LA IDEA DE PERDERTE.
Es
difícil soportar, circunstancias de la vida que nos quitan fuerza, que nos
hacen descreer en los demás, y que acaban por atenazar nuestras emociones y
cambiar nuestros sentimientos. Es muy difícil soportar eso, se convierte en un
saco terrero atado a las espaldas con alambres, que poco a poco, van lacerando
la carne hasta infectar la razón, las motivaciones, el propósito de lo que
hacemos.
A
veces pensamos en lo mucho que tenemos a nuestro alrededor, lo valoramos, nos
enorgullecemos por ello, sin embargo, basta un contratiempo, para que lo
perdamos, entonces, cuando lo perdemos, comenzamos a lamentar las muchas cosas
que quedaron dentro del tintero del corazón.
¡Cuantas
cosas me quedaron dentro del corazón cuando faltaron seres queridos…! Por un
momento pensé que era un maldito desagradecido, que no merecía vivir, de otro
modo, habría hallado el momento, para decirles todo aquello que se encontraba
dentro de mi alma. Sí, ciertamente eso me sucedió, cuando perdí a mis padres,
primero con la muerte de mi madre, murió muy joven, demasiado para faltar de
este mundo, siendo quién era, y como era. ¡Medio tantas cosas además de la
vida…! Todo lo que trabajó, todos los años que cuidó cariñosamente de mí, todo
el afecto que desprendía con su sola presencia, la mirada de sus ojos junto a
una sonrisa siempre, y yo se lo agradecí, sin decirle en los últimos momentos
de su vida, cuanto la quería.
En
cuanto a mi padre, me pasó casi lo mismo, a él, ya enfermo y en su lecho de muerte,
le dije que ojalá pudiera cambiarme por él, me miró abriendo los ojos de forma
exagerada y me dijo, No Juan, esto no es así, tu tienes que vivir más, mucho
más, todavía te quedan objetivos que cumplir, yo ya he cumplido, con esto que
acabas de decirme, me doy cuenta. Murió con la nostalgia de haber vivido más
que su mujer, de quedar viudo, de que su esposa, fuera el final de su
existencia en un sentido metafórico. Con mi padre, tuve la oportunidad de
enmendar defectos que tuve con mi madre, de las malas experiencias se aprende,
pero en mi interior todavía queda un rincón, que me dice, que habría podido
hacer más por él. Fue cuando faltó de mi vida, cuando la mía se desmoronó.
A lo
largo de los años, sigo aprendiendo, que amar a aquellos que son míos, es lo
único que importa, no importa cuanto me necesiten ellos, es una operación
matemática que no te enseñan en ninguna academia, te la enseña, el pasar por
este angosto camino de la vida. De modo que, sigo pensando y actuando, en la
medida que me lo permite mi carácter y las circunstancias. Somos eternos
aprendices de todo cuanto nos rodea, desde una sencilla flor, hasta el más
caudaloso rio que se pierde en el mar. Es importante ver las cosas de ese modo,
eso da cuenta de lo poca cosa que somos, y de la grandeza que nos rodea, sobre
todo, de las personas que están en más estrecho contacto con nosotros.
Tengo a unos cuantos a quién querer, y la sola
idea de perderlos, hace que mi corazón se acelere, pienso en como siguen
viéndome ellos, me importan, son lo que me queda, mi ancla, mi última esperanza
de vivir. Sin embargo, no es cuestión de pensar y empecinarse en si merecen o
no mi consideración, poco me importa eso, el cariño debe ser altruista,
imparcial, sin equa num, una condición, sin la cual es imposible desdoblarse,
no hace falta permiso para amar, no hace necesario pasaporte o visados
especiales, hace falta, el deseo de ver la importancia de que una relación, se
conserva por lo menos, por el deseo de una de las dos personas implicadas, o
más de una.
