HÁBLAME DE TU BLUES
Salía
corriendo de un bar del casco antiguo, mirando hacia atrás se precipitó sobre
el capó del taxi, estaba libre, llevaba el piloto verde encendido buscaba
pasaje e iba despacio, más por aquella zona donde las aceras son estrechas, la
gente sube y baja continuamente de las aceras para no tropezar con los que van
en sentido contrario. La mujer rebotó sobre el coche y calló al suelo, Aníbal
bajó de inmediato, fue, muerto de miedo, hasta donde se había quedado la chica,
afortunadamente estaba bien, solo el golpe la mantuvo unos minutos en un estado
de confusión.
El
golpe y el alcohol que había consumido, la dejaron flotando por unos instantes,
como si estuviera en una nube. Cuando despertó de este letargo momentáneo,
estaba en un box del servicio de un hospital. Aníbal estaba a su lado, sentado
en una silla a su lado. La habían desnudado, su pantalón de cuero negro, su
blusa de seda, la cazadora del mismo género de piel que el pantalón, y las botas
camperas también negras, estaban en un rincón del lugar colgado todo de una
percha, junto al bolso de piel girada con flecos que llevaba en bandolera.
Una
vía con un suero colgaba de su brazo, y una máquina de tomar la presión
sanguínea, presionaba su bíceps periódicamente, hinchándose primero, y luego
aflojando la presión sobre el brazo. Se despertó tapada con una sábana verde
que olía a antiséptico, se asustó cuando abrió los ojos, como platos se le
pusieron.
-Quién
eres tú, que hago aquí, donde estoy.
-Te
están echando un ojo, para ver que no tengas nada a consecuencia del golpe que
te has dado contra mi taxi.
-Y
solo por eso me has tenido que traer aquí, no tengo nada hombre. Llama a esta
gente y diles que me quiero ir, solo me duele un poco la cabeza, eso es todo.
-Creo
que sería mejor que te dejaras hacer la prueba del scanner, ya que estás aquí
no te viene de media hora más y asegurarte que no tienes ninguna lesión en la
cabeza.
Tara
cierra los ojos y calla, está cansada de hablar, y eso que solo ha
intercambiado cuatro palabras con Aníbal.
-Quién
me ha desnudado, has sido tú.
-¡No!
yo he entrado aquí después de haberte puesto la vía que llevas en el brazo. Han
preguntado por el acompañante y he dicho que era yo, al fin y al cabo, ha sido
contra mi coche que has chocado.
-¡Maldita
sea…! hubiera preferido que pasaras por encima de mí y haber muerto.
-Caray
que consuelo que me das, no veas en el fregado que me hubieras metido. No te
gusta vivir.
-No
como lo estoy haciendo ahora, la verdad.
-Anda
no hables más ahora, descansa, tiene que bajarte la presión y si no te
tranquilizas, no va a ser posible. Piensa que si sigues así, eres capaz de
estropear la máquina del scanner, cosas más raras se han visto.
Tara
ha cerrado los ojos y le sonríe, no porque haya contado un chiste ni nada por
el estilo, pero le hace gracia esta salida de Aníbal. A estas alturas ya conoce
su nombre, le recuerda a aquel famoso general cartaginés, que cruzó con su
ejército y sus elefantes de guerra, los Pirineos y los Alpes, alzándose contra
Roma, allá por el final del primer siglo antes de J.C y terminó en derrota en
la llanura de Zama.
A
Tara le dan el alta, a eso de las cinco y media de la mañana, todavía es de
noche, pero ya comienza a dejarse sentir el calor, más bien, el bochorno típico
de una ciudad, que duerme a orillas del Mediterráneo.
-No
sé que es lo que me han puesto esta gente en la vena, pero estoy un poco
mareada.
-Te
parece bien que vayamos a un lugar que conozco, que hacen un chocolate
estupendo y de paso desayunamos ahí.
Tara
mira el reloj de pulsera, se ha parado. Ella está viva pero su reloj se ha
muerto.
