domingo, 29 de junio de 2014

TARA.


                                                     TARA


Si todo el género femenino fuera como tú Sabrina, el mundo andaría de otra forma. Eres la mejor amiga que jamás pueda llegar a tener nunca, te quiero preciosa mía, anda vamos a correr un rato. Sabrina, que con aquel cuerpo impone a cualquiera, galopa sobre la arena, salta al agua en busca del hueso de caucho que su dueño le tira sobre las olas. Vuelve cansada y se echa a su lado, con media lengua fuera, lo observa. Aníbal sentado en cuclillas sobre la arena, traza en el suelo dibujos de montañas y un rio, árboles a su alrededor, un puente… va está cansado de soñar despierto. Se levanta chasquea los dedos y Sabrina camina pausadamente a su lado, lo cierto es, que poco más que eso podría hacer la perra. Suben los dos al solario del ático y él la lava con la manguera, está llena de arena, hasta dentro de la boca lleva una especie de barro, mezcla de saliva, arena y agua salada.
Ahora quédate aquí fuera un rato, hasta que te seques, ya sabes la peste que echas cuando te mojas, si, si, no me mires así que sabes que no exagero. Mañana iremos a la montaña que se te da mejor, se que te gusta más que la playa ladrona –le dice mientras le rasca la cabeza con los dedos de la mano-. Sabrina sabe de lo que le habla y si pudiera reiría, lo debe hacer a su modo y manera, siempre está agradecida, se siente querida, atendida sin decir palabra, cuando quieres a tu mascota, resulta con el tiempo que llegan a ser un tándem, como ellos dos lo son.
-Hola, sabes quién soy.
-Tara….?
-Sí, que tal estás, espero que bien con la señorita que siempre anda contigo. Os he visto ha menudo por la playa.
-Pero como…, cuando nos podemos ver Tara, te echamos mucho de menos, y hablo en nombre de Sabrina también, se quedó muy triste después de tu partida.
Se escucha ruido de fondo, de gente que entra y sale de algún lugar, no sabe adivinar el que ni donde, pero aguza el oído para tratar de saber donde se encuentra.
-Mira Aníbal, sé que me porté mal contigo, las cuatro líneas que te dejé en casa no eran suficiente explicación, por eso te llamo, para que me perdones, si puedes claro.
-No, no me vengas con esas Tara, entonces fue una nota, y ahora, crees que con una llamada puedes disculparte, no amiga mía de eso nada. Si quieres disculparte nos vemos, yo no te voy a obligar a nada, lo sabes, pero las cosas hay que decirlas a la cara, así es como a mi me han enseñado que deben de ser las cosas.
-Verás es que yo… ahora mismo no puedo, no en las circunstancias que estoy, no te puedo contar más por teléfono, el número desde el que llamo no lo memorices, no es mío, es prestado el móvil.
-Pues entonces nos vemos cuando tú digas en el bar Ras-Mar, el lugar donde voy siempre, que te parece.
-Bueno vale, yo te vuelvo a llamar y te digo que día, vale.
-Escucha antes de cortar, como estás tú, dime…
-Venga ya está bien, trae el móvil, ya has hablado bastante, ahora ve a la número ciento seis te espera en el pasillo Laura.
Que coño está pasando ahí, se pregunta Aníbal, ve, a la número ciento seis…, te está esperando Laura…  Se queda aturdido, cae a plomo en el sofá, Sabrina ya seca, lo mira con la cabeza de lado, sabe como su dueño que es, que esta expresión no es normal en él. Otro día jodido por culpa de esta llamada, no sabe aun si oportuna o no, pero que lo deja inquieto, se le ha revenido todo el cuerpo al oír la voz de Tara.
Ha comenzado a las seis a trabajar con el taxi, ahora, lleva un Mercedes, tiene que ir cambiando y si puede ser a mejor, los clientes lo merecen. En cambio, desde que se le murió el televisor, no ha comprado otro, para que si casi no está en casa, y cuando está, todo su tiempo libre, lo pasa con Sabrina, que bastante  lo echa de menos a pesar de estar acostumbrada. En cambio ha comprado uno de los mejores equipos de música que hay en el mercado, le gusta la música, un amigo taxista, le pasa C.D, descargados de Internet, cualquier música que le pida al siguiente día se lo da en la parada. Hace unos meses atrás, ha comenzado a leer libros de su madre, de Ernesto Sabato, pintor y ensayista calabrés, de padres inmigrantes italianos, está leyendo “Los hijos de Absalón”, disfruta con esta lectura, como con la obra de Virgilio Piñera, cubano y en su caso poeta, aunque su madre tiene un libro de cuentos completos de este autor.
