martes, 17 de junio de 2014

PERIFIL EL DUENDE.


                                             PERIFIL EL DUENDE.


No se anda con chiquitas Perifil, donde quiera que sea en el bosque, a alguien que no se comporta, saca su tirachinas del bolsillo trasero del pantalón, lo carga y tira. No quiere que los gigantes, que dominan, o pretenden dominar el mundo, estropeen todo cuanto pisan.
En su día, cuando decidió marchar de su casa a la aventura, su padre Ampudi le dijo…   “Si quieres ser respetado aun entre los gigantes, no debes dejarte pisar por ellos, eso significa hijo, que debes mantener el bosque, limpio de indeseables, que no pisen los caminos por donde no deben caminar, que no rompan nidos de pájaros, pues hasta los que no cantan bien, tienen aquí su espacio, déjalos beber de los ríos si es para saciar su sed, más allá de eso nada, y si precisan una sombra, que descansen bajo los árboles que les puedan proteger. Sobre todo piensa en las aguas, tienen caminos insospechados por las que correr, no permitas en la medida de lo posible, que cambien sus cursos a conveniencia de saboteadores”.
Perifil recorre sin ser visto el bosque, pero es como su padre lo fue, un vigilante celoso, sabe que hay muchos más como  él, sin embargo, no puede adivinar que consejos se les dieron a los otros duendes, algunos son ambiciosos, como entre los gigantes que acostumbran a llegar a este territorio, entre duendes también hay, buscadores de oro, leñadores, y algún que otro pillabán, que roba a los distraídos.
Perifil no hace nada de eso, es un duende honrado, inaccesible pero honrado. Lo de inaccesible es, porque sabe camuflarse de mil un modo distintos para no ser visto fácilmente. Ya lo ha experimentado con éxito, con un vestido corto, hecho de musgo, atado a la cintura con unas fuertes raíces que halló desenterradas, se puso pegado a un árbol, pintó su cara de verde musgo con ayuda de barro y unas vayas que encontró caídas de un árbol, dejó que pasaran por su lado, muchos gigantes. Nadie lo vio, pero ahí estaba, quiso ir más lejos aun, y se plantó cual si fuera una piedra, al lado de un camino, a la salida de un campamento de gnomos, tampoco lo vieron.
Vivir en el bosque, aunque sea un duende, exige ser fuerte y nunca bajar la guardia, en cualquier momento y lugar, puedes caer en una trampa. Es por eso que Perifil, huele el suelo cuando se le antoja algún peligro, hasta el punto, que sabe distinguir quién ha sido el que pisó el terreno y cuando pasó. Se ha hecho con un largo bastón que maneja con maestría, hace poco pasó por un desfiladero en el que habían unas grandes piedras sueltas, paró, miró hacia abajo, y escarbando un poco bajo ellas, encontró un punto de apoyo para moverlas, con el bastón las echó al vacio. Ahora este paso es más seguro, casi sin darse cuenta, se ha convertido en un guarda del bosque, como su padre lo fuera antes que él.
Hay quién pueda pensar, que los duendes por ser tan pequeños, tardan mucho en desplazarse. Nada más lejos de la realidad, adonde se dirijan los gigantes, Perifil llega antes que ellos, se conoce como la palma de su mano, todos los vericuetos por donde deslizarse sin ser visto por nadie. Entonces, con su vestimenta de camuflaje, y el bastón en la mano, se alza entre dos piedras grandes, henchido de contento, de pie, con una mano en la cintura, y en la otra el bastón apoyado en el suelo, se sonríe contento por haber superado la prueba.
Hace días, que cuando patrulla el territorio, oye unos ruidos extraños que no alcanza a saber de donde proceden, todos sus sentidos alerta, se arrodilla en el suelo y escucha, nada, huele las plantas que rodean el lugar, no hay manera de saber que o quién anda ahí. Se marcha del lugar cavilando, sin dejar de pensar, que es muy raro que no haya averiguado todavía, nada respecto al asunto. Sube por la escalera de madera que ha hecho para acceder a su árbol, allí tiene su casa, en un nido abandonado, amplio y cómodo, allí tiene de todo, cocina, comedor y al lado, ha fabricado no sin esfuerzo una cómoda cama que sirve para su descanso, con ramitas de madera ha hecho también una puerta, la última vez que durmió allí sin ella, se desató una tormenta, que le caló hasta los huesos por culpa de no poder cerrar el hueco.
Parece que esta noche va a ser dura con unos cuantos  -se dice para si mismo-, estos truenos se escuchan cada vez más cerca. Se asoma a un ventanuco y observa con asombro, como se ilumina el cielo, cada vez más, hay momentos que se hace de día, que se ilumina el bosque entero, tiembla un poco, es su primera gran tormenta fuera de casa. Enciende el fuego, el humo sale de forma natural, por un hueco que dejó una rama seca hueca, que se partió de vieja. Toma rápidamente una sopa vegetal en un cuenco de bellota limado y se acuesta, hoy no saldrá ningún gigante al bosque, no pasearán por él… y se duerme.
