EL
TRANSPORTE.
-Ve con dios Gonzalo, y si puede ser, ve poco a poco y vuelve deprisa,
aquí se te necesita.
-No
se preocupe vuestra merced, que se me enseñó a ser cumplidor en todo lo que se
me encomienda.
El
mulo es grande, también el carro que lleva consigo la preciada carga, una gran
bota de vino sujeta con cadenas, a la panza del transporte. Hay que tener
cuidado con la carga, el vino va y viene con el trajín del camino, y la bota es
de madera. Al margen de la carga, Gonzalo lleva consigo, un zurrón con
embutidos de su casa, y un odre con vino tinto, su madre le preparó de antemano
todo esto, y una hogaza de pan hecho en casa, para el camino.
-Ten
cuidado con los bandidos Gonzalo, no te metas en problemas, si te asaltan dales
el carro con la carga y procura volver con la mula.
-De
eso nada señor, llevo una espada y una daga, haber quién se atreve a meterse
conmigo.
-Por
dios Gonzalo no hagas eso, no pelees o tu madre me mata luego a mí.
Gonzalo
es hijo bastardo de Alfonso el dueño del vino, conoció a su madre antes de
casarse y ella tuvo a Gonzalo, después de eso se crió en su casa sin pasar
penalidad alguna, era su hijo al fin y al cabo. Pero un hijo secreto, a quién
todo el mundo tenía por un trabajador más dentro de la propiedad.
-Bueno
ya está todo listo, me voy, hasta dentro de unos días.
-Recuerda,
no te metas en problemas con los ladrones, te quiero de vuelta de una pieza.
-Que
sí, no se preocupe vuestra merced, a lo sumo dentro de cinco días estoy de
vuelta.
La
carga que lleva en la bota colgante del carro, es un vino selecto, un rancio
dulce que es más que vino una medicina, hasta el rey lo probó un día que iba de
camino a Valencia y pasó cerca de su casa. Desde entonces de tanto en cuanto,
le venían en nombre del rey, a buscar una barrica para sus majestades, menos
mal que era de vez en cuando, porque lo que se llevaban para el rey no lo
cobraba nunca, ¡haber quién es el que se atreve a pedirle precio por ese licor
de los dioses!
Pronto
se perdió de vista el carro, entre las calles de El Albañar, luego de pasar la
fuente de San Nicolás, se perdió por los caminos exteriores del pueblo.
Gonzalo
hablaba con la mula, cantaba y silbaba en el trayecto, hasta llegar a Pozuelo,
todavía le quedaba camino por delante, mucho trecho, la mula se lo tomó con
calma, Gonzalo sabía que ese animal en concreto no sabía ir aprisa, pero no le
importaba, lo tenía todo calculado.
-Quieto
ahí truán, no te muevas del carro o te arranco los ojos y me meo en sus
cuencas.
Va,
dos bandidos que más que bandidos parecían mendigos. El que hablaba estaba
lleno de roñas, de ampollas provocadas por ve a saber tú qué, el segundo, se
apoyaba sobre un callado lleno de puntas y se tambaleaba, era flaco, con una
barba rala, y unos pelos grasosos, cubiertos con una especie de birrete, que lo
hacía todavía más feo de lo que realmente era. Se les notaba a la legua, que no
podían sostenerse sobre sus piernas, el que hablaba estaba apoyado sobre una
gran piedra al borde del camino, de no estar allí se habría caído al suelo sin
remedio, el segundo, el del callado, se apoyaba en él y respiraba con
dificultad.
-¿Qué
queréis, el vinagre que llevo en la bota? pues llevároslo, os ayudo a
desencadenarlo del carro.
-¿Vinagre
dices? maldita suerte la nuestra, llevamos dos meses escondidos en el bosque
esperando a alguien, y mira tu por donde, pasa un crío con una barrica de
vinagre.
-Bueno
si queréis comer algo, debo parar aquí para descansar, podemos compartir lo que
llevo.
Los
mal llamados bandidos, comieron queso en aceite, chorizo y morcón, todo lo
regaron con el vino del odre de Gonzalo. No cabían en sí de satisfacción, hasta
le dieron las gracias por haberse parado allí. Bebieron más que comieron, la
sed es más poderosa que el hambre, pronto se durmieron como dos bebés de pecho.
