TRÁNSITO SIN HORARIO.
Mi
ciudad, esa que tendría ahora mismo que estar desierta, vacía, por ser
madrugada, está llena de vida en las calles, parece un domingo por la mañana,
al mediodía, cuando las familias salen a pasear por sus calles, a visitar
grandes almacenes y galerías, donde todas las tiendas están abiertas.
En
cambio, ahora, en madrugada, las plazas están llenas de gente, discutiendo por
tener un banco donde dormir, peleando por cartones y plásticos, a los que van a
dar uso. Son los que transitan sin ser vistos por nadie, nadie les dirige la
mirada, son inmigrantes de otras tierras, llegados de otras fronteras,
arrastrando carritos de supermercados, donde llevan todas sus posesiones.
No
tienen horario, porque no tienen donde trabajar al día siguiente, aborrecidos
por unos, soportados por otros, ignorados por la mayoría, vagan por las calles,
por los cajeros de los bancos, en los parques y jardines de mi ciudad. Ahora
por la noche, la policía los dejará tranquilos, la mayoría también duermen,
solo los retenes de guardia patrullan por las calles principales. Saben que
están ahí, los ven incluso dormitando o charlando con otros proscritos de la
sociedad bebiendo de la misma botella, del mismo tetra brik, echando tragos de
vino barato. Mañana se pondrán a pedir de nuevo a los viandantes, para comprar
un poco de pan quizás, si no les dan
nada, rebuscan entre los contenedores de basura, o se desplazan hasta los
contenedores de determinados supermercados.
Otros
en cambio, se dedican a robar a la gente, van en compañía de tres o cuatro más,
acuden al metro, a las paradas de los autobuses, del tren, o a cualquier
evento, donde se congregan las masas.
No
tienen horario para andar por ahí, entre ellos están también, los que van
camino de determinados lugares escondidos, para conseguir droga, barrios
concretos, en los que la vigilancia interna es continua. Allí hay pisos, en los
que unos cuantos mafiosos, narcos, se dedican al menudeo de droga, no en vano,
España es una cabeza de puente en Europa, para esta actividad ilegal. A la
mayoría les venden mierda, droga adulterada, para que de más de sí, y estos
pobres incautos, la consumen, incluso sabiendo cual es el peligro que corren.
Otros, deambulan por las calles, esperando que los pisos pateras que comparten
con otros como ellos, queden vacios para ocuparlos ellos, es un arreglo tácito
que hace que ahorren un dinero.
¡Hay
tantas maneras de sobrevivir!. Conozco a un hombre que ya se ha hecho popular
entre los vecinos del barrio, recorre los comercios pidiendo una barra de pan,
leche, alguna lata de atún, el caso es que se lo dan, es un buen hombre, cuya
historia a afectado a la gente, saben quién es y conocen a sus parientes, el
porqué se quedó solo, sin casa, familia y amigos. No siempre le dan lo que pide
o necesita, pero siempre, con una sonrisa en los labios, da las gracias, tan
solo por el hecho, de que le dejen entrar sin ser discriminado.
Los
subsaharianos, estos otros sin techo, transitan sin saber adonde ir hasta que
encuentran, si la suerte les acompaña, una nave abandonada, un colegio medio
destruido, cuarteles abandonados, incluso estadios deportivos cuyos
propietarios, tienen el proyecto de que sean restaurados. Caminan entre caminos
vecinales, con el fin de buscar trabajo, en plantaciones de frutas, o recogida
de legumbres y hortalizas, van a trabajar por nada y menos, lo saben, pero el
tránsito aunque sea largo y penoso vale la pena, para ellos, trasladarse de
provincia, caminar casi cruzando el país, no es nada, antes de llegar aquí, han
tenido que caminar atravesando desiertos, escondiéndose en montes, sin pensar
siquiera que muchos de ellos van a morir en el intento, huyen del hambre, la
desolación causada por la guerra en su país, a sus espaldas, llevan miles de
kilómetros, han esperado con ansia, cruzar el estrecho de cualquier manera,
para encontrar su “El Dorado”, la tierra que mana leche y miel, su paraíso.