No
importan las distancias o las consideraciones que los demás tengan acerca de
uno, hace falta tener el arraigo suficiente, para querer a aquella, o aquellos,
que tú consideres te son necesarios. Digo necesarios y no imprescindibles,
nadie es imprescindible, pero todos somos interdependientes aunque sea de una
forma indirecta. Vivo gracias a ellos, y ellos gracias a mí, esto es un hecho,
puede que alguien piense que es pura metafísica, si es así lo acepto. Lo
inaceptable, es, que alguien piense que puede vivir feliz –siempre entre
comillas-, por el simple hecho de haber echado de su vida a una persona, ¡que
equivocados están los que piensan así!
Va,
ese amigo me ha defraudado, lo vomito de mi boca y listos, eso no se puede
hacer si la otra parte no quiere, debería estar muerto, para que el tiempo,
junto al olvido, ayudaran a pasar página, a otro capítulo de la historia. Es
por eso, que sola idea de perder a alguien de los míos, me preocupa, me
inquieta, y hasta me conmueve. Sé a quién tengo a mi lado, y si por algún
motivo, que siempre sería lógico en el orden de la vida, faltara, la vida
continuaría, con mal sabor de boca, cierto, pero continuaría, no hay nada que
sea más natural que eso.
Es
comparable al nido de un ave, se ausenta durante un tiempo, en determinado
momento, otra viene a su nido y lo ocupa, no lo ha robado, solo lo ocupa,
estaba vacío. El ave dueña del nido, no tiene otra solución que buscar un nuevo
hogar, un lugar donde empollar sus huevos, puede que esto le suceda más veces,
puede que, durante toda su vida, tenga que ir volando de acá para allá en busca
de un nuevo sitio, pero no se cansa, su supervivencia está en juego, y es
evidente que, por una nimiedad así, no va a dejarse vencer. Los animales están
dotados de espíritu de vida, es ese espíritu, lo que los hace ejemplares para
nosotros, ¿porqué deberíamos ser menos que ellos?
La
pérdida, es para los animales, algo normal, forma parte de su forma de vida,
¿somos acaso nosotros diferentes? Nacemos, sea de huevos o paridos en vivo,
como ellos, nos amamantan o no, dependiendo de la especie, crecemos y morimos
más o menos temprano, y luego, por un fenómeno que todavía la ciencia no ha
dado con la clave, morimos, nos vamos depauperando poco a poco hasta el punto
de la agonía y la no existencia. Sin embargo, nosotros, los humanos estamos
dotados de un elemento clave que los animales no tienen, sentimiento de todo
esto. Se sabe por ejemplo de primates y otras especies, que llevan a sus crías
muertas consigo durante días y días consigo, nosotros somos conscientes de la
muerte, enterramos a nuestros muertos.
Igual
de sensibles somos ante la vida, con una diferencia notable con los animales
irracionales, ellos viven en su mayoría en manada, nosotros vamos a nuestro
aire, no nos importa desprendernos de alguien que no esté de acuerdo con
nuestra forma de pensar o actuar. Queremos que todo el mundo a nuestro
alrededor, se comporte como nosotros pensamos que debe ser, de no ser así, lo
echamos de la manada. Eso se debe a que el hombre, es un animal político,
queremos ser los que decidimos, que se nos respete, que se sigan nuestras
instrucciones, no toleramos flaquezas, y dejamos que los demás sean fuertes, en
la medida que queremos, siempre tendemos a desconsiderar, a aquel que no baila
al son que tocamos.
En
conjunto, la idea de perder a alguien que amo, me angustia, suscribo la
reacción de algunos, que se quitan la vida cuando no encuentran voces a su
alrededor, voces ruidosas pero de familia, risas llantos, y muchas otras veces,
algarabía en su entorno. Es el ruido de la familia, aquello para lo que estamos
concebidos desde el principio, aquello para lo que se nos ha creado como
personas. La idea de la soledad por expulsión no es lo más preocupante, lo
preocupante es, como se sienten, si sin mí están contentos, vale, pero si
consigo mismos, entre ellos hay disensión y pelea… eso si que es muestra de que
la vida que llevan, no les complace, es eso lo lamentable.
Por
mi parte, la idea de perderte es la que más me inquieta, digo solo que me
inquieta, no que me quite el sueño, tengo asumido que la vida da muchos tumbos,
giros inesperados, que en definitiva, pueden afectarnos a los dos por igual.
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