Estas últimas semanas está haciendo poca caja, pasa de clientes que lo quieren para a pesar de llevar el piloto en verde sobre el techo, está absorto en un sinfín de asuntos que lo tienen perturbado. En realidad solo Tara lo perturba, esta llamada que recibió de ella, lo tiene inquieto. Por la emisora de radio, lo llaman para que baya a recoger a unos señores que salen del hotel a la terminal internacional del Prat, el aeropuerto. Apaga el piloto y se dirige al hotel, Condes de Barcelona, Paseo de Gracia chaflán con Mallorca, el guardapuerta se dirige a él y le pregunta si viene a recoger a alguien.
-Pues claro hombre, sino que crees que hago aquí, anda entra y pregunta en recepción.
Apaga el motor y espera, maletero abierto, y puerta lateral derecha abierta también, son detalles que agradecen los clientes, un taxi con las puertas cerradas no da tan buena impresión, él, lo sabe. En una puerta lateral de servicio ve a dos chicas con uniforme del hotel, están en su pausa seguro, la que está de espaldas a Aníbal le llama la atención, tiene unas piernas preciosas que se dejan intuir por el vestido corto que lleva, hablando con la compañera se coloca de perfil.
-Eres tú…  Tara, aquí.
Tara se vuelve al instante, tira a una papelera próxima el resto del emparedado que se está comiendo y se acerca a Aníbal poco a poco. Salen tres señores con equipaje, debe atenderlos, corre hacia ellos, les quita la maleta de las manos a la vez que vuelta la cabeza hacia Tara le pregunta
-A que hora terminas que vengo a buscarte.
-A las diez, pero es que tú estás trabajando.
-No te preocupes, te pasaré a buscar a esta hora.
Le lanza un beso con la mano, sube al coche y alerta a los clientes que se pongan los cinturones de seguridad, algunos se descuidan.
-Bueno señores, que tal están, disculpen no quiero distraerles si están hablando, solo quiero que sepan que mi nombre es Aníbal y que estoy encantado de que usen mis servicios. Ahora… al aeropuerto, vamos allá.
Los clientes se sonríen y le dan las gracias, tienen acento francés, se sienten a gusto en un taxi cómodo como este, Mercedes.
-Quien es este hombre que te ha saludado, un antiguo cliente.
-Calla boba, es un amigo que me sacó de un aprieto gordo. No supe agradecerle nada de lo que hizo por mí, soy un desastre de persona.
-Hay querida… si supieras las veces que yo me he planteado lo mismo sin llegar a ninguna conclusión…
-Ya, pero me ayudó a reflexionar sobre mi vida, los objetivos que tenía, y esto es de agradecer.
-Bueno… no es que seas muy diferente de entonces que digamos…
-Pero por lo menos ahora lo hago porque quiero, no por la avaricia del dinero como antes, por tener muchas cosas, ir a la última moda y todo eso.
-Visto así, vale la pena tener a alguien a tu lado, alguien que te espera cuando vuelves a casa, cosas de las que ocuparte, no sé, supongo que una también se cansa de tener una vida sin sentido, con unas rutinas tan austeras, sin expectativas de hacer nada nuevo.
-Eso es lo que yo pienso Laura, no me gustaría envejecer sola, sin que nadie me eche de menos, sin siquiera poder tener una mascota que te pueda relajar paseando juntos. Sabes que tiene una perra que es una maravilla… le puso por nombre Sabrina, que te parece, y no creas que es cualquier perra, es un rottweiler, grande como un ropero, pero cariñosa…
-Bueno, pues ya me dirás que tal va esta noche.
-Claro, serás la primera en saberlo, no te apures.
No ha habido forma de encontrar un hueco cuando ha ido a buscar a Tara, Aníbal ya está a las diez menos diez ante la puerta del hotel. Pregunta al botones por donde sale el personal del servicio y este le señala una puerta en la calle Mallorca, es una salida como de emergencia, la puerta es de acero y encima del marco hay un aparato de aire acondicionado. Comienza el cambio de turno, ya han entrado unas cuantas mujeres, otras comienzan a salir, la segunda de ellas es Tara que se lanza hacia Aníbal,  este le sujeta la cabeza contra su pecho por la melena. Las compañeras vuelven la cabeza para mirar a aquel apuesto joven moreno, a la vez que ríen entre dientes observando la carita de tonta que tiene Tara.
-Circunstancias de la vida… que curiosas, cuando me llamaste y oí aquella voz que te decía que le devolvieras el móvil, se me puso la piel de gallina.
-Te entiendo, pero ya ves la razón, por eso te dije que no guardaras el número, es el teléfono de un cascarrabias de capataz que tenemos.