Gonzalo recogió las armas del primero, una buena espada que debería haberle
robado a alguien, también la daga, que más que daga, era otra espada de dos
filos más pequeña.
Emprendió
el camino de nuevo, y al pasar por la ribera de un rio, tiró los hierros desde
lo alto del puente que cruzó. Respiró profundamente y siguió su camino, un día
y medio más y llegaría a su destino, Pozuelo. Paró a dormir junto a una
hospedería, soltó a la mula del carro después de haberlo calzado y la llevó al
abrevadero, compró en el establo heno fresco para el animal, y él junto al
carro, se recostó sobre un jergón de paja sobre el que viajaba sentado.
Por
la mañana, comenzó a salir la gente de la hospedería, dos hombres grandes como
torres se le acercaron.
-Buena
mula llevas zagal, te la compro.
-No
está a la venta, ¿acaso no veis que la estoy aparejando para tirar del carro?
no hay trato.
-Te
la cambio por la mía hombre, no quiero estafarte ni nada por el estilo.
-Si
ya tenéis una ¿para que la queréis señor?
-Esta
me gusta más, de manera que no me voy a ir de aquí sin ella.
-Pues
tendréis que dar explicaciones al rey, para él es la barrica de vino que llevo
en el carro, vuestra merced verá, con acercarme al puesto de guardia y
hablarles del incidente…
Sin
mediar palabra, los dos hombres sonrientes, cambiaron su expresión por otra
mucho más sombría, se dieron la vuelta y subieron a su carro, que ni siquiera
habían desaparejado al llegar. La pobre mula se pasó atada al carro toda la
noche, babeando y dando coces. Eran molineros, el carro iba cargado hasta los
topes, la pobre mula tuvo que arrancar después de varios intentos, sin ser
ayudada más que por el látigo, que le castigaba las partes traseras del lomo.
Gonzalo
llegó a Pozuelos, a la entrada del pueblo, encontró unas caballerizas y un
herrero, paró delante de él y preguntó por la hacienda de don Jacob.
-Tira
todo derecho, cuando encuentres las escaleras de la iglesia tuerce a la
izquierda, no tiene pérdida, hay una gran verja de hierro, y en el centro de la
misma hay labrada una lámpara de siete brazos.
La
menorá se dijo a si mismo Gonzalo, esta familia son judíos seguro. Gonzalo
conocía la lámpara en cuestión porque acostumbraba a leerle a su madre la
Biblia, y allí en el libro de Exodo 25:31-40, venían las instrucciones de dios
a Moisés, de cómo quería que se hiciera esta lámpara, originalmente hecha de
oro puro. Arreó a su mula y esta pausadamente se dirigió calle arriba hasta
llegar a la propiedad de don Jacob. Dio unas cuantas voces antes que saliera
alguien a recibirle, la puerta de la casa estaba algo distante de la verja de
entrada.
-Que
se te ofrece chico.
-Vengo
a traer esta barrica de vino de casa de don Alfonso del pueblo de El Albañar.
-Bien,
sigue este camino –señalándole con la mano alzada- y encontrarás una gran
puerta de madera, es por ahí por donde debes entrar, entre tanto voy a abrirte.
Aquello
era el jardín del Edén, por dios, que maravilla, era espectacular, todo un
bosque lleno de aromas, con frutales de todo tipo, a media tarde, los jazmines y
las madre selvas, llenaban todo aquel jardín con sus perfumes. Gonzalo
levantaba la cabeza, tratando de llenarse de aquellos deliciosos aires
perfumados, alguien desde el fondo del jardín rió y él se dio cuenta de ello,
era una risa femenina, juvenil, bonita por cantarina que sonaba, se dio la
vuelta y no vio a nadie, allí en aquel jardín, podía esconderse hasta un
elefante sin ser visto, tal era la frondosidad de los alrededores. Como si de
un juego se tratara, la risa que sonó en un extremo del jardín, ahora estaba en
otro lugar, en la parte contraria volvía a sonar aquella risa. El hombre que lo
recibió en la puerta principal se dirigió a él.
