sábado, 28 de junio de 2014

HÁBLAME DE TU BLUES.


                                           HÁBLAME DE TU BLUES


Salía corriendo de un bar del casco antiguo, mirando hacia atrás se precipitó sobre el capó del taxi, estaba libre, llevaba el piloto verde encendido buscaba pasaje e iba despacio, más por aquella zona donde las aceras son estrechas, la gente sube y baja continuamente de las aceras para no tropezar con los que van en sentido contrario. La mujer rebotó sobre el coche y calló al suelo, Aníbal bajó de inmediato, fue, muerto de miedo, hasta donde se había quedado la chica, afortunadamente estaba bien, solo el golpe la mantuvo unos minutos en un estado de confusión.
El golpe y el alcohol que había consumido, la dejaron flotando por unos instantes, como si estuviera en una nube. Cuando despertó de este letargo momentáneo, estaba en un box del servicio de un hospital. Aníbal estaba a su lado, sentado en una silla a su lado. La habían desnudado, su pantalón de cuero negro, su blusa de seda, la cazadora del mismo género de piel que el pantalón, y las botas camperas también negras, estaban en un rincón del lugar colgado todo de una percha, junto al bolso de piel girada con flecos que llevaba en bandolera.
Una vía con un suero colgaba de su brazo, y una máquina de tomar la presión sanguínea, presionaba su bíceps periódicamente, hinchándose primero, y luego aflojando la presión sobre el brazo. Se despertó tapada con una sábana verde que olía a antiséptico, se asustó cuando abrió los ojos, como platos se le pusieron.
-Quién eres tú, que hago aquí, donde estoy.
-Te están echando un ojo, para ver que no tengas nada a consecuencia del golpe que te has dado contra mi taxi.
-Y solo por eso me has tenido que traer aquí, no tengo nada hombre. Llama a esta gente y diles que me quiero ir, solo me duele un poco la cabeza, eso es todo.
-Creo que sería mejor que te dejaras hacer la prueba del scanner, ya que estás aquí no te viene de media hora más y asegurarte que no tienes ninguna lesión en la cabeza.
Tara cierra los ojos y calla, está cansada de hablar, y eso que solo ha intercambiado cuatro palabras con Aníbal.
-Quién me ha desnudado, has sido tú.
-¡No! yo he entrado aquí después de haberte puesto la vía que llevas en el brazo. Han preguntado por el acompañante y he dicho que era yo, al fin y al cabo, ha sido contra mi coche que has chocado.
-¡Maldita sea…! hubiera preferido que pasaras por encima de mí y haber muerto.
-Caray que consuelo que me das, no veas en el fregado que me hubieras metido. No te gusta vivir.
-No como lo estoy haciendo ahora, la verdad.
-Anda no hables más ahora, descansa, tiene que bajarte la presión y si no te tranquilizas, no va a ser posible. Piensa que si sigues así, eres capaz de estropear la máquina del scanner, cosas más raras se han visto.
Tara ha cerrado los ojos y le sonríe, no porque haya contado un chiste ni nada por el estilo, pero le hace gracia esta salida de Aníbal. A estas alturas ya conoce su nombre, le recuerda a aquel famoso general cartaginés, que cruzó con su ejército y sus elefantes de guerra, los Pirineos y los Alpes, alzándose contra Roma, allá por el final del primer siglo antes de J.C y terminó en derrota en la llanura de Zama.
A Tara le dan el alta, a eso de las cinco y media de la mañana, todavía es de noche, pero ya comienza a dejarse sentir el calor, más bien, el bochorno típico de una ciudad, que duerme a orillas del Mediterráneo.
-No sé que es lo que me han puesto esta gente en la vena, pero estoy un poco mareada.
-Te parece bien que vayamos a un lugar que conozco, que hacen un chocolate estupendo y de paso desayunamos ahí.
Tara mira el reloj de pulsera, se ha parado. Ella está viva pero su reloj se ha muerto.
-¿Qué te parece…? yo que soy más frágil que un reloj de acero he salido viva de este accidente, y sin embargo el Omega que llevo puesto, se ha quedado para el arrastre, ¿no es curioso?
-¡Mujer, yo prefiero que no te haya pasado nada a ti…! cuando quieras te puedes comprar un reloj nuevo, o a lo mejor te lo regalan, quién sabe.
Han llegado a la granja Ras – Mar, allí desayuna todos los días Aníbal, se puede decir que por alguna razón, es un cliente preferencial. Los pocos que ha esa hora están allí, lo saludan de manera cordial.
