lunes, 9 de junio de 2014

CONFÍA EN MÍ.


                           CONFÍA EN MÍ


Es jueves por la tarde, las hojas de los árboles de los plataneros, hacen de alfombra para las gentes que toman este paseo, unos como atajo para ir a determinados lugares, otros para pasear simplemente, justo en mitad de esta rambla, se haya como siempre, el hombre del bastón con gabardina un viejo que acompañado por un bastón, saca de su bolsillo migajas de pan para dar de comer a las palomas. A su alrededor, decenas de palomas se agolpan para recibir la acostumbrada comida. Un municipal, se le acerca y le dice, que está prohibido dar de comer a las palomas, que es una orden municipal.
El viejo, ha levantado la cabeza para escuchar lo que le dice el agente, pero de inmediato, se vuelve a meter la mano en el bolsillo y sigue con su tarea. El agente vuelve a hablar pero el hombre, ahora, levanta su cabeza y se queda mirando fijamente al municipal. Este, tiene que apartar la mirada del viejo, se siente incómodo con su mirada, como amenazado por aquellos ojos grises, pequeños pero penetrantes. Se da la vuelta y sigue con su ronda sin más, al final de la rambla, vuelve la vista un momento para mirar al viejo, ha desaparecido, ya no está.
Instintivamente lo busca con la mirada, hay bastante gente por la calle, pero él está acostumbrado a buscar hasta entre las sombras, para esto está entrenado como policía. Al final, lo ve delante de una pequeña tienda de juguetes, el hombre está observando un pequeño tren, que circula en pequeños círculos, alrededor de un pequeño bosque artificial. En el estante lateral, hay máquinas de tren, vagones y tramos de vías en cajas de cartón con el frontal transparente.
El agente al verlo allí parado, apoyado sobre su bastón, no puede menos que sonreír, mueve la cabeza a un lado y otro, se saca la gorra de plato y se rasca la cabeza con la misma mano. Oye, ¿tú te has dado cuenta del hombre este que se pone en la rambla, a dar de comer a las palomas? –comenta con un compañero en el cambio de turno- Sí y tanto, no hay forma de hacerlo desistir de su empeño, siempre está con lo mismo. Un día que me paré a hablar con él, me dijo que las palomas necesitaban como cualquier otro animal, poder confiar en alguien, y que él sentía la obligación de que aquellas palomas pudieran confiar en el hombre.
Pues yo creo que este hombre está un poco loco, puede hacer otras muchas cosas para ayudar a otros. Sí, pero el argumenta, que a las palomas las matan, se les da caza sin razón alguna, ¡ve tú a saber lo que pasa por la cabeza de la gente mayor…! Va, bobadas, las palomas llevan consigo un montón de enfermedades, por eso se las caza, para que no infecten a la gente. Ya pero… que quieres que te diga, ¡hay tantas cosas que matan a la gente que no son precisamente las palomas!
Vuelve a su casa, y cuando lo hace, después de saludar a la familia, Paula está sobre la alfombra jugando con los hamsters. ¿Qué, no vienes a darle un beso a papá? Hola papi, ¡me parece que Pili está preñada !, míralos los dos juntos, no se mueven de este rincón de la jaula. Ya sabes que no me gustan las ratas esas. Pero ¿por qué? si son la mar de bonitas, además no son ratas, son conejitos pequeños. Lo que tú digas, pero no me gustan eha. Pues alguien los tiene que cuidar, me comprometí a hacerlo yo cuando los compramos.
Ese comentario de su hija, ha hecho que resonaran en su mente, las palabras que el viejo le dijo a su compañero en su día. Mientras está sentado delante del televisor, piensa en el viejo y las palomas, que la paloma siempre ha sido un símbolo de paz, de alegría, cuando hay celebraciones especiales, acontecimientos deportivos como las olimpiadas, se sueltan miles de palomas, que escapan por el cielo en busca de libertad. Por otra parte, una ordenanza municipal, prohíbe dar de comer a las palomas en la ciudad, bajo sanción a quién lo haga. ¡Que mundo este tan contradictorio!
Su esposa pone la cena, una ensalada y codornices escabechadas, antes de clavar el diente a una de ellas, se imagina que es una de esas palomas pequeñas, a su mente, acude la imagen de palomitas de pocas semanas, que han sido cazadas con las redes que, periódicamente, el ayuntamiento, mediante una empresa, hace de las palomas de la ciudad. Se le quitan las ganas de comer, solo pica de la ensalada, y luego, corta un trozo de queso curado que come poco a poco en compañía de un trozo de pan. ¡Fíjate tú!, nosotros también necesitamos el pan para alimentarnos –piensa-.
Sin saber muy bien porqué, ha comenzado el día de guardia, acercándose a la rambla, para saber si el viejo está allí, haciendo lo de cada día, dar de comer a las palomas. No va con la intención de sancionarlo, que va, solo es la curiosidad de saber si está allí, como si no hubiera visto jamás a nadie dar de comer a las palomas. Todavía no ha llegado, da una vuelta por la rambla y como por ensalmo, cuando se da la vuelta, ya está el viejo sentado en el banco, rodeado de palomas, algunas se le suben en los hombros, el agente sonríe, le da la impresión de estar viendo a un espantapájaros, que en lugar de espantar los atrae. Con paso temeroso, se acerca a él. Que hay señor, de nuevo con su trabajo ¿no? Pues mire usted, sí, no tienen a nadie más a quién acudir, salvo este rinconcito, no van mucho más lejos, saben lo que les pasa a muchas de sus compañeras, aunque no lo parezca.
Ahora recuerda el agente, que hace muchos años, cuando era pequeño, su padre llevaba a sus hermanos y a él, a la plaza delante de la estación de tren, allí había un retratista, que les hizo una vez una foto rodeados de palomas, compraban unas bolsas de mixtura, por la que las palomas se volvían locas y entonces, cuando las palomas revoloteaban a su alrededor y se paraban sobre ellos, les hacía una foto, que a los pocos minutos se llevaban para casa ya editada. ¿Sabe usted de que me acuerdo ahora?, cuando era pequeño, mi padre nos traía aquí, bueno donde ahora hay la rotonda, entonces había allí una fuente muy hermosa, tengo un retrato en casa junto con mis dos hermanos, rodeados de palomas, un retratista se ganaba la vida allí haciendo fotos con las palomas.
Sí, ya lo sé. ¿Cómo va usted a saberlo, lo conoció? Si señor, era yo.



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