-Entra
en este almacén chico, pero entra de espaldas a la mula, la barrica debe de
descargarse ahí.
Le
señaló un potro de madera donde descansaban dos barricas más con sendas cuñas
sujetándolas a cada lado.
-Pero
es que yo solo no puedo subir la barrica ahí arriba, esto pesa lo suyo señor.
-No
te preocupes por eso, tenemos unos aparejos para hacerla subir por una rampa
que hay en el extremo, solo tenemos que rodarla y listos.
-A
bien, si ese es el caso vamos halla.
¡Venga Leonor tira hacia atrás bonita, no te pares!
La
mula hizo su trabajo sin dificultad, tensando
los músculos de sus cuartos traseros, retrocedió poco a poco siendo
sujetada por el aparejo del bocado.
-¡Heyyy
para! ¿está bien aquí señor?
-Si
aquí vale, ahora desencadena la barrica que la rodaremos hasta la rampa.
Toda
la maniobra, hasta subirla y sujetarla con cuñas en lo alto del potro les llevó
una hora.
-Muy
bien, ahora ven conmigo dentro de la casa que te refrescarás un poco.
-Debo
volver señor, tengo un buen trecho desde donde vengo.
-Nada,
nada, si mi dueño se entera que has marchado sin entrar en la casa y comer un
poco o beber, me echa a la calle. Aquí la hospitalidad es una obligación, un
requisito, anda entra.
Poco
podía imaginar Gonzalo lo que iba a ver dentro de la casa, rebosaba de riquezas
por doquier, de las paredes colgaban riquísimos tapices bordados en oro,
escenas bíblicas, uno de aquellos tapices, representaba la escalera que vio
Jacob en una visión que llegaba hasta el cielo. Por la casa se veían
incensarios de oro, quemando continuamente incienso de un olor exquisito.
Camino de la cocina, pasó por delante de una gran biblioteca llena de rollos
dentro de vitrinas, también había libros, muchos libros. Un gran tapiz de un
exquisito bordado, representaba a los levitas caminando alrededor de la ciudad
de Jericó, en el momento que sus muros caían al suelo destruidos por una mano
divina, todo aquello era sobrecogedor, caminaba sobre alfombras que parecían
riquísimas, el suelo que no cubrían las alfombras, eran de mármol de un color
rosáceo.
-Laila
sírvele a este muchacho lo que quiera, viene desde lejos y ha trabajado mucho.
-No
se preocupe, no tengo hambre, traigo cosas para comer, tengo queso y otras
cosas que me han sobrado para la vuelta.
-Anda
siéntate en este banco, te voy a poner cordero, no vas a poder rechazarlo, es
una de mis especialidades.
Se
vio obligado a comer, pero no se arrepintió en absoluto, en cuanto olió el
cordero asado, los jugos gástricos comenzaron a reclamar lo suyo. Las tripas
comenzaron una guerra sin su permiso, rugían de mala manera, parecía que
tuviera dentro de sí, una manada de leones.
-Caramba
señora, este cordero está exquisito, no recuerdo cuando fue la última vez que
comí carne, es una delicia.
De
nuevo a sus espaldas se oyó la risa del jardín, aunque esta vez no se atrevió a
volver la cabeza, se quedó como petrificado, la sentía cerca de su cogote, casi
notaba su respiración.
-Escucha
niña, ¿quieres dejar al muchacho en paz, no ves que está comiendo? no hagas que
tenga que hablar con tu padre cuando vuelva a casa. Siempre estás igual Ester,
no sé de donde sacas tantas ganas de reír muchacha.
