domingo, 8 de junio de 2014

EL TRANSPORTE.

                                       EL TRANSPORTE.

-Ve  con dios Gonzalo, y si  puede ser, ve poco a poco y vuelve deprisa, aquí se te necesita.
-No se preocupe vuestra merced, que se me enseñó a ser cumplidor en todo lo que se me encomienda.
El mulo es grande, también el carro que lleva consigo la preciada carga, una gran bota de vino sujeta con cadenas, a la panza del transporte. Hay que tener cuidado con la carga, el vino va y viene con el trajín del camino, y la bota es de madera. Al margen de la carga, Gonzalo lleva consigo, un zurrón con embutidos de su casa, y un odre con vino tinto, su madre le preparó de antemano todo esto, y una hogaza de pan hecho en casa, para el camino.
-Ten cuidado con los bandidos Gonzalo, no te metas en problemas, si te asaltan dales el carro con la carga y procura volver con la mula.
-De eso nada señor, llevo una espada y una daga, haber quién se atreve a meterse conmigo.
-Por dios Gonzalo no hagas eso, no pelees o tu madre me mata luego a mí.
Gonzalo es hijo bastardo de Alfonso el dueño del vino, conoció a su madre antes de casarse y ella tuvo a Gonzalo, después de eso se crió en su casa sin pasar penalidad alguna, era su hijo al fin y al cabo. Pero un hijo secreto, a quién todo el mundo tenía por un trabajador más dentro de la propiedad.
-Bueno ya está todo listo, me voy, hasta dentro de unos días.
-Recuerda, no te metas en problemas con los ladrones, te quiero de vuelta de una pieza.
-Que sí, no se preocupe vuestra merced, a lo sumo dentro de cinco días estoy de vuelta.
La carga que lleva en la bota colgante del carro, es un vino selecto, un rancio dulce que es más que vino una medicina, hasta el rey lo probó un día que iba de camino a Valencia y pasó cerca de su casa. Desde entonces de tanto en cuanto, le venían en nombre del rey, a buscar una barrica para sus majestades, menos mal que era de vez en cuando, porque lo que se llevaban para el rey no lo cobraba nunca, ¡haber quién es el que se atreve a pedirle precio por ese licor de los dioses!
Pronto se perdió de vista el carro, entre las calles de El Albañar, luego de pasar la fuente de San Nicolás, se perdió por los caminos exteriores del pueblo.
Gonzalo hablaba con la mula, cantaba y silbaba en el trayecto, hasta llegar a Pozuelo, todavía le quedaba camino por delante, mucho trecho, la mula se lo tomó con calma, Gonzalo sabía que ese animal en concreto no sabía ir aprisa, pero no le importaba, lo tenía todo calculado.
-Quieto ahí truán, no te muevas del carro o te arranco los ojos y me meo en sus cuencas.
Va, dos bandidos que más que bandidos parecían mendigos. El que hablaba estaba lleno de roñas, de ampollas provocadas por ve a saber tú qué, el segundo, se apoyaba sobre un callado lleno de puntas y se tambaleaba, era flaco, con una barba rala, y unos pelos grasosos, cubiertos con una especie de birrete, que lo hacía todavía más feo de lo que realmente era. Se les notaba a la legua, que no podían sostenerse sobre sus piernas, el que hablaba estaba apoyado sobre una gran piedra al borde del camino, de no estar allí se habría caído al suelo sin remedio, el segundo, el del callado, se apoyaba en él y respiraba con dificultad.
-¿Qué queréis, el vinagre que llevo en la bota? pues llevároslo, os ayudo a desencadenarlo del carro.
-¿Vinagre dices? maldita suerte la nuestra, llevamos dos meses escondidos en el bosque esperando a alguien, y mira tu por donde, pasa un crío con una barrica de vinagre.
-Bueno si queréis comer algo, debo parar aquí para descansar, podemos compartir lo que llevo.