-¿Qué
te parece…? yo que soy más frágil que un reloj de acero he salido viva de este
accidente, y sin embargo el Omega que llevo puesto, se ha quedado para el arrastre,
¿no es curioso?
-¡Mujer,
yo prefiero que no te haya pasado nada a ti…! cuando quieras te puedes comprar
un reloj nuevo, o a lo mejor te lo regalan, quién sabe.
Han
llegado a la granja Ras – Mar, allí desayuna todos los días Aníbal, se puede
decir que por alguna razón, es un cliente preferencial. Los pocos que ha esa
hora están allí, lo saludan de manera cordial.
-Que
tal conquistador, como se ha pasado la noche.
-Como
siempre Corso, como siempre, distraída pero con poco pasaje.
-Oye,
porqué te llama conquistador.
-Creo
que lo dice, por aquello de aquel cartaginés de la antigüedad, que le hizo la
guerra a los romanos con elefantes.
-Un
hombre interesado en la historia antigua.
-Fue
maestro en Córcega, es Corso, por eso se le
conoce con ese sobrenombre.
-Y
como ha venido a parar aquí.
-A
no sé yo en estas cosas no me meto nunca, oye uno tantas cosas en mi oficio,
que al final pierdes el interés en todo lo que oyes, y lo que se cuenta la
gente dentro del taxi. Hay que ser discreto en este oficio.
-Entiendo,
y dime, como es tú vida si puede saberse.
-Prefiero
que me hables de ti si no te importa. Esta noche pasada no saliste muy normal
de aquel bar, no es que sea curioso, pero ya que me tocó a mí directamente, me
podrías contar algo sobre ti.
-Vale,
soy prostituta, tengo veintidós años y ejerzo este oficio desde los dieciocho.
Mi nombre ya lo sabes, llegué a esta ciudad hace cuatro años, y tengo un
apartamento en la antigua carretera que lleva a la urbanización El Lebrel.
-Ves,
esto es algo que jamás hubiera imaginado. Me parecía que huías de alguien
anoche, saliste disparada como una bala del bar. Disculpa, no tengo ningún
derecho a preguntar, pero una cosa es cierta, jamás nadie se ha echado encima
del taxi en todos los años que conduzco.
-Claro,
y eso te da derecho a que te cuente mi vida y mis problemas no…
El
corso les trae los tazones de chocolate negro, y una bandeja con unas cuantas
pastas artesanas que ellos hacen a mano. Aníbal se frota las manos, sabe que la
calidad siempre es la misma, que incluso se superan, dependiendo de si la masa
la hace la mujer del corso o su suegra.
-Prueba
estos bretzel, te van a encantar, son deliciosos y fíjate, a esta hora todavía
están calientes, acabaditos de hacer.
Tara,
curiosa, rompe el hojaldre y lo moja en el chocolate, cuando se lo mete en la
boca, entrecierra los ojos, sus pómulos parecen dilatarse ante el sabor de
aquella delicia.
-Oh,
es estupendo, si señor tenías razón, valía la pena venir aquí. Aunque también
me hubiera comido muy a gusto un buen bocadillo de jamón serrano, si te he de
ser sincera.
-Bueno
eso es porque cuando hay buena hambre, no hay pan duro que se resista.
Tara
se ríe y señala el detalle que acaba de decir Aníbal. Él no le dice nada, pero
se le está comenzando a marcar una parte del cuello, tiene un morado que se
extiende desde debajo de la barbilla hasta casi el hombro, lo aprecia porque se
ha desabrochado un botón de la blusa y se deja entrever el sujetador color
berenjena que lleva puesto con puntillas blancas.
-No
comas más chocolate y nos pedimos un bocadillo de jamón, que te parece.
-Sí,
de acuerdo. Eres un buen tío Aníbal, me habría gustado haberte conocido antes,
quiero decir unos años atrás, seguro que con una persona como tú, no estaría en
esta situación.