-Que tal conquistador, como se ha pasado la noche.
-Como siempre Corso, como siempre, distraída pero con poco pasaje.
-Oye, porqué te llama conquistador.
-Creo que lo dice, por aquello de aquel cartaginés de la antigüedad, que le hizo la guerra a los romanos con elefantes.
-Un hombre interesado en la historia antigua.
-Fue maestro en Córcega, es Corso, por eso se le  conoce con ese sobrenombre.
-Y como ha venido a parar aquí.
-A no sé yo en estas cosas no me meto nunca, oye uno tantas cosas en mi oficio, que al final pierdes el interés en todo lo que oyes, y lo que se cuenta la gente dentro del taxi. Hay que ser discreto en este oficio.
-Entiendo, y dime, como es tú vida si puede saberse.
-Prefiero que me hables de ti si no te importa. Esta noche pasada no saliste muy normal de aquel bar, no es que sea curioso, pero ya que me tocó a mí directamente, me podrías contar algo sobre ti.
-Vale, soy prostituta, tengo veintidós años y ejerzo este oficio desde los dieciocho. Mi nombre ya lo sabes, llegué a esta ciudad hace cuatro años, y tengo un apartamento en la antigua carretera que lleva a la urbanización El Lebrel.
-Ves, esto es algo que jamás hubiera imaginado. Me parecía que huías de alguien anoche, saliste disparada como una bala del bar. Disculpa, no tengo ningún derecho a preguntar, pero una cosa es cierta, jamás nadie se ha echado encima del taxi en todos los años que conduzco.
-Claro, y eso te da derecho a que te cuente mi vida y mis problemas no…
El corso les trae los tazones de chocolate negro, y una bandeja con unas cuantas pastas artesanas que ellos hacen a mano. Aníbal se frota las manos, sabe que la calidad siempre es la misma, que incluso se superan, dependiendo de si la masa la hace la mujer del corso o su suegra.
-Prueba estos bretzel, te van a encantar, son deliciosos y fíjate, a esta hora todavía están calientes, acabaditos de hacer.
Tara, curiosa, rompe el hojaldre y lo moja en el chocolate, cuando se lo mete en la boca, entrecierra los ojos, sus pómulos parecen dilatarse ante el sabor de aquella delicia.
-Oh, es estupendo, si señor tenías razón, valía la pena venir aquí. Aunque también me hubiera comido muy a gusto un buen bocadillo de jamón serrano, si te he de ser sincera.
-Bueno eso es porque cuando hay buena hambre, no hay pan duro que se resista.
Tara se ríe y señala el detalle que acaba de decir Aníbal. Él no le dice nada, pero se le está comenzando a marcar una parte del cuello, tiene un morado que se extiende desde debajo de la barbilla hasta casi el hombro, lo aprecia porque se ha desabrochado un botón de la blusa y se deja entrever el sujetador color berenjena que lleva puesto con puntillas blancas.
-No comas más chocolate y nos pedimos un bocadillo de jamón, que te parece.
-Sí, de acuerdo. Eres un buen tío Aníbal, me habría gustado haberte conocido antes, quiero decir unos años atrás, seguro que con una persona como tú, no estaría en esta situación.
Le hace una señal al corso y este viene enseguida. Le hace el pedido de los bocatas y le pregunta a ella que quiere para beber.
-Un vino rosado fresquito estaría bien, a ti que te apetece, vamos hombre, no te quedes mirándome como un pasmarote.
-Me está bien lo que tú bebas.
El corso, se queda mirando a su amigo taxista y mueve la cabeza de lado a lado. Este chaval se está enamorando, se dice a si mismo.
-Un amante é quasi sempre un uomo che, se ha trovato un carbone che brilla, se lo mete in tasca credendo che sia un diamante, ricorda amichi.
-Que coño dices corso, traduce por favor.
-Estudia tú el italiano, que a mi me costó lo mío.
Tara ha bajado el rostro al nivel de la mesa, es como si se hubiera desplomado su esqueleto de cintura para arriba.
-Se puede saber que pasa aquí, levanta la cara Tara. Acaso sabes lo que ha dicho.
-Sí, y creo que tiene razón, no tengo porque sentirme ofendida. De cualquier forma, soy lo que soy, el corso es un tío listo, me ha calado al entrar por la puerta creo yo.
-¡Corso, ven por favor que quiero pedirte algo más!