Los mal llamados bandidos, comieron queso en aceite, chorizo y morcón, todo lo regaron con el vino del odre de Gonzalo. No cabían en sí de satisfacción, hasta le dieron las gracias por haberse parado allí. Bebieron más que comieron, la sed es más poderosa que el hambre, pronto se durmieron como dos bebés de pecho. Gonzalo recogió las armas del primero, una buena espada que debería haberle robado a alguien, también la daga, que más que daga, era otra espada de dos filos más pequeña.
Emprendió el camino de nuevo, y al pasar por la ribera de un rio, tiró los hierros desde lo alto del puente que cruzó. Respiró profundamente y siguió su camino, un día y medio más y llegaría a su destino, Pozuelo. Paró a dormir junto a una hospedería, soltó a la mula del carro después de haberlo calzado y la llevó al abrevadero, compró en el establo heno fresco para el animal, y él junto al carro, se recostó sobre un jergón de paja sobre el que viajaba sentado.
Por la mañana, comenzó a salir la gente de la hospedería, dos hombres grandes como torres se le acercaron.
-Buena mula llevas zagal, te la compro.
-No está a la venta, ¿acaso no veis que la estoy aparejando para tirar del carro? no hay trato.
-Te la cambio por la mía hombre, no quiero estafarte ni nada por el estilo.
-Si ya tenéis una ¿para que la queréis señor?
-Esta me gusta más, de manera que no me voy a ir de aquí sin ella.
-Pues tendréis que dar explicaciones al rey, para él es la barrica de vino que llevo en el carro, vuestra merced verá, con acercarme al puesto de guardia y hablarles del incidente…
Sin mediar palabra, los dos hombres sonrientes, cambiaron su expresión por otra mucho más sombría, se dieron la vuelta y subieron a su carro, que ni siquiera habían desaparejado al llegar. La pobre mula se pasó atada al carro toda la noche, babeando y dando coces. Eran molineros, el carro iba cargado hasta los topes, la pobre mula tuvo que arrancar después de varios intentos, sin ser ayudada más que por el látigo, que le castigaba las partes traseras del lomo.
Gonzalo llegó a Pozuelos, a la entrada del pueblo, encontró unas caballerizas y un herrero, paró delante de él y preguntó por la hacienda de don Jacob.
-Tira todo derecho, cuando encuentres las escaleras de la iglesia tuerce a la izquierda, no tiene pérdida, hay una gran verja de hierro, y en el centro de la misma hay labrada una lámpara de siete brazos.
La menorá se dijo a si mismo Gonzalo, esta familia son judíos seguro. Gonzalo conocía la lámpara en cuestión porque acostumbraba a leerle a su madre la Biblia, y allí en el libro de Exodo 25:31-40, venían las instrucciones de dios a Moisés, de cómo quería que se hiciera esta lámpara, originalmente hecha de oro puro. Arreó a su mula y esta pausadamente se dirigió calle arriba hasta llegar a la propiedad de don Jacob. Dio unas cuantas voces antes que saliera alguien a recibirle, la puerta de la casa estaba algo distante de la verja de entrada.
-Que se te ofrece chico.
-Vengo a traer esta barrica de vino de casa de don Alfonso del pueblo de El Albañar.
-Bien, sigue este camino –señalándole con la mano alzada- y encontrarás una gran puerta de madera, es por ahí por donde debes entrar, entre tanto voy a abrirte.
Aquello era el jardín del Edén, por dios, que maravilla, era espectacular, todo un bosque lleno de aromas, con frutales de todo tipo, a media tarde, los jazmines y las madre selvas, llenaban todo aquel jardín con sus perfumes. Gonzalo levantaba la cabeza, tratando de llenarse de aquellos deliciosos aires perfumados, alguien desde el fondo del jardín rió y él se dio cuenta de ello, era una risa femenina, juvenil, bonita por cantarina que sonaba, se dio la vuelta y no vio a nadie, allí en aquel jardín, podía esconderse hasta un elefante sin ser visto, tal era la frondosidad de los alrededores. Como si de un juego se tratara, la risa que sonó en un extremo del jardín, ahora estaba en otro lugar, en la parte contraria volvía a sonar aquella risa. El hombre que lo recibió en la puerta principal se dirigió a él.