Gonzalo
se sonrojó, quizás fuera la reacción de la excelente pitanza lo que le hacía
subir los colores, no lo sabía muy bien, luego, se dio cuenta casi de
inmediato, que era la presencia de aquella risa lo que le perturbaba. Giró poco
a poco la cabeza, y vio una cara medio escondida en el quicio de la puerta de
la cocina, solo se apreciaba la mitad del rostro, y una mano blanca que estaba
agarrada al marco de la puerta, Gonzalo la saludó en silencio inclinando la
cabeza, por fin entró en la cocina, parecía flotar sobre las baldosas, no se le
veían los pies, y sus pies aparentemente pequeños, daban la sensación de no
andar si no flotar, llevaba un vestido que le llegaba hasta los pies,
deliciosamente blanco, como la nieve, sujeto por debajo del busto por una ancha
cinta púrpura. Se acercó hasta un aparador donde había una gran fuente de
frutas y cogió un pequeño racimo de uvas, luego se sentó frente a él, en el
banco, su rostro era angelical, sus ojos, grandes y negros como el fondo de un
pozo, y su cabello, negro con destellos de azul profundo, brillante y muy bien
cuidado, le llegaba hasta la cintura. Con la espalda completamente recta,
sentada y escogiendo las uvas del racimo, sin mirar a Gonzalo le preguntó
-¿Cuál
es tu nombre? el mío es Ester.
-Pues…
el mío es Gonzalo, es un placer conocerte –al tiempo que le extendía la mano
que ella rechazó-.
Claro,
mira que soy tonto, con las manos llenas de grasa de comer el cordero, se me
ocurre darle la mano, seré estúpido. Esa fue una buena observación, pero aunque
hubiera llevado las manos limpias como los chorros del oro, no le habría
respondido a aquel saludo, no era costumbre entre los judíos, por lo menos
entre hombres y mujeres. Cuando hubo terminado de repasar el plato, sobre todo
las ciruelas pasas que complementaban el plato, pidió lavarse las manos.
-Ven
aquí, lávate en esta pica, pero no te vayas que tienes que comer los postres.
-Huy
no podré, no me cabe ni una aguja.
-No
le digas eso a Laila si no se enfadará, sus postres son lo mejor de todo cuanto
hace, por lo menos para mí.
Gonzalo
se volvió a sentar, Laila puso sobre la mesa, pastelitos de hojaldre, con
frutos secos y bañados con miel en una bandeja de plata, no pudo resistir la
tentación de comer aunque su estómago le estaba pidiendo que lo dejara reposar
un poco, los jugos gástricos, llevaban un tiempo trabajando, para digerir lo
que consumió antes de aquellos pastelitos.
-Dices
eso porque eres una golosa, siempre comiendo dulces, cuando no es una cosa es
otra. Gonzalo ¿sabías que se escapa de casa para ir al mercado a comprar
caramelos de miel con especias? como lo oyes, esta chica es un portento a la
hora de comer cosas dulces, vamos un pozo sin fondo.
-A
lo mejor es por eso que tiene estos bellísimos ojos negros brillantes, y ¿que
me dice usted de esa risa espléndida que siempre tiene?, quizás sea debida al
deseo de comer azúcares y delicias como las que usted hace…
Ester
lo miraba curiosa, estaba saliendo en su defensa y apenas la conocía, aquel
muchacho era único a la hora de ganarse el favor de una joven como Ester. Ya no
se le subían los colores a Gonzalo, estaba degustando aquella rica variedad de
manjares en excelente compañía,
acompañado por aquellas dos mujeres, y un decantador de vino de plata,
con un vino especiado, que poco o nada tenía que ver con el que dejó en la
bodega. A los pocos minutos llegó el dueño de la propiedad, Jacob, un hombre
altísimo, ataviado con una vestidura de riquísimos bordados, que solo dejaba al
descubierto la parte baja de las piernas, cubiertas por un pantalón de seda
verde, enfundado en unos botines negros. La túnica era lo que sin duda alguna
llamaba poderosamente la atención, de color oscuro indefinible, con bordados en
cuello y mangas, daba la impresión de ser una pieza única en el mundo. Le
preguntó a Ester sobre este asunto y
ella le contestó que sí, que estaba en lo cierto, iba periódicamente a
Alejandría a comprar todas las prendas que usaba, una vez por año, de ese modo
aprovechaba la ocasión para hacer negocios con la plata, material este, que
entonces estaba en uso por la clase baja y media de la sociedad.
-¿Quién
eres tú chico?
-Mi
nombre es Gonzalo y acabo de traer un tonel de vino de las bodegas de don
Alfonso. Vengo de El Albañar señor.