El corso llega al instante, tiene a otro camarero atendiendo la barra.
-Que hay, que más queréis.
-Que te vayas un poco a la mierda mariconazo. No sé que has dicho antes, pero no ha sido nada oportuno ni educado sabes. Te metes los bocadillos por donde te quepan.
-Disculpa, pero creo que no se me ha interpretado bien. Tienes derecho a pensar lo que quieras, sin embargo, lo que he querido decir es, que ha menudo, lo que para unos es solo una persona cualquiera, para otros es un auténtico tesoro. Señorita, créame si le digo, que es lo único que he querido significar con mis palabras, y si la he ofendido, le pido perdón.
-Seguro que ha sido eso corso, mira que he tenido una muy mala noche…
-Jamás mentiría a un amigo. Por favor no os vayáis, enseguida os sirvo lo que habéis pedido, estáis invitados esta vez.
Tara ha cambiado la postura, es posible que esté susceptible después de lo sucedido la pasada noche en el bar, antes de salir a la calle corriendo y tropezar con el taxi de Aníbal. Este, todavía continúa con las mandíbulas apretadas, está tenso, el caso es, que no sabe muy bien el porqué. La llegada de los bocadillos, las aceitunas aliñadas al estilo corso, y el vino, distienden bastante el clima.
-Que te decía, está bueno he. Quizás no me creas, pero es el único bar en el que paro, y lo hago para no tener que prepararme el desayuno cuando termino la jornada, que siempre es el turno de noche.
-Cierto está rico, sírveme vino por favor, anda… tanto no hombre, este vino hay que beberlo poco a poco, además, ten en cuenta que acabo de salir del hospital.
-Es verdad perdona, no estoy acostumbrado a servir vino a otros, yo bebo más que nada cerveza. Ah y en el taxi, alguna que otra coca cola.
Después de un par de horas que pasan sin darse cuenta, Tara se encuentra sorprendida de si misma, le está contando su vida, está deshojando esta flor que durante años ha tenido cerrada, salvo para algún que otro cliente habitual. Algún desafortunado de la vida, que tiene familia e hijos, y se va confesar a ella, en lugar de hacerlo con algún cura, porque normalmente son hombres de derechas, incluso alguno de ellos, clientes poderosos que pasan los gastos de alterne con ella a gastos de ayuntamientos, de los bancos que presiden o alguna sociedad contable. Gente que los domingos, o en ocasiones oficiales que exigen la presencia de un obispo para alguna inauguración, les besan la mano, cual si de santos se trataran estos representantes máximos de la iglesia católica.
Mira fijamente a Aníbal, se desnuda ante él de forma total. El taxista la escucha con atención, sabe que dependiendo de la atención que preste a lo que le dice, la podrá pretender. Va, eso es una tontería, como podría pretenderla yo, un pobre taxista de mierda, que se pasa más de la mitad de su vida pegado al asiento de un coche, que el único gesto automático que se hacer, es el que me exige el volante de mi Skoda.
-Bueno Aníbal, creo que me voy a mi casa. Estoy cansada, voy a dormir un rato.
-Si necesitas un taxi el mío está libre, venga te llevo. Me gustaría decirte algo por el camino.
-Bueno pero solo si me cobras la carrera, de otra forma cojo otro taxi, no quiero comprometerte más.
-De acuerdo, será un placer. Además ya te toca pagarme algo después de todo lo que he hecho por ti hoy hermosa.
-Ja,ja,ja, eres la leche Aníbal, a esto le llamo yo ser práctico, si señor.
-A ver… no te creas que te va a salir todo gratis, guapa. Hombre, un favor se le hace a quién lo requiera, pero en tu caso te has pasado un rato largo… ja,ja,ja.
Al salir a la calle Aníbal se despereza, alargando los brazos y haciendo gestos de cansancio, este gasto hace que quede al descubierto, el tatuaje que lleva en la espalda, más bien desde mitad de cintura, a alguna otra parte difícil de imaginar por ser de tipo tribal, solo con el culo desnudo podría  verse bien. Lo cierto es, que Tara, al entablar un poco de amistad con él, le pregunta directamente.
-¿De qué va el tatuaje este que llevas en la parte baja de la espalda?
Sorprendido como si hubieran descubierto a un ladrón con las manos en la masa, baja los brazos, los aprieta contra el torso, y se vuelve hacia ella mirándola un poco espantado.