-Entra en este almacén chico, pero entra de espaldas a la mula, la barrica debe de descargarse ahí.
Le señaló un potro de madera donde descansaban dos barricas más con sendas cuñas sujetándolas a cada lado.
-Pero es que yo solo no puedo subir la barrica ahí arriba, esto pesa lo suyo señor.
-No te preocupes por eso, tenemos unos aparejos para hacerla subir por una rampa que hay en el extremo, solo tenemos que rodarla y listos.
-A bien, si ese es el caso vamos halla.  ¡Venga Leonor tira hacia atrás bonita, no te pares!
La mula hizo su trabajo sin dificultad, tensando  los músculos de sus cuartos traseros, retrocedió poco a poco siendo sujetada por el aparejo del bocado.
-¡Heyyy para! ¿está bien aquí señor?
-Si aquí vale, ahora desencadena la barrica que la rodaremos hasta la rampa.
Toda la maniobra, hasta subirla y sujetarla con cuñas en lo alto del potro les llevó una hora.
-Muy bien, ahora ven conmigo dentro de la casa que te refrescarás un poco.
-Debo volver señor, tengo un buen trecho desde donde vengo.
-Nada, nada, si mi dueño se entera que has marchado sin entrar en la casa y comer un poco o beber, me echa a la calle. Aquí la hospitalidad es una obligación, un requisito, anda entra.
Poco podía imaginar Gonzalo lo que iba a ver dentro de la casa, rebosaba de riquezas por doquier, de las paredes colgaban riquísimos tapices bordados en oro, escenas bíblicas, uno de aquellos tapices, representaba la escalera que vio Jacob en una visión que llegaba hasta el cielo. Por la casa se veían incensarios de oro, quemando continuamente incienso de un olor exquisito. Camino de la cocina, pasó por delante de una gran biblioteca llena de rollos dentro de vitrinas, también había libros, muchos libros. Un gran tapiz de un exquisito bordado, representaba a los levitas caminando alrededor de la ciudad de Jericó, en el momento que sus muros caían al suelo destruidos por una mano divina, todo aquello era sobrecogedor, caminaba sobre alfombras que parecían riquísimas, el suelo que no cubrían las alfombras, eran de mármol de un color rosáceo.
-Laila sírvele a este muchacho lo que quiera, viene desde lejos y ha trabajado mucho.
-No se preocupe, no tengo hambre, traigo cosas para comer, tengo queso y otras cosas que me han sobrado para la vuelta.
-Anda siéntate en este banco, te voy a poner cordero, no vas a poder rechazarlo, es una de mis especialidades.
Se vio obligado a comer, pero no se arrepintió en absoluto, en cuanto olió el cordero asado, los jugos gástricos comenzaron a reclamar lo suyo. Las tripas comenzaron una guerra sin su permiso, rugían de mala manera, parecía que tuviera dentro de sí, una manada de leones.
-Caramba señora, este cordero está exquisito, no recuerdo cuando fue la última vez que comí carne, es una delicia.
De nuevo a sus espaldas se oyó la risa del jardín, aunque esta vez no se atrevió a volver la cabeza, se quedó como petrificado, la sentía cerca de su cogote, casi notaba su respiración.
-Escucha niña, ¿quieres dejar al muchacho en paz, no ves que está comiendo? no hagas que tenga que hablar con tu padre cuando vuelva a casa. Siempre estás igual Ester, no sé de donde sacas tantas ganas de reír muchacha.