Le
hace una señal al corso y este viene enseguida. Le hace el pedido de los
bocatas y le pregunta a ella que quiere para beber.
-Un
vino rosado fresquito estaría bien, a ti que te apetece, vamos hombre, no te
quedes mirándome como un pasmarote.
-Me
está bien lo que tú bebas.
El
corso, se queda mirando a su amigo taxista y mueve la cabeza de lado a lado.
Este chaval se está enamorando, se dice a si mismo.
-Un
amante é quasi sempre un uomo che, se ha trovato un carbone che brilla, se lo
mete in tasca credendo che sia un diamante, ricorda amichi.
-Que
coño dices corso, traduce por favor.
-Estudia
tú el italiano, que a mi me costó lo mío.
Tara
ha bajado el rostro al nivel de la mesa, es como si se hubiera desplomado su
esqueleto de cintura para arriba.
-Se
puede saber que pasa aquí, levanta la cara Tara. Acaso sabes lo que ha dicho.
-Sí,
y creo que tiene razón, no tengo porque sentirme ofendida. De cualquier forma,
soy lo que soy, el corso es un tío listo, me ha calado al entrar por la puerta
creo yo.
-¡Corso,
ven por favor que quiero pedirte algo más!
El
corso llega al instante, tiene a otro camarero atendiendo la barra.
-Que
hay, que más queréis.
-Que
te vayas un poco a la mierda mariconazo. No sé que has dicho antes, pero no ha
sido nada oportuno ni educado sabes. Te metes los bocadillos por donde te
quepan.
-Disculpa,
pero creo que no se me ha interpretado bien. Tienes derecho a pensar lo que
quieras, sin embargo, lo que he querido decir es, que ha menudo, lo que para
unos es solo una persona cualquiera, para otros es un auténtico tesoro.
Señorita, créame si le digo, que es lo único que he querido significar con mis
palabras, y si la he ofendido, le pido perdón.
-Seguro
que ha sido eso corso, mira que he tenido una muy mala noche…
-Jamás
mentiría a un amigo. Por favor no os vayáis, enseguida os sirvo lo que habéis
pedido, estáis invitados esta vez.
Tara
ha cambiado la postura, es posible que esté susceptible después de lo sucedido
la pasada noche en el bar, antes de salir a la calle corriendo y tropezar con
el taxi de Aníbal. Este, todavía continúa con las mandíbulas apretadas, está
tenso, el caso es, que no sabe muy bien el porqué. La llegada de los
bocadillos, las aceitunas aliñadas al estilo corso, y el vino, distienden
bastante el clima.
-Que
te decía, está bueno he. Quizás no me creas, pero es el único bar en el que
paro, y lo hago para no tener que prepararme el desayuno cuando termino la
jornada, que siempre es el turno de noche.
-Cierto
está rico, sírveme vino por favor, anda… tanto no hombre, este vino hay que
beberlo poco a poco, además, ten en cuenta que acabo de salir del hospital.
-Es
verdad perdona, no estoy acostumbrado a servir vino a otros, yo bebo más que
nada cerveza. Ah y en el taxi, alguna que otra coca cola.
Después
de un par de horas que pasan sin darse cuenta, Tara se encuentra sorprendida de
si misma, le está contando su vida, está deshojando esta flor que durante años
ha tenido cerrada, salvo para algún que otro cliente habitual. Algún
desafortunado de la vida, que tiene familia e hijos, y se va confesar a ella, en
lugar de hacerlo con algún cura, porque normalmente son hombres de derechas,
incluso alguno de ellos, clientes poderosos que pasan los gastos de alterne con
ella a gastos de ayuntamientos, de los bancos que presiden o alguna sociedad
contable. Gente que los domingos, o en ocasiones oficiales que exigen la
presencia de un obispo para alguna inauguración, les besan la mano, cual si de
santos se trataran estos representantes máximos de la iglesia católica.