-Ha
ya veo, menos mal que ha llegado a tiempo este dichoso vino, voy a probarlo.
-Ahora
no se lo recomiendo don Jacob, el vino ahora está muy revuelto después del
viaje en carro, le aconsejo que lo deje reposar como mínimo, cinco días,
entonces se asentará la madre, y volverá a tener el dulce sabor que usted
esperaba.
-Entiendes
de vinos no es cierto, ¿te han alquilado para hacer este transporte o eres de
la casa de don Alfonso?
-Está
en lo cierto, soy empleado de don Alfonso, desde chico me he criado entre viñas
y bodegas, toneles para hacer el trasvase, de todo un poco en lo que concierne
al vino.
-¿Eres
buen catador?
-No
sabría decirle, esto no lo puedo decir yo, son los demás los que juzgan si un
vino es bueno o no.
-Ven
conmigo, vas a probar un par de toneles que tengo en la bodega.
Gonzalo
lo siguió, expectante, no sabía a ciencia cierta que era lo que esperaba de él.
Al llegar a la bodega, se dirigió a un tonel de no más de cien litros, abrió el
grifo de latón y dejó caer de aquel caldo media copa que ya estaba previamente
limpia en un estante.
-Caramba
señor, este vio es excelente, no tiene menos de ocho años, dulce, suave, con
sabor a frutos secos, este caldo, es un caldo de dioses.
Algo
entusiasmado, lo llevó hasta otra habitación dentro de la propia bodega, se
acercó a una barrica algo más grande y escanció vino en otra copa. Previamente
Gonzalo, se había enjuagado la boca con agua, incluso hizo gárgaras para
limpiarse el gaznate.
-Toma,
prueba este, me interesa mucho que me des tu opinión.
-Sopla,
este tiene mucho menos grado que el otro, pero es porque es de diferente lugar,
seguramente este vino es castellano, pero aunque sea acompañado con una buena
comida, si bebes más de tres copas, acabas medio loco del dolor de cabeza.
-¿Cuándo
debes volver a casa de don Alfonso?
-Tan
pronto como pueda, don Alfonso es muy rígido a la hora de tratar con los
trabajadores, quiero decir que los trata bien, pero es muy exigente. Es lo
justo.
-¿Y
cuanto te paga si puede saberse?
-Nada,
me paga con alojamiento y comida, y de vez en cuando, me compra unos zapatos
para poder trabajar, que el campo estropea mucho el calzado, no crea usted.
-Claro,
claro, pero esta vez, y dada la amistad que me une a don Alfonso, voy a enviar
al Policha de vuelta a casa de don Alfonso, con el carro y la mula. Le voy a
proponer un trato que no podrá rechazar, eso si quieres quedarte a servirme
como obrero por una temporada. Luego ya se verá, naturalmente trabajarías por
un salario, además de techo, comida y ropa. ¿Qué te parece el trato?
-No
sé que contestar ahora mismo señor, me ha cogido usted de improviso, no estoy
demasiado seguro que le guste ver llegar a su casa de vuelta a un extraño, con
Elisa.
-¿Quién
es Elisa, no me digas que así se llama la mula?
-Si
señor, fui yo quién le puso este nombre, don Alfonso dejó de mi cuenta que le
pusiera nombre cuando la trajo a casa.
-Parece
un buen animal, de buen porte y muy fuerte.
-Eso
ni lo dude, es lo más hermoso que ha parido yegua, y noble que ni le cuento ¡me
sabría tan mal no verla más…!
-Pues
entonces nos la quedamos, no hay problema, aquí tenemos buenas cuadras, estará
como una reina ¿qué te parece? Enviaremos de vuelta el carro a su dueño, con el
dinero del vino que has transportado y otro animal. De él dependerá que lo
acepte o no.