Gonzalo se sonrojó, quizás fuera la reacción de la excelente pitanza lo que le hacía subir los colores, no lo sabía muy bien, luego, se dio cuenta casi de inmediato, que era la presencia de aquella risa lo que le perturbaba. Giró poco a poco la cabeza, y vio una cara medio escondida en el quicio de la puerta de la cocina, solo se apreciaba la mitad del rostro, y una mano blanca que estaba agarrada al marco de la puerta, Gonzalo la saludó en silencio inclinando la cabeza, por fin entró en la cocina, parecía flotar sobre las baldosas, no se le veían los pies, y sus pies aparentemente pequeños, daban la sensación de no andar si no flotar, llevaba un vestido que le llegaba hasta los pies, deliciosamente blanco, como la nieve, sujeto por debajo del busto por una ancha cinta púrpura. Se acercó hasta un aparador donde había una gran fuente de frutas y cogió un pequeño racimo de uvas, luego se sentó frente a él, en el banco, su rostro era angelical, sus ojos, grandes y negros como el fondo de un pozo, y su cabello, negro con destellos de azul profundo, brillante y muy bien cuidado, le llegaba hasta la cintura. Con la espalda completamente recta, sentada y escogiendo las uvas del racimo, sin mirar a Gonzalo le preguntó
-¿Cuál es tu nombre? el mío es Ester.
-Pues… el mío es Gonzalo, es un placer conocerte –al tiempo que le extendía la mano que ella rechazó-.
Claro, mira que soy tonto, con las manos llenas de grasa de comer el cordero, se me ocurre darle la mano, seré estúpido. Esa fue una buena observación, pero aunque hubiera llevado las manos limpias como los chorros del oro, no le habría respondido a aquel saludo, no era costumbre entre los judíos, por lo menos entre hombres y mujeres. Cuando hubo terminado de repasar el plato, sobre todo las ciruelas pasas que complementaban el plato, pidió lavarse las manos.
-Ven aquí, lávate en esta pica, pero no te vayas que tienes que comer los postres.
-Huy no podré, no me cabe ni una aguja.
-No le digas eso a Laila si no se enfadará, sus postres son lo mejor de todo cuanto hace, por lo menos para mí.
Gonzalo se volvió a sentar, Laila puso sobre la mesa, pastelitos de hojaldre, con frutos secos y bañados con miel en una bandeja de plata, no pudo resistir la tentación de comer aunque su estómago le estaba pidiendo que lo dejara reposar un poco, los jugos gástricos, llevaban un tiempo trabajando, para digerir lo que consumió antes de aquellos pastelitos.
-Dices eso porque eres una golosa, siempre comiendo dulces, cuando no es una cosa es otra. Gonzalo ¿sabías que se escapa de casa para ir al mercado a comprar caramelos de miel con especias? como lo oyes, esta chica es un portento a la hora de comer cosas dulces, vamos un pozo sin fondo.
-A lo mejor es por eso que tiene estos bellísimos ojos negros brillantes, y ¿que me dice usted de esa risa espléndida que siempre tiene?, quizás sea debida al deseo de comer azúcares y delicias como las que usted hace…
Ester lo miraba curiosa, estaba saliendo en su defensa y apenas la conocía, aquel muchacho era único a la hora de ganarse el favor de una joven como Ester. Ya no se le subían los colores a Gonzalo, estaba degustando aquella rica variedad de manjares en excelente compañía,  acompañado por aquellas dos mujeres, y un decantador de vino de plata, con un vino especiado, que poco o nada tenía que ver con el que dejó en la bodega. A los pocos minutos llegó el dueño de la propiedad, Jacob, un hombre altísimo, ataviado con una vestidura de riquísimos bordados, que solo dejaba al descubierto la parte baja de las piernas, cubiertas por un pantalón de seda verde, enfundado en unos botines negros. La túnica era lo que sin duda alguna llamaba poderosamente la atención, de color oscuro indefinible, con bordados en cuello y mangas, daba la impresión de ser una pieza única en el mundo. Le preguntó a Ester  sobre este asunto y ella le contestó que sí, que estaba en lo cierto, iba periódicamente a Alejandría a comprar todas las prendas que usaba, una vez por año, de ese modo aprovechaba la ocasión para hacer negocios con la plata, material este, que entonces estaba en uso por la clase baja y media de la sociedad.
-¿Quién eres tú chico?