Mira
fijamente a Aníbal, se desnuda ante él de forma total. El taxista la escucha
con atención, sabe que dependiendo de la atención que preste a lo que le dice,
la podrá pretender. Va, eso es una tontería, como podría pretenderla yo, un
pobre taxista de mierda, que se pasa más de la mitad de su vida pegado al
asiento de un coche, que el único gesto automático que se hacer, es el que me
exige el volante de mi Skoda.
-Bueno
Aníbal, creo que me voy a mi casa. Estoy cansada, voy a dormir un rato.
-Si
necesitas un taxi el mío está libre, venga te llevo. Me gustaría decirte algo
por el camino.
-Bueno
pero solo si me cobras la carrera, de otra forma cojo otro taxi, no quiero
comprometerte más.
-De
acuerdo, será un placer. Además ya te toca pagarme algo después de todo lo que
he hecho por ti hoy hermosa.
-Ja,ja,ja,
eres la leche Aníbal, a esto le llamo yo ser práctico, si señor.
-A
ver… no te creas que te va a salir todo gratis, guapa. Hombre, un favor se le
hace a quién lo requiera, pero en tu caso te has pasado un rato largo…
ja,ja,ja.
Al
salir a la calle Aníbal se despereza, alargando los brazos y haciendo gestos de
cansancio, este gasto hace que quede al descubierto, el tatuaje que lleva en la
espalda, más bien desde mitad de cintura, a alguna otra parte difícil de
imaginar por ser de tipo tribal, solo con el culo desnudo podría verse bien. Lo cierto es, que Tara, al
entablar un poco de amistad con él, le pregunta directamente.
-¿De
qué va el tatuaje este que llevas en la parte baja de la espalda?
Sorprendido
como si hubieran descubierto a un ladrón con las manos en la masa, baja los
brazos, los aprieta contra el torso, y se vuelve hacia ella mirándola un poco
espantado.
-¿Un
tatuaje? Ah ya veo, me has estado mirando el culo, vaya con Tara la
fisgona -dice en tono desenfadado-. Pues
sí, me lo hice como una apuesta, con un amigo que luego se rajó.
-Me
gustan los tatuajes, también yo llevo uno, son unas letras en sánscrito una
lengua que todavía se habla, mejor dicho se hablaba en la antigua Mesopotamia,
aunque todavía lo hablan unos cuantos cientos de miles de personas en lugares
muy localizados.
-A
sí, y que leyenda se saca de esas letras.
-Exactamente…
“Sé feliz si puedes, haz el bien, hónrate a ti misma con tu vida”.
-Bonita
frase Tara, es una muy buena recomendación. El mío va de la representación de
la fuerza interior que tiene que tener el hombre, el ser humano, no olvidar
jamás, que cualquier cosa que uno quiera conseguir, puede llegar a llevarlo a
cabo con perseverancia y bondad.
-¿Y
todo eso dice el dibujo que llevas en el tatoo?
-Eso
me aseguró el polinesio que me lo hizo. Fue en una especie de feria que se
llevó a cabo en una exposición, está hecho con el método que ellos tienen, de
pinchar golpeando la aguja con otra madera especial que sirve para que penetre
en la piel la tinta.
-¡Hostia
que dolor… no!
-Sí,
íbamos con un colocón de cuidado. Con todo y con eso, me tocó ir a casa del
hombre a quién la habíamos afanado el coche para irnos de marcha y
devolvérselo, se lo dejé aparcado delante de su casa, dejé el claxon apretado,
las llaves puestas y me largué campo a través. Los amigos no me esperaron, así
terminé con ellos… ya no quise saber nada más, después de esa supuesta broma
que me gastaron. Llegaron al siguiente día a mi casa, riendo por las escaleras
subían. Llamaron con insistencia al timbre de mi piso y cuando les abrí la
puerta, no les dejé que hablaran, solo se me ocurrió decirles que no volvieran
por allí. Hemos terminado, desde ahora no me conocéis, les dije.
