jueves, 12 de junio de 2014

CASUALMENTE.


                                          CASUALMENTE


Se parece mucho a mí en muchos aspectos, o yo me parezco a él, porque nos encontramos en el mismo sitio los dos, y los dos nos sorprendimos mutuamente. Al principio no nos dijimos nada, nos miramos de reojo unas cuantas veces, eso fue todo. Ambos íbamos acompañados de familia, bueno quizás en su caso fueran amigos, en el mío, éramos todos familia, mujeres, niños, cuñados y sobrinos.
Iba a ser un día de playa perfecto, aunque hay un dicho que repetía hasta la saciedad mi padre, que dice así “¿Has visto que día más bonito hace hoy…? pues ya verás como viene alguien y nos lo jode” Me he reído mucho con los amigos con esta frase, aunque ahora ya está un poco desfasada. El asunto es, que cuando fue el momento de abandonar el chiringuito e ir de nuevo a la playa, nosotros que ya teníamos la sombrilla y todos los bártulos parados, llega mi parecido y se ponen a tocar nuestro, nada como si fuéramos hermanos de sangre oye. No era molesto, pero un poco incómodo si la verdad, cualquiera podía darse cuenta del parecido que nos unía, aunque no nos conocíamos de nada.
Mi cuñada se dio cuenta al volver del baño, salía del agua  -tiene un cuerpazo de tres pares de narices- y el menda que se la queda mirando. Yolanda no se corta un pelo con nadie, se acerca y la oigo que le pregunta  “Disculpa pero te pareces mogollón a mi cuñado, se diría que sois hermanos, ¡tito, ven un momento! ¿Te das cuenta de que parecéis de la misma madre? los dos tenéis el careto de la abuela”
Claro, tuve que intervenir a la fuerza   Mujer, no tanto tampoco… hay mucha gente que se parece a otros.   Como vosotros dos no tito.  Escurriéndose el cabello con una mano, con la otra el dedo índice en alto, contestó   Vosotros sois familia y no lo sabéis, seguro.  No sé, ¿cómo te llamas?   Onesíforo y tú…  Por poco me pongo a reír.  Mi nombre es Sebastián, esta debe ser tú familia.   Bueno en parte si.  Ya, pues mira, estos de aquí son los míos, cuñados sobrinos, y ésta, que es Yolanda, mi cuñada. Nos retiramos un poco del jaleo de la gente y nos acercamos a la orilla, nos pusimos a hablar.  Onesíforo me hace saber que él se crió en un hospicio, que cuando tenía seis años, lo recogieron sus tíos y lo educaron junto a otro chico que era de ellos que ya murió, de una enfermedad de esas raras, que no se sabe el tratamiento que hay que dar.  Joder, pobrecillo ¿no?   Si, pero ¡que se le va a hacer! fue una pena porque ya estaba criado, y en una tierra como en la que he crecido, las manos de los jóvenes son muy valiosas.   ¿De donde eres?   De Las Urdes, en Extremadura.   ¡Coño, yo he nacido allí también…!    ¿Qué me dices, en serio?  
A los cinco minutos estábamos todos hablando de nuestra tierra, de lo que nos había traído a Valencia, del trabajo que hacíamos, ¡aquello era la hostia!   Pero nadie se atrevía a hablar de parentescos. Hasta que una mujer alta, con bata de andar por casa, se levantó de entre la confusión de todos, y sin decir nada, se acercó a nosotros que estábamos apretándole el culo a una bota de vino fresco.   Por lo que llevo escuchado hasta ahora, sois hermanos de madre. Se calló de golpe y se volvió a sentar en una silla de madera y lona blanca. Sin duda alguna, aquella mujer era la matriarca de aquella especie de clan.
¡Cágate lorito!, mira me cogió un escalofrío por toda la columna, que por poco me quedo más seco que la mojama, allí mismo.
Pasamos tres días juntos en la playa, ellos tenían un lugar para estar de vacaciones aquellos días, nosotros también, pero durante el día, hasta bien entrada la madrugada, estábamos juntos o bien en la playa o comiendo juntos en hostales, restaurantes y chiringuitos de playa. Durante estos días, nos hemos fijado mutuamente en el color de los ojos, los tenemos del mismo color, rasgos que definirían sin duda alguna la misma cuna. Anselma, la matriarca a la que todos tienen un gran respeto, se ha acercado un mediodía de un calor insufrible, hasta el lugar donde estábamos mi presunto hermano y yo mismo.  Tienes unos cuantos jornales de tierra en el pueblo que te esperan, viñas y bellotos, deberías venir a verlos, los estamos trabajando por ti, pero son tuyos. ¡Se crían unos chinos ahí… que da gloria verlos!
Casualmente, este otoño vamos a subir a Extremadura, tenemos casa, tierras y posibilidades de ver como se desenvuelve la vida allí después de tantos años. Mi familia ha puesto algunos inconvenientes, es lógico y normal, tenemos una vida hecha a nuestra medida en la capital del Turia, los críos también por supuesto, pero estoy obligado por estos nuevos acontecimientos, a ver como es ahora, lo que era mi casa cuando era chico.
¡Quién iba a decir que durante un día de playa, iba a redescubrir mi vida!



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