-¿Un tatuaje? Ah ya veo, me has estado mirando el culo, vaya con Tara la fisgona  -dice en tono desenfadado-. Pues sí, me lo hice como una apuesta, con un amigo que luego se rajó.
-Me gustan los tatuajes, también yo llevo uno, son unas letras en sánscrito una lengua que todavía se habla, mejor dicho se hablaba en la antigua Mesopotamia, aunque todavía lo hablan unos cuantos cientos de miles de personas en lugares muy localizados.
-A sí, y que leyenda se saca de esas letras.
-Exactamente… “Sé feliz si puedes, haz el bien, hónrate a ti misma con tu vida”.
-Bonita frase Tara, es una muy buena recomendación. El mío va de la representación de la fuerza interior que tiene que tener el hombre, el ser humano, no olvidar jamás, que cualquier cosa que uno quiera conseguir, puede llegar a llevarlo a cabo con perseverancia y bondad.
-¿Y todo eso dice el dibujo que llevas en el tatoo?  
-Eso me aseguró el polinesio que me lo hizo. Fue en una especie de feria que se llevó a cabo en una exposición, está hecho con el método que ellos tienen, de pinchar golpeando la aguja con otra madera especial que sirve para que penetre en la piel la tinta.
-¡Hostia que dolor… no!
-Sí, íbamos con un colocón de cuidado. Con todo y con eso, me tocó ir a casa del hombre a quién la habíamos afanado el coche para irnos de marcha y devolvérselo, se lo dejé aparcado delante de su casa, dejé el claxon apretado, las llaves puestas y me largué campo a través. Los amigos no me esperaron, así terminé con ellos… ya no quise saber nada más, después de esa supuesta broma que me gastaron. Llegaron al siguiente día a mi casa, riendo por las escaleras subían. Llamaron con insistencia al timbre de mi piso y cuando les abrí la puerta, no les dejé que hablaran, solo se me ocurrió decirles que no volvieran por allí. Hemos terminado, desde ahora no me conocéis, les dije.
-Bien hecho no se portaron decentemente, es lo menos que se merecían, a mí me parece correcto que actuaras así. En cambio yo, jamás he podido plantarme delante de la gente para decirles eso, nunca. A veces he tenido que salir con tíos asquerosos, que pagan mucho dinero, y que se creen que por eso, tienen derecho a cualquier cosa con una puta.
Resbalaron unas lágrimas por las mejillas de Tara mientras cuenta esto. No entra en detalles pero a Aníbal le sobran, ha visto comportamientos dentro de su taxi, difíciles de describir.
-Una vez nos invitaron a una fiesta privada en una urbanización. Tenía que llevar a un par de amigas más, el dinero es muy goloso sabes, hablé con dos chicas que estaban dispuestas a llevarse esta pasta a casa, era solo una noche, ya me entiendes, yo no trabajo para ningún chulo, que se lleve la mitad del dinero por protegerme. Además, quién puede protegerte dentro de un chalet que es un bunker, nadie. Nos encontramos solas, delante de siete hombres muy educados todos, a mi me cogió miedo, sé por experiencia que estas cosas pueden terminar de cualquier manera, mala cosa me dije yo.
-No me cuentes más si no quieres Tara.
-Si,si, quiero contártelo porque lo llevo dentro desde hace mucho, necesito hablarlo con alguien. De esto hace dos años, parece que el tiempo se ha detenido desde entonces, a la más jovencita, le metieron en el cuerpo y por la fuerza, una botella de bourbon entera. Poco tenían que sacarle de ropa, ya sabes, para estas ocasiones, vas ligera de equipaje, la dejaron desnuda sobre el césped del jardín, dos de ellos le pisaban los brazos con los pies para que no se moviera. El resto, la hicieron polvo a la pobre, y nosotras dos, riéndoles la gracia para no salir mal paradas de aquella fiesta particular, estábamos muertas de miedo aunque ellos no lo apreciaban porque ya iban tocados por la bebida, martinis y margaritas a tope, Bruce Springsteen sonaba al máximo de volumen, en el equipo de música. No tuvimos manera de salir de allí esa noche, al amanecer con el móvil pedí un taxi, les vacié las carteras a aquellos hijos de puta y les robé las tarjetas, hice fotos de todo con el móvil, menos mal que esta vez la tecnología sirvió para algo. Las dejé a las dos en mi casa, con el taxi salí disparada dispuesta a vaciar las tarjetas de aquellos asquerosos, tengo amigas que jurarían haber ido allí a sus tiendas, a comprar con mujeres vestidos, bolsos y zapatos. Me volví para casa echa una mierda, creo que en mi vida he quemado tantas energías como en aquellas veinticuatro horas. Nadie reclamó nada, tiré las tarjetas en una alcantarilla lejos de casa, por si acaso, y me encerré con mis dos amigas dos días enteros. Pero desde entonces de vez en cuando, me tropiezo con sicarios que quieren darme un escarmiento, de ahí que me tropezara con tu taxi ayer.
