lunes, 9 de junio de 2014

TRÁNSITO SIN HORARIO.


                TRÁNSITO SIN HORARIO.


Mi ciudad, esa que tendría ahora mismo que estar desierta, vacía, por ser madrugada, está llena de vida en las calles, parece un domingo por la mañana, al mediodía, cuando las familias salen a pasear por sus calles, a visitar grandes almacenes y galerías, donde todas las tiendas están abiertas.
En cambio, ahora, en madrugada, las plazas están llenas de gente, discutiendo por tener un banco donde dormir, peleando por cartones y plásticos, a los que van a dar uso. Son los que transitan sin ser vistos por nadie, nadie les dirige la mirada, son inmigrantes de otras tierras, llegados de otras fronteras, arrastrando carritos de supermercados, donde llevan todas sus posesiones.
No tienen horario, porque no tienen donde trabajar al día siguiente, aborrecidos por unos, soportados por otros, ignorados por la mayoría, vagan por las calles, por los cajeros de los bancos, en los parques y jardines de mi ciudad. Ahora por la noche, la policía los dejará tranquilos, la mayoría también duermen, solo los retenes de guardia patrullan por las calles principales. Saben que están ahí, los ven incluso dormitando o charlando con otros proscritos de la sociedad bebiendo de la misma botella, del mismo tetra brik, echando tragos de vino barato. Mañana se pondrán a pedir de nuevo a los viandantes, para comprar un poco de pan quizás, si no  les dan nada, rebuscan entre los contenedores de basura, o se desplazan hasta los contenedores de determinados supermercados.
Otros en cambio, se dedican a robar a la gente, van en compañía de tres o cuatro más, acuden al metro, a las paradas de los autobuses, del tren, o a cualquier evento, donde se congregan las masas.
No tienen horario para andar por ahí, entre ellos están también, los que van camino de determinados lugares escondidos, para conseguir droga, barrios concretos, en los que la vigilancia interna es continua. Allí hay pisos, en los que unos cuantos mafiosos, narcos, se dedican al menudeo de droga, no en vano, España es una cabeza de puente en Europa, para esta actividad ilegal. A la mayoría les venden mierda, droga adulterada, para que de más de sí, y estos pobres incautos, la consumen, incluso sabiendo cual es el peligro que corren. Otros, deambulan por las calles, esperando que los pisos pateras que comparten con otros como ellos, queden vacios para ocuparlos ellos, es un arreglo tácito que hace que ahorren un dinero.
¡Hay tantas maneras de sobrevivir!. Conozco a un hombre que ya se ha hecho popular entre los vecinos del barrio, recorre los comercios pidiendo una barra de pan, leche, alguna lata de atún, el caso es que se lo dan, es un buen hombre, cuya historia a afectado a la gente, saben quién es y conocen a sus parientes, el porqué se quedó solo, sin casa, familia y amigos. No siempre le dan lo que pide o necesita, pero siempre, con una sonrisa en los labios, da las gracias, tan solo por el hecho, de que le dejen entrar sin ser discriminado.
Los subsaharianos, estos otros sin techo, transitan sin saber adonde ir hasta que encuentran, si la suerte les acompaña, una nave abandonada, un colegio medio destruido, cuarteles abandonados, incluso estadios deportivos cuyos propietarios, tienen el proyecto de que sean restaurados. Caminan entre caminos vecinales, con el fin de buscar trabajo, en plantaciones de frutas, o recogida de legumbres y hortalizas, van a trabajar por nada y menos, lo saben, pero el tránsito aunque sea largo y penoso vale la pena, para ellos, trasladarse de provincia, caminar casi cruzando el país, no es nada, antes de llegar aquí, han tenido que caminar atravesando desiertos, escondiéndose en montes, sin pensar siquiera que muchos de ellos van a morir en el intento, huyen del hambre, la desolación causada por la guerra en su país, a sus espaldas, llevan miles de kilómetros, han esperado con ansia, cruzar el estrecho de cualquier manera, para encontrar su “El Dorado”, la tierra que mana leche y miel, su paraíso.
