tara, aquí.
Tara
se vuelve al instante, tira a una papelera próxima el resto del emparedado que
se está comiendo y se acerca a Aníbal poco a poco. Salen tres señores con
equipaje, debe atenderlos, corre hacia ellos, les quita la maleta de las manos
a la vez que vuelta la cabeza hacia Tara le pregunta
-A
que hora terminas que vengo a buscarte.
-A
las diez, pero es que tú estás trabajando.
-No
te preocupes, te pasaré a buscar a esta hora.
Le
lanza un beso con la mano, sube al coche y alerta a los clientes que se pongan
los cinturones de seguridad, algunos se descuidan.
-Bueno
señores, que tal están, disculpen no quiero distraerles si están hablando, solo
quiero que sepan que mi nombre es Aníbal y que estoy encantado de que usen mis
servicios. Ahora… al aeropuerto, vamos allá.
Los
clientes se sonríen y le dan las gracias, tienen acento francés, se sienten a
gusto en un taxi cómodo como este, Mercedes.
-Quien
es este hombre que te ha saludado, un antiguo cliente.
-Calla
boba, es un amigo que me sacó de un aprieto gordo. No supe agradecerle nada de
lo que hizo por mí, soy un desastre de persona.
-Hay
querida… si supieras las veces que yo me he planteado lo mismo sin llegar a
ninguna conclusión…
-Ya,
pero me ayudó a reflexionar sobre mi vida, los objetivos que tenía, y esto es
de agradecer.
-Bueno…
no es que seas muy diferente de entonces que digamos…
-Pero
por lo menos ahora lo hago porque quiero, no por la avaricia del dinero como
antes, por tener muchas cosas, ir a la última moda y todo eso.
-Visto
así, vale la pena tener a alguien a tu lado, alguien que te espera cuando vuelves
a casa, cosas de las que ocuparte, no sé, supongo que una también se cansa de
tener una vida sin sentido, con unas rutinas tan austeras, sin expectativas de
hacer nada nuevo.
-Eso
es lo que yo pienso Laura, no me gustaría envejecer sola, sin que nadie me eche
de menos, sin siquiera poder tener una mascota que te pueda relajar paseando
juntos. Sabes que tiene una perra que es una maravilla… le puso por nombre
Sabrina, que te parece, y no creas que es cualquier perra, es un rottweiler,
grande como un ropero, pero cariñosa…
-Bueno,
pues ya me dirás que tal va esta noche.
-Claro,
serás la primera en saberlo, no te apures.
No
ha habido forma de encontrar un hueco cuando ha ido a buscar a Tara, Aníbal ya
está a las diez menos diez ante la puerta del hotel. Pregunta al botones por
donde sale el personal del servicio y este le señala una puerta en la calle
Mallorca, es una salida como de emergencia, la puerta es de acero y encima del
marco hay un aparato de aire acondicionado. Comienza el cambio de turno, ya han
entrado unas cuantas mujeres, otras comienzan a salir, la segunda de ellas es Tara
que se lanza hacia Aníbal, este le
sujeta la cabeza contra su pecho por la melena. Las compañeras vuelven la
cabeza para mirar a aquel apuesto joven moreno, a la vez que ríen entre dientes
observando la carita de tonta que tiene Tara.
-Circunstancias
de la vida… que curiosas, cuando me llamaste y oí aquella voz que te decía que
le devolvieras el móvil, se me puso la piel de gallina.
-Te
entiendo, pero ya ves la razón, por eso te dije que no guardaras el número, es
el teléfono de un cascarrabias de capataz que tenemos.
-Cuanto
me alegra volver a verte…
-Verás,
quería decirte que cuando me marché…
-Basta
ya de eso, déjalo, tendrías tus razones, lo comprendo, y si no lo comprendo
peor para mí no te parece. Lo que a una persona le parece inadmisible, para
otros es perfectamente justificable, así es la vida. No hablemos más de este
asunto te parece, piensa que he hecho campana por ti.
-No
te quejes sinvergüenza, tan mal no te debe ir, mira el cacho de carro que se ha
comprado el tío…
-De
comprado nada guapa, es un arreglo que se llama leasing, es por decirlo de
alguna manera comprensible como un renting, lo tengo alquilado, y cada
determinado tiempo, lo puedo cambiar.