Nadie
tiene el derecho de desarbolar esta ilusión, que por tanto tiempo han soñado.
Vagan por Andalucía, caminan hasta los invernaderos de Almería, y si allí no
encuentran nada, caminan hasta Valencia, así recorren toda la piel de toro del
país, hasta que alguien les da un mísero dinero por mucho trabajo y un rústico
hospedaje. Pero no se quejan, tienen lo que han venido a buscar desde hace
años, en su país ya estarían muertos, piensan muchos de ellos.
Nosotros,
desde nuestros automóviles, con nuestras familias, viajando de vacaciones, los
vemos por la carretera, a unos y otros, los que buscan drogas, los que no
tienen nada, los carrileros caminando por los arcenes, transitando en busca de
algo, nada en concreto, solo algo, y ha menudo despotricamos contra esta otra
humanidad, nosotros nos desplazamos, ellos transitan, mudan la piel a base de
esfuerzo, queman sus vidas, unos contentos, otros resignados.
Ellos
no tienen horarios, tienen la vida descompuesta, hecha girones, ha menudo con
llagas literales, con cicatrices físicas al querer saltar a Europa, pero siguen
caminando sin descanso. ¿A cuantos de ellos juzgaríamos por ser lo que son, por
estar y vivir entre nosotros? Sería cruel el hacerlo, de alguna forma, son
ejemplos para nosotros, nos debería hacer fuertes como ellos lo son. “Putos
moros…” dicen algunos, todavía otros “Despreciables negros pestosos…” Sí, hay
unos cuantos, españoles como nosotros, que tampoco tienen horario, los que
persiguen sin tregua a estos desesperados, gente armados con cadenas, con botas
de punteras metálicas, que se dedican a divertirse, quemándolos vivos,
matándolos a golpes, persiguiéndolos sin piedad alguna, bandas organizadas de
“hombres”, que se creen mejores que ellos, y que no se dan cuenta siquiera, de
que han dejado de ser seres humanos, para convertirse en depredadores.
Estos
tampoco tienen horario, porque no tienen sesos, son descerebrados que no
soportan ni el cabello sobre su molondra. Afortunadamente son pocos los que
actúan así, estos actúan de esta forma, porque creen ser superiores a estos
apátridas. Ellos tienen país, muchos de estos, vienen de familias prominentes
de la sociedad, de casas bien, niños de papá, que a su vez han convencido a
otros pobres desgraciados, hinchándoles la cabeza con doctrinas apócrifas,
falsos cristianismos que abogan por una sociedad pura y justa.
Si
se piensa detenidamente en ello, nos daremos cuenta que la inmigración es
imposible de detener, la inmigración existe desde que el mundo es mundo, lo
injusto, son las fronteras, los falsos límites que con los siglos han puesto
los gobernantes. Es difícil olvidar, que millones de personas que ahora se
desplazan, antaño fueron saqueadas por países, que ahora les cierran las
puertas, “políticas internas” le llaman al concepto de la necesidad de cerrarse
en banda. No era así, cuando barcos españoles, portugueses, holandeses,
americanos y de otras naciones, se echaban a la mar con el fin de volver
cargados de esclavos encadenados, hacinados en las bodegas de los barcos,
preparados incluso de tal forma, que si era necesario, eran arrojados al mar
todos juntos, como quién hecha el ancla, para que desaparecieran en el mar.
Malditos
hipócritas, ahora ya no les hace falta la esclavitud, nos tienen a nosotros de
esclavos, esclavos de sus políticas de desarrollo, esclavos de sus impuestos,
esclavos controlados porque tenemos nóminas en los bancos y saben lo que se les
debe pagar. Llevamos un número marcado en la frente, un número simbólico, puede
ser el de la seguridad social, que a su vez parte del número que se nos ha dado
en el carné de identidad. Todos estamos siendo tratados como esclavos del
“SISTEMA”. Magnífico término para advertirnos, con una sola palabra, que no se
nos ocurra salirnos de él. Si nos salimos, nos encontraremos transitando sin
horario.
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