UNA SOMBRA ENTRE FAROLAS.
Claudio
es un hombre inadaptado, eso es lo que dicen sus vecinos, no se le ve durante
el día, parece que no exista, nadie sabe muy bien quién es, sale de vez en
cuando durante el día pero durante las horas que la mayoría de la gente está
comiendo, entonces se le ve ir a un supermercado cercano a abastecerse de
alimentos y artículos para la limpieza. Rara vez se le ve en otros comercios a
excepción de los chinos, allí se provee de pilas, algún enser de cocina, o
cualquier otra cosa que pueda necesitar y que en otro lugar le saldría más
caro.
Un
viejo solitario, evita bares, va a lo suyo. Aunque nadie sabe que es lo suyo, salvo
que cuando sale durante el día, se hace acompañar de su perro de raza poodle de
lanas, su nombre es Chus, no lo lleva atado jamás, va al lado de su amo y se
queda en la puerta de las tiendas cuando va a comprar, Claudio no le tiene que
decir nada, y siempre camina a su lado, mirando a su amo quién saca de vez en
cuando, un trocito de jamón en dulce que lleva en una bolsa de plástico en el
bolsillo. Es su único compañero, parecen apreciarse mutuamente uno al otro. Al
despuntar el día, sale con él para que haga sus necesidades en una parcela
cerca de su casa, por la noche lo mismo. Después, cuando despierta la noche,
Claudio sale solo de casa, camina sin destino aparente, se pierde entre las
sombras de las estrechas calles de su barrio, dobla una esquina, camina un poco
hasta la siguiente y gira a la derecha, parece un patrullero de la noche,
enfundado en su gabardina, anda hasta la fachada de una casa señorial antigua,
muy antigua, las ventanas y balcones de madera con postigo, están llenas de
carcoma, Claudio esconde bajo la visera de su gorra de paño, las lágrimas que
brotan de sus ojos, si la luz de las farolas saliera del suelo, se taparía los
ojos con las manos, seguro.
La
casa del antiguo indiano ha dejado de ser un símbolo en el barrio, lástima,
hace solo quince años atrás, las gentes venían a hacerle fotografías a la
riquísima fachada de esta casa, las hermosas cornucopias que adornan ventanas y
balcones en piedra, eran la admiración de todo el mundo. Las barandas de los
balcones ya no existen, el ayuntamiento se las llevó para adornar un edificio
oficial, no pidió permiso alguno para hacerlo, las expropiaron con el pretexto
de que podían ocasionar algún daño a los viandantes, truanes, aquellos balcones
de hierro eran una de las mejores cosas que tenía la fachada, no tenían
soldadura alguna, todo estaba manufacturado a base de remaches, los pasamanos
eran forjados a mano.
Delante
de aquella fachada, Claudio recuerda cosas, acontecimientos, sucesos, él vivió
una auténtica vida dentro de aquella casa, ahora… la vida dentro de un pequeño
piso, se le hace sofocante, una habitación doble con una cama que comparte con
su fiel amigo Chus, quién al acostarse su amo, se acuesta a sus pies, y por la
mañana, aparece con la cabeza apoyada en su almohada, querrá sentir su aliento,
el de su amo, será porque cree que de esa forma lo protege mejor, quién sabe,
los perros tienen comportamientos incomprensibles, la otra habitación más
pequeña se le hace casi inservible, ¡tiene tantas cosas que tuvo que rescatar
de la casa grande!, cuando le dijeron que se declaraba en ruina, comenzó a
encajar libros, rescatar cosas, que eran todo cuanto tenía, la vida en retazos,
cuadernos, fotografías, un reloj de pared y una cubertería de plata, eso fue
todo.
Cuando
marchó de la casa grande, miró con pena las grandes marquesas que había en el
patio, hermosas plantas de colores las rodeaban, los clemenules, las excelentes
mandarinas que recuerda coger del árbol,
con su forma achatada y su pulpa sin semillas, ¡que deliciosas…!, Así pues,
cada noche para en la misma acera, casi a la misma hora, y se dedica a recorrer
con la memoria, todas las habitaciones de la casa, los tres baños que tiene alicatados
de blanco y azul oscuro, la gran cocina en la parte baja de la casa con
chimenea, el obrador, donde las tres mucamas de la casa se repartían el trabajo
a primera hora de la mañana. Le parece ver a Gladis, la que después llegó a ser
su mujer, dando órdenes a las otras dos muchachas, para que comenzaran el
trabajo si hacer ningún ruido, hasta que los señores se levantaran de la cama.