-Bien
hecho no se portaron decentemente, es lo menos que se merecían, a mí me parece
correcto que actuaras así. En cambio yo, jamás he podido plantarme delante de
la gente para decirles eso, nunca. A veces he tenido que salir con tíos
asquerosos, que pagan mucho dinero, y que se creen que por eso, tienen derecho
a cualquier cosa con una puta.
Resbalaron
unas lágrimas por las mejillas de Tara mientras cuenta esto. No entra en
detalles pero a Aníbal le sobran, ha visto comportamientos dentro de su taxi,
difíciles de describir.
-Una
vez nos invitaron a una fiesta privada en una urbanización. Tenía que llevar a
un par de amigas más, el dinero es muy goloso sabes, hablé con dos chicas que
estaban dispuestas a llevarse esta pasta a casa, era solo una noche, ya me
entiendes, yo no trabajo para ningún chulo, que se lleve la mitad del dinero
por protegerme. Además, quién puede protegerte dentro de un chalet que es un
bunker, nadie. Nos encontramos solas, delante de siete hombres muy educados
todos, a mi me cogió miedo, sé por experiencia que estas cosas pueden terminar
de cualquier manera, mala cosa me dije yo.
-No
me cuentes más si no quieres Tara.
-Si,si,
quiero contártelo porque lo llevo dentro desde hace mucho, necesito hablarlo
con alguien. De esto hace dos años, parece que el tiempo se ha detenido desde
entonces, a la más jovencita, le metieron en el cuerpo y por la fuerza, una
botella de bourbon entera. Poco tenían que sacarle de ropa, ya sabes, para
estas ocasiones, vas ligera de equipaje, la dejaron desnuda sobre el césped del
jardín, dos de ellos le pisaban los brazos con los pies para que no se moviera.
El resto, la hicieron polvo a la pobre, y nosotras dos, riéndoles la gracia
para no salir mal paradas de aquella fiesta particular, estábamos muertas de
miedo aunque ellos no lo apreciaban porque ya iban tocados por la bebida,
martinis y margaritas a tope, Bruce Springsteen sonaba al máximo de volumen, en
el equipo de música. No tuvimos manera de salir de allí esa noche, al amanecer
con el móvil pedí un taxi, les vacié las carteras a aquellos hijos de puta y
les robé las tarjetas, hice fotos de todo con el móvil, menos mal que esta vez
la tecnología sirvió para algo. Las dejé a las dos en mi casa, con el taxi salí
disparada dispuesta a vaciar las tarjetas de aquellos asquerosos, tengo amigas
que jurarían haber ido allí a sus tiendas, a comprar con mujeres vestidos,
bolsos y zapatos. Me volví para casa echa una mierda, creo que en mi vida he
quemado tantas energías como en aquellas veinticuatro horas. Nadie reclamó
nada, tiré las tarjetas en una alcantarilla lejos de casa, por si acaso, y me
encerré con mis dos amigas dos días enteros. Pero desde entonces de vez en
cuando, me tropiezo con sicarios que quieren darme un escarmiento, de ahí que
me tropezara con tu taxi ayer.
-No
sé que decir Tara, me has dejado sin palabras, quién te garantiza que no están
esperándote cuando vuelvas a tu apartamento, esto no tiene sentido. Arriesgas
la vida por nada…
-Crees
que no lo sé, pero adonde voy dime.
-Recojamos
lo más necesario de tu casa y ven a la mía, poco a poco lo arreglaremos, lo
mismo que tú tienes amigos, también los tengo yo, y algunos me deben grandes
favores. Nuestra comunidad es amplia, podemos perderlos de vista con un
chasquido de dedos. No creo que tengas mucho tiempo para decidirte, sabes que
no te quiero ningún mal, al contrario, pero debes dejar que te ayude con este
marrón.