-No sé que decir Tara, me has dejado sin palabras, quién te garantiza que no están esperándote cuando vuelvas a tu apartamento, esto no tiene sentido. Arriesgas la vida por nada…
-Crees que no lo sé, pero adonde voy dime.
-Recojamos lo más necesario de tu casa y ven a la mía, poco a poco lo arreglaremos, lo mismo que tú tienes amigos, también los tengo yo, y algunos me deben grandes favores. Nuestra comunidad es amplia, podemos perderlos de vista con un chasquido de dedos. No creo que tengas mucho tiempo para decidirte, sabes que no te quiero ningún mal, al contrario, pero debes dejar que te ayude con este marrón.
Tara, con los ojos humedecidos, se lo queda mirando, Aníbal no se había fijado en los  hermosos ojos de ella, de un azul gris profundo y grandes, como dos faros de bienvenida. Aníbal le coge la mano, ella se deja llevar por él, parece como si con el blus que le acaba de contar, se le hubieran acabado las fuerzas. Abre la puerta trasera del pasajero y la ayuda a meterse dentro del taxi, se sienta delante del volante y por un instante piensa.
-Vamos a tu casa Tara, cogeremos lo que te quepa en un bolso de viaje e iremos a la mía, eso en principio, te parece, luego pensaremos en lo demás.
Ella asiente sin decir nada, ha sacado un pañuelo de papel del bolsito que lleva y se suena la nariz, luego seca las lágrimas que siguen fluyendo sin descanso. Dan un gran rodeo antes de llegar a su casa, luego aparcan detrás de unos árboles que hay detrás de su apartamento, bajan los dos cogidos de la mano. Aníbal nota un escalofrío de placer intenso al llevarla a su lado, entran en el portal y suben al apartamento, es un lugar exquisito, con cuadros que parecen tener valor, complementos de muy buen gusto, muebles minimalistas pero buenos.
-Bueno, voy a recoger cuatro cosas, salgo enseguida. Desaparece por una esquina del piso y él la oye abrir y cerrar cajones, al poco sale con un bolso de piel marrón, parece cargado hasta las trancas.
Abre el frigo y coge de allí unas cuantas cosas, que mete en una bolsa de plástico con asas, vuelve con una sonrisa triste y se abraza a él. Salen a la calle y suben de nuevo al taxi camino de casa de Aníbal. En el trayecto por las rondas, Tara se apercibe que van en dirección mar, le pregunta a Aníbal donde vive.
-Aquí cerca, no te apures, tienes prisa por conocer mi casa.
-No, simple curiosidad, eso es todo. Esta salida que coges ahora nos lleva a la parte que fue en su día la Villa Olímpica no.
-Eso es, si señorita, quiere la señorita que vayamos más despacio para que pueda disfrutar del paisaje.
-Tonto… no creo que todos los taxistas tengan el mismo sentido del humor que tú.
-Pleno al quince, está usted hablando con el taxista más simpático de buena parte de la ciudad, piense que tengo gente que me espera a mi, como lo oye, en el aeropuerto, en las estaciones de tren, hasta en las de autobús… que le parece, y todo ello porqué, porque soy el número uno de la simpatía, y complazco a mis clientes en todo aquello que me pidan, vaya que si…
-Pues no sabía yo nada de usted, de haber lo sabido, lo habría contratado como mi chófer.
-No se equivoque señorita, valgo mucho más de lo que usted piensa, le costaría un dinero bueno contratarme, gente como yo se cuentan con los dedos de una mano, modestia aparte.
Este rato de viaje, no han parado de reír, casi cualquier cosa que dicen uno u otra, es motivo para soltar una carcajada o hacer una pequeña broma. Por fin llegan delante de unos pisos en segunda línea de mar, cerca del bar Ras-Mar en el que han desayunado hace unas horas, se levanta la puerta de un garaje comunitario y descienden por la rampa, la plaza de parking es amplia, maniobra con una facilidad asombrosa y deja el taxi de cara a la puerta de salida.