Se
sonríe recordando la tos de don Jerónimo al levantarse, fumador de puros
habanos, con su tos matutina, despertaba a todo el mundo. Su mujer la señora Amaia,
le gritaba desde el baño que un día de aquellos, iba a reventar. Mientras, él,
limpiaba y reparaba si era necesario el coche, un Hispano Suiza que deslumbraba
cuando salía a la calle. ¡Que tiempos aquellos…!, no se puede decir que le
pagaran mucho, para entonces, cada semana, don Jerónimo le daba sesentaicinco
pesetas, pero iba a todas partes con el coche, tenía la comida pagada y cuando
no se le necesitaba, le daban horas sueltas libres, todo un lujo en aquella época.
Pero él, dedicó todo este tiempo a cortejar a Gladis, a escondidas de doña
Amaia eso sí, ya había recibido algún que otro grito de la señora por verlos
juntos. Claudio, confiaba en deslumbrarla con su traje de chofer, pantalón
negro bombacho enfundado en botas de cuero altas, y chaqueta de cuello alto con
botones plateados a lado y lado, para rematar el atuendo, la gorra de plato que
le sentaba a las mil maravillas, por la forma de su cráneo y el color de su
cabello medio gris, desde que era bien joven.
Vuelve
a casa, mañana será otro día, pero cuando regresa, saca de una caja de madera
que en su tiempo guardaba puros habanos, una fotografía de cuando se casaron él
y Gladis, no tenían para comprar traje, de modo que él se enfundó el traje de
chofer, gorra incluida, y ella le pidió un vestido a la señora Amaia, que se lo
prestó a condición de que no le hiciera arreglo alguno. Estaba guapísima, las
compañeras de la casa, le hicieron un ramo con jazmines y tres rosas, llevaba
un vestido de seda color crudo con volantes bordados en el bajo y en el cuello,
un fajín ancho de color azul con un lazo, y un lazo del mismo color en la
cabeza, tipo charleston, con lazo lateral. Solo hubo que comprar zapatos, la
señora Amaia calzaba tres números más que ella, dudaba que se los fuera a
prestar aunque hubiera sido el mismo que el de ella, Claudio, los conserva
dentro de su caja de cartón, envueltos en el mismo celofán original. Recordando
a su esposa ya difunta hace muchos años, se da cuenta, que se le han olvidado
las caras del resto de personas, que habitaban la casa, es curioso, muy
curioso.
Chus
amigo mío, mañana te quedarás solo toda la mañana, volveré a la hora de comer,
pero no te preocupes, saldremos a pasear como cada mañana antes de que me vaya,
tengo visita con el médico ¿sabes?, esos galenos acabarán conmigo, en lugar de
hacerlo alguna enfermedad, no sé para que coño quieren hacerme tantas pruebas,
si estoy ya con un pie y medio en el patio de los hinchaos, bueno venga, basta
de conversación, a la cama. Cuando Chus escucha la palabra cama, se adelanta a
Claudio, y volviendo la vista atrás andando por el pasillo, se sube en la parte
que le corresponde, encima de una vieja toalla que Claudio tiene dispuesta
expresamente para él. Se frota los pies con las manos cuando se descalza, los
tiene negros, esta maldita diabetes…, échate un poco más para allá hombre, ¿no
ves que no me dejas sitio?, si, no me mires, un día de estos, te quedarás tú
con la cama, y yo tendré que dormir en la puñetera toalla, no pongas esa cara anda,
que parece que te estén sacrificando.
Si
alguien lo escuchara hablar con Chus, diría que se ha vuelto loco, pero para
Claudio, este cánido, forma parte de su vida desde hace diez años. Incluso por
la calle, sin darse cuenta, habla con él, mantiene conversaciones con Chus, si
hay gente que piensa que es absurdo hablar con un perro, desde su punto de
vista se equivoca, el buen conversador es el buen oidor, y Chus lo es, la
prueba es que ha menudo, se para y sube la mirada hacia su amo aunque este
continúe caminando, parece como si quisiera formar parte del diálogo, y quizás
lo hace. Tener un compañero así, simplifica mucho las cosas, no es lo mismo que
convivir con alguien, que siempre discute o que se pelea contigo. Chus es perfecto
desde este punto de vista, además, si su
amo tiene algún problema o necesita ayuda de forma urgente, lo protegerá aunque
le vaya la vida en ello, es al único ser que conoce forma íntima, le da casa y
atención continua comida y cariño, ¿qué no va a hacer por él?