Tara,
con los ojos humedecidos, se lo queda mirando, Aníbal no se había fijado en
los hermosos ojos de ella, de un azul
gris profundo y grandes, como dos faros de bienvenida. Aníbal le coge la mano,
ella se deja llevar por él, parece como si con el blus que le acaba de contar,
se le hubieran acabado las fuerzas. Abre la puerta trasera del pasajero y la
ayuda a meterse dentro del taxi, se sienta delante del volante y por un
instante piensa.
-Vamos
a tu casa Tara, cogeremos lo que te quepa en un bolso de viaje e iremos a la
mía, eso en principio, te parece, luego pensaremos en lo demás.
Ella
asiente sin decir nada, ha sacado un pañuelo de papel del bolsito que lleva y
se suena la nariz, luego seca las lágrimas que siguen fluyendo sin descanso.
Dan un gran rodeo antes de llegar a su casa, luego aparcan detrás de unos
árboles que hay detrás de su apartamento, bajan los dos cogidos de la mano.
Aníbal nota un escalofrío de placer intenso al llevarla a su lado, entran en el
portal y suben al apartamento, es un lugar exquisito, con cuadros que parecen
tener valor, complementos de muy buen gusto, muebles minimalistas pero buenos.
-Bueno,
voy a recoger cuatro cosas, salgo enseguida. Desaparece por una esquina del
piso y él la oye abrir y cerrar cajones, al poco sale con un bolso de piel
marrón, parece cargado hasta las trancas.
Abre
el frigo y coge de allí unas cuantas cosas, que mete en una bolsa de plástico
con asas, vuelve con una sonrisa triste y se abraza a él. Salen a la calle y
suben de nuevo al taxi camino de casa de Aníbal. En el trayecto por las rondas,
Tara se apercibe que van en dirección mar, le pregunta a Aníbal donde vive.
-Aquí
cerca, no te apures, tienes prisa por conocer mi casa.
-No,
simple curiosidad, eso es todo. Esta salida que coges ahora nos lleva a la
parte que fue en su día la Villa Olímpica no.
-Eso
es, si señorita, quiere la señorita que vayamos más despacio para que pueda
disfrutar del paisaje.
-Tonto…
no creo que todos los taxistas tengan el mismo sentido del humor que tú.
-Pleno
al quince, está usted hablando con el taxista más simpático de buena parte de
la ciudad, piense que tengo gente que me espera a mi, como lo oye, en el
aeropuerto, en las estaciones de tren, hasta en las de autobús… que le parece,
y todo ello porqué, porque soy el número uno de la simpatía, y complazco a mis
clientes en todo aquello que me pidan, vaya que si…
-Pues
no sabía yo nada de usted, de haber lo sabido, lo habría contratado como mi
chófer.
-No
se equivoque señorita, valgo mucho más de lo que usted piensa, le costaría un
dinero bueno contratarme, gente como yo se cuentan con los dedos de una mano, modestia
aparte.
Este
rato de viaje, no han parado de reír, casi cualquier cosa que dicen uno u otra,
es motivo para soltar una carcajada o hacer una pequeña broma. Por fin llegan
delante de unos pisos en segunda línea de mar, cerca del bar Ras-Mar en el que
han desayunado hace unas horas, se levanta la puerta de un garaje comunitario y
descienden por la rampa, la plaza de parking es amplia, maniobra con una
facilidad asombrosa y deja el taxi de cara a la puerta de salida.
-Vamos,
verás mi choza, espero que te guste, no es como tu apartamento pero bueno…
tiene sus cosas buenas, subamos.
El ascensor
los lleva a la cuarta planta que es el ático, cuando salen del ascensor, cruzan
una puerta de seguridad y ya están dentro de la casa.
-Vaya…
esto si que resulta práctico tío, el ascensor va directo a tu casa, asombroso.
-No
es para tanto, estos pisos los construyeron como estancia para los atletas de
las olimpiadas, de ahí que tengan los techos altos, los marcos de las puertas
sobredimensionados, el baño con jacuzzi, y algún que otro detalle que le he ido
añadiendo yo por mi cuenta.