-Vamos, verás mi choza, espero que te guste, no es como tu apartamento pero bueno… tiene sus cosas buenas, subamos.
El ascensor los lleva a la cuarta planta que es el ático, cuando salen del ascensor, cruzan una puerta de seguridad y ya están dentro de la casa.
-Vaya… esto si que resulta práctico tío, el ascensor va directo a tu casa, asombroso.
-No es para tanto, estos pisos los construyeron como estancia para los atletas de las olimpiadas, de ahí que tengan los techos altos, los marcos de las puertas sobredimensionados, el baño con jacuzzi, y algún que otro detalle que le he ido añadiendo yo por mi cuenta.
-Pues un piso así debe costar una pasta, y más en el sitio donde está ubicado.
-Bueno el piso lo compró mi madre, murió el año pasado, le gustaba tanto el mar…, la mujer invirtió parte de su herencia en él y en la licencia del taxi, sabía que a mí me gustaba y que hacia mucho tiempo que iba tras conseguirla.
-Lo siento mucho Aníbal, tuvo que ser una gran mujer tu madre. Y tú un buen hijo para complacerla.
-Dejé la universidad para poder cuidar de ella en los últimos momentos de su vida, terminado mi turno cuando volvía a casa, me la llevaba a la playa y dábamos grandes paseos.
Casi de la nada salió un gran rottweiler que saltó sobre Aníbal, sus potentes patas resbalaban sobre el parquet del piso.
-Mírala ella… hola Sabrina, como estás guapa mía.
-Joder que susto, me hubieras podido avisar, me he llevado un susto de muerte.
-Tranquila, es como una gatita grande con la gente que viene conmigo. Con los que traen malas intenciones ni les ladra, se les tira al cuello, pero no se equivoca nunca, no temas nada, desde este momento ella sabe que tú podrás entrar y salir de casa sin problemas, eso sí, procurará lamerte las manos o buscará jugar contigo.
-Bueno, es un consuelo, seguro que ya me conoce.
-Claro que sí mujer, las personas nos equivocamos pero los perros no, nunca, captan la química que desprendemos, acaríciala y verás.
Eso es lo que ha hecho Tara, la ha llamado por su nombre y la perra se acerca a ella moviendo descontroladamente la parte trasera de las patas, mueve incesantemente la cola, los cuatro dedos de cola que tiene, porque de hecho no parece tener. Sabrina se regala con los mimos de Tara, se echa con la barriga al aire para que la acaricie, luego, efectivamente, busca sus manos para lamerlas.
-Fue el último regalo de mi madre…
Aníbal se queda un momento pensativo, sentado en una silla, de lado a la mesa del comedor cocina, enciende un cigarrillo y a mitad de consumirlo lo apaga. Le enseña a Tara las dependencias de la casa, tiene poco más de sesenta metros cuadrados, pero muy bien pensados, un baño completo con el jacuzzi, otro más pequeño con una mampara que separa la ducha del inodoro, y un gran espejo sobre el lavamanos, que su madre gravó a mano, siguiendo los pasos de una escuela de artes manuales. El dormitorio doble que está impoluto y donde nadie ha dormido aparte de su madre, luz indirecta, persianas mecanizadas, estantes con libros de novela histórica y libros de filosofía. Con el baño pequeño por medio, otra habitación sencilla con cama de metro diez, ahí es donde duerme Aníbal, todo está limpio, bien ordenado.
-Por el momento si quieres puedes dormir en la habitación grande, estarás más a gusto, hasta que decidas que hacer. No tengas reparo alguno en dormir en esta cama, mi madre pasó los últimos meses en el Hospital del Mar.
-Gracias Aníbal, pero es que no quiero causarte molestias, me sabe mal, aunque por otro lado, cierto, tendré que dormir en algún sitio.
-Pues ahí lo tienes, este espacio es tuyo hasta cuando quieras, te daré una copia de las llaves de casa. Confío en que vendrás algún día con nosotros a pasear por la playa, que te parece Sabrina dirá que sí.
Tara ha estado unos meses viviendo con su anfitrión, han intimado, han llegado a quererse, pero esta mañana cuando ha entrado en casa Aníbal, a las seis y diez de la mañana, ya no estaba. Le ha dejado una nota sobre el mármol de la cocina americana, dice así “Querido Aníbal, no merezco tanto como tú me has dado, necesito un poco de aire nuevo, es difícil de explicar… Te prometo volver dentro de poco para hablarte de mi blues”.


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