Gonzalo
en ese momento no quería irse, pero se preguntaba interiormente si echaría de
menos el ambiente de su casa, los amigos, el trabajo. Una encrucijada, ese era
el lugar donde se encontraba, un cruce de caminos, de un lado tenía que dejar
de pensar en todo lo que dejaba atrás y por otro, ¡le seducía la idea de estar
cerca de Ester! aquella casa, toda aquella riqueza que ahora podría compartir
con la nueva familia, ya se sabe que para una persona joven como Gonzalo, todo
aquello, le sonaba a campanas celestiales. Don Jacob le puntualizó que
habitaría en la casa con ellos, había habitaciones de sobra, una sería para él,
además lo enviaría al sastre, para que le hicieran prendas de vestir nuevas,
eso incluiría zapatos de verdad, no aquellas toscas sandalias con las que
incluso pasaba el invierno, con unos
calcetines de lana debajo. Todo esto lo decidió a quedarse, al margen de
lo que pensara don Alfonso, lo comprendería, además, no se marchaba para
siempre, por lo menos, ese era su convencimiento.
-No
sé si don Alfonso será capaz de encajar ese golpe, creo que será duro para él.
-No
te preocupes, déjalo de mi cuenta, yo le convenceré, Alfonso es una persona
razonable, y lamentablemente, el dinero compra voluntades hoy día.
A
Ester, que seguía la conversación de cerca, le dio un vuelco el corazón, le
gustaba Gonzalo, a partir de ahora, tendría con quién poder hablar, y hasta
pelearse, en la casa, la tenían al margen de cualquier actividad, que no fueran
los estudios, y estar a ratos en la cocina, con Laila, aprendiendo a cocinar y
a hacer pasteles, ese era su papel, eso y acompañar a Laila al mercado a hacer
las compras diarias, al margen de las comandas que traían a la propiedad, de
carnes y pescados, pues aunque eso estaba supervisado por la cocinera, era ella
quién hacía los pedidos de estas provisiones de más envergadura. En la casa
vivían doce personas, de ahí que Laila estuviera siempre entre los fogones, y
que en la parte de atrás de la casa, un cobertizo, diera alojo a montones de
leña de todo tipo, junto al carbón de encina.
Cuando
su padre y Gonzalo terminaban la conversación, este miró por el chavo del ojo a
Ester, estaba en la entrada de la bodega, con la mano en la boca y sonriendo, a
la vez que se encogía de hombros. Solo tres años de edad los separaban, Ester
dieciséis, Gonzalo diecinueve, ¡menuda edad la de la una y el otro…!
Lo
que ignoraban, por lo menos los jóvenes, era lo que estaba sucediendo en el
escenario político, los tira y afloja de los reyes católicos entre sí, por
razones difíciles de explicar, por ser la política muy enrevesada, y la presión
de la iglesia, para que España fuera un estado unificado en cuanto a religión
se refería, por eso y otras razones, la Santa Inquisición tenía el papel de
expulsar a moriscos y judíos fuera de la piel de toro, so pena de renegar de
sus respectivas religiones, y convertirse al catolicismo. Y aún así y todo, no
pocos tuvieron que dejar sus haciendas y negocios, por el peligro inminente que
sus riquezas pudieran generar, en las mentes de los envidiosos y codiciosos
nativos españoles. Entre bambalinas se estaba montando una tela de araña tal,
que cuando fuera desplegada, a muchos, no les daría tiempo a huir siquiera. Una
combinación letal esa de la religión y la política, aunque en sinagogas y
mezquitas, ya se estaban organizando, y hasta incluso muchos de ellos, unos y
otros, pactando con el gobierno, para salvar de la quema cuanto pudieran.
Y
poco a poco, Ester se fue enamorando de Gonzalo, y él de ella, hasta el punto
que ha menudo, de puntillas, por la noche, cuando todo el mundo dormía, se
visitaban, o cuando llegó el verano, iban a bañarse juntos por la noche al río.
Un lugar casi inaccesible, secreto, aquel romance era secreto, menos para los
ojos de Laila, podía oler a Ester a kilómetros de distancia, tal era el
conocimiento que tenía de la joven.
-Mira
Ester –le dijo un día en el mercado-, este tocado es precioso, cuando te lo vea
puesto Gonzalo con el vestido nuevo, enloquecerá.
-¿Qué
estás diciendo? ¿De donde has sacado tú que me visto, para que Gonzalo me vea
más atractiva? a mí no me importa lo que piense él.
