lunes, 30 de junio de 2014

LA INDIA.


                                                MI INDIA


Me robaron a mi india con mentiras y falacias, a la pobre la engañaron diciéndole que estaba muerto, que en la pampa me encontraron devorado por los perros, a mí y a mi caballo. Mentiras, que juré que pagarían aquellos desgraciados, todo por conseguirla a ella, no iba a estar esperando toda la vida, al espíritu de su gaucho.
Me mataron, así es, y sin reparar ninguno en el dolor que su corazón sentía, de los cuatro implicados en estas habladurías, el mayor de ellos la tomó por suya, se apoderó de mi india, razones tenía para hacerlo. Su cuerpo era loza fina, de la que usa para momentos especiales, su sonrisa era un espejo, donde los demás se miraban.
Sabed amigos, que cuando te estocan así te matan, te atraviesan con mil lanzas, te vuelves loco y atacas, en la llanura no hay sombra que enfríe tus sesos, arden de día, y de noche, te desvelan mientras se enfrían de nuevo antes de salir el sol. Cuatro fueron los condenados que urdieron esa falacia, dejé mi trabajo en el rancho y me fui a buscarlos para atajarlos enteros, cuatro monturas mudé antes de dar con el primero, por los nombres que me dieron a los cuatro conocía.
Al final del cuarto día, al primero lo encontré en una hacienda, marcando reses robadas, le eché las bolas tan pronto lo vi, cuando salió corriendo, pero cayó de morros al suelo, y no tuve compasión de él, le até la cuerda a los pies y me lo llevé al galope, cuando me cansé del galope paré, desmonté y corte la soga, dejándolo colgado en un árbol seco por los pies. Así murió el pobrecito, que tan mal habló de mí, subí al alazán y partí en busca del cantor.
A este no me costó encontrarlo, siempre con su guitarra andaba para pagarse el cacho y agave, que lo tenía medio loco desde que era niño. Solo con arrimarme a la puerta de alguna cantina, si oía una guitarra mal sonante era la suya. En tiempos de soledad en la pampa, por la noche junto al fuego, cantaba coplas de familia, se te caían las lágrimas de tan bien como rimaba. Una tarde de medio invierno en una taberna lo hallé, desmonté y cogí mi guitarra para retarlo esta vez, decirle como lo mataría, y lo desollaría después.
Me vio entra en la posada, no pudo ponerse de pie, sabía que llegaba su hora, le dije que se defendiera con cantos, que yo le contestaría con mis argumentos, a un vaso de agave lo invité y esto fue lo que le dije, porque lo que es él, ni rascar una nota podía.
Hermanos fuimos un día, con el mismo poncho nos cubrimos, los hermanos están para eso,
no para endulzar la ponzoña, que llevan en el corazón clavada.
Tengo motivos sobrados, para hacerte una pregunta hermano, si nunca te negué nada
que falta te hacía robarme, los hombres se miran a la cara, se dicen lo bueno y lo malo,
y si acaso lo discuten, con un cuchillo en la mano, por tu boca te voy a matar, por hablar
mal de mi y querer darle mi india a otro, cuando todavía es mía.
Me levanté de la silla y lo llamé a la calle, de un salto como un gato, de la rabia que llevaba, le atravesé el cuello con mi acero, y se quedó boqueando, como pez sin agua en la charca. Sin conocerlo de nada, hasta mi caballo lo odiaba, se acercó adonde él, y con dos coces lo mandó al otro lado de la calle.
Para entonces ya me buscaban, me conocían todos en la pampa, era el único gaucho, que calzaba espuelas de plata. El ejército, mandó un destacamento en mi busca, un tenientito que siquiera se afeitaba, iba siguiéndome como culebra enjaulada, daba vueltas y más vueltas, los soldados mal juraban por tanto desplazamiento inútil.
Eso me dio ventaja para galopar sin tocar la silla, el gaucho listo es aquel que cuando tiene prisa le quita peso al caballo del lomo, Sigiloso lo sabía y debierais verlo correr… con que compostura lo hacía. A doscientas leguas encontré al tercero, si la pampa es grande, la gente es poca, de forma que se comprende que se vean en un momento u otro a gauchos en busca de parada. Un viejo talabartero, me indicó que había comprado una mina, un hombre recién llegado, le grité a Sigiloso y monte arriba fue directo, a la entrada de la explotación.
Una forrada sujeta a dos palos, y sujeta con piedras a la montaña era su casa, pero él no estaba. Me alejé un poco detrás de unas rocas, y esperé con tranquilidad, la paciencia aquí ha de sobrarte, de otro modo acabas loco y te conviertes en reptil seco. Al poco llegó con dos cubos de agua, el deslenguado largo, alto era aquel hombre, delgado y lleno de nervio, así que esperé a que entrara a la mina, al rato lo oí picar con un pico, trabajaba en el fondo del abismo. Até los dos postes de aguante a la silla de Sigiloso, y a mi grito tiró con fuerza, todo se vino abajo, techo y paredes fueron su tumba. Tú ya no harás más daño a nadie.
A diez cuadras de mi casa, vi a mi india salir a tender la ropa, hermosa como nunca antes la vi, un niño pequeño llevaba ceñido a la espalda, otro no mucho mayor andorreaba en la entrada desnudo, corriendo tras una gallina flaca. Desmonté de mi caballo y hacia ella me dirijo, ella que levanta la vista, la baja de pronto y llora cubriéndose la cara con las manos, nunca la vi llorar conmigo.
Vete de aquí gaucho malo, no tenías que matar por mi, estoy viva y tu muerto. ¡Cuanta razón tenía…! un muerto que ni siquiera ha resucitado, una pequeña nube de polvo llegaba de la lejanía, el ejército viene a por mi, me harán preso y no volveré a verla ni siquiera a vivir cerca de ella para oler su piel.


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