-Mi nombre es Gonzalo y acabo de traer un tonel de vino de las bodegas de don Alfonso. Vengo de El Albañar señor.
-Ha ya veo, menos mal que ha llegado a tiempo este dichoso vino, voy a probarlo.
-Ahora no se lo recomiendo don Jacob, el vino ahora está muy revuelto después del viaje en carro, le aconsejo que lo deje reposar como mínimo, cinco días, entonces se asentará la madre, y volverá a tener el dulce sabor que usted esperaba.
-Entiendes de vinos no es cierto, ¿te han alquilado para hacer este transporte o eres de la casa de don Alfonso?
-Está en lo cierto, soy empleado de don Alfonso, desde chico me he criado entre viñas y bodegas, toneles para hacer el trasvase, de todo un poco en lo que concierne al vino.
-¿Eres buen catador?
-No sabría decirle, esto no lo puedo decir yo, son los demás los que juzgan si un vino es bueno o no.
-Ven conmigo, vas a probar un par de toneles que tengo en la bodega.
Gonzalo lo siguió, expectante, no sabía a ciencia cierta que era lo que esperaba de él. Al llegar a la bodega, se dirigió a un tonel de no más de cien litros, abrió el grifo de latón y dejó caer de aquel caldo media copa que ya estaba previamente limpia en un estante.
-Caramba señor, este vio es excelente, no tiene menos de ocho años, dulce, suave, con sabor a frutos secos, este caldo, es un caldo de dioses.
Algo entusiasmado, lo llevó hasta otra habitación dentro de la propia bodega, se acercó a una barrica algo más grande y escanció vino en otra copa. Previamente Gonzalo, se había enjuagado la boca con agua, incluso hizo gárgaras para limpiarse el gaznate.
-Toma, prueba este, me interesa mucho que me des tu opinión.
-Sopla, este tiene mucho menos grado que el otro, pero es porque es de diferente lugar, seguramente este vino es castellano, pero aunque sea acompañado con una buena comida, si bebes más de tres copas, acabas medio loco del dolor de cabeza.
-¿Cuándo debes volver a casa de don Alfonso?
-Tan pronto como pueda, don Alfonso es muy rígido a la hora de tratar con los trabajadores, quiero decir que los trata bien, pero es muy exigente. Es lo justo.
-¿Y cuanto te paga si puede saberse?
-Nada, me paga con alojamiento y comida, y de vez en cuando, me compra unos zapatos para poder trabajar, que el campo estropea mucho el calzado, no crea usted.
-Claro, claro, pero esta vez, y dada la amistad que me une a don Alfonso, voy a enviar al Policha de vuelta a casa de don Alfonso, con el carro y la mula. Le voy a proponer un trato que no podrá rechazar, eso si quieres quedarte a servirme como obrero por una temporada. Luego ya se verá, naturalmente trabajarías por un salario, además de techo, comida y ropa. ¿Qué te parece el trato?
-No sé que contestar ahora mismo señor, me ha cogido usted de improviso, no estoy demasiado seguro que le guste ver llegar a su casa de vuelta a un extraño, con Elisa.
-¿Quién es Elisa, no me digas que así se llama la mula?
-Si señor, fui yo quién le puso este nombre, don Alfonso dejó de mi cuenta que le pusiera nombre cuando la trajo a casa.
-Parece un buen animal, de buen porte y muy fuerte.
-Eso ni lo dude, es lo más hermoso que ha parido yegua, y noble que ni le cuento ¡me sabría tan mal no verla más…!
-Pues entonces nos la quedamos, no hay problema, aquí tenemos buenas cuadras, estará como una reina ¿qué te parece? Enviaremos de vuelta el carro a su dueño, con el dinero del vino que has transportado y otro animal. De él dependerá que lo acepte o no.