-Cuanto me alegra volver a verte…
-Verás, quería decirte que cuando me marché…
-Basta ya de eso, déjalo, tendrías tus razones, lo comprendo, y si no lo comprendo peor para mí no te parece. Lo que a una persona le parece inadmisible, para otros es perfectamente justificable, así es la vida. No hablemos más de este asunto te parece, piensa que he hecho campana por ti.
-No te quejes sinvergüenza, tan mal no te debe ir, mira el cacho de carro que se ha comprado el tío…
-De comprado nada guapa, es un arreglo que se llama leasing, es por decirlo de alguna manera comprensible como un renting, lo tengo alquilado, y cada determinado tiempo, lo puedo cambiar.
-Mira tú que bien, así cualquiera puede llevar esos cochazos, joder, que ventajas tenéis los taxistas.
-Sí, eso si una noche de esas no te sube alguien que te quiere robar, y si no le das la caja te pincha, o te pega un tiro.
-Eso si que es verdad. Pero cambiando de tema que a mí estas cosas me ponen de los nervios, como está Sabrina.
-Loca por volverte a ver, te lo aseguro. Me he acercado a casa a cambiarme de ropa y se lo he dicho, la he tenido que regañar porque cuando le he dicho que venía a buscarte, se ha puesto a ladrar como una loca.
-No me lo creo, no puede ser. Va, me lo dices de verdad.
-Que no te miento mujer, tu misma lo verás cuando la veas. Pero antes, vamos a cenar te parece bien.
-Esta noche dejo que seas mi dueño y señor, llévame a donde tú quieras.
-Mira, no me tientes… que paso de la cena. No de verdad, te voy a llevar a una bodega del casco antiguo que se cena de muerte, cocina de mercado pero… cuando vamos nosotros, los taxistas digo, tienen deferencias especiales, les llevamos mucha clientela.
-Pues venga que tengo un hambre canina, ah y luego, me llevas a ver a Sabrina.
-Por supuesto, crees que te ibas a ir de rositas sin saludarla, seguro que ya te está oliendo. Por cierto, no has cambiado de perfume, me gusta mucho, me trae recuerdos amables.
La cena ha sido copiosa, la atención de primera, Salvador, el dueño de “Tarranco”, sabe como debe atender a estos clientes especiales. Tara no puede resistirse a probar el postre estrella de la casa, plátano frito con chocolate desecho encima. Todo le ha salido a Aníbal por veinticinco euros, precio especial de taxista, vayan los días que vayan y a la hora que sea.
Caminan un poco por el casco viejo, por la noche algunas de estas calles huelen a cocido a especies, a orines y basura, alguien podría pensar, que hay que estar loco para pasear por lugares así. Pero Tara y Aníbal se huelen el uno al otro, el la lleva cogida por el hombro, ella por la cintura, así de forma sigilosa, van dando forma a su mundo. Cada cual quiere adivinar lo que piensa el otro, es una forma de comunicación telepática pretendida, que no tiene argumentos sólidos, científicos, pero que sin serlo, tienen toda la ventaja de la magia, son, alquimistas de la vida. Este segundo encuentro circunstancial, ha hecho que se den cuenta, que se necesitan mutuamente, no pueden cambiarse pero pueden complementarse, intentar se algo más de lo que son, sin más.
-Sabrina encanto… mírala Aníbal, es verdad que me echaba de menos, no llores cariño estoy aquí de nuevo.
Aníbal al escuchar esas palabras se enternece, escucha la súplica de Sabrina que sin ladridos le susurra, no te vayas más, no me hagas esto. Imposible evitar que Sabrina no le lama las manos, las piernas y los pies, parece una ceremonia de conciliación, su mini rabo no deja de luchar contra otra fuga.
-Te das cuenta de lo que significas para ella, pues imagínate para mí.
Para cuando se acuestan los dos en la cama grande, Sabrina está presente, vigilante para que,  nadie estorbe este momento. Ahora están intentando cerrar el espacio que antes quedaba abierto, fruto del desencuentro, del miedo mutuo, del respeto hacia sus propios objetivos. Deberán quemar sus naves si quieren que sus nombres se recuerden en el futuro, zanjar diferencias, estudiarse mutuamente, con la intención de amarse más y mejor.
Sabrina no sabe del significado del trabajo, sabe eso sí, que el cariño es lo único que se necesita para hacerse necesario para otro, para su dueño, dueños en su caso. La vida sigue del mismo modo que las olas llegan a la playa y se van, y regresan, y se vuelven a ir, pero siempre con el mismo fin, hacer de nuestro espacio un lugar más feliz donde poder llevar a cabo nuestros deseos.


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