Nadie tiene el derecho de desarbolar esta ilusión, que por tanto tiempo han soñado. Vagan por Andalucía, caminan hasta los invernaderos de Almería, y si allí no encuentran nada, caminan hasta Valencia, así recorren toda la piel de toro del país, hasta que alguien les da un mísero dinero por mucho trabajo y un rústico hospedaje. Pero no se quejan, tienen lo que han venido a buscar desde hace años, en su país ya estarían muertos, piensan muchos de ellos.
Nosotros, desde nuestros automóviles, con nuestras familias, viajando de vacaciones, los vemos por la carretera, a unos y otros, los que buscan drogas, los que no tienen nada, los carrileros caminando por los arcenes, transitando en busca de algo, nada en concreto, solo algo, y ha menudo despotricamos contra esta otra humanidad, nosotros nos desplazamos, ellos transitan, mudan la piel a base de esfuerzo, queman sus vidas, unos contentos, otros resignados.
Ellos no tienen horarios, tienen la vida descompuesta, hecha girones, ha menudo con llagas literales, con cicatrices físicas al querer saltar a Europa, pero siguen caminando sin descanso. ¿A cuantos de ellos juzgaríamos por ser lo que son, por estar y vivir entre nosotros? Sería cruel el hacerlo, de alguna forma, son ejemplos para nosotros, nos debería hacer fuertes como ellos lo son. “Putos moros…” dicen algunos, todavía otros “Despreciables negros pestosos…” Sí, hay unos cuantos, españoles como nosotros, que tampoco tienen horario, los que persiguen sin tregua a estos desesperados, gente armados con cadenas, con botas de punteras metálicas, que se dedican a divertirse, quemándolos vivos, matándolos a golpes, persiguiéndolos sin piedad alguna, bandas organizadas de “hombres”, que se creen mejores que ellos, y que no se dan cuenta siquiera, de que han dejado de ser seres humanos, para convertirse en depredadores.
Estos tampoco tienen horario, porque no tienen sesos, son descerebrados que no soportan ni el cabello sobre su molondra. Afortunadamente son pocos los que actúan así, estos actúan de esta forma, porque creen ser superiores a estos apátridas. Ellos tienen país, muchos de estos, vienen de familias prominentes de la sociedad, de casas bien, niños de papá, que a su vez han convencido a otros pobres desgraciados, hinchándoles la cabeza con doctrinas apócrifas, falsos cristianismos que abogan por una sociedad pura y justa.
Si se piensa detenidamente en ello, nos daremos cuenta que la inmigración es imposible de detener, la inmigración existe desde que el mundo es mundo, lo injusto, son las fronteras, los falsos límites que con los siglos han puesto los gobernantes. Es difícil olvidar, que millones de personas que ahora se desplazan, antaño fueron saqueadas por países, que ahora les cierran las puertas, “políticas internas” le llaman al concepto de la necesidad de cerrarse en banda. No era así, cuando barcos españoles, portugueses, holandeses, americanos y de otras naciones, se echaban a la mar con el fin de volver cargados de esclavos encadenados, hacinados en las bodegas de los barcos, preparados incluso de tal forma, que si era necesario, eran arrojados al mar todos juntos, como quién hecha el ancla, para que desaparecieran en el mar.
Malditos hipócritas, ahora ya no les hace falta la esclavitud, nos tienen a nosotros de esclavos, esclavos de sus políticas de desarrollo, esclavos de sus impuestos, esclavos controlados porque tenemos nóminas en los bancos y saben lo que se les debe pagar. Llevamos un número marcado en la frente, un número simbólico, puede ser el de la seguridad social, que a su vez parte del número que se nos ha dado en el carné de identidad. Todos estamos siendo tratados como esclavos del “SISTEMA”. Magnífico término para advertirnos, con una sola palabra, que no se nos ocurra salirnos de él. Si nos salimos, nos encontraremos transitando sin horario.


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