Gonzalo en ese momento no quería irse, pero se preguntaba interiormente si echaría de menos el ambiente de su casa, los amigos, el trabajo. Una encrucijada, ese era el lugar donde se encontraba, un cruce de caminos, de un lado tenía que dejar de pensar en todo lo que dejaba atrás y por otro, ¡le seducía la idea de estar cerca de Ester! aquella casa, toda aquella riqueza que ahora podría compartir con la nueva familia, ya se sabe que para una persona joven como Gonzalo, todo aquello, le sonaba a campanas celestiales. Don Jacob le puntualizó que habitaría en la casa con ellos, había habitaciones de sobra, una sería para él, además lo enviaría al sastre, para que le hicieran prendas de vestir nuevas, eso incluiría zapatos de verdad, no aquellas toscas sandalias con las que incluso pasaba el invierno, con unos  calcetines de lana debajo. Todo esto lo decidió a quedarse, al margen de lo que pensara don Alfonso, lo comprendería, además, no se marchaba para siempre, por lo menos, ese era su convencimiento.
-No sé si don Alfonso será capaz de encajar ese golpe, creo que será duro para él.
-No te preocupes, déjalo de mi cuenta, yo le convenceré, Alfonso es una persona razonable, y lamentablemente, el dinero compra voluntades hoy día.
A Ester, que seguía la conversación de cerca, le dio un vuelco el corazón, le gustaba Gonzalo, a partir de ahora, tendría con quién poder hablar, y hasta pelearse, en la casa, la tenían al margen de cualquier actividad, que no fueran los estudios, y estar a ratos en la cocina, con Laila, aprendiendo a cocinar y a hacer pasteles, ese era su papel, eso y acompañar a Laila al mercado a hacer las compras diarias, al margen de las comandas que traían a la propiedad, de carnes y pescados, pues aunque eso estaba supervisado por la cocinera, era ella quién hacía los pedidos de estas provisiones de más envergadura. En la casa vivían doce personas, de ahí que Laila estuviera siempre entre los fogones, y que en la parte de atrás de la casa, un cobertizo, diera alojo a montones de leña de todo tipo, junto al carbón de encina.
Cuando su padre y Gonzalo terminaban la conversación, este miró por el chavo del ojo a Ester, estaba en la entrada de la bodega, con la mano en la boca y sonriendo, a la vez que se encogía de hombros. Solo tres años de edad los separaban, Ester dieciséis, Gonzalo diecinueve, ¡menuda edad la de la una y el otro…!
Lo que ignoraban, por lo menos los jóvenes, era lo que estaba sucediendo en el escenario político, los tira y afloja de los reyes católicos entre sí, por razones difíciles de explicar, por ser la política muy enrevesada, y la presión de la iglesia, para que España fuera un estado unificado en cuanto a religión se refería, por eso y otras razones, la Santa Inquisición tenía el papel de expulsar a moriscos y judíos fuera de la piel de toro, so pena de renegar de sus respectivas religiones, y convertirse al catolicismo. Y aún así y todo, no pocos tuvieron que dejar sus haciendas y negocios, por el peligro inminente que sus riquezas pudieran generar, en las mentes de los envidiosos y codiciosos nativos españoles. Entre bambalinas se estaba montando una tela de araña tal, que cuando fuera desplegada, a muchos, no les daría tiempo a huir siquiera. Una combinación letal esa de la religión y la política, aunque en sinagogas y mezquitas, ya se estaban organizando, y hasta incluso muchos de ellos, unos y otros, pactando con el gobierno, para salvar de la quema cuanto pudieran.
Y poco a poco, Ester se fue enamorando de Gonzalo, y él de ella, hasta el punto que ha menudo, de puntillas, por la noche, cuando todo el mundo dormía, se visitaban, o cuando llegó el verano, iban a bañarse juntos por la noche al río. Un lugar casi inaccesible, secreto, aquel romance era secreto, menos para los ojos de Laila, podía oler a Ester a kilómetros de distancia, tal era el conocimiento que tenía de la joven.
-Mira Ester –le dijo un día en el mercado-, este tocado es precioso, cuando te lo vea puesto Gonzalo con el vestido nuevo, enloquecerá.
-¿Qué estás diciendo? ¿De donde has sacado tú que me visto, para que Gonzalo me vea más atractiva? a mí no me importa lo que piense él.