-Mira
tú que bien, así cualquiera puede llevar esos cochazos, joder, que ventajas
tenéis los taxistas.
-Sí,
eso si una noche de esas no te sube alguien que te quiere robar, y si no le das
la caja te pincha, o te pega un tiro.
-Eso
si que es verdad. Pero cambiando de tema que a mí estas cosas me ponen de los
nervios, como está Sabrina.
-Loca
por volverte a ver, te lo aseguro. Me he acercado a casa a cambiarme de ropa y
se lo he dicho, la he tenido que regañar porque cuando le he dicho que venía a
buscarte, se ha puesto a ladrar como una loca.
-No
me lo creo, no puede ser. Va, me lo dices de verdad.
-Que
no te miento mujer, tu misma lo verás cuando la veas. Pero antes, vamos a cenar
te parece bien.
-Esta
noche dejo que seas mi dueño y señor, llévame a donde tú quieras.
-Mira,
no me tientes… que paso de la cena. No de verdad, te voy a llevar a una bodega
del casco antiguo que se cena de muerte, cocina de mercado pero… cuando vamos
nosotros, los taxistas digo, tienen deferencias especiales, les llevamos mucha
clientela.
-Pues
venga que tengo un hambre canina, ah y luego, me llevas a ver a Sabrina.
-Por
supuesto, crees que te ibas a ir de rositas sin saludarla, seguro que ya te
está oliendo. Por cierto, no has cambiado de perfume, me gusta mucho, me trae
recuerdos amables.
La
cena ha sido copiosa, la atención de primera, Salvador, el dueño de “Tarranco”,
sabe como debe atender a estos clientes especiales. Tara no puede resistirse a
probar el postre estrella de la casa, plátano frito con chocolate desecho
encima. Todo le ha salido a Aníbal por veinticinco euros, precio especial de
taxista, vayan los días que vayan y a la hora que sea.
Caminan
un poco por el casco viejo, por la noche algunas de estas calles huelen a
cocido a especies, a orines y basura, alguien podría pensar, que hay que estar
loco para pasear por lugares así. Pero Tara y Aníbal se huelen el uno al otro,
el la lleva cogida por el hombro, ella por la cintura, así de forma sigilosa,
van dando forma a su mundo. Cada cual quiere adivinar lo que piensa el otro, es
una forma de comunicación telepática pretendida, que no tiene argumentos
sólidos, científicos, pero que sin serlo, tienen toda la ventaja de la magia, son,
alquimistas de la vida. Este segundo encuentro circunstancial, ha hecho que se
den cuenta, que se necesitan mutuamente, no pueden cambiarse pero pueden
complementarse, intentar se algo más de lo que son, sin más.
-Sabrina
encanto… mírala Aníbal, es verdad que me echaba de menos, no llores cariño
estoy aquí de nuevo.
Aníbal
al escuchar esas palabras se enternece, escucha la súplica de Sabrina que sin
ladridos le susurra, no te vayas más, no me hagas esto. Imposible evitar que
Sabrina no le lama las manos, las piernas y los pies, parece una ceremonia de
conciliación, su mini rabo no deja de luchar contra otra fuga.
-Te
das cuenta de lo que significas para ella, pues imagínate para mí.
Para
cuando se acuestan los dos en la cama grande, Sabrina está presente, vigilante
para que, nadie estorbe este momento.
Ahora están intentando cerrar el espacio que antes quedaba abierto, fruto del
desencuentro, del miedo mutuo, del respeto hacia sus propios objetivos. Deberán
quemar sus naves si quieren que sus nombres se recuerden en el futuro, zanjar
diferencias, estudiarse mutuamente, con la intención de amarse más y mejor.
Sabrina
no sabe del significado del trabajo, sabe eso sí, que el cariño es lo único que
se necesita para hacerse necesario para otro, para su dueño, dueños en su caso.
La vida sigue del mismo modo que las olas llegan a la playa y se van, y
regresan, y se vuelven a ir, pero siempre con el mismo fin, hacer de nuestro
espacio un lugar más feliz donde poder llevar a cabo nuestros deseos.
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