Parte de la mañana siguiente, sigue lloviendo, no puede salir, el camino que accede a su árbol está inundado. Hay que decir de paso, que tiene la prudencia de esconder la escalera dentro de casa, cada vez que entra dentro de ella, eso le da tranquilidad, seguridad. Al sol le cuesta llegar hasta donde el vive, peo poco a poco, se va secando el suelo, un lecho de ramas caídas de los árboles, sirven de alfombra para caminar.   Vamos allá, seguro que hay trabajo que hacer, después de esta tormenta. Raro sería si no fuera así, vamos a ver que ha pasado por los senderos, alguno habrá que reparar, los gigantes no se preocupan más que de pisar, pero arreglar… nada de nada.
Casi al final del día, cuando el sol deja de iluminar, pasa de nuevo por el lugar, donde sospecha que pasa algo que el todavía no ha dado en averiguar. Esta vez no solo huele y atiende con su fino oído, se esconde y espera, no puede hacer más que eso, esperar. La paciencia da sus frutos, de debajo de la tierra, a poco más de un metro de distancia, una rama de helecho caída sobre el camino se mueve, corre como un relámpago hacia allí, y apunta con su bastón contra el suelo, tensados los nervios, apretadas las mandíbulas. Una mano asoma del suelo y se asombra, ¿quién se atrevería a estar ahí abajo?, bajo tierra como los topos. Tras la menuda mano, asoma la cabeza una duende, es preciosa, ¡que orejas más bonitas señor!, puntiagudas y menudas, con dos ojos negros almendrados y grandes…, Perifil tuerce la cabeza con extrañeza, afloja el bastón y le tiende la mano para salir del agujero, sale con miedo, lo cierto es que Perifil impone, es todo un vigilante, se le nota en el porte y la mirada, recelosa siempre.
Se trata de Vasila, una hermosa ninfa de los bosques, huérfana a causa de un accidente por la caída de un árbol sobre el resto de la familia, nadie sobrevivió, salvo ella claro, fue a parar a uno de los huecos de la raíz del árbol caído. Desde entonces, ahí ha vivido, pero está claro que necesita ayuda, no ha tenido maestro alguno para formarla como es debido, a diferencia de Perifil, quién se crió al lado de su padre Ampudi, y de quién aprendió todo lo necesario para sobrevivir. Vasila al salir del agujero, tiene aspecto de miedo al ver a aquel aguerrido duende, armado con el bastón, que es a la vez su apoyo y arma. Está cubierta de barro, pero curiosamente, va cubierta con una minúscula hoja de ficus que le sirve de sombrero.
¿Cómo has podido sobrevivir a esta tormenta metida ahí dentro?   Creo que es la guarida de algún roedor, afortunadamente, se ocuparon de hacer una especie de sifón, que impidió que entrara el agua hasta dentro del habitáculo.   Has sido valiente al entrar a guarecerte en este agujero.    No tenía alternativa, no sé que hacer en el bosque, lo desconozco, solo se buscar algo para comer y nada más.   Pues ya es hora que conozcas el medio donde vas a vivir el resto de tu vida, ven conmigo, acompáñame, vamos a mi casa. Vasila se asombra al entrar en aquel cómodo espacio donde Perifil reside, todo está pensado para protegerse y vivir bien.   ¡Oh que maravilla… esta casa es un palacio, ni tan siquiera cuando vivía con mi familia, teníamos una casa así de bonita, ¿vives tú solo aquí o tienes más familia?   Tengo padres y hermanos, pero mi padre ya no estaba para la labor de vigilante del bosque, de manera que yo lo sustituyo, pero como ves, me enseñó muchas cosas…, si quieres, puedes vivir aquí, tenemos espacio de sobras para los dos.
Vasila se ruboriza, con las manos replegadas sobre la falda de fibras vegetales, se mece de pie, baja la cabeza, está azorada.   Si hay algo que te inquieta me lo dices, me gusta poner siempre las cosas en claro, no quiero que te sientas presionada, ahí al fondo, tienes un barril con agua y una escudilla, lávate y come, tengo que irme.  ¿Adonde vas por la noche, que tienes que hacer a estas horas?   Cosas, cuando baje, tiras de esta cuerda y vuelves a subir la escalera, nunca debes dejarla echada abajo, hay peligros ahí abajo.   No es cierto, no tiene nada que hacer de noche, pero esta noche, dormirá fuera, detrás del árbol, justo detrás de su casa, los alrededores de la casa, son especialmente, un lugar que domina perfectamente, siempre hay que estar alerta a posibles escaramuzas, y su casa no debe ser descubierta por nadie, más ahora, que está Vasila a quién debe proteger.
Por la mañana, saca el tirachinas de su bolsillo y dispara certeramente piedrecillas contra la puerta de su casa, debe hacerlo varias veces porque Vasila rendida, se ha quedado dormida demasiado tiempo. Al  final, se abre la puerta y asoma su cabecita, mira hacia abajo y ve a Perifil que le sonríe, suelta la cuerda y desciende la escalera.   ¿Qué tal ha ido esta noche?   Bien, he trabajado mucho ¿sabes?   Te creo, eres un duende muy trabajador.   Soy el vigilante de este bosque  -dice sacando pecho-.   Voy a prepararte un té bueno, esto si que lo he aprendido, ¡y yo sola…!    De acuerdo, gracias.
Se observan mutuamente, se sonríen mutuamente, y así siguen durante tiempo, ¿quién sabe lo que pasará con el paso de los días, semanas, meses, quizás años.


                                                                .-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.


No hay comentarios:

Publicar un comentario