Dejó su cesto sobre una parada y se marchó refunfuñando, con los brazos cruzados en el pecho, Laila la alcanzó.
-Chiquilla… ¿piensas que puedes engañar a quién desde los cinco años ha hecho de madre para ti? no hace falta que te escondas de mí, no te voy a recriminar nada, te quiero más que a mi propia vida Ester, no sería capaz de reprocharte nada, te quiero demasiado.
Ester levantó la vista, la miró con ojos llorosos y se echó a sus brazos, allí bajo las arcadas de piedra de la plaza, rompió a llorar.
-Niña mía, no debes preocuparte, todos tus secretos están seguros conmigo.
-Le amo Laila, le amo perdidamente, se que es peligroso, no es un circunciso, pero a mí me da lo mismo, el amor no sabe de señales físicas ni de apariencias. Sé que mi padre tiene un plan para mí, que me busca un esposo, pero yo no quiero a nadie más que a Gonzalo.
-Hablaremos con tu padre, por lo pronto, deja las cosas como están, yo te diré cuando será el momento adecuado, confía en mí. 
Poco tiempo tuvo para hablar con Jacob del asunto que preocupaba a las dos mujeres, en los siguientes días, el cabeza de familia estuvo más que ocupado, razón tenía, el santo oficio había puesto con permiso del rey Fernando, toda la carne al asador, nunca mejor aplicada la expresión, por donde quiera que se miraba, se veían hogueras arder, no se quemaba el monte, se quemaban los herejes, los que se habían supuestamente revelado contra la corona, los que no admitían bajo concepto alguno renunciar a su religión, a sus creencias, lo que trajo consigo ejecuciones o expropiaciones de propiedades y grandes haciendas con todo lo que contenían. La reina Isabel, no compartía del todo las formas, ella veía la convivencia entre árabes y cristianos como un beneficio para aquella España de entonces, los castellanos mucho más sedentarios de lo que cabía esperar, confiaban en judíos y árabes para que comerciaran, como siempre habían hecho, en consecuencia, pagaban sus tributos, a veces excesivos a la corona, pero callaban mientras obtuvieran beneficios.
Los magros dineros que en ocasiones les quedaban, los multiplicaban rápidamente, y el ciclo se repetía una y otra vez. Isabel estaba más inclinada a que se controlara a aquella población, nada más que eso, pero fuerzas ocultas hasta entonces, flotaron como flota el aceite sobre el agua. La iglesia, y contra la iglesia no cabía lucha alguna, hasta entonces, se conocían papas guerreros, que iban a la guerra a la cabeza de sus ejércitos, ha menudo, ejércitos compuestos de conquistadores y conquistados, soldadesca mercenaria, que venían del gran turco, aportando barcos y armamento.
Lo cierto es, que los judíos y árabes tenían sus días contados en el Reino de España. Pagaron a marqueses y condes, para retrasar lo inevitable, para que intercedieran por ellos  a cambio de auténticas fortunas, todo fue inútil. Para cuando se oyeron de boca de la madre Boabdil el Chico  las palabras “Llora como un niño lo que supiste defender como un hombre”, toda aquella población, que hasta entonces procuró tanta riqueza y progreso a España, estaba condenada a sufrir el destierro o la muerte.