Dejó
su cesto sobre una parada y se marchó refunfuñando, con los brazos cruzados en
el pecho, Laila la alcanzó.
-Chiquilla…
¿piensas que puedes engañar a quién desde los cinco años ha hecho de madre para
ti? no hace falta que te escondas de mí, no te voy a recriminar nada, te quiero
más que a mi propia vida Ester, no sería capaz de reprocharte nada, te quiero
demasiado.
Ester
levantó la vista, la miró con ojos llorosos y se echó a sus brazos, allí bajo
las arcadas de piedra de la plaza, rompió a llorar.
-Niña
mía, no debes preocuparte, todos tus secretos están seguros conmigo.
-Le
amo Laila, le amo perdidamente, se que es peligroso, no es un circunciso, pero
a mí me da lo mismo, el amor no sabe de señales físicas ni de apariencias. Sé
que mi padre tiene un plan para mí, que me busca un esposo, pero yo no quiero a
nadie más que a Gonzalo.
-Hablaremos
con tu padre, por lo pronto, deja las cosas como están, yo te diré cuando será
el momento adecuado, confía en mí.
Poco
tiempo tuvo para hablar con Jacob del asunto que preocupaba a las dos mujeres,
en los siguientes días, el cabeza de familia estuvo más que ocupado, razón
tenía, el santo oficio había puesto con permiso del rey Fernando, toda la carne
al asador, nunca mejor aplicada la expresión, por donde quiera que se miraba,
se veían hogueras arder, no se quemaba el monte, se quemaban los herejes, los
que se habían supuestamente revelado contra la corona, los que no admitían bajo
concepto alguno renunciar a su religión, a sus creencias, lo que trajo consigo
ejecuciones o expropiaciones de propiedades y grandes haciendas con todo lo que
contenían. La reina Isabel, no compartía del todo las formas, ella veía la
convivencia entre árabes y cristianos como un beneficio para aquella España de
entonces, los castellanos mucho más sedentarios de lo que cabía esperar,
confiaban en judíos y árabes para que comerciaran, como siempre habían hecho,
en consecuencia, pagaban sus tributos, a veces excesivos a la corona, pero
callaban mientras obtuvieran beneficios.
Los
magros dineros que en ocasiones les quedaban, los multiplicaban rápidamente, y
el ciclo se repetía una y otra vez. Isabel estaba más inclinada a que se
controlara a aquella población, nada más que eso, pero fuerzas ocultas hasta
entonces, flotaron como flota el aceite sobre el agua. La iglesia, y contra la
iglesia no cabía lucha alguna, hasta entonces, se conocían papas guerreros, que
iban a la guerra a la cabeza de sus ejércitos, ha menudo, ejércitos compuestos
de conquistadores y conquistados, soldadesca mercenaria, que venían del gran
turco, aportando barcos y armamento.
Lo
cierto es, que los judíos y árabes tenían sus días contados en el Reino de
España. Pagaron a marqueses y condes, para retrasar lo inevitable, para que
intercedieran por ellos a cambio de auténticas
fortunas, todo fue inútil. Para cuando se oyeron de boca de la madre Boabdil el
Chico las palabras “Llora como un niño
lo que supiste defender como un hombre”, toda aquella población, que hasta
entonces procuró tanta riqueza y progreso a España, estaba condenada a sufrir
el destierro o la muerte.
