miércoles, 11 de junio de 2014

NO SABÍA VOLAR.

           
                              NO SABÍA VOLAR


Es tan habitual… tan fácil caer en la tentación de pensar que uno a determinada edad, con determinada experiencia, ya lo sabe todo. ¡Mira ya sé volar…!, cuando lo que está uno aprendiendo a hacer, es simplemente, desplegar las alas en lo alto del nido, comenzar a batirlas, y desprenderse de todas las pequeñas plumas, que son un lastre más que un apoyo para echarse a volar de verdad.
Y es que no aprendemos coño, por más tiempo que pase, por más que nos digan, queremos que las cosas sean cuando nosotros queremos, y como nosotros queremos. En determinado momento de la vida, si no lo logramos, poco nos importa embarrancar a quién sea, con tal de lograr nuestro objetivo.
Yo era un polluelo pelón, con más cabeza que cuerpo, lo que más me abultaba en el melón eran los ojos, ¡que peazo ojos tenía oye!, una cosa bárbara, pero estaba ciego perdido, solo percibía ruidos, oía, que no olía el aleteo de mis padres cuando me traían comida al nido, y andaba a hostias con mis hermanos haber quién era el que se llevaba “el gato al agua”. ¡Un frio que pasaba…!, joder que no tenía plumas, así pues no tenía “pluma” todavía… que luego…
Hay me tienes pues, con unas patas exageradamente grandes, unos ojos casi inservibles, y la piel de gallina continuamente, con un hermano, no sé si varón o hembra, que me disputaba la comida y a mí, a picotazos con él para comérmelo yo todo, en la medida de lo posible claro. Joder, quería crecer, ¿Qué le iba yo a hacer?, nadie me lo podía recriminar, o yo o él. Un buen día comenzó a llover, caía agua a espuertas, y en una de las ocasiones que levanto  la vista, veo a mi hermano muerto, estaba flaquito el pobre, ¡no comía apenas!, no lamenté su muerte, todavía no sabía nada de lo que me esperaba.
Como sea que en el nido no tenía espejo en el que mirarme, no me apercibí del tamaño que alcanzaba, mis padres alternativamente, iban y venían con comida, esta vez para mi solo. Aparecieron las plumas, las primeras frágiles, y descoloridas, después las definitivas, mi vista se agudizó, veía la hostia de lejos. Aleteaba pero no podía volar, me cago en la leche, ¡con las ganas que tenía de recorrer el cielo!, hacer piruetas como mis padres hacían, cazaban en pleno vuelo palomas, y otras aves. ¡Que envidia leche!. Y como quién no quiere la cosa, me pongo a ensayar en el nido y comienzo a elevarme de él, al principio poco, unos centímetros apenas, luego a base de practicar diariamente, me aventuré a salir, a dar una vuelta.
Mira, poco me imaginaba el placer que sentiría en todo mi cuerpo, el viento me golpeaba, pero yo, esquivaba las ráfagas que me apartaban de mi objetivo, y sin saber como, me encontré lejos de mi nido, estaba viviendo solo en un piso, con todas mis cosas, no podía envidiar a nadie, allí lo tenía todo, tampoco puedo decir que era un piso de ensueño, era un lugar digno, limpio y con un buen vecindario. Todos me dieron la bienvenida, alguna vecina me preguntó de donde venía, que hacía, o sea a que me dedicaba, pero yo estaba decidido a ir a la mía.
Me equivocaba, creo que esto debe ir a caracteres, porque un día cuando iba a la compra, me encontré con otro recién salido del nido, congeniamos, nos tomamos un refresco en un bar y lo vi un poco perdido, era un pájaro como yo, guapo, alto, rápido de reflejos, bueno yo lo defino así para que no haya equívocos, era sexi oye, y punto.
Me fijé en sus rasgos, en su forma de decir las cosas, en los ademanes que hacía y en como vestía. Me reveló que vivía con unos tíos suyos, que tenían unas ganas inmensas por perderlo de vista, se quedaron con todo lo que tenían sus padres una vez que fallecieron, en un accidente de tráfico perdieron la vida. ¡Joder…!, no supe más que cogerlo del hombro, y acercarme a él, rompió a llorar el pobre. Así de pronto, se me ocurrió decirle que porqué no venía a vivir conmigo, sin compromiso alguno, y abrió aquellos ojos verdes, grandes y casi hechiceros diría. Si me contestaba que sí, no podría negarme a aceptar, no sé si me precipité al ofrecerle mi casa, pero me contestó que me contestaría en un par de días.
¡Que dos días pasé rediós! En cuarenta y ocho horas no me lo saqué de la cabeza, me lo imaginaba cocinando conmigo, sentados ambos en el sofá de casa, apoyados el uno sobre el otro, acariciándonos el uno al otro. Luego, durmiendo juntos en la cama de matrimonio que estaba hasta aquel día vacía, solo con mi presencia, fría.
Me llamó al trabajo  Oye, que he pensado mucho en ti y en tu ofrecimiento, y… ¿Qué dime aceptas? Pues sí, ya lo he hablado con mis tíos, no les he dicho nada acerca de donde ni con quién voy a vivir, ellos creen que he encontrado a alguna chica ¿qué te parece? Ja,ja,ja. Bueno, ¿y cuando te trasladas? Mañana comenzaré a traer cosas, después del trabajo me acercaré aquí con algunas cosas, me quedaré contigo y el sábado ya estaré instalado, espero. ¡Cómo espero este momento, no te lo puedes ni imaginar! Yo también, me hace mucha ilusión que estemos juntos.
¡Unas plumas que tenía yo! Eran la envidia de cualquier otra ave, no sé si él también las envidiaba pero de cualquier modo, a partir de entonces -nunca se puede decir hasta cuando-, aletearíamos juntos, mostrándonos a los demás, como dos aves excepcionales. Tendríamos todo el cielo para nosotros, eso es una de las cosas buenas que tiene la vida, que no hay fronteras para el amor, que nadie decide por ti, que no hay imposiciones de ningún tipo.
Jamás he volado tanto ni tan bien que junto a él, ¡es impresionante lo que llegamos a hacer bajo aquel cielo azul! Yo, apenas sabía volar, ahora estaba subiendo cada vez, más y más alto, dejándome llevar junto a él, por las corrientes térmicas que ascendían desde la tierra, hasta alcanzar las estrellas. Ambos, descubrimos paraísos celestiales, los dos, rozábamos nuestras alas en las alturas, chocábamos nuestros cuerpos, nos cogíamos con las garras, hasta que perdíamos el equilibrio, para soltarnos después y haciendo trabajar a nuestras plumas remeras, ascender en una especie de rito, que pocos podían comprender.
No hay noches ni días, sol ni luna, que nos apee de nuestras ansias de seguir juntos. Es posible que un día, algo o alguien, se cruce en estos vuelos excepcionales que practicamos siempre que nuestras fuerzas nos lo permiten, no lo sé, tampoco me importa, lo importante es sin duda alguna, que después de alzar el vuelo del nido, he tenido a mi lado a alguien que me ha enseñado a perfeccionar mi vuelo.


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