Jacob, en un último intento de salvar lo que tenía, se lo legó todo a Gonzalo, un cristiano, su familia, ahora iban a la iglesia, no podían hablar su lengua bajo pena de muerte, el nuevo dueño cristiano, se casó por la iglesia con su amada Ester, mientras Jacob se retorcía de dolor en su interior, era el único modo de conservar la vida, su hacienda, y si cabe, hacer algo por los suyos. Esperaba que Gonzalo, ahora parte de su familia, sirviera de pantalla para los planes que tenía, pero fue descubierto, en esa época, las paredes tenían orejas, y quién quiera  que fuere, lo traicionó, de modo que se puso al descubierto, a las personas y lugares, donde iban a recogerse los judíos allegados a él y su sinagoga. Todo calló al suelo, como un castillo de arena tocado por la marea, fue puesto a disposición del Santo Oficio y ejecutado en público, Laila fue quemada en efigie, pudo escapar la primera, ahora nadie, ni sus queridas niñas, sabían donde había ido a parar, solo sabían, que vivía en algún lugar de Sierra Morena, nada más, ni donde en concreto, ni con quién, lo cierto es, que buena parte del servicio que vivía en la casa, pudo huir a tiempo. ¿Quién sabe si entre alguno de ellos, estaba el que vendió a su amo? Imposible averiguarlo ahora, tampoco había razón de saberlo, ¿de qué hubiera servido la venganza? ¿y si el señalado, hubiera a su vez señalado a otro como el criminal? Va, absurdo, no servía de nada a pesar de que con solo pensarlo, tanto Ester como Gonzalo lloraban desconsoladamente por aquel desastre, que tan de cerca les había tocado sufrir.
Ester enfermó, unas fiebres extrañas se apoderaron de ella, no la dejaban descansar, soñaba despierta, insultaba a todo aquel que estaba a su lado, incluso a Gonzalo, parecía que el demonio se hubiera apoderado de ella, Gonzalo vendió la propiedad por un precio muy bajo, la cuestión era, tratar de desaparecer de aquel escenario, sus vidas corrían peligro. Alquilaron una pequeña casa en la provincia de Teruel, un lugar casi inaccesible, en mitad de la nada, solo acompañados por Elisa la mula, ahora mucho más dócil y tranquila, los años también pasan para los animales, en los últimos tiempos, llevaba una vida tranquila y solazada, todavía estaba en buena forma, su lomo seguía recto, la cabeza alta y sus músculos bien definidos.
En mitad del invierno, volviendo con Elisa de buscar leña en el monte, se encontró con Ester muerta en la entrada de la casa, estaba casi desnuda, descalza, con el camisón hecho girones y los ojos abiertos, como si estuviera buscando a alguien a quién no lograba encontrar. Veintidós años tenía cuando murió Ester, le costó sudor y muchas lágrimas enterrarla, a cada paso que Elisa daba con el cuerpo de Ester cargado sobre su lomo, envuelto este en la corteza de un árbol, Gonzalo casi caía de dolor al suelo, Elisa ofreciéndolo su hocico le ayudaba a levantarse, llegaron así a una pradería donde parecía que el terreno estaba más blando, cavó un hoyo profundo, lo más que dieron sus fuerzas y sus manos llenas de ampollas, metió con sumo cuidado el cuerpo de Ester en él después de cubrirlo de nuevo, recogió unas piedras grandes para asegurarse que nadie desenterraría a su amada.
Si no hubiera sido por Elisa se habría perdido, andaba como medio dormido, cogido a la cincha de cuero de la mula, esta le llevó de vuelta a casa. A pesar del frio, se quedó sentado en la escalera del porche de la entrada, una chaqueta de piel de cordero y un pantalón del mismo genero, le permitían estar así solo por un poco de tiempo. ¿Has visto Elisa…? Tú i yo comenzamos este transporte, y mira hasta donde hemos llegado, al principio, como cuando recorríamos los caminos solos, maldita sea ¿quieres dejar de comer de una vez?, jodido animal, ¿no te das cuenta de la situación en la que nos encontramos? Que vas tú a saber. Elisa continuaba con su labor, comer del pesebre improvisado que Gonzalo recién llegados a la casa, le construyó.
Han pasado dos años desde estos acontecimientos, ahora, Gonzalo ha vuelto, a la última tarea que le llevó a conocer a Jacob, Ester y Laila, se ha hecho arriero, Elisa parece más contenta, se diría, quién sabe de animales de este tipo, que de nuevo ha encontrado su lugar, su sitio, para  eso la parieron, no para ser un caballo de batallas, ni un hermoso corcel de reyes, siempre ha sido, un mal considerado animal de carga, pero lo cierto es que muchos quisieran haberlo tenido para si.

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