Jacob,
en un último intento de salvar lo que tenía, se lo legó todo a Gonzalo, un
cristiano, su familia, ahora iban a la iglesia, no podían hablar su lengua bajo
pena de muerte, el nuevo dueño cristiano, se casó por la iglesia con su amada
Ester, mientras Jacob se retorcía de dolor en su interior, era el único modo de
conservar la vida, su hacienda, y si cabe, hacer algo por los suyos. Esperaba
que Gonzalo, ahora parte de su familia, sirviera de pantalla para los planes
que tenía, pero fue descubierto, en esa época, las paredes tenían orejas, y
quién quiera que fuere, lo traicionó, de
modo que se puso al descubierto, a las personas y lugares, donde iban a
recogerse los judíos allegados a él y su sinagoga. Todo calló al suelo, como un
castillo de arena tocado por la marea, fue puesto a disposición del Santo
Oficio y ejecutado en público, Laila fue quemada en efigie, pudo escapar la
primera, ahora nadie, ni sus queridas niñas, sabían donde había ido a parar, solo
sabían, que vivía en algún lugar de Sierra Morena, nada más, ni donde en
concreto, ni con quién, lo cierto es, que buena parte del servicio que vivía en
la casa, pudo huir a tiempo. ¿Quién sabe si entre alguno de ellos, estaba el
que vendió a su amo? Imposible averiguarlo ahora, tampoco había razón de
saberlo, ¿de qué hubiera servido la venganza? ¿y si el señalado, hubiera a su
vez señalado a otro como el criminal? Va, absurdo, no servía de nada a pesar de
que con solo pensarlo, tanto Ester como Gonzalo lloraban desconsoladamente por
aquel desastre, que tan de cerca les había tocado sufrir.
Ester
enfermó, unas fiebres extrañas se apoderaron de ella, no la dejaban descansar,
soñaba despierta, insultaba a todo aquel que estaba a su lado, incluso a Gonzalo,
parecía que el demonio se hubiera apoderado de ella, Gonzalo vendió la
propiedad por un precio muy bajo, la cuestión era, tratar de desaparecer de
aquel escenario, sus vidas corrían peligro. Alquilaron una pequeña casa en la
provincia de Teruel, un lugar casi inaccesible, en mitad de la nada, solo
acompañados por Elisa la mula, ahora mucho más dócil y tranquila, los años
también pasan para los animales, en los últimos tiempos, llevaba una vida
tranquila y solazada, todavía estaba en buena forma, su lomo seguía recto, la
cabeza alta y sus músculos bien definidos.
En
mitad del invierno, volviendo con Elisa de buscar leña en el monte, se encontró
con Ester muerta en la entrada de la casa, estaba casi desnuda, descalza, con
el camisón hecho girones y los ojos abiertos, como si estuviera buscando a
alguien a quién no lograba encontrar. Veintidós años tenía cuando murió Ester,
le costó sudor y muchas lágrimas enterrarla, a cada paso que Elisa daba con el
cuerpo de Ester cargado sobre su lomo, envuelto este en la corteza de un árbol,
Gonzalo casi caía de dolor al suelo, Elisa ofreciéndolo su hocico le ayudaba a
levantarse, llegaron así a una pradería donde parecía que el terreno estaba más
blando, cavó un hoyo profundo, lo más que dieron sus fuerzas y sus manos llenas
de ampollas, metió con sumo cuidado el cuerpo de Ester en él después de
cubrirlo de nuevo, recogió unas piedras grandes para asegurarse que nadie
desenterraría a su amada.
Si
no hubiera sido por Elisa se habría perdido, andaba como medio dormido, cogido
a la cincha de cuero de la mula, esta le llevó de vuelta a casa. A pesar del
frio, se quedó sentado en la escalera del porche de la entrada, una chaqueta de
piel de cordero y un pantalón del mismo genero, le permitían estar así solo por
un poco de tiempo. ¿Has visto Elisa…? Tú i yo comenzamos este transporte, y
mira hasta donde hemos llegado, al principio, como cuando recorríamos los
caminos solos, maldita sea ¿quieres dejar de comer de una vez?, jodido animal,
¿no te das cuenta de la situación en la que nos encontramos? Que vas tú a
saber. Elisa continuaba con su labor, comer del pesebre improvisado que Gonzalo
recién llegados a la casa, le construyó.
Han
pasado dos años desde estos acontecimientos, ahora, Gonzalo ha vuelto, a la
última tarea que le llevó a conocer a Jacob, Ester y Laila, se ha hecho
arriero, Elisa parece más contenta, se diría, quién sabe de animales de este
tipo, que de nuevo ha encontrado su lugar, su sitio, para eso la parieron, no para ser un caballo de
batallas, ni un hermoso corcel de reyes, siempre ha sido, un mal considerado
animal de carga, pero lo cierto es que muchos quisieran haberlo tenido para si.
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