MI INDIA
Me
robaron a mi india con mentiras y falacias, a la pobre la engañaron diciéndole
que estaba muerto, que en la pampa me encontraron devorado por los perros, a mí
y a mi caballo. Mentiras, que juré que pagarían aquellos desgraciados, todo por
conseguirla a ella, no iba a estar esperando toda la vida, al espíritu de su
gaucho.
Me
mataron, así es, y sin reparar ninguno en el dolor que su corazón sentía, de
los cuatro implicados en estas habladurías, el mayor de ellos la tomó por suya,
se apoderó de mi india, razones tenía para hacerlo. Su cuerpo era loza fina, de
la que usa para momentos especiales, su sonrisa era un espejo, donde los demás
se miraban.
Sabed
amigos, que cuando te estocan así te matan, te atraviesan con mil lanzas, te
vuelves loco y atacas, en la llanura no hay sombra que enfríe tus sesos, arden
de día, y de noche, te desvelan mientras se enfrían de nuevo antes de salir el
sol. Cuatro fueron los condenados que urdieron esa falacia, dejé mi trabajo en
el rancho y me fui a buscarlos para atajarlos enteros, cuatro monturas mudé
antes de dar con el primero, por los nombres que me dieron a los cuatro
conocía.
Al
final del cuarto día, al primero lo encontré en una hacienda, marcando reses
robadas, le eché las bolas tan pronto lo vi, cuando salió corriendo, pero cayó
de morros al suelo, y no tuve compasión de él, le até la cuerda a los pies y me
lo llevé al galope, cuando me cansé del galope paré, desmonté y corte la soga,
dejándolo colgado en un árbol seco por los pies. Así murió el pobrecito, que
tan mal habló de mí, subí al alazán y partí en busca del cantor.
A
este no me costó encontrarlo, siempre con su guitarra andaba para pagarse el
cacho y agave, que lo tenía medio loco desde que era niño. Solo con arrimarme a
la puerta de alguna cantina, si oía una guitarra mal sonante era la suya. En
tiempos de soledad en la pampa, por la noche junto al fuego, cantaba coplas de
familia, se te caían las lágrimas de tan bien como rimaba. Una tarde de medio
invierno en una taberna lo hallé, desmonté y cogí mi guitarra para retarlo esta
vez, decirle como lo mataría, y lo desollaría después.
Me
vio entra en la posada, no pudo ponerse de pie, sabía que llegaba su hora, le
dije que se defendiera con cantos, que yo le contestaría con mis argumentos, a
un vaso de agave lo invité y esto fue lo que le dije, porque lo que es él, ni
rascar una nota podía.
Hermanos
fuimos un día, con el mismo poncho nos cubrimos, los hermanos están para eso,
no para
endulzar la ponzoña, que llevan en el corazón clavada.
Tengo
motivos sobrados, para hacerte una pregunta hermano, si nunca te negué nada
que falta
te hacía robarme, los hombres se miran a la cara, se dicen lo bueno y lo malo,
y si
acaso lo discuten, con un cuchillo en la mano, por tu boca te voy a matar, por
hablar
mal
de mi y querer darle mi india a otro, cuando todavía es mía.
Me
levanté de la silla y lo llamé a la calle, de un salto como un gato, de la
rabia que llevaba, le atravesé el cuello con mi acero, y se quedó boqueando,
como pez sin agua en la charca. Sin conocerlo de nada, hasta mi caballo lo
odiaba, se acercó adonde él, y con dos coces lo mandó al otro lado de la calle.
Para
entonces ya me buscaban, me conocían todos en la pampa, era el único gaucho,
que calzaba espuelas de plata. El ejército, mandó un destacamento en mi busca,
un tenientito que siquiera se afeitaba, iba siguiéndome como culebra enjaulada,
daba vueltas y más vueltas, los soldados mal juraban por tanto desplazamiento
inútil.
Eso
me dio ventaja para galopar sin tocar la silla, el gaucho listo es aquel que
cuando tiene prisa le quita peso al caballo del lomo, Sigiloso lo sabía y debierais
verlo correr… con que compostura lo hacía. A doscientas leguas encontré al
tercero, si la pampa es grande, la gente es poca, de forma que se comprende que
se vean en un momento u otro a gauchos en busca de parada. Un viejo
talabartero, me indicó que había comprado una mina, un hombre recién llegado,
le grité a Sigiloso y monte arriba fue directo, a la entrada de la explotación.
Una
forrada sujeta a dos palos, y sujeta con piedras a la montaña era su casa, pero
él no estaba. Me alejé un poco detrás de unas rocas, y esperé con tranquilidad,
la paciencia aquí ha de sobrarte, de otro modo acabas loco y te conviertes en
reptil seco. Al poco llegó con dos cubos de agua, el deslenguado largo, alto
era aquel hombre, delgado y lleno de nervio, así que esperé a que entrara a la
mina, al rato lo oí picar con un pico, trabajaba en el fondo del abismo. Até
los dos postes de aguante a la silla de Sigiloso, y a mi grito tiró con fuerza,
todo se vino abajo, techo y paredes fueron su tumba. Tú ya no harás más daño a
nadie.
A
diez cuadras de mi casa, vi a mi india salir a tender la ropa, hermosa como
nunca antes la vi, un niño pequeño llevaba ceñido a la espalda, otro no mucho
mayor andorreaba en la entrada desnudo, corriendo tras una gallina flaca.
Desmonté de mi caballo y hacia ella me dirijo, ella que levanta la vista, la
baja de pronto y llora cubriéndose la cara con las manos, nunca la vi llorar
conmigo.
Vete
de aquí gaucho malo, no tenías que matar por mi, estoy viva y tu muerto.
¡Cuanta razón tenía…! un muerto que ni siquiera ha resucitado, una pequeña nube
de polvo llegaba de la lejanía, el ejército viene a por mi, me harán preso y no
volveré a verla ni siquiera a vivir cerca de ella para oler su piel.
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