-Pues
un piso así debe costar una pasta, y más en el sitio donde está ubicado.
-Bueno
el piso lo compró mi madre, murió el año pasado, le gustaba tanto el mar…, la
mujer invirtió parte de su herencia en él y en la licencia del taxi, sabía que
a mí me gustaba y que hacia mucho tiempo que iba tras conseguirla.
-Lo
siento mucho Aníbal, tuvo que ser una gran mujer tu madre. Y tú un buen hijo
para complacerla.
-Dejé
la universidad para poder cuidar de ella en los últimos momentos de su vida,
terminado mi turno cuando volvía a casa, me la llevaba a la playa y dábamos
grandes paseos.
Casi
de la nada salió un gran rottweiler que saltó sobre Aníbal, sus potentes patas
resbalaban sobre el parquet del piso.
-Mírala
ella… hola Sabrina, como estás guapa mía.
-Joder
que susto, me hubieras podido avisar, me he llevado un susto de muerte.
-Tranquila,
es como una gatita grande con la gente que viene conmigo. Con los que traen
malas intenciones ni les ladra, se les tira al cuello, pero no se equivoca
nunca, no temas nada, desde este momento ella sabe que tú podrás entrar y salir
de casa sin problemas, eso sí, procurará lamerte las manos o buscará jugar
contigo.
-Bueno,
es un consuelo, seguro que ya me conoce.
-Claro
que sí mujer, las personas nos equivocamos pero los perros no, nunca, captan la
química que desprendemos, acaríciala y verás.
Eso
es lo que ha hecho Tara, la ha llamado por su nombre y la perra se acerca a
ella moviendo descontroladamente la parte trasera de las patas, mueve
incesantemente la cola, los cuatro dedos de cola que tiene, porque de hecho no
parece tener. Sabrina se regala con los mimos de Tara, se echa con la barriga
al aire para que la acaricie, luego, efectivamente, busca sus manos para
lamerlas.
-Fue
el último regalo de mi madre…
Aníbal
se queda un momento pensativo, sentado en una silla, de lado a la mesa del
comedor cocina, enciende un cigarrillo y a mitad de consumirlo lo apaga. Le
enseña a Tara las dependencias de la casa, tiene poco más de sesenta metros
cuadrados, pero muy bien pensados, un baño completo con el jacuzzi, otro más
pequeño con una mampara que separa la ducha del inodoro, y un gran espejo sobre
el lavamanos, que su madre gravó a mano, siguiendo los pasos de una escuela de
artes manuales. El dormitorio doble que está impoluto y donde nadie ha dormido
aparte de su madre, luz indirecta, persianas mecanizadas, estantes con libros
de novela histórica y libros de filosofía. Con el baño pequeño por medio, otra
habitación sencilla con cama de metro diez, ahí es donde duerme Aníbal, todo
está limpio, bien ordenado.
-Por
el momento si quieres puedes dormir en la habitación grande, estarás más a
gusto, hasta que decidas que hacer. No tengas reparo alguno en dormir en esta
cama, mi madre pasó los últimos meses en el Hospital del Mar.
-Gracias
Aníbal, pero es que no quiero causarte molestias, me sabe mal, aunque por otro
lado, cierto, tendré que dormir en algún sitio.
-Pues
ahí lo tienes, este espacio es tuyo hasta cuando quieras, te daré una copia de
las llaves de casa. Confío en que vendrás algún día con nosotros a pasear por
la playa, que te parece Sabrina dirá que sí.
Tara
ha estado unos meses viviendo con su anfitrión, han intimado, han llegado a
quererse, pero esta mañana cuando ha entrado en casa Aníbal, a las seis y diez
de la mañana, ya no estaba. Le ha dejado una nota sobre el mármol de la cocina
americana, dice así “Querido Aníbal, no merezco tanto como tú me has dado,
necesito un poco de aire nuevo, es difícil de explicar… Te prometo volver
dentro de poco para hablarte de mi blues”.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
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