Su
dueño hace ya dos horas que ha marchado al hospital, se inquieta, pero espera, detrás
de la puerta del piso, escucha atentamente cualquier ruido, capta cualquier
olor que le indique, que su amo está ahí. A primera hora de la tarde, Claudio
regresa de su cita, está aparentemente tranquilo, lo que para cualquier otra
persona pasa desapercibido, para Chus, es una alarma, ahora, Claudio se ha
convertido en una sencilla sombra, lo reflejan sus ojos, su perro lo sabe, lo
huele, sabe que algo no anda del todo bien. El hombre, calienta un poco de
comida que guarda en el frigorífico del día anterior, mordisquea un trozo de
pan y le pasa un trozo a Chus, se pone contento al ver que su amo se acuerda de
él, para demostrarlo menea el rabo de forma mecánica. Amigo mío, creo que tendremos
que separarnos mas temprano que tarde, el tema está un poco jodido, esos
médicos no saben por donde navegan, tantos años en la mar y todavía no saben
manejar el timón. ¡Que le vamos a hacer, son humanos, no se les puede pedir que
hagan milagros! El poodle se acuesta en el rincón de siempre, al lado del
sillón desgastado y hundido por el uso de Claudio, este enciende la radio y escucha la emisora de
siempre, Cadena Dial, ahí la música es variada y le trae buenos recuerdos, no
tiene televisión, no le gusta, al lado del sillón, una pequeña estantería,
llena de libros y revistas de coches, me cago en la leche, ¡adonde hemos
llegado con la modernidad! Quién me iba a mí a decir que los coches andarían
sin gasolina, si el señor Jerónimo levantara la cabeza, se moriría de nuevo,
seguro.
Hace
ya unos minutos que dormita en el sillón, con la música sirviéndole de nana,
esta noche, tiene que volver a patrullar el barrio bajo la luz de las farolas,
a veces no se queda en la fachada de la casa grande, pasea por los alrededores,
recordando los antiguos negocios que había, donde ahora hay una farmacia o una
boutique, antes en el local de la farmacia, había una cestería, justo al lado,
una chocolatería granja, donde hacían los pasteles delante del público, tras la
barra de servir, ¡y que pastas, con un chocolate auténtico, negro o con leche!
Ha
habido unos robos en las últimas semanas, todos han sucedido de noche, durante
la madrugada. La policía está alertada, vigila, camuflada en coches sin
identificar, zetas les llaman, también otros de la secreta, pasean en parejas
por los alrededores, Claudio sale a la calle, respira hondo, está disfrutando
de la primavera, al margen de las alergias, esta es la época del año en la que
más disfruta, le trae el recuerdo, del día en el que se declaró a Gladis en un
parque cercano, ahora desaparecido y ocupado por sendos bloques de casas,
entonces allí había una fuente con un gran pez en el centro, del que le salía
agua por la boca, no era un delfín, era un pez extraño pero a la vez atractivo,
que salía del agua de olas de cemento, y acompañado por ranas gigantes, que lo
franqueaban alrededor. Se sentaron en el borde de la fuente, comiéndose ella
una manzana bañada en azúcar, todavía sentía el sonrojo de sus mejillas, cuando
le hizo la proposición de que fuera su novia, ¡dios santo que día aquel!
Claudio
no ve los bloques de casas, ve la fuente, los plataneros de alrededor de la
plaza, incluso recuerda, al joven que se encargaba de la limpieza del pequeño
parque, un muchacho sordomudo, que siempre estaba absorto en su trabajo.
Alguien
lo para y le pide que se identifique, es un policía de paisano, Claudio le da
su carné de identidad, le pregunta que es lo que hace a esas horas de la
madrugada, el anciano, se queda mirándolo fijamente, luego contesta con
amabilidad, este es mi barrio señor, disfruto de los recuerdos. El policía un
tanto perplejo le devuelve el documento, y sin más, le da la espalda para
seguir patrullando con su compañero, Claudio piensa para sí… en mi juventud
patrullaban el vigilante y el sereno arrastrando su bastón y contestando cuando
se le reclamaba ¡¡Ya vaaa…!! En ocasiones, se despertaban los dos cuando pasaba
Carlos el sereno, con su vozarrón impresionante, por delante del pequeño piso
que alquilaron cuando se casaron. ¿Recuerdas Gladis…? ¡Qué felices fuimos! El
mundo se nos hacía pequeño, ¿y el viaje que hicimos a la Manga del Mar Menor?
Dios mío, que vacaciones pasamos allí, que sepas que ya no he salido de este
barrio desde entonces, todo lo tengo aquí, contigo, aunque ya no te tenga entre
mis brazos. Se oyen voces y el sonido de una sirena de policía, han dado con
los ladrones, seguro, bueno me voy a casa, no quiero que Chus se inquiete.
Este,
como siempre que se ausenta su amo, lo espera tras la puerta de entrada al
piso, ¿Qué hay campeón, ya estoy aquí, bueno, prepárate para ir a dormir,
cualquier día de estos te compro un pijama. Diálogos entre amigos que son
fútiles, flaco favor le haría a Chus poniéndole un pijama, con las lanas que
lleva permanentemente como traje. Venga